• La producción intelectual de la isla es reconocida en todo el mundo y en los últimos 60 años varios escritores, intelectuales y artistas han sido perseguidos por el régimen castrista 

La literatura cubana es conocida como un archipiélago intelectual. La creación literaria ha sido consecuente con los años y, más allá, con la represión del Estado. José Martí, uno de los más reconocidos autores de la isla, es un precedente para la crónica, el ensayo y la poesía de los últimos siglos. En los años siguientes, con la llegada de la Revolución, muchos auparon el arribo de la nueva vida, pero el desengaño ocurrió con un golpe de mandarria. 

Muchos escritores han demostrado su rechazo directo a las acciones realizadas por el régimen castrista. Su disidencia intelectual y el cuestionamiento constante los ha llevado, incluso, a la muerte y la prisión. Estos han dejado una obra para demostrar lo vivido y establecer un registro literario ante los aparatos represivos de un Estado que comenzó como la promesa máxima, en la época de la inocencia, y se transformó en el rostro oscuro de la violencia dictatorial. 

El caso de Heberto Padilla y Huber Matos

Uno de los primeros casos reconocibles de represión intelectual y cerco ideológico ocurrió en 1971 contra el poeta y catedrático cubano Heberto Padilla. Ese año fue encarcelado por la lectura del poema “Provocaciones” en el recital de la Unión de Escritores. Este caso se hizo conocido en todos los ámbitos intelectuales del continente y varios escritores que habían dado su apoyo absoluto a la revolución firmaron una carta para la liberación de Padilla y su esposa. Muchos críticos entienden este momento como un quiebre entre la intelectualidad latinoamericana y la Revolución Cubana. 

Los escritores cubanos perseguidos por el castrismo
Foto: Heberto Padilla y Roque Dalton

La carta fue firmada por Julio Cortázar, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Alberto Moravia, Octavio Paz, Juan Rulfo, Jean-Paul Sartre, Susan Sontag, Mario Vargas Llosa, entre muchos otros. Luego de 38 días encarcelado en la prisión de Villa Marista, Padilla presentó una carta titulada “autocrítica”, en la cual hace reparo de su poemario anterior, aquel considerado por el régimen como “actividad subversiva”. Para muchos intelectuales, incluso para el propio Padilla, esa carta final fue una obligación del régimen y una parodia.

El poeta venezolano Igor Barreto escribió en su artículo “Un recuerdo del caso Padilla y sus libros Fuera de juego y Provocaciones” que: “Lo cierto es que a Padilla lo transformaron en un ‘Caso’ que contenía, como si fuera una matrioska, otros Casos: la infame carta de Julio Cortázar, el silencio de García Márquez, y de mucha de la intelectualidad latinoamericana. Hay quien habla de una supuesta ruptura a partir de este momento entre los intelectuales y la Revolución Cubana, aunque lo ocurrido en realidad es que una gran parte de la izquierda intelectual optó con obediencia por un militarismo endógeno”. 

Para muchos la encarcelación por un poemario fue inadmisible y su separación fue tajante. La antes utopía revolucionaria e intelectual se había transformado en una dictadura reconocible. Sin embargo, otros, incluso firmantes de la carta, continuaron con su apoyo al régimen castrista. 

Asimismo, otro de los casos de encarcelamiento por ideas y cuestionamiento es el del escritor y revolucionario Huber Matos. Fue un escritor y profesor que se convirtió en un dirigente de la revolución con su descampado militar y su fusil. Sin embargo, en 1959, en el mismo año que Fidel Castro caminó por las calles de La Habana proclamando su victoria, Matos fue encarcelado y sentenciado a 20 años de prisión.

Los escritores cubanos perseguidos por el castrismo

Huber Matos había demostrado su negativa al rumbo comunista y marxista que estaba tomando el gobierno revolucionario. Entonces, se convirtió, de alguna manera, en un disidente ante las ideas de Fidel Castro y el “Ché” Guevara. Dio discursos contra la reforma agraria y en septiembre de 1959 escribió: “La influencia comunista en el gobierno ha seguido creciendo. Tengo que dejar el poder tan pronto como sea posible. Tengo que alertar al pueblo cubano en cuanto a lo que está sucediendo”.

Luego de esto, Fidel no aceptó la renuncia de Matos, sino que en un mitin público lo acusó de sedición y mandó a Camilo Cienfuegos para encarcelarlo. El mismo día del arresto Fidel Castro preguntó ante la muchedumbre si era necesario ejecutar a los disidentes. La gente gritó: “Paredón”. El “Ché” Guevara y Raúl Castro apoyaron la moción. Sin embargo, Huber Matos no fue asesinado. Después de su liberación en 1979 escogió el exilio y siguió denunciando las atrocidades del régimen. En su libro Cómo llegó la noche Matos narra lo ocurrido en el año de su encarcelamiento y lo vivido en la cárcel.

