• El artista viene de participar en Venecia. Acaba de inaugurar una exposición en Caracas y sus obras actualmente se exponen en Londres. Quiere dar talleres en Puerto Ayacucho, donde también prevé organizar una muestra. Foto principal: Beatriz González

“Soy artista yanomami, del Alto Orinoco. Amazonas. Venezuela”, así se identifica Sheroanawe Hakihiiwe en su perfil de Instagram. Es un lunes lluvioso en la galería Abra, Caracas. Está en la sala de exposiciones, donde revisa cada uno de los cuadros de Parimi Nahi (La casa eterna del chamán), la exposición abierta desde el 24 de septiembre en la institución ubicada en el Centro de Arte Los Galpones.

No mostraba sus obras en ese lugar desde 2017. Mucho ha ocurrido desde entonces. Unas cuantas exposiciones internacionales, y en el primer semestre de este año estuvo en la Bienal de Venecia. “Muchos artistas en la exhibición imaginan nuevas y complejas relaciones con el planeta y con la naturaleza, sugiriendo formas sin precedentes de coexistir con otras especies y con el medio ambiente”, escribió Cecilia Alemani, curadora de la muestra italiana que se realiza desde el 23 de abril hasta el 27 de noviembre.

Se le sale la contentura cuando habla sobre eso. Es poco expresivo, pero su mirada se enaltece cuando rememora su paso por otros países, las personas que ha conocido, y lo que allá ha encontrado.

No solo estuvo en Venecia, también pasó por España y Francia, en esta última ciudad sus obras forman parte de una colectiva llamada Les Vivants, organizada por la Fundación Cartier, donde también fueron convocados otros artistas yanomamis, pero del Amazonas brasileño, como Ehuana Yaira y Joseca.

Sheroanawe Hakihiiwe, saltando de ciudad en ciudad
Foto: Beatriz González

Lleva una gorra del FC Barcelona. En ese periplo por Europa hubo tiempo para la distensión. Por eso visitó el estadio Camp Nou, donde antes Messi era rey y ahora ruegan por un mejor equipo. De regreso al país, estuvo en Amazonas, donde le quisieron comprar la gorra. “Les dije que no, que no la vendo porque es mía”, narra en la galería, que además representa al artista, centro de operaciones de su exposición como artista tanto en el país como en el exterior.  

Junto con el curador y artista Luis Romero -además de ser uno de los fundadores de Abra junto con Melina Fernández- chequea cada una de las obras. Rememora el viaje. “Por allá mucha gente me conoció. Yo los conocí también. Eran de diferentes países. Cada vez que veían el trabajo, me preguntaban y yo les respondía. Todo lo que he hecho es de allá, de mi tierra, de mi selva. Insectos, árboles y muchas cosas que he visto y de las que me han hablado”, explica para El Diario.

Sheroanawe Hakihiiwe nació en Sheroana, Amazonas, en el año 1971. Vive en la comunidad de Platanal, Alto Orinoco. Bueno, decir que vive es tan solo una manera de fijar una posición para un contexto. En realidad, lleva la vida de un artista que va y viene, de un lugar a otro. De Caracas a Amazonas, de Amazonas a Caracas, de Caracas a otro país. Aunque ahorita está casi en pausa. Lo operaron recientemente de una hernia, así que no debe zarandear mucho.

En otros países hay mucha curiosidad por saber quién es, de dónde viene. Primero lo asocian con la Gran Sabana, una completa imprecisión geográfica. Luego de aclarar, el interés se enfoca en saber si hay televisión o Internet, que cuánto dura un viaje hasta su casa. Cómo vive, qué come, cómo se mueve. No hay maldad, sino genuino interés. También indagan en el origen de cada una de las imágenes: las plumas, los animales, así como las historias que originan sus pinturas.

Sheroanawe Hakihiiwe, saltando de ciudad en ciudad
Foto: Beatriz González

Ya son 30 años de creación. Fue en 1992 cuando aprendió a hacer papel artesanal de fibras de shiki o abaca bajo la tutela de la artista mexicana Laura Anderson Barbata, quien le propuso a los indígenas que la enseñaran a hacer una curiara, y ella a cambio les mostró cómo realizar papel.

Lo que parecía una simple negociación se convirtió en un hecho que cambió vidas, por lo menos la de Sheroanawe Hakihiiwe, quien encontró en ese material de aparente vacío la manera de dibujar su mundo. Con ella fundó el proyecto Yanomami Owëmamotima, que se traduce como El arte yanomami de reproducir papel, pero con los años fue mermando debido a que se quemó el taller, y los recursos fueron escaseando.

Su obra forma parte de colecciones de instituciones como el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Museo Británico, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, así como de la Colección Patricia Phelps de Cisneros.

En Platanal no hay Internet, así que es difícil que sus vecinos y amigos sepan al instante de sus periplos, más allá del boca a boca que se da, siempre con retraso en comparación a la dinámica de donde hay señal, datos y demás artilugios. Recientemente llevó un pendrive con las imágenes de sus obras. Así pudieron ver lo que otros apreciaron en Venecia y en tantos lugares.

Sheroanawe Hakihiiwe, saltando de ciudad en ciudad
Foto: Beatriz González
Estuve con mi gente, con mi familia. Yo les cuento que la obra mía habla de nosotros. Me comentan que es bueno que muestre la cultura de nosotros. Me hacen preguntas. Quieren saber cómo me tratan cuando saben que soy indígena, que cómo es la gente por allá. Les digo que son personas chéveres. Se ponen contentos por llevar para allá mi cultura”.

