• En la acostumbrada oferta de éxitos históricos del séptimo arte, el gigante del streaming pone a disposición del usuario Érase una vez en el Oeste, obra del gran maestro italiano del cine americano Sergio Leone

Un par de semanas atrás falleció Ennio Morricone, acaso el último de esa generación luminosa de hacedores de cine nacidos en Italia y que extendieron la obra en Hollywood. El último también de esos italianos que desde su península se fueron apropiando de un género americanísimo: el western.

La música que Morricone incorporó a películas memorables puede escucharse en el esplendor creativo del maestro en un clásico del género western, incluido en la oferta de streaming de Netflix: Once Upon a Time in the West (Érase una vez en el Oeste), dirigida por Sergio Leone, el genio italiano del cine americano. Concurre a esta producción un reparto estelar, de leyendas como Henry Fonda, Claudia Cardinale, Charles Bronson, Jason Robards.

La curiosidad de los connacionales de Garibaldi por las historias del lejano Oeste americano viene de antes. Valga como hito un día de 1810 cuando se estrenó en el Metropolitan de Nueva York, la ópera La fanciulla del west de Giacomo Puccini. En esta obra, el gran músico toscano se hizo de los aires melódicos y las armonías de cierto jazz, ya para entonces codificado en una forma universal y estandarizante, para tramar con música un drama localizado en el Oeste de la fiebre del oro y los pistoleros a destajo. Los mineros que acuden a la taberna de la fanciulla, la cortejan en italiano y ella los disuade en la misma lengua y, así; el agente de la Wells Fargo la pretende con intenciones serias y hasta los bandidos mexicanos honran el idioma del Dante; y entre arias y coros, transcurre “una de vaqueros” molto cantabile.

No es la Fanciulla…de las óperas más recordadas del compositor de otras que son la cumbre del género como La Boheme, Tosca, Madame Butterfly, por no mencionar el canto de cisne: Turandot.

Será unos 50 años más tarde que los italianos insistan en las historias de hombres a caballo, de sombrero y revólver al cinto vagando en los desiertos de California y Nuevo México. Es así que nace el llamado “spaghetti western”, conjunto de películas de tema vaquero rodadas en locaciones del sur de Italia, escritas y producidas por italianos.

Sergio Leone es la figura central de la movida cinematográfica. En 1964 estrena Per un pugno di dollari (A Fistfull of Dollars) y lanza al estrellato a Clint Eastwood. El ingrediente americano debía incluirse en la salsa cinemática preparada por un director y unos guionistas italianos. Un escritor estadounidense se ocupaba de traducir los diálogos al inglés.

Por un puñado de dólares, como se traduce al castellano, es la primera cinta de lo que la posteridad conoce como la “Trilogía del Dólar” de Leone. Completada por Per quelque dollaro in più (For a Few Dollars More) estrenada en 1965 e Il buono, il brutto, il cattivo de 1966, también protagonizadas por Eastwood.

Sergio Leone, desde muy joven, se movió entre ambas cinematografías, la italiana y la americana, sin salir de su tierra. Hijo del director Vicenzo Leone, de adolescente se inicia como ayudante bajo la dirección de maestros como Vittorio De Sica y más tarde como asistente a directores, como el estadounidense William Wyler. De modo que el precoz cineasta se familiarizó con las dos formas de hacer cine, la de su natal Italia y la de Hollywood, donde le aguardaba el destino.

En 1968 se estrena el primer western rodado por Leone en el Nuevo Mundo: Once Upon a Time in the West, ahora a disposición de la audiencia de Netflix.

Los italianos llevaron la forma de planificación que concibieron en los años parvos de la post guerra e hicieron rendir los presupuestos de la industria de Estados Unidos; no solo financieramente, sino estéticamente. La escuela del llamado neorrealismo italiano parece decantarse en el género de vaqueros para innovar tanto su forma como replantear sus arquetipos. La gente de Leone –entre los que figuran como guionistas quienes más tarde harán historia en el cine, Bernardo Bertolucci y Darío Argento—adhieren a los personajes de la leyenda del lejano Oeste una impronta desencantada, fatalista. El héroe ya no será tan bueno ni apolíneo.

Tras su paso por los sets del neorrealismo, deja sentir en el relato del western alguno de los valores la cinematografía italiana de los años inmediatos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Uno de los principios estéticos del neorrealismo es lo que se ha dado en llamar el tiempo muerto cinemático. Se trata de esas escenas en las que según el espectador común “no pasa nada”; la acción se reduce al mínimo; al vuelo de una mosca alrededor de un hombre que dormita, por ejemplo.

El tiempo muerto en el cine neorrealista busca librar la toma al fenómeno que, incluso pueda ocurrir de forma imprevista; un modo de aproximar al cine a la vida “tal como es”. Pero, Leone lo adhiere al western para mediante la duración y el acontecimiento mínimo cargar de la máxima tensión una escena destinada a terminar peligrosamente; como cuando los hombres llevan la mano a la cintura.

Leone, precisamente, crea una gramática de planos muy eficaz para este ceremonial cinemático que inicia con el plano americano; el revolver asomado al costado de los duelistas. Primero se ofrece en plano general la danza lenta de los pistoleros que se miden y calculan la mejor distancia para, llegado el instante fatal, desenfundar y apretar el gatillo sin fallar. Luego, una vez en posición de disparar, la escala de planos va disminuyendo de medios largos a detalles, hasta el close up de las miradas contendientes.

A este montaje singular de la acción del duelo, precisamente Morricone concibe una música in crescendo, ajustada a los cortes cada vez más rápidos, hasta el estallido de la pólvora y posterior silencio.

Paradigma de este canon del duelo en el western es el inolvidable duelo a tres de Il buono, il brutto, il cattivo.

En Érase una vez en el Oeste, la dupla del realizador y el músico vuelven sobre el ceremonial del duelo, y honran el espectáculo audiovisual con maestría inolvidable. Leone enfrenta a los hombres en la danza lenta de la muerte, mientras Morricone adhiere una música apoteósica en la que conciertan motivos tomados de Estados Unidos y Europa e incluso cierto aire porteño, suerte de tango a lo Astor Piazzola.

Y mejor devolver la pluma al tintero antes de incurrir en algún spoiler. Es la oportunidad de ver este clásico ineludible.

Este artículo de El Diario fue editado por: Irelis Durand |Génesis Herrera.

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