- Jehovanny, Elías y los hermanos De Sousa, quienes desde niños han sido comerciantes, hablan de sus experiencias y dinámicas de trabajo en ese violento espacio del oeste caraqueño.
I
—¿Vas a Mersifrica? No te lo recomiendo —me había advertido Jehovanny.
Necesitaba un poco de paprika para darle su toque picantoso al chile mexicano que planificaba cocinar para el fin de semana. El único lugar a unos cuantos kilómetros a la redonda donde podía conseguir ese condimento era en Mersifrica, acrónimo de Mercados, Silos y Frigoríficos del Distrito Federal, C. A.
Con el fin de proporcionarle a la capital una infraestructura moderna, con espacios acondicionados debidamente para la distribución y compra de alimentos al por mayor, Mersifrica fue creada el 28 de septiembre de 1949. Tres años más tarde, se inauguró la sede física de Coche, bajo el mandato de Marcos Pérez Jiménez. El proyecto estuvo a cargo del arquitecto de origen austriaco, Carlos Blaschitz, quien también diseñaría los mercados de Quinta Crespo y Catia. “Para el momento de su inauguración se le consideró el exponente de las más altas condiciones higiénicas”, señala Ariamnei Pacheco en su tesis Propuesta para la descripción del subfondo de recursos humanos de Inmerca.
“Cuarenta años, según los estatutos, era el plazo de vida que tendría Mersifrica, salvo que sus accionistas decidieran prorrogar su existencia previo acuerdo”, escribe Pacheco, pero advierte en su investigación que los propósitos iniciales para la creación de Mersifrica paulatinamente se disiparon con el tiempo, ya que el mercado “se encontraba en una profunda crisis financiera y administrativa (…) razones que motivaron al alcalde Claudio Fermín a liquidar este espacio”, concluye.
El 15 de julio de 1991 Mersifrica pasó oficialmente a llamarse Inmerca, aunque 30 años después muchos parroquianos y trabajadores del Mercado Mayor de Coche le siguen llamando Mersifrica. Como Jehovanny, que a las 10:00 am regresaba de su jornada diaria en el Mercado Mayor.
—¿Buscas paprika? Yo tengo.
—¿Vendes también…? —pregunté sin ocultar mi sorpresa.
—¿Cómo crees que sazono las salsas de las empanadas? Llégate mañana a mi puesto. Mosca por ahí.
Zonas de Mersifrica
Dos elementos condicionan las dinámicas en Mersifrica. Sobrevivir es el primero de los dos. El caos es el segundo. Cualquier principio, código civil, derecho humano, asomo de legalidad, queda completamente anulado una vez cruzas las entradas a este espacio del suroeste de la ciudad. El tratado de libre comercio. La Constitución actual, la Constitución federal de 1931 de Gómez, el código hammurabi, las normas del buen oyente y el buen hablante o la regla que se nos ocurra queda sin efecto alguno apenas pones un pie en este mercado: tres hectáreas distribuidas en 16.000 metros cuadrados de construcción, donde encontramos las llamadas playas, zonas para el comercio entre mayoristas, transportistas y clientes en general; y 12.000 metros cuadrados de estacionamiento con capacidad para 200 vehículos. También en el Mercado Mayor hallamos agencias bancarias y restaurantes. Aunque se precisan sus límites y diversas salidas y entradas, desde hace años los buhoneros y bachaqueros, como tentáculos del mercado, se han esparcido e instalado en las aceras aledañas de la avenida Intercomunal de El Valle y La Calle Zea.
Como las esquinas de Caracas, los espacios de Mersifrica han sido rebautizados por los trabajadores. Los enumero: Zona Techada Nueva, Edificio C, mejor conocido como Sector Aristóbulo (denominado de esa forma porque Aristóbulo Istúriz cuando fungió de alcalde del municipio Libertador mandó a tumbar el galpón que estaba instalado en ese sector); La Herradura Caliente, zona vial donde confluyen la salida del Sector Aristóbulo y Plaza Central; Playa Pescado, Zona Estatua, donde antes había un monumento; Zona del Rayado (por la fisonomía del piso de concreto, conocida previamente como Naranja Vieja; Mata de Guayaba, El Segundo, El Tercero y el Edificio Central, donde funcionan las oficinas administrativas.
