- Lo que algunos pobladores de la tierra del Orinoco aprendieron de niños hoy es la salvación de muchas familias que buscan garantizar el pan diario en sus hogares. Conozca la historia de tres hombres que se armaron de guaral y paciencia para retomar un oficio ancestral
Son las 5:00 pm de un día de mayo y en las riberas del Orinoco, por la zona de Playa Bagre, hay varias personas con sombrero de ala ancha y camisas manga larga, sosteniendo un hilo de nylon en sus manos. La mayoría son hombres, pero también hay mujeres y niños halando guaral en busca de algún pez que les permita saciar el hambre de su familia. Unos están de pie, otros esperan sentados, pero todos se muestran frente al majestuoso río con un semblante de paciencia para lograr una buena tarde de pesca artesanal.
En la última semana de marzo comenzó a caer la lluvia sobre la zona sur de Venezuela. Eso hizo que subiera el nivel de agua del Orinoco, por lo que hay más cantidad de peces para atrapar, aunque no se puede comparar con un ribazón. En estos días los peces que más se ven son el bagre, la sierra, el rayado y la corvina, mientras que en ribazón aparecen peces más apetecidos como el bocachico, el bocón y la sapoara. Y esto es lo han sabido aprovechar los pobladores de Amazonas, quienes logran proveerse de un alimento con alto grado nutricional.
De acuerdo con la nutricionista Reina Mikuliszyn, miembro del equipo social del Vicariato de Puerto Ayacucho, la mayoría de los pescados son ricos en proteínas y bajos en grasa. Agregó que en la dieta de los amazonenses es tradicional su consumo. “El pescado se puede preparar asado, en sancocho, ajicero, salado, frito, pisillo o pilado”, indicó para El Diario.

El Orinoco y sus bondades
Edgar Dacosta, de 35 años de edad, es docente de Educación Física en un liceo bolivariano. Pero como muchos venezolanos, tuvo que resolver con otros oficios el modo de subsistencia para él y su familia.
Así fue como retomó la pesca artesanal que le enseñaron sus parientes desde la infancia. “Es una experiencia muy bonita. Yo agradezco a los tíos, quienes desde niño me mostraron cómo se agarraba un guaral, cómo se armaba un anzuelo. Ahora, en vista de la situación que se vive en el país, nos hemos visto obligados a retomar esta actividad. Aparte de pasar un rato en el río, también es el sustento de la familia”, reveló para El Diario.
Por su parte, Menare Márquez tiene 69 años de edad, y como buen indígena del pueblo Baniva, proveniente de San Carlos de Río Negro, también aprendió un oficio ancestral. Sin embargo, una vez llegó a Puerto Ayacucho, se dedicó a trabajar como maestro de obra, pero la crisis económica lo llevó a retomar la pesca.
“Regresé a la pesca artesanal por la necesidad, por la pandemia que está afectando a todo el mundo. Yo era maestro de obra, trabajaba en albañilería. Esa era la profesión mía. Después que llegó la pandemia, llegó el gobierno y se acabó esto”, sostuvo el hombre para El Diario.
A Jesús Gómez, de 42 años de edad y perteneciente al pueblo indígena Baré, desde hace un par de años no le alcanza el sueldo que percibe como obrero del Ministerio de Educación. Una situación que con la pandemia se agudizó, por lo que decidió regresar a una labor heredada para llevar el sustento a su casa.
Gómez es el jefe de una familia de siete miembros: su esposa, tres hijos, una nieta y su yerno. De allí que la mayoría del pescado que atrapan es para consumo propio, “para la casa”. Detalló que “el sueldo no alcanza para comprar ni un arroz. Eso me llevó a taxear, pero con el taxeo uno acaba la moto, no da para casi nada. Y si uno compra pescado, se consigue carísimo. En cambio, pescándolo uno mismo se resuelve más la situación”.
Para estos pescadores, el espumoso Orinoco es una bendición que tienen en Amazonas y que otros estados de Venezuela desearían.

