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  • El autor lamenta el estado de algunas de sus obras en Venezuela. Este año publica un libro sobre su vida en el arte. Cuestiona la superficialidad de la serie de Netflix sobre Andy Warhol

Baja el volumen de las noticias. “Son terribles. Las que llegan de Ucrania son espantosas”, comenta por teléfono Rolando Peña, quien conecta la transmisión de los canales de televisión a su tablet.

“Así me voy enterando. Las pongo de fondo. Son muchas las cosas que tengo que hacer”, sigue el artista plástico desde Miami, donde reside actualmente, pero donde espera no estar algún día. 

Es un lugar que dista mucho de esas otras ciudades en las que ha vivido, especialmente de Nueva York, ciudad a la que llegó en 1963 para estudiar en la Escuela de Danza Contemporánea Martha Graham. “Estuve becado. Fue la más importante y reconocida en esos momentos”.

Fue una época con cuyos recuerdos todavía convive, a la vez que añora ese futuro por el cual también se abre paso sin bajar la guardia.

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Rolando Peña: “Desgraciadamente no soy un artista comercial”
Rolando Peña: Foto: Rayma Suprani

Conocido como El Príncipe Negro, Rolando Peña es uno de los artistas plásticos venezolanos que no se ha amilanado ante las maneras de expresarte: la danza, el teatro, la escultural, el happening. Además, este año publica el libro Bienvenido a mi mundo del arte, su testimonio de una vida dedicada al arte

En los primeros cinco minutos de conversación evoca aquellos días de encuentro con figuras como Allen Ginsberg. “En esa época en Nueva York me mudé a una zona en la que había muchos cafecitos ucranianos, rusos, judíos y demás. Eran muy baratos. Cuando me levantaba temprano para ir a las clases de danza, me tomaba un café y coincidía con muchas personas de ese círculo. Recuerdo que a Ginsberg le mostré lo que se había publicado sobre el homenaje a Henry Miller en Caracas”.

Rolando Peña se refiere a Testimonio y homenaje a Henry Miller, una experiencia multimedia que llevó a cabo en 1965 junto con José Ignacio Cabrujas. “Me dijo que era impresionante. Entonces me presentó a Henry Miller. Se emocionó mucho. Dijo que era el primer homenaje que le hacían, además en un país que ni sabía dónde quedaba. Le contesté que en Suramérica y respondió que ojalá lo invitaran (ríe)”.

—¿Qué lo inspira en estos momentos?

—Tengo que aclararte que soy un curioso y optimista al 1000 %. Lo he sido toda mi vida. Eso me llevó a Nueva York y a darle la vuelta al mundo en tren, en colas, en avión; en todo vehículo que se mueva. Me interesa la vida, la gente. Sigo trabajando todos los días con el pensamiento. Escribo cosas, las apunto, afino ideas para futuras instalaciones y performances. Mi actividad cada día es más fluida. Claro, también más privada.

—¿Cómo es más privada?

—A mí nunca me gustó Miami. Venía por asuntos importantes a los que tenía que asistir. Es una ciudad grata para vivir. Siempre pensé que era para la gente de cierta edad que se quería retirar. Hablo de una época en la que era muy barata, pero ahora es casi tan cara como Nueva York. Vivo acá con mi mujer, Karla, mi ángel. Es una persona maravillosa. Tengo cinco años con ella. Por primera vez siento que jamás me había enamorado tanto como con ella. La idolatro. Es una directora de arte y diseñadora que se ha convertido en mi cómplice. Creo que las relaciones deben ser de complicidad. No solo es irse a la cama por sexo, que es muy importante, sino que también está el amor, el compartir. Eso me pasa con ella. Trabajo de forma privada porque Miami no es feedback, como ocurría en esa época en Nueva York.

—¿Y cómo se desenvuelve en ese contexto? ¿Cómo influye en usted?

—Recuerda que estuve muchos años en París, así como en Madrid y Valencia, la ciudad que más quiero en el mundo. Ahí me hicieron mi primer gran homenaje en vida. Fue en 1999. Pienso irme a vivir para allá. Quiero morir en Valencia, ser enterrado en ese lugar. No sé cómo hará Karla. Como a ella le llevo 30 años, será la encargada de enterrarme o cremarme. Siempre se lo digo. (Piensa). Bueno, Miami no es una ciudad de feedback en el arte. Puedes encontrar la feria Art Basel, que es una vez al año. Han abierto cientos de ferias similares. La mayoría muy malas y mediocres, pero hay una que otra. Está Pinta Miami, dedicada a Latinoamérica. Cumple su cometido. No está mal. Luego encuentras Untitled, pero se ha comercializado mucho. Ha perdido esa cosa bonita de romper. Yo sigo siendo un artista contestatario. Me interesa ir más allá de lo convencional. Modestia aparte, siempre he sido un pionero. Cuando hice el homenaje a Miller, fui pionero. Cuando realicé en los sesenta los fotomatones, que son el padre de los selfies, fui pionero. Todo eso se acaba de exhibir acá en Miami en la exposición A Matter of Perspective en ArtMedia Gallery. Estuvo tres meses. Había mucho público. Fue un gran éxito. Sigo sacando todo eso, de esa época tan importante entre los sesenta y setenta. Sigo trabajando el petróleo como fuerza buena y diabólica. Soy un artista conceptual y ecologista. No me considero un artista político, aunque haga denuncias de cosas que no me parecen. A la política le tengo mucha reticencia.