Las obras de Sheroanawe Hakihiiwe son de un trazo aparentemente sencillo, con los colores justos, y unas formas que detallan muy bien lo que sugieren. No hay maneras académicas en su propuesta, pero sí es clara la constante observación de su territorio, de reconocer su existencia como parte de un todo. Hay una sensibilidad que se manifiesta de manera muy sencilla y con un sentido de la estética que reconforta. Se nota además el entusiasmo de quien confirma lo que aprecia, pero también de quien descubre en medio de lo que se supone ya conoce.

Sobre uno de sus cuadros, cuenta cómo se inspiró en esa historia en la que hubo un tiempo en el que no había oscuridad, cuando siempre era de día. Entonces, una vez, un jefe salió molesto porque otro señor hizo el amor con su esposa. Tomó arco y flecha, y se fue lejos. En medio de la acostumbrada oscuridad, disparó a un ave, a la que le rozó la flecha. Y desde ese momento empezó a bajar el sol. La gente se alegró porque finalmente iban a dormir.

Las historias de los yanomamis han sido registradas por investigadores como Marie-Claude Mattéi-Müller o la comunidad salesiana, pero siempre desde una mirada foránea. Con Sheroanawe Hakihiiwe el testimonio es de alguien de adentro. Sin interpretaciones, aunque exista la mirada de quien no busca plasmar en el papel lo exacto, sino lo rememorado.

Sheroanawe Hakihiiwe, saltando de ciudad en ciudad
Foto: Beatriz González

En otro cuadro se ven esos surcos que aparecen en la tierra cuando se seca, esos caminitos de hormigas, las ramas fluorescentes que sirven para alumbrar, los frutos que se buscan, el rocío, las mostacillas y los napëm como le dicen a los que no son yanomamis.

El artista para crear ese imaginario se vale de acrílico sobre tela, pinceles, brochas y algunas veces un palito. En esos viajes por otras tierras también compra papel que le sirve para sus trazos.

Cuando está en el Alto Orinoco lleva su cuaderno de apuntes, y cuando viaja a Caracas plasma esas ideas sobre el soporte. “Cuando salgo a la selva, voy con mi arco y flecha para defenderme. Entonces voy viendo todo. Cuando regreso, trabajo todo lo que he visto”.

A veces no sabe qué halla en la selva. Cuando vuelve, busca al chamán, a quien le cuenta lo que le ha parecido extraño. Así se va enterando del nombre de las cosas que todavía va descubriendo. “En la selva hay muchas cosas que no sé ni el nombre. Cuando no hay chamán, voy donde mi mamá. Ella también me responde si es ala de mariposa o murciélago. Ella sabe mucho. Cuando yo era niño, mi mamá me pintaba la cara y el cuerpo. Yo preguntaba qué significaba cada dibujo. Ella me decía que oruga. Las orugas para nosotros son comestibles. Ella hace cestas y pinta”.

Ahora, tantos años después de esos momentos de observación y aprendizaje, la mamá le dice que no tarde mucho cuando viaje. “Me pide que regrese pronto, que no tarde. Ya está vieja. Soy el mayor y me quiere bastante”.

Sheroanawe Hakihiiwe, saltando de ciudad en ciudad
Foto: Beatriz González

Sin embargo, los deberes le impiden cumplir los deseos de la madre. Este año estuvo mes y medio por Europa, y por la pandemia estuvo seis meses en Caracas.

Allá, en el sur, hay inquietud por lo que él hace. “Cuando me ven en Puerto Ayacucho me preguntan cuándo haré cursos para hacer papel y pintar. Me dicen que yo puro pintar, puro pintar, y ellos nada. Tampoco tengo tiempo, poco a poco. Primero hay que conseguir casa. Allá en el Alto Orinoco hay yekuanas, piaroas y arahuacos. Quieren que haga un taller para ellos. Aprender a hacer papel. Les dije que debe ser con tiempo. En Puerto Ayacucho conseguí una casa para hacer estas cosas. Mi idea es encontrar diferentes comunidades, hasta de Brasil, donde haya indígenas que quieran aprender”.

Luis Romero explica que la intención no es que sea el único en dar clases, sino traer a gente de otras regiones o países para que formen parte de ese plan de formación. Ver si los piaroas y otras comunidades pueden aportar, una especie de intercambio.

Sheroanawe Hakihiiwe, saltando de ciudad en ciudad
Foto: Beatriz González

La agenda de Sheroanawe Hakihiiwe sigue este año, bueno, para sus obras. Él se queda en casa mientras tanto por el reposo. El 6 de octubre comenzó una individual con su obra en la galería Cecilia Brunson, en Londres. Para 2023 hay proyectos en Estados Unidos, México y Brasil. Uno de los más importantes es conseguir el lugar para los talleres en Puerto Ayacucho, así como organizar una exposición allá.

Toda la gente me pregunta cuando haré una exposición. Me dicen que siempre estoy saltando de ciudad en ciudad, pero allá nada. Cuando fui hace poco hablé con el cura. Le conté que la gente quiere que yo ponga exposición. Le pedí que me ayudara. Me contestó que hay un museo para nosotros, para los indígenas. Que iba hablar con el monseñor”.

El sacerdote se refiere al Museo Etnológico Monseñor Enzo Ceccarelli. “El padre se llama José Bortoli. Es italiano. Es muy buena gente. Bien estricto. Lo conozco desde que yo era chiquito. Me enseñó en la escuela. Cuando no leía bien, me daba coscorrón. (Ríe)”.

Sheroanawe Hakihiiwe, saltando de ciudad en ciudad
Foto: Beatriz González

“Siento mucha felicidad. Le digo a la galería, que gracias a Dios, por abrirme las puertas. Así como a mi jefe y manager -Luis Romero- con el que estoy muy agradecido. Me abrieron el camino para viajar a otros países”, concluye. 

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