Caminar en Mersifrica
En Mersifrica caminar requiere condiciones físicas por encima de la media y un grado elevado de concentración zen. Vendedores con guacales en el mejor de los casos o manteles de cuestionable higiene sobre los que exhiben sus productos, el urgente tránsito de carretilleros, cargo importantísimo en esta intrincada cadena de comercio; niños correteando, la clientela en general o alfombras de frutas, vegetales descompuestos, conchas y desperdicios de diversa procedencia entorpecen el desplazamiento.
En cada metro cuadro se puede suscitar desde un improvisado ring de kick boxing callejero que incluya machetes, navajas y hasta tiros, o colisiones entre un auto particular con un camión cava. Como este ocurrido a pocos pasos de donde me encontraba.
La Rampa de Camacho es el nombre que se le da a la pendiente de concreto y asfalto que conecta con El Tercero. Allí llamó mi atención una diminuta señora septuagenaria que, con incomparable destreza, dueña de sí misma, se abrió paso entre carretilleros y cargadores de robustos sacos de zanahorias y papas. El semblante de la señora permaneció inquebrantable ante un panorama hostil que intimidaría al más osado explorador: la competencia, las ofertas y las moscas reñían por su atención. En sus gestos se evidenciaba todo el conocimiento que abriga sobre cada metro cuadrado de este mercado, además de las mañas persuasivas de los vendedores que le resbalaban, como si ya nada la sorprendiera. Por los momentos, ningún comerciante de esta área la convenció y, como una estratega ludópata, avanzaba, lentamente pero con empuje, entre la multitud, para, quién sabe, hallar la mejor oferta calidad/precio de ese ingrediente secreto que necesitaba para adobar su almuerzo.
—En El Cementerio se consigue todo más barato, pero cómo me voy para allá —musita al aire, con la seguridad de que alguien la escuchará y le dará la razón en silencio.
He aquí las imágenes del recorrido que realicé en El Tercero. En el minuto 3:09 se puede escuchar que alguien grita, obviamente refiriéndose a mí, “¡Quítale la cámara!”. Tomé el próximo atajo a la izquierda.
Pedro, trabajador del Mercado Mayor, me comentó: “Y te puede ir hasta bien en Mersifrica, vas, entras, haces tu cola y sales con lo que alcanzaste a comprar y alguno que otro producto que quizá sea más barato que en otros lugares. Pero para conocer a fondo Mersifrica, lo que sí están capacitados para hablarte de este lugar, no son otros que aquellos que trabajan en el Mercado Mayor de Coche”, asegura. “No es lo mismo ir a Mersifrica a comprar un kilo de queso o legumbres, o un saco de tomates para hacer salsas, que trabajar, vivir y sobrevivir en Mersifrica. Un cliente mío te puede decir, ‘sí, claro, yo conozco Mersifrica. Sé dónde se consigue la carne molida más barata y verduras de calidad al por mayor’. Acompañas a esta persona, te guía como un baquiano y, en efecto, conoce qué día llegan los pescados más frescos y cuáles negocios debes evitar porque a veces los puntos se caen, el dueño carece del mínimo sentido de la cortesía o, simplemente, los alrededores se encuentran oliendo a cloacas por no decir otro nombre. Aunque conozcas la ubicación exacta de tal o cual negocio, en realidad, este cliente asiduo a Mersifrica no la conoce realmente. Y sí, luego de aquel puesto de tomates, donde va aquel carretillero de franela amarilla, allí está el puesto de Jehovanny”.
Cargos
A modo de poética kafkiana, las jerarquías en Mersifrica compiten con el infinito. Aunque te llamen jefe y seas el jefe, alguien más te supervisa y el supervisor a su vez debe rendirle cuentas a alguien más que es supervisado.
Se puede establecer el siguiente catálogo de los oficios más comunes y fácilmente discernibles por su denominación:
Seleccionadores
Caleteros
Choferes
Despachadores
Contador
Fleteros
Receptor
Comprador
Recibidor (sic)
Área administrativa completa
Cafeceras
Carretilleros
Camioneros
Bachaqueros
Comerciantes de vegetales en las diversas playas.
