“Prefiero ser la viuda de Juan Mari que tu madre”.
Aquella frase que al poco de conocerse le dijo Maixabel Lasa —a él, su verdugo— se le quedó clavada en lo más profundo.
Tanto, que tardó “un año o dos” en responderle, y conceder: “La verdad, yo también preferiría ser Juan Mari que Ibon Etxezarreta“.
Ambos lo recuerdan años después durante el almuerzo, mientras comparten un vino que trajo él.
Juntos han puesto la mesa, él ha cortado el pan y llenado las copas, ella le sirve la ensalada. Los pimientos están listos y el pescado lo preparará al momento.
“Se me hizo muy fuerte”, dice él. “Igual fui un poco brusca”, ella. “Pero tu madre ha tenido que sufrir mucho”.
Los comensales no son viejos amigos, aunque así lo parezca por momentos en el documental Zubiak (“Puentes”, en español), el primer capítulo de la serie de Movistar+ “ETA, el final del silencio”.
El lazo que los une es un asesinato: el de Juan Mari Jauregi, exgobernador civil de Gipuzkoa y marido de Lasa.
Un crimen que ocurrió de verdad, a diferencia del que retrata “Patria”, la serie de HBO basada en la novela homónima del escritor vasco Fernando Aramburu, junto a la que ha devuelto a ETA al centro de la conversación.
El de Jauregi fue perpetrado hace 20 años, cuando él contaba con 48, por el comando que conformaban Etxezarreta y otros dos militantes dela organización separatista vasca, hoy disuelta, y que entre 1968 y su cese de la actividad armada en 2011 mató a 856 personas e hirió a centenares.
El asesinato
Para aquel sábado, 29 de julio de 2000, Jauregi tenía la agenda repleta de actividades sociales.
Así ocurría cada tres meses, cuando llegaba de visita a Legorreta, su pueblo natal en el País Vasco.
Residía ahora en Santiago de Chile, desde donde se desempeñaba como representante para Sudamérica de una empresa de venta al por menor en aeropuertos.
Era lejos de casa, tal como le habían recomendado por considerarlo en el punto de mira de ETA tras haber sido durante dos años (1994-1996) el subdelegado del gobierno de España en la provincia de Gipuzkoa.
“Dio igual. En cuanto puso un pie en Euskadi, la organización ya lo sabía“, le cuenta su viuda a BBC Mundo.
Aquella misma mañana, antes de partir hacia a su primera cita —un café con Jaime Otamendi, entonces director de informativos de la televisión pública vasca, en la vecina Tolosa—, Lasa lo acompañó al garaje.
A punto estaba de cerrarle la puerta cuando él le espetó: “He soñado que me matan”.
“Me lo dijo así, plas, y me quedé muerta. Le contesté lo primero que se me ocurrió: que era solo un sueño y que la mayoría de las veces no se cumplen… Y mira si se cumplió”.
A las 11:30 dos miembros del “comando Buruntza” —Luis Carrasco y Patxi Makazaga— entraron en el concurrido bar del frontón Beotibar y pidieron unas consumiciones.
Cuando acabaron, se acercaron a Jauregi, le dispararon por la nuca, salieron por la puerta principal, se metieron en el coche en el que los esperaba Etxezarreta y se fugaron.
Fue su primer atentado mortal como comando. Le seguirían otros tres, entre varios otros ataques.
“Vi una pistola, dos tiros, Juan Mari que cae al suelo… el teléfono que suena, la policía que no me deja cogerlo… en pocos minutos estamos solos, la ambulancia llega”, lo recuerda en pantalla Otamendi, quien lamenta el “error” de haberse citado por tercer sábado consecutivo en el mismo lugar, por las “pistas” que con ello pudieron haber dejado.
Lasa se enteró cuando su hermana la llamó al teléfono de casa. “Ha pasado algo, no salgas”.
Una amiga la llevó a Tolosa, pero a Jauregi, aún vivo, ya lo habían trasladado al hospital.
“No sé explicar en qué situación estaba, porque paré un coche y le pedí al conductor que me llevara a la clínica Asunción, cosa que hizo sin rechistar, y aún no sé quién fue”.
Allí la dejaron verlo. Acababa de fallecer.
“Estaba tumbado, como si estuviera dormido. Tenía la parte superior de la cabeza cubierta por una venda. Y un rictus de sonrisa, como si me dijera: ‘Me han matado, pero esta la vamos a ganar’“.
Los puentes
“A Juan Mari no lo matasteis por haber sido el gobernador civil, eso es una excusa”, le dice Lasa 20 años después a Etxezarreta en el documental, mientras comparten mesa y mantel en el local que en su día perteneció a la familia de su marido, hoy reconvertido en la sociedad gastronómica Bilkoin.
“Le mataron por tender puentes entre distintos, porque quería terminar con aquella historia (la violencia de ETA) y era consciente de que la situación era cada vez peor”, le explica a BBC Mundo.
“Eran cada vez más jóvenes los que ingresaban a la organización y no tenían la más mínima memoria histórica, lo que los hacía cada vez más manejables y radicales”.
Él mismo había sido miembro de ETA, “de la primera ETA”, durante el franquismo.
Siempre crítico con el uso de las armas y convencido de que una vez muerto Francisco Franco estas no tendrían sentido, dejó definitivamente la organización en 1972 y se unió al Partido Comunista, a cuyos líderes había conocido estando en la cárcel de Basauri.
