- Desde hace al menos tres años brinda asistencia a los connacionales que se encuentran en la ciudad de Barranquilla, en situación de vulnerabilidad
De las seis coronas que actualmente ostenta Venezuela en el certamen internacional de belleza Miss Mundo, una pertenece a Carmen Josefina León Crespo, mejor conocida como Pilín León. La maracayera, de 57 años de edad, hizo que en 1981 el país saboreara por segunda vez el triunfo en el reinado, luego de 26 años de la inédita victoria que por primera vez alcanzó Susana Duijm. Casi cuatro décadas después, casada, con tres hijos, dos nietas y tres mascotas, reconoce que aquella corona es la que actualmente le abre las puertas para promover, defender y luchar por los derechos de los migrantes venezolanos en Barranquilla, Colombia, donde reside desde hace más de 10 años.
“El Miss Mundo me entregó la llave que me ha permitido abrir muchas puertas. Es una llave que al menos abre la puerta de la curiosidad, de la simpatía. ‘¿Qué querrá la Miss Mundo?’ se preguntan muchos. Que te abran al menos la puerta y te escuchen ya es ganancia”, dice en entrevista para El Diario, quien hoy día lidera la organización civil “Venezolanos en Barranquilla”.
Aunque la organización de connacionales en el país neogranadino la inició en 2012, cuando le solicitaron su ayuda para la campaña de Henrique Capriles Radonski para las elecciones presidenciales contra Hugo Chávez, no fue sino cinco años después, en 2017, que se avocó a atender y brindar apoyo exclusivo a la población migrante venezolana.
Para ese entonces, según Migración Colombia, estaban radicados en Colombia 403.702 venezolanos, lo que suponía un crecimiento del 651% en comparación con el año anterior.
“Un día me llamaron y me comentaron sobre el caso de unos venezolanos que vivían hacinados en un galpón. Sentí curiosidad y me acerqué al lugar. Recuerdo que había cuatro familias, incluidas mujeres embarazadas. Aquella realidad me impactó. Por eso, a título personal, comencé a solicitar apoyo. Las primeras ayudas que ofrecimos eran ropa de mi esposo, colchonetas, ollas de cocina y algunas bolsas de mercado. Pero en vista de que no nos dábamos abasto, decidimos tocar las puertas de la Pastoral Social de la Arquidiócesis que ya tenía experiencia en suplir necesidades de venezolanos. Ellos tenían un comedor. En principio atendían a 60 personas (17 nacionales y 43 venezolanos, siete de ellos en condición de calle). Nos unimos y el grupo a la semana era de 80, a la siguiente 120 y después 350 personas”, recuerda.
También señala que, debido al fenómeno de movilidad que ya en ese entonces se divisaba, se organizaron, no solo para registrar la organización civil ante la Cámara de Comercio, sino también para organizar un censo manual de los connacionales, en condición de vulnerabilidad.
León señala que en el caso de Barranquila residen más de 110.000 connacionales. La cifra representaría casi el 10% de la población total de 1.206.000 habitantes en la ciudad.
“Si antes les costaba buscar el pan, ahora es que no pueden producir absolutamente nada. El fenómeno ahorita es ‘me quiero regresar porque allá, al menos, tengo un techo y una familia’”, dice León, quien trabaja por sus derechos.
Confiesa que fue de su padre, un médico, de quien heredó la sensibilidad social. Aunque asegura que busca servir al prójimo, con lo mucho o poco que tiene, también admite que lo que ha visto este año en particular ha sido muy doloroso.
“Ahorita, por ejemplo, me afectó mucho un desalojo de una pareja de sordomudos, casados. Vivían en una pieza. Los desalojaron a golpes. Terminaron viviendo en la acera del frente de una de las líderes de nuestro barrio que les brindaba apoyo. También, tiempo atrás, conocí a un chico con VIH que, como no tenía papeles, murió de mengua. Se hubiese salvado con al menos un retroviral. Fue el primer caso; luego me enteré de otros más”, dijo.
No obstante, León, quien visitó Venezuela hace seis años, señala que la satisfacción de estar haciendo lo que le corresponde y marcar la diferencia en la sociedad actual le impulsa a seguir adelante.
“La migración no es de librito”
La organización “Venezolanos en Barranquilla” la lidera Pilín León como presidenta junto con un equipo de al menos 8 personas en la coordinación, 30 voluntarios activos y 100 voluntarios eventuales distribuidos en 8 barrios de Norte y Sur de la ciudad colombiana.
Desde su fundación han trabajado en conjunto con organismos internacionales como el Consejo Noruego, la Organización de Naciones Unidas (ONU) y la Organización de Estados Americanos (OEA). ¿Su objetivo? Velar por los derechos de los migrantes y refugiados venezolanos.
Recientemente, a propósito del Proyecto de Ley Migratoria que impulsa la cancillería de ese país, León le solicitó a la Comisión de Derechos Humanos del Senado de la República de Colombia que se le confiera a sus compatriotas el estatus migratorio en calidad de refugiados, entendiendo que se trata de una migración forzada.
Sobre los refugiados
La definición tradicional de refugio fue ampliada en 1984, en el contexto de las guerras en Centroamérica, en vista de que muchas personas salían de sus países, pero no encuadraban en el concepto clásico, por lo que los países de Latinoamérica aprobaron la Declaración de Cartagena para incluir “a personas que han huido de sus países porque su vida, seguridad o libertad han sido amenazadas por la violencia generalizada, la agresión extranjera, los conflictos internos, la violación masiva de los derechos humanos u otras circunstancias que hayan perturbado gravemente el orden público”.
En este sentido, León señala que valora el esfuerzo que ha hecho Colombia para atender el fenómeno migratorio “aunque es un país pobre”. Sostiene que el proceso ha sido titánico. “La migración venezolana no es una migración de librito. En Venezuela hay necesidad, pero no hay una guerra. Los migrantes venezolanos están desamparados por las leyes internacionales”, advierte.
Caridad sin organización no es caridad
A juicio de la empresaria venezolana los migrantes requieren además de derechos como reconocimiento y de identidad internacional, de comida y medicina. También necesitan empatía, oración y muchísima esperanza.
“La situación que están atravesando ahorita no es fácil. Salen de ese rollo en Venezuela y los coge el covid-19 acá. Creo que en primera instancia lo que podemos hacer es escucharlos, conocer sus necesidades y verificarlas, pero también es oportuno conocer su historia. Ellos necesitan ver a más personas tratando de ayudarlos. Que los oigan”.
Además piensa que la caridad sin organización no es caridad. “Sacar la ropa que no se usa eso no es ayuda. Debemos involucrarnos”, dice.
Su mensaje es conciso: “A cada uno de nosotros el Espíritu Santo le entrega dones. Es importante reconocerlos y usarlos en favor de los demás. Si los tienes y no los usas ha sido el peor pecado. En mi caso, mi don ha sido la entrega. No puedo, ni podré, estar sentada en mi casa sabiendo que tengo tanta gente necesitada a mi alrededor, así no sean venezolanos”, sentencia.