En cuanto a los buhoneros, del rubro que sea, cada uno está debidamente entrenado para convencerte en tu primer intento de regateo. Como si los coach más reconocidos del merchandising los hubieran capacitado ante cualquier situación de la compra y venta, potenciando sus habilidades financieras, adiestrandolos en técnicas de dicción y vocalización hasta convertirlos en un híbrido entre tenores y locutores corporativos para cantar sus ofertas y finalmente persuadir a los clientes más indecisos o renuentes.
Luego de esta travesía me dije que ya era hora de buscar las paprikas y desayunar empanadas.
II
Los trabajos y los días
Jehovanny tiene 28 años de edad y 19 de experiencia en el Mercado Mayor de Coche.
—Primero trabajé con mi papá como caletero. Caletero significa arrumar los sacos; después como vendedor, después como chófer, y ya hoy tengo mi propio negocio. Prácticamente, pasé por todos los cargos.
De este modo, con seguridad y orgullo, Jehovanny resume su curriculum vitae:
—A los 9 años venía a acompañar a mi papá. Pero comencé a trabajar como tal, agarrando peso y jodiéndome como quien dice, entre los 12 y 13 años —recuerda con orgullo.
Si Jehovanny tallara un lema en un hipotético escudo de su apellido sin duda fuera este: “Lealtad – Constancia – Todo por la familia”. Se asume ferviente creyente en Dios, Jesucristo y la Virgen María. Y también su trabajo es otra forma de la fe: las empanadas de jamón y queso, mechada, molida, cazón, pernil, dominó, perico con jamón que se dejan leer en el menú de su local es un credo al desayuno, a la grasa sagrada con la que fríe el manjar que le da el sustento.
Elías, su fiel compañero de trabajo, interviene y completa el menú con la categoría Hidratación:
—Jugo, variamos mucho, tamarindo, mora, parchita, melón, lechosa y la especialidad del local: avena, sí, avena fría, lo que pasa que ahorita no tenemos, nuestra avena es brutal. La bebida estrella como quien dice.
Jehovanny pone todo su empeño para que la gente se sienta a gusto. No solo se preocupa porque las empanadas estén en su punto, también es cortés y diligente con cada cliente.
—La jornada más ruda es de domingo a lunes. Domingo a lunes significa que llego aquí a la 1:00 pm del domingo, y me voy a casa a las 9 o 10: am del lunes. Se tratan de 20 horas de trabajo continuo. O las horas que sean, con tal de cuidar a mi familia, mantener mi casa y carro y darme mis gustos.
Jehovanny recuerda con solemnidad aquel mediodía de diciembre cuando bajó la Santamaría de su local con una cifra Guiness. Desea profundamente otra mañana como esa.
—El 2 de diciembre de 2016 establecí mi récord en venta de empanadas: 3.850 empanadas en cinco horas laborales.
Hoy los tiempos son otros y también Jehovanny ha recurrido al rebusque y numerosas acrobacias del freelance con tal de redondear el sueldo. Enumera sus virtudes como si recitara las cualidades de su perfil de LinkedIn:
—Vendo pulseras, vendo relojes, vendo portachequeras, vendo gorras, un poquito de todo, los sanguches de pernil delivery, hago viajes en la pickup. El otro día, después de mis habituales 20 horas de trabajo, salí de aquí y fui a reparar el carro. Hice un viaje y me gané 30 dólares. Llegué a mi casa a las 6:00pm: 36 horas sin dormir.
El récord personal de Jehovanny en el rubro “Horas sin dormir” es de 40. De allí no ha pasado.
Tanto Jehovanny como cada trabajador de Mersifrica ha tenido que lidiar en estos últimos meses con una buena variedad de obstáculos.
—La compra de mercancía, el déficit de los billetes para el vuelto, dejo de vender porque no tengo dólares en sencillo, dejo de vender empanadas porque no tengo bolívares en efectivo. A veces el punto colapsa, no tengo punto, no tengo efectivo, paso una hora sin vender una empanada y eso es catastrófico.
Jehovanny fija su posición respecto a la bioseguridad: “Yo acato las normas, pero si la mayoría de la gente las acatara, todo en el mercado fuera más civilizado”.