La persecución por las preferencias sexuales

Existen tres nombres en la literatura cubana que se hacen imprescindibles para analizar el archipiélago intelectual de la isla. Estos son: José Lezama Lima, Reinaldo Arenas y Virgilio Piñera. Los tres fueron, al principio, colaboradores de la revolución y participaron de la algarabía de los primeros años. Sin embargo, en la década de los setenta la persecución hacia los homosexuales aumentó y estos  literatos se vieron asediados por el régimen.

José Lezama Lima es una de las voces más importantes de la poesía latinoamericana y el creador del neobarroquismo cubano, seguido por Piñera y Arenas, pero fue sentenciado al aislamiento social por su abierta homosexualidad. La publicación de su novela Paradiso en 1966 generó incomodidad en el régimen castrista porque, según ellos, tenía contenido homoerótico. Lezama murió en soledad en 1976. 

Los escritores cubanos perseguidos por el castrismo
Foto: José Lezama Lima

Por su parte, Virgilio Piñera sufrió la persecución homófoba del régimen y, en ese momento, comenzó su disidencia. Al igual que Lezama Lima fue empujado al olvido por su abierta homosexualidad. En los últimos años de su vida, el escritor que había recibido el premio Casa de las Américas en 1968, fue condenado a un fuerte ostracismo social. Murió en 1979, tres años después que Lezama Lima.

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Foto: Virgilio Piñera

El relato de Reinaldo Arenas es un testimonio cabal de la disidencia cubana. Fue perseguido por su escritura y su homosexualidad. En sus palabras, se convirtió, por la tortura del régimen, en una no-persona, sin identidad ni asidero. Mientras su obra era publicada en el extranjero y traducida a decenas de idiomas, él, por su parte, era un indigente en Cuba.

Reinaldo Arenas, como todos los demás, apoyaron en un principio a la revolución. Sintió en ese proceso una esperanza ante la crudeza del militarismo de Fulgencio Batista y su pobreza familiar hizo que, de alguna manera, creyera en la redención del futuro revolucionario. Sin embargo, en la década de los setenta comenzó la persecución del régimen ante todo tipo de disidencia y, sobre todo, ante la libertad sexual de los individuos. 

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Foto: Reinaldo Arenas

En 1973 lo acusaron de abuso sexual. Arenas escapó al campo cubano e intentó salir de la isla, pero lo atraparon y encarcelaron en la prisión El Morro. Los años de su condena los narra en su autobiografía. Luego, fue liberado en 1976, pero sufrió el rechazo de los círculos literarios y la persecución totalitaria del Estado. En 1980 logró escapar de Cuba por un decreto especial, pero el exilio, más allá de un alivio, fue una larga pesadez. 

En 1990 murió en un pequeño apartamento de Nueva York, enfermo de VIH, y escribió en su carta de despedida el nombre del único culpable de sus desdichas: “Pongo fin a mi vida voluntariamente porque no puedo seguir trabajando. Ninguna de las personas que me rodean están comprometidas en esta decisión. Solo hay un responsable: Fidel Castro”. 

La escritura en el exilio 

El centro de escritores cubanos en el exilio se encuentra en Florida, Estados Unidos. Este lugar es un encuentro para todos los escritores e intelectuales que han mantenido su oficio fuera de la isla. Todos han continuado su escritura, pero algo reconocible en los exiliados es la pesadez de su alma que, como es de esperarse, se ve reflejada en su obra.

Uno de los escritores más reconocidos de la narrativa cubana es Guillermo Cabrera Infante. Sus novelas Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto son representativas de la literatura latinoamericana en la segunda mitad del siglo XX. Eso lo llevó a ganar el Premio Cervantes en 1997 y 2003. 

Cabrera Infante comenzó a diferenciarse del régimen castrista a mediados de la década de los sesenta. Al principio, fue nombrado como director del Consejo Nacional de Cultura y editor del suplemento literario llamado “Lunes de revolución”, pero en 1960 las relaciones entre el intelectual y Fidel Castro se deterioraron por el estreno del cortometraje documental “P.M”, dirigido por Orlando Jiménez Leal y Alberto Cabrera Infante, su hermano.

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Foto: Guillermo Cabrera Infante

Este cortometraje mostraba las formas de esparcimiento de la sociedad cubana. Eran imágenes sueltas de fiesta caribeña, pero para el régimen era una muestra de la banalidad burguesa que se mantenía en la isla. Castro censuró el cortometraje y mandó a Cabrera Infante como diplomático en Bruselas en 1963. 

Regresó a Cuba en 1965 por una emergencia familiar y lo apresaron durante cuatro meses. Al salir de la cárcel hizo todo lo posible para escapar a España. Luego, en el exilio, decidió mudarse a Londres por las facilidades migratorias. En esa ciudad falleció el 21 de febrero de 2005. 

El cuestionamiento de la literatura, como una libélula en el pensamiento, se transforma en una piedra en el zapato para los regímenes totalitaristas. En el caso cubano es importante reconocer el desengaño de los intelectuales. En un principio, todos vivieron la algarabía de la revolución, pero después, al poco tiempo, vieron el verdadero rostro del militarismo.

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