Un día de pesca artesanal
Una buena pesca se basa en llevar el material suficiente y tener paciencia, sobre todo cuando se pesca con guaral (hilo de nylon de varios metros y en la punta se coloca un anzuelo hecho con plomo, para dar el peso necesario en el río).
Por eso es que en la preparación estos hombres reúnen el dinero necesario para comprar el carrete de hilo nylon, cuyo valor está entre 5.000 y 8.000 pesos por 100 metros (entre 1,5 y 2,5 dólares). “Lo primordial es el guaral, que también es costoso, tenemos que trabajar para comprarlo. Además, el plomo para armar el anzuelo, y la carnada que usamos son las lombrices que conseguimos en tierra negra”, precisó Dacosta.
Dacosta se reúne a las 2:00 pm con sus vecinos, y ahora compañeros de pesca, en el barrio Cataniapo, en la zona centro de Puerto Ayacucho. De allí, caminan unos 20 minutos hasta Playa Bagre, en donde se instalan en algunas de sus grandes piedras, con el propósito de llevar unos cuantos pescados a casa. En esa faena pueden estar hasta las 8:00 o 9:00 pm.
“Cuando realmente hay pescado, que está pasando, uno lo que hace es pasar el material y en menos de diez minutos se pesca. Pero cuando en realidad no hay, lo que se hace es lanzar el material al agua y esperar como media hora para agilar un pescado”, contó Edgar Dacosta.
Algunos de los pescadores también salen en curiara (bote pequeño) hasta un poco más adentro del río para lograr una mejor pesca. Pero este no es el caso de Jesús Gómez, quien comentó que como él no tiene curiara, en ocasiones debe nadar de una piedra a otra para encontrar el mejor punto y también le toca lanzarse al agua cuando el guaral se enreda con otro.

Para Manare la jornada de pesca muchas veces es de un día para otro. El grupo con el cual pesca tiene su embarcación y prefieren hacerlo de noche, pues asegura, pasan más peces. Por ello, su rutina incluye llevar los utensilios de cocina y algo para acompañar la comida.
“Preparamos para llevar el mañoco (harina de yuca), el ají, la perola. Y allá más adentro se hace el rancho con un plástico. Llevamos la atarraya, los guarales y las mallas que son necesarias. Comemos un asadito del pescado que se pesca, el pequeño, porque el grande se deja para la venta”, acotó el de mayor edad de este grupo de pescadores.
Hay jornadas en las que obtienen suficiente pescado, que pueden almacenar por un par de días. Pero hay otras en las que los peces se esconden y deben ir casi a diario para proveer el alimento a sus hogares.
De la venta y el trueque
La pesca se presta para mucho: la venta, el intercambio y el consumo propio. Este grupo de pescadores se mueve en cualquiera de estas modalidades, solo que la venta no la toman como un trabajo cotidiano sino que acuden a ella para completar los acompañantes de la proteína.

“Una parte de la pesca la usamos para consumo propio y la otra para la venta. A veces se necesita comprar mañoco, casabe, ají. Esa venta la hacemos en pesos y soberanos”, precisó Gómez.
Manare por lo general llega con más pescado de su faena por el río. Los pescados grandes los deja para la venta y los pequeños para su hogar. “A veces se traen como 6 pescados, unos 20 kilos. Eso es lo que se vendeu0022, reveló. El kilo del pescado más económico está en 2.500 pesos colombianos, unos 2.500.000 de bolívares.
Añadió Manare que lo que se vende es para para “comprar el mañoco, el arroz y las cosas que le hagan falta a uno. También hay personas que cambian por espagueti, plátano, piña, topocho, aceite”.

El punto común que une a estos hombres es que la pesca es un oficio ancestral que aprendieron de sus abuelos, padres o tíos; ha ido pasando de generación a generación. En estos tiempos de crisis, decidieron aferrarse a lo que conocen y aprovechar las bondades del “río padre”.
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