Robos y sangre
Paradójicamente, las consecuencias de la pandemia no han sido las circunstancias más riesgosas por la que Jehovanny ha pasado en el Mercado Mayor. Recuerda con precisión infalible unos instantes que marcaron su vida para siempre:
—Nunca olvidaré aquel día. Estábamos despachando productos para La Guaira en la Playa del Pescado y nosotros tenemos los camiones allá. Como a 10 metros de nosotros se empezaron a caer a tiros. Cinco malandros contra otros cinco malandros. Después de la primera ráfaga, reaccioné, y abracé a mi viejo y nos lanzamos al piso, el socio de mi papá, el papá de Elías, estaba con nosotros y también se lanzó. La gente alrededor empezó a lanzarse al piso. Veía los cuerpos deslizarse hacia la tierra a medida que las detonaciones se reanudaban. Aquello fue bala para acá y bala para allá por un buen rato. Hubo como cuatro heridos. Tres o cuatro muertos ese día. Y eso fue aquí mismo, subiendo hacia donde tenemos los camiones. Aunque este evento ocurrió hace años, nunca lo voy a olvidar. Guerra entre malandros por peo de drogas.
María Gabriela trabajó entre 2009 y 2015 en las oficinas de Recursos Humanos de Inmerca. Allí tuvo acceso a miles de archivos entre expedientes de personal y documentos. “Según estos papeles, pude constatar que Inmerca da un gran aporte de dinero a la Alcaldía de Caracas, porque su función específica es la recaudación de fondos, los cuales se generan por las transacciones comerciales en este espacio”. Sin embargo, lo que más impresionó a María Gabriela no fue el aporte económico de este mercado:
—Otro flagelo que aquí campea a sus anchas es la droga. No olvidaré jamás una anécdota en la recepción de Inmerca en el Edificio Central. Fue hacia 2012. Un hombre fue tiroteado frente a la recepcionista. Los otros trabajadores que estábamos allí solo alcanzamos a escuchar los disparos. Una disputa por drogas que terminó en sangre. El individuo corría desesperado por su vida, buscando refugio y, en un descuido de la vigilancia, logró llegar a la recepción. La persona que lo perseguía lo alcanzó y acribilló allí mismo. A la chica de la recepción y otros compañeros de trabajo testigos del hecho, les dieron vacaciones y se les asignó un especialista para superar ese episodio.
A pesar de la presencia de las fuerzas del orden o vigilantes de Inmerca, los uniformados que intentan mantener a raya las irregularidades terminan imbuidos por los tumultos y las mafias. En el mercado toda autoridad posible se disuelve por completo.
A inicios de diciembre pasado, un carretillero de 23 años de edad, Junior José Montiel, quedó en medio de un fuego cruzado entre delincuentes y efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). Fue alcanzado por un proyectil y murió. Trabajaba en el mercado desde los 13 y dejó cuatro hijos. Anteriormente, a mediados de junio de 2019, otro carretillero, por razones difusas, también fue ametrallado. En julio de 2020, nuevamente a un carretillero de 38 años le dieron un tiro para robarlo.
Jehovanny, luego de atender un pedido, me comenta:
—Del cuento del último carretillero asesinado no sé mucho. Lo que sí sé es que uno de los chamos de por ahí robó una cafecera. A los dos días apareció muerto. Dos tiros en la cabeza. Debajo del toldo azul de la Rampa de Camacho, la primera línea de venta. De eso nunca la prensa habló. Aquí ocurren muchas cosas que no aparecen en las noticias.
Entre los mandamientos extraoficiales del Mercado Mayor de Coche, Jehovanny refiere uno:
—“No robarás a las cafeceras”. Transgredir esta regla es la muerte.
Elías, con sosegada calma, admite que sí existen ciertas reglas, códigos, mandamientos, que aplican personas que controlan el mercado, no precisamente del gobierno:
—“No tocar a una cafecera, mmm…”, lo dicho por Jehovanny sobre las cafeceras es una exageración, pero… “Aquí no se roba”, supuestamente… “No extorsionarás”, supuestamente… “No matraquearás”, supuestamente…
Justo en ese momento, llega un niño de ocho años. Jehovanny le da con cariño una empanada y un jugo. “Toma, papa”. Nos hace un ademán con la mano para captar la atención de Elías y mía. Le pregunta: “¿Dónde está tu mamá?”, el niño responde: “En la casa”. Jehovanny asiente con desaprobación. “Ven, lo que siempre digo, la culpa es de los padres”.