Rolando Peña: “Desgraciadamente no soy un artista comercial”
Rudolf Nureyev, Rolando Peña y Erik Bruhn en Nueva York en 1966

—¿No surge la necesidad de serlo o simplemente lo evita?

—Me planteo la política de otra forma, así como la vida. La política ha sido encasillada entre nomenclaturas absolutamente detestables; todo eso de derecha e izquierda. A mí me interesa la justicia. No importa en qué partido estés, pero debes hacer el bien y crear cosas positivas para los demás. Por ejemplo, el problema en Latinoamérica es la educación, la ignorancia. Entonces, estamos sumidos en esa rocola infame de derecha e izquierda. Claro, hay una izquierda interesante. En el fondo pertenezco más al humanismo vinculado a cierta izquierda muy antigua. Coincido con Teodoro Petkoff, que militó en el Partido Comunista de Venezuela y se dio cuenta que todo eso era una mierda. Tiene un libro muy bueno en el que habla de la otra izquierda. Las cosas cuando se anquilosan no tienen sentido. Eso ha pasado con la izquierda. Toda esa brutalidad y primitivismo que impera en Latinoamérica. Eso es lo que vemos con esta gente, con Chávez y ahora Maduro. Ya ni son de izquierda. Descubrieron otra cosa. En el fondo, en la mayoría de los países de la región hay un lavado de dólares.  

—Me comenta que es un artista que va más allá de lo convencional. ¿Qué es lo convencional en estos momentos?

—Las ferias de arte se han transformado en mercaduchos. Puede aparecer una que otra propuesta interesante, que va más allá de lo comercial. Claro, a la vez creo que el arte comercial debe existir. Uno debe vender su arte. Desgraciadamente no soy un artista comercial. De vez en cuando vendo una instalación, una obra grande. De eso vivo. Me doy cuenta de que mi arte no interesa tanto a ciertos coleccionistas. Quienes muestran interés son personas muy preparadas y con una visión distinta del arte. Mi ADN creador, sin yo desearlo, me aparta de todo eso que está muy aceptado. Ahora, también es cierto que en este momento de mi vida no critico prácticamente nada. Solo ciertas cosas que no me parecen justas o correctas. Prefiero dejar a cada quien con su propia conciencia, que cada quien decida lo que realmente quiere. Soy libertario al 100 %. Creo en todas las libertades.

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—Cómo ha cambiado su interpretación estética sobre el petróleo?

—Ha variado. Al comienzo era mucho más contestatario, agresivo. Con los años, he llevado el petróleo a otros lugares como el espacio o la materia oscura. Mucha gente no lo entiende, pero es parte de mi evolución. Creo mucho en eso. El petróleo sigue siendo una fuerza por un lado positiva, pero por otra, mayormente muy negativa. Las corporaciones le han dado muy mal uso. Mucha gente se hace millonaria con el petróleo. Si se hubiera usado de una manera más convenida, no habría hecho tanto daño, como ha pasado ecológicamente. Es lamentable. Me alegra que busquen fuerzas alternativas de energía. Eso tomará tiempo. Seguirá jodiendo. Mira todo lo que está pasando en Ucrania por un miserable como Vladímir Putin. En Venezuela usaron el petróleo como un arma de guerra. Por fortuna existe el arte para librarnos del horror de la verdad y la mentira.

—¿Cómo evalúa su lugar en la historia del arte venezolano?

—Diría más bien que en el arte internacional. Soy el primer artista que usó muchas cosas y que desarrolló un trabajo extenso sobre el petróleo. Espero que algún día lo reconozcan. Siempre he sido un pionero. Venezuela es mi país. Tengo raíces muy fuertes allá, gente con la que me formé y a la que le debo mucho. El Techo de la Ballena se fundó en el garaje de la casa de mi madre, en El Conde. Yo era muy joven. Me crié viendo a Adriano Gonzáles León, Salvador Garmendia, Rodolfo Izaguirre, Gabriel Morera.  Le debo mucho a Venezuela tanto como a Nueva York.

¿Cómo se encuentran sus obras en Venezuela?