Y en la década de 1980 se incorporó al Partido Socialista de Euskadi (PSE-PSOE), formación por la que, tras ser concejal de Tolosa, sería nombrado gobernador civil de Gipuzkoa.
“Rompió bastantes esquemas en el cargo”, recuerda la que fuera su mujer.
Lo hizo desde el mismo día del nombramiento, cuando pronunció parte del discurso de aceptación en euskera.
En los siguientes dos años se impuso como objetivo perseguir la actividad armada de ETA pero también acabar con la manga ancha de los abusos policiales, y se le reconoce haber facilitado la investigación y condena del primer asesinato perpetrado por los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), una agrupación parapolicial que practicó el terrorismo de Estado o “guerra sucia” contra ETA y su entorno entre 1983 y 1987.
“A quienes conocíamos su trayectoria se nos hacía muy difícil pensar que a Juan Mari pudiera ocurrirle algo“, le explica a BBC Mundo Lasa.
“Le veíamos, además, con tanta confianza”, dice, haciendo referencia a su decisión de no llevar escolta.
“Pero pasó lo que pasó, y a partir de aquello nada fue igual”.
La vida después
Lasa se quedó sin el compañero de “toda la vida”, la persona que más la había “influenciado”, con quien llevaba 25 años casada y compartía una hija, María.
“La nuestra era una situación muy especial, y aunque nos veíamos cada tres meses, hablábamos por teléfono todo el rato. Le llamaba varias veces al día para consultarle cosas de casa, de nuestra hija”, recuerda.
“Todo eso desapareció y me costó lo mío (asimilarlo). Había días que le llamaba al teléfono, a ver si contestaba. Fueron años muy duros”.
La violencia de ETA aumentó: rota la tregua proclamanda en 1998, en 2000 la organización llevó a cabo 23 atentados mortales.
Y también se intensificaron las medidas “antiterroristas” del gobierno, que conllevaron la ilegalización de las formaciones ideológicamente afines a ETA y la apertura de procesos a lo que se denominó el “entorno” de la organización separatista.
La tensión era palpable en la calle.
“Recuerdo que, durante las movilizaciones para condenar los asesinatos y exigir el cese de la violencia, en la plaza, se nos ponían delante y nos insultaban”, cuenta Lasa.
En ese contexto, en 2001 le llegó una oferta que la pondría en el ojo público con otro rol: el de encabezar la Oficina de Atención a las Víctimas del Terrorismo del Gobierno Vasco.
Pasaría los siguientes 11 años al frente de la entidad, asistiendo primero a quienes fueron blanco de ETA o perdieron a familiares a manos de ella, y más adelante también a las víctimas de los GAL o la extrema derecha.
Los encuentros
Ocupaba aquel cargo cuando se sentó por primera vez cara a cara con uno de sus victimarios.
Llegó a la Oficina una solicitud de Instituciones Penitenciarias, explicando que una serie de presos de ETA que habían manifestado públicamente su renuncia a la organización y al uso de la violencia —los acogidos a la “vía Nanclares”, también conocidos como los “arrepentidos”, “traidores” para el resto de militantes—, estaban interesados en reunirse con víctimas.
Uno de ellos había pedido juntarse con ella en particular. Era Luis Carrasco, miembro del comando que mató a su marido.
“Llegué a la cárcel con guardaespaldas”, dice Lasa. Era mayo de 2011.
“Iba tranquila, pero a él me lo encontré supernervioso. Hablamos durante tres horas, en las que manifestó continuamente que era malo, una persona mala”.
“Tenía la autoestima por los suelos, así que me tocó subirle el ánimo”, relata.
“‘Si pensara que eres malo, no estaría aquí'”, cuenta que le dijo. “‘Eres una persona valiente, porque me demuestras que no estás orgulloso de lo que has hecho y porque has pasado de ser un héroe a ser un traidor, con lo que eso significa en este pueblo'”.
“‘Hay que tener mucho valor’. Así me despedí de él”.
En 2014 vendría el turno de Etxezarreta.
Primero se encontraron en una casa de Navarra, con mediador, y allí él le planteó la posibilidad de acudir al encuentro que cada año hacen en Legorreta los amigos de Jauregi para recordarlo.
“Vino con un ramo de flores. Claveles, 13 rojos y uno blanco, y me dijo: ‘Estos 13 son por los años que han pasado desde que matamos a Juan Mari y el blanco es por el presente y el futuro’“.
Lasa cruzó las miradas con el mediador y, sin pensárselo dos veces, se montó en el coche de Etxezarreta y lo dirigió monte arriba, hasta el lugar en el que arrojaron las cenizas de su marido y hoy lo recuerda un monolito.
A aquellos les seguirían otros encuentros, en los que su relación se iría estrechando y hablarían de lo que ahora repiten en su conversación ante las cámaras.
“Cuando me dicen ‘le has pedido perdón’, lo que pienso es que lo que he hecho es imperdonable“, le comenta Etxezarreta a Lasa poco antes de terminar de comer, montarse en el coche y volver a prisión (condenado en su día a “centenares de años”, goza hoy de un régimen de semilibertad).
“Yo no te voy a decir si te perdono o no. Lo único que te voy a decir es que quiero darte una segunda oportunidad”, le contesta ella.
“Pensar que dos de las tres personas que mataron a Juan Mari están arrepentidas me reconforta. Sois los mayores deslegitimadores de la violencia armada“.
¿Y qué pasó con el tercero, con Patxi Makazaga?
“Lo he buscado… La verdad es que sería una buena manera de cerrar el círculo”.
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