A diario, Jehovanny debe lidiar con la posibilidad de un atraco, el matraqueo, la intimidación de las autoridades, y algo terrible: las numerosas bandas infantiles.
—Los chamitos tienen entre 10, 12, 15 años, 20 el más viejo. Mira ese camión cava que viene allá —me indica alzando el brazo—, yo primera vez en mi vida, de pana, hace un par de meses, vi un chamito que no pasaba de 12 años abrir una cava como esa. Violó el candado, ¡imagínate la experiencia que tiene ese carajito robando! Yo no abro un candado. Aquella vez robaron como 10 pescados.
Jehovanny continúa, adopta un tono pedagógico:
—Observa ese otro camión. Uno o dos malandros se ubican frente a él. De ese modo, le obstaculizan el paso rápido, como una cortina. Otro malandro le habla al conductor, intenta distraerlo y al mismo tiempo busca la manera de taparle el retrovisor. Otros dos se encargan de robar la mercancía, claro, si obviamente no hay nadie atrás del camión, custodiándolo. Trabajo en equipo. Ese camión que acaba de pasar estuviera lleno y lo roban. En cuestión de 5, 10, 30 segundos.
Elías es hijo del socio del padre de Jehovanny. Nacido en Caracas hace 23 años y ya lleva 5 de experiencia. Desde muy niño acompañaba a su padre en las vacaciones, pero apenas comenzaban las clases, se retiraba de sus labores en el Mercado para estudiar. “Venía a aprender, a modo de curso de verano como quien dice”, recuerda Elías. “Cuando saqué el bachillerato a los 16, de inmediato me casé y ya tengo mi familia. Con Jehovanny trabajo desde hace un año, pero conozco el mercado desde niño”.
Elías suspira y dice con la voz apagada:
—Lo de los niños es grave. Es de lo más terrible de este lugar. En parte, culpa del gobierno también. Para comenzar, no debería haber niños aquí. Mira, cuando hablamos de hacer de todo, hablamos de que roban, te pueden hasta agredir, consumen drogas, mantienen relaciones sexuales entre ellos, niñas y niños, una buena cantidad los ves recogiendo en la basura o en los containers como si nadaran en una piscina.
Elías continúa:
—Además de pedir limosna o comida, que es lo de menos, todos están necesitados. Pero hay de todo, aquellos que se les ve en la cara la necesidad, como ese niño que vino hace rato, pero hay otros que tú los escuchas con palabrotas más grandes que ellos, los ves robándonos y luego tienen el descaro de venir a pedirte una empanada. Lo de los niños es deprimente. Se supone que son el futuro del país, y entonces ya uno se imagina qué es lo que viene.
Prostitución
Mersifrica es terreno para situaciones tan intolerables como la prostitución de menores de edad. Jehovanny habla de esto y su semblante se torna opaco, apesadumbrado y de pronto se enerva:
—Carajitas de 14, por un dólar, y los clientes: unos viejos sádicos, pedófilos de mierda. Si me topo con un un tipo de esos frente a mí, no sé qué haría. Eso se da más que todo en la Zona Techada.
Elías también interviene, se le notaba el desconsuelo amarrado a la mirada ante tanta penuria y violencia:
—El mercado, como muchas personas catalogan, es una cárcel abierta. Aquí tú ves de todo. De todo. Cuando te digo de todo, es desde un vulgar robo hasta prostitución, incluso infantil, asesinatos… —Elías es de contextura delgada y de movimientos pausados, habla y armoniza su testimonio como si estuviera ejecutando alguna técnica del yoga—. Aquí en el mercado, como dicen algunos colegas de trabajo, hay como tú quieras escogerlas, de 13, 14, 15, 16, 20, 25. Es muy triste porque hay muchachas bellas, simpáticas, pero se ganan el día así, la noche, y tienen su valor. Hay muchas que cobran $ 5, 2 dólares, $ 3, por hacerle un oral a alguien, y es algo que deprime. Ves una niña de 13 años, y te pones a pensar, porque tengo una hija que va a cumplir 5 pronto, ¡guao, por qué esto! Pero, como dice Jehovanny, ya eso viene por causa de los padres.