—Sé que están en mal estado. La obra que está en la plaza Mene de Bello Monte se encuentra prácticamente destruida. La del metro de Caricuao creo que se mantiene más o menos. Sé que está baleada por todas partes. En Venezuela hay muchos personajes que se echan unos palos, y no encuentran cosa más graciosas que dispararle. Imagino que estos Juan Charrasqueado lo verán como un tiro al blanco. Sé que han destruido obras de Jesús Soto y de Carlos Cruz-Diez. Tenemos un problema cultural muy fuerte. Al desgobierno no le interesa el arte. Solo quieren saciar sus profundos resentimientos.

—Imagino que es inexistente la comunicación con los museos venezolanos

—No existe. A la gente de los museos le tengo mucho respeto. Son héroes. Personas que han trabajado con un gran valor para mantenerlos a flote. Figuras como Sofía Imber, María Luz Cárdenas, María Elena Ramos, Bélgica Rodríguez, Oswaldo Trejo y Miguel Arroyo, el gran museógrafo de Venezuela y de América Latina. Hay muchos nombres. La Asociación Internacional de Críticos de Arte de Venezuela se mantiene. Me hicieron una entrevista hace poco, muy buena, muy bonita. La gente que se mantiene haciendo cultura son héroes, Siento un profundo respeto.

—Sé que no le gustó The Andy Warhol Diaries, la serie documental sobre Andy Warhol en Netflix

—Me pareció muy superficial. Tuve el chance de haber sido muy cercano a Andy entre los sesenta y principios de los ochenta, su mejor etapa. Momentos cuando incluso hizo ese cine de ruptura con películas como El beso, con Marisol Escobar. También está Cuatro estrellas, esa película de 24 horas en la que hice un happening. Hay muchos elementos de su vida que son importantes, pero no aparecen ahí. Entiendo que es el diario, que comenzó a escribir después de que la loca psicópata (Valerie Solanas) le diera tres tiros que lo dejaron muy mal. Entonces, comienza este diario. Está bien, pero creo que los productores y directores hicieron una cosa muy superficial, Lo importante aflora poco. Por ejemplo, Marisol Escobar prácticamente no aparece. Aparezco en una foto junto con Jean-Michel Basquiat, a quien yo descubrí prácticamente. Fue en un curso que di sobre arte contemporáneo. Nos hicimos amigos. En cierta forma, se lo llevé a Warhol, quien lo adaptó y patrocinó. Me pareció lamentable que no hayan usado esa potencia de uno de los artistas más importantes del siglo XX y de lo que va del XXI. Lo digo de frente y no me queda nada por dentro. Por la fotico donde aparezco, me han llamado de todas partes. Me quedo asombrado. Pero así va el mundo, maestro, superficial por todos lados.  

Rolando Peña: “Desgraciadamente no soy un artista comercial”
En una de las escenas de Cuatro estrellas de Andy Warhol

—¿Considera que el público venezolano se ha desvinculado de sus artistas plásticos?

—Muy poco. Una minoría muy menor. En Venezuela han pasado cosas lamentables, como estos oportunistas que se han arrogado el título de críticos de artes o curadores. Gente mediocre. Claro, hay que sacar a unos pocos, pero varios de ellos han tergiversado lo que es el arte para alimentar unos egos subdesarrollados. No hay nada peor que un ego subdesarrollado. Los egos son un horror, pero los subdesarrollados son peores. Son ignorantes y vienen acompañados de mucha maldad. Sin embargo, hay un arte joven venezolano muy interesante.

 —¿A quiénes nombraría?

-Mira, están José Antonio Hernández-Díez, Javier Tellez o Meyer Vaisman, pero no viven allá. También hay un curador fundamental que es Humberto Valdivieso, profesor de la UCAB. Chico, él ha sido un visionario. Más que curador, es visionario. Se dio cuenta de muchas cosas. He colaborado con él. Mi libro, que está en Amazon, tiene un prólogo escrito por él. Libro sobre toda mi obra, diseñado por Karla Gómez, mi esposa, mi ángel. La gente que hace arte en Venezuela son héroes. Los políticos están más enredados. Cayeron en un agujero negro infinito. Hay unos buenos, gente joven que trata de crear otro país.

—¿Qué es el arte?

—(Ríe). Eso me lo preguntaron la otra vez durante la presentación de la revista About Images de la galería donde expuse hace poco. Dije que el arte no tiene explicación. El arte es algo inexplicable. Para mí es un aroma, es algo que no se ve, pero está en todas partes, como las moléculas que nos rodean en este momento. El arte es eso. Me ha apasionado desde joven. El arte es una gran pasión, es una toma de conciencia, es un reto de vida. Lo aceptas o no. El reto del arte lo acepté hace mucho. Es como caminar por la cuerda floja sin malla protectora. Eso me llena de mucho orgullo y satisfacción. 

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