En relación con este problema, María Gabriela comenta:
—Si bien quedé impresionada por lo que se vive allí cada día, lo que ocurre de noche es algo completamente distinto, y peor, entre prostitución y venta de estupefacientes. Esto lo afirmo con base en un levantamiento que realizó en aquel entonces el presidente de Inmerca, Fidele Manrique. En esa ocasión consiguieron específicamente en el área de pescados, colchones camuflados que los usaban para trasladar chicas, en este caso niñas ofrecidas por sus propias madres a los camioneros.
Seguridad industrial o “la necesidad lo es todo”
Un año antes de la pandemia y buscando la manera de ganarse el pan, Teresa empezó a trabajar en un local de hortalizas en Inmerca. Sus funciones, en apariencia, eran sencillas: cobrar y pasar el punto de venta. Hoy recién acaba de cumplir 65 años y previamente trabajó por más de 30 años en el área de seguridad industrial y salud laboral para importantes empresas nacionales y transnacionales con sede en el país. Se conoce de pe a pa la Lopcymat, Ley Orgánica de Prevención, Condiciones y Medio Ambiente del Trabajo, que regula las condiciones de los trabajadores de una empresa en materia de seguridad y salud. Durante los meses que laboró en Inmerca sufrió paquetes chilenos, paquetes cocheros y observó detalladamente cómo en el Mercado Mayor se incumplían cada una de las normas que establece la Lopcymat, prácticamente inexistentes.
—¡Los cargadores en este mercado trabajan como montacargas humanos! —exclama realmente preocupada—. Se montan sobre sus hombros sacos y sacos de vegetales, yucas, de lo que sea, esfuerzo que al cabo del tiempo le destrozaría la columna a cualquiera sin importar lo robusto o físicamente ejercitado que esté. La posición que toman no me pasó desapercibida. Si cargan con el hombro derecho, con la mano de ese costado abrazan los sacos, mientras que con la izquierda se toman la cintura para aplicarse un soporte y equilibrar el cuerpo durante el traslado de la mercancía. Van caminando y gritan a todo pulmón, “peso, peso, peso”, señal para que los transeúntes se aparten. Es una tortura para las vértebras. Otros se colocan un cinturón, que más bien parece un instrumento medieval. Su uso se popularizó hace décadas atrás ya que las normas Covenin establecían que podías cargar hasta 20 kilos a la vez, siempre y cuando usaras ese cinturón ergonómico de seguridad de carga y descarga. Pero luego de estudios especializados, se determinó que los daños corporales desde la cervical hasta la columna eran mayores si se usaba, causando lesiones complicadas. Ya no se ve a nadie con ese cinturón, pero en Mersifrica está de moda. Arrastran los sacos con los pies, se montan los sacos sobre sus espaldas. Y allí llevan 60, 50, 70 kilos. Pero la necesidad lo es todo. Un cargador en Mersifrica por cada saco le pagan en promedio 3 dólares. En minutos gana un sueldo mínimo.
“En Mersifrica no se cumple ninguna norma, menos las de la Lopcymat. El mercado carece de advertencias de seguridad, rejas, barandas, caminerías, infografías de salidas o entradas, ni flechados. Ni siquiera en la zona de los bancos.
III
Matraqueo: “Todo es negocio en Mersifrica”
Jehovanny escucha la palabra matraqueo y apenas entrega un par de empanadas humeantes en una bolsa de papel Kraft, se gira hacia la esquina de la barra donde me encuentro conversando con Elías. Dice: “Porque todo es una mafia”. Se acerca:
—Fíjate que arreglaron y pintaron en diciembre la Puerta 2, y ya funciona perfectamente, pero solamente habilitan la Puerta 1 para que los carros entren y salgan solo por allí, de esa manera mantienen el control de quién sale y quién entra. Cada vez que va a entrar un camión, significa mira, dame $ 5, dame $ 2. Nada más te digo que ganan más que yo.
Sobre el matraqueo, los hermanos De Sousa, de una generación anterior, contemporáneos con el padre de Jehovanny, tienen mucho que decir al respecto:
—La guardia matraquea por un lado y hasta los mismos vigilantes por otro. Ese es el rebusque que hay. Ahora es que se forma cola, porque antes no la había para entrar. Si te bajas, entras, entras por el canal rápido —sostiene José, el mayor de los hermanos De Sousa, de 67 años de edad y, entre idas y regresos al negocio de la venta de hortalizas, acumula 40 de experiencia como comerciante—. Todo es negocio en Mersifrica. Desde la cola hasta la salida.
Roberto, el menor de los De Sousa, también está por llegar a sus 40 años de experiencia. En su caso, ininterrumpidos. Ha pasado más de la mitad de su vida en el mercado y ha sido testigo del progresivo desgaste desde finales de los setenta hasta la precariedad de hoy: “Ya tengo 57 y desde que era cachorro comencé con mi padre, al igual que mi hermano. Gobernaba Luis Herrera y cuando salí del liceo ahí mismo pegué con el mercado. Vendemos verduras y hortalizas al público en general y despachamos a los supermercados, empresas, restaurantes.
Sobre el negocio del matraqueo, Roberto agrega a lo dicho por su hermano:
—Por eso digo, las mejorías para el mercado siempre van a ser complicadas por las roscas, todo el mundo quiere su tajada, su monopolio, todos quieren plata. Antes la plata rendía. Igualita a la de la gasolina está esa madre de cola, llega desde aquí hasta mucho más allá de las Residencias Hipódromo o los bloques de la Chalbaud. Cuando llegas, te bajas de la mula. Pa’ los frescos, pero para los frescos ahorita es dólares. Y de pasapalo: la gasolina, como te decía, todo es dólar. Porque si un camión a flete desde Mérida antes te cobraba entre 400 y 500 dólares, ahora te cuesta el doble. Por los gastos de combustible, repuestos y cauchos, que también vienen en divisas. Y eso afecta el precio de los productos.
Volvamos al negocio de Jehovanny. Ya degustaba mi segunda empanada, esta vez de queso con salsa de ajo, justamente la que Jehovanny adereza con paprika.
Elías me habla de las pernoctas y las vacunas:
—Pernocta: funcionario de Inmerca que se encarga de cobrar las pernoctas a los camiones: un alquiler de un camión en el puesto, pero no en el puesto del estacionamiento propiamente, sino frente a su sitio laboral durante la noche. Vacunas: y no te hablo la del covid-19, de estas vacunas se encargan los mafiosos, o aquellos que dicen llevar el control del mercado. Y sí, aquí si tú no quieres que ellos mismos te roben, o que otros te roben, tienes que pagar una suma de dinero para ellos prestarte protección o, en todo caso, no te roben.
Después de escuchar esto, me atoré con la empanada. Elías me hizo un refill de jugo de mora.
Prosiguió:
—Son contados los camioneros que entran aquí y no pagan. Pero te puedo decir que casi todos pagan.
Después de decir esto, a Elías le tocó su turno de atender a la clientela. Y Jehovanny me habló de las posibles soluciones para mejorar las condiciones de trabajo del mercado.
—Aquí no se preocupan por el bienestar de la gente, si no en la plata que recogen, porque a este mercado entra tanta plata que se pudiera instalar un piso liso por el que tú llevaras tu carretilla. Instalar techo en los puestos, organizar a los buhoneros, cada quien en su lugar determinado, con su techo, para que todo el mundo estuviera de pinga. Aquí se mueve tanta plata que no tienes idea, pero todo eso va para los bolsillos de tú sabes quién.
Instrucciones para sobrevivir en el Mercado Mayor
Con todo lo que he reseñado hasta este punto de la crónica, es obvio intuir que José, como muchos trabajadores de Inmerca, anhela mejores condiciones de trabajo en el mercado. El mayor de los hermanos De Sousa sostiene:
—Está hecho un desastre. La venta ha disminuido. Yo soy mayorista y muchos clientes han dejado de ir a comprar. Prefieren consorcios como Macro, donde encuentran más seguridad. Y en cuanto a las medidas de bioseguridad, la gente no le para a eso. Se ponen el tapabocas al momento de cruzar la entrada, reciben la lluvia de antibacterial y luego se lo quitan sin más.
A esto, Roberto añade:
—Mersifrica ha cambiado —dice pensativo, como si en esa frase aglutinara sus cuatro décadas de experiencia—. Si existiera una red de ferrocarriles que transportara vagones llenos de alimentos, no sería tanto el gasto. Esas papas y esas cebollas que vendo se las compro a comerciantes que vienen de Colombia. Siempre los ha habido, pero ahora en mayor número. Cuando hay escasez, se vienen de allá para acá, imagínate el trote que se echan, más el pago de las aduanas y alcabalas, esto y aquello. ¿Te imaginas cuánto gasta un transporte de Colombia para llegar aquí? La calidad es buena. Ellos no van a venir de otro país a traer un producto de segunda. Tiene que ser de primera. Rodar tantas horas con un producto en malas condiciones no es rentable. Por otro lado, la comida escasea, no hay la abundancia de otros tiempos, no hay químicos, no hay semillas. Ojalá se acabe la pandemia y mejore todo. Y salgamos de esta otra “pandemia”.
Roberto aconseja:
—A la gente: que miren lo que compren. Que caminen. Eviten comprar alimentos tirados en el suelo. También hay quienes lo recogen del suelo, lo meten en un saco y luego lo llevan para un tarantín y allí se ponen a venderlo. Y porque es barato, lo compras.
Elías, aunque con menos experiencia, está claro y conoce cómo es la movida del mercado:
—Aquí son muchas las enseñanzas. Aprendes a trabajar de verdad. Aquí aprendes que las cosas tú las debes sudar. Maduras más rápido. Eres mayor de edad desde los 11 años. Aprendes a negociar. A montar un negocio. Y conoces a personas que, aunque tú no lo creas, te pueden cambiar la vida. Puedes conocer a alguien que el día de mañana te ofrezca un chance en una finca a las afueras de la ciudad, pero lo más importante que uno aprende aquí es a agradecer lo que se tiene.
De igual modo, Elías tiene algunos consejos:
—Si se trata de una persona que no conoce el mercado, no puede venir sola. Debe venir acompañada de un baquiano. No traer objetos valiosos. ¿Teléfonos? Guardaíto… Si vas a hacer una llamada, buscar un sitio, una esquinita. O acercarte a un restaurante para poder llamar. O escondido tal como lo tienes tú mientras grabas lo que digo.
La experiencia de Jehovanny y sus veinte horas diarias de trabajo lo facultan para dar consejos, tanto a clientes como futuros colegas:
—Me gusta mi trabajo. Y me ha hecho el hombre que soy. Materialmente no me llevaría nada de aquí, pero gracias a este espacio tengo lo que tengo. Si un buen día, sea quien sea, decide trabajar en Mersifrica, solo le recomiendo que empiece desde abajo y se porte bien. Debe tener confianza y ser constante. Al público en general, que tengan cuidado con los ladrones. Con los bolsillos. Por eso te lo decía, no te recomiendo venir para acá.
Jehovanny se despide, me hace señas de que ahora les toca atender a la clientela a dúo. Me entrega en una bolsa una buena cantidad de paprika.
—Mosca por ahí.
Esto es parte de Caracas y estamos en 2021. Mediodía de enero. En pocas semanas se cumplirá un año de aquel anuncio de los primeros contagios de covid-19 en el país. El cielo está despejado, el sol áspero y la atmósfera, como es habitual en el Mercado Mayor, tupida de olores tan densos que raspan las fosas nasales. Ante tantas adversidades, Jehovanny, Elías, los hermanos De Sousa y cientos de trabajadores, se ganan la vida mientras lidian con las peores condiciones laborales. Existe un riesgo distinto en cada esquina. Sin embargo, ellos no dan su brazo a torcer, se mantienen firmes, empecinados en sacar a sus familias adelante, en medio de una de las épocas más complicadas que ha atravesado el país.
Nota: los nombres de cada uno de los entrevistados han sido cambiados.