“A Elsa/ mi madre/ nacida el mismo día que Maracaibo”, es la dedicatoria con la que Jacqueline Goldberg abre su más reciente libro, Mata de nervios. A través de la poesía, la escritora y editora venezolana va asomando fragmentos de memorias que habitan las calles y edificios en los que creció, nostalgias y dolores que se enlazan con la historia de su familia entre referencias geográficas y botánicas.
“Sería muy natural decir que la tierra es la madre, pero en mi caso es efectivamente así. Mis padres hubieran podido quedarse en Caracas, donde se conocieron, pero se fueron a vivir a Maracaibo y eso le dio un sentido distinto a lo que fue toda una infancia. Mi mamá es Maracaibo, estuvimos en Maracaibo por mi mamá”, declaró la autora en entrevista para El Diario.
Mata de nervios es el cuadragésimo libro que publica Oscar Todtmann Editores en su colección de poetas venezolanos. Fue producido en colaboración con Banesco, por lo que se encuentra disponible para descargar de forma gratuita en su Biblioteca Digital.
Desde la distancia
Goldberg es una de las voces fundamentales de las letras venezolanas contemporáneas. Buena parte de sus trabajos, tanto de poesía como narrativa, poseen un marcado sentido autobiográfico, algunos más visibles que otros. Reconoce que siempre había hablado y bromeado entre sus allegados sobre su “mamá Maracaibo”, aunque poco había abordado dentro de su obra esa estrecha relación con la ciudad.
“Tenía que llegar el momento de ese regreso al lugar natal, porque Maracaibo con la distancia ya se me ha vuelto un gran asombro, digamos, más allá de la cotidianidad. Hablo de esos datos que se confunden con la memoria, con la historia familiar, con la infancia, y ya se van volviendo datos, anécdotas, temas que desde la poesía cobran otro sentido”, afirma.
Así, durante el encierro por la pandemia de covid-19 aprovechó para hacer un ejercicio de escritura y memoria. Ya había hecho algo parecido en otros libros con un sentido más de crónica, como El cuarto de los temblores (2018) o Destrucción, ten piedad (2020), pero en esta ocasión se sumergió en una profunda contemplación desde esa distancia que, acota, fue “física y espiritual”.
“Yo siento una necesidad inmensa de narrar y en este libro me di permiso de que saliera lo que saliera y fue saliendo en poesía, cuidando siempre que lo narrativo no se llevara por delante lo que para mí es la poesía, que tiene que ver con silencios, pausas, lenguaje, y por supuesto, cierta abstracción”, explica.
Libro vivo
Originalmente Mata de nervios fue publicado en 2024 por Frailejón Editores, un sello independiente de la ciudad de Medellín (Colombia), el cual presentó una edición hecha a mano todavía disponible en su página web. Goldberg relata que le dieron la libertad de llevar su poemario a otras editoriales en Venezuela, por lo que no dudó en escoger a OT Editores, donde ya había publicado anteriormente Limones en almíbar (2014) y El cuarto de los temblores (2018).
En cierta forma, para ella fue como otro regreso. “Es mi casa editorial”, afirma, a la vez que destaca la resistencia de OT Editores dentro de una industria que en la última década ha sufrido una fuerte contracción económica y dificultades para mantenerse en Venezuela. Un problema que Goldberg dice conocer bien por su propio rol como editora. “Mi agradecimiento es infinito, porque sé perfectamente las dificultades que esto implica”, agrega.
Sin embargo, entre la edición de Frailejón y la de OT Editores existen múltiples cambios que la autora señala como parte de un continuo proceso de corrección. Uno de ellos es la dedicatoria del principio, así como un prólogo de la escritora Natasha Tiniacos, oriunda también de la capital zuliana. Goldberg asegura que esta versión tampoco es la definitiva, pues como un organismo que crece y se transforma, Mata de nervios será un proyecto al que continuará sumando correcciones, modificaciones, e incluso nuevos poemas.
“Este es un libro que se queda conmigo y que sigue abierto. Mientras yo esté viva, los textos van a estar vivos y seguiré editando. Nunca se sabe si este quizás sea mi último libro, y en él se seguirán añadiendo cosas. Ya tengo un grupo de poemas que irán en alguna reedición”, comenta.
Madre/ Tierra
Goldberg cuenta en su libro que creció en un sector llamado Tierra negra, donde de niña solía excavar en las macetas del edificio buscando tesoros o petróleo. En su ventana, la vista lejana del lago era tan imponente que a veces soñaba que Maracaibo era una isla y una gran ola lo engullía todo. Una pesadilla un poco profética cuando ve el estado actual de la ciudad, que pareciera aislada del país y arrasada en todos sus servicios básicos.
“Nací en ciudad fibrosa e impulsiva/ nací para nunca hablar de ella/ jamás escribir sobre ella/ juntas éramos/ manojo/ enredadera/ bifurcación/ matorral/ mata/ mata de nervios”, reza unos de los poemas.
La poeta ahora no solo la escribe, sino que la hace protagonista de cada uno de esos pasajes de su vida, que se presentan de forma fragmentada, como la imagen de una fotografía instantánea que aparece poco a poco en la memoria. Las ópticas de su padre y los primeros textos en la máquina de escribir, el amor y desamor en el circo o ver en la televisión al “pájaro de fuego”, como Renny Ottolina llamó al Apolo 11 en su despegue a la luna.
En ese momento, con apenas dos o tres años de edad, recordó ver también a la luna en el vientre de su madre embarazada. Su figura se asoma a lo largo del libro desde lo más cotidiano, esperándola (y extrañándola) tras una clase de ballet o enterrando azulejos. Goldberg ya había escrito sobre su padre en varias de sus obras, e incluso contó la historia de su abuela materna en su poemario Luda (1988). Sin embargo, admite que es la primera vez que habla tanto sobre su madre.
“En ningún otro libro le había nombrado tanto y tantas anécdotas que tuvieran que ver con ella. ¿Por qué? No lo sé, me imagino que son etapas de la vida”, añade.
Echando raíces
Goldberg se mudó a Caracas en 1991, a los 25 años de edad. Desde entonces una sensación de desarraigo la invadió y se quedó con ella. Décadas antes de que palabras como “migración” o “diáspora” se normalizaran en el lenguaje venezolano, ya ella las había experimentado al cambiar el azul del lago de Maracaibo por el verde del Ávila.
Asevera que con el tiempo descubrió que compartía ese sentimiento con otros escritores que, como ella, venían del interior. Poetas como Rafael Cadenas, quien es de Barquisimeto, estado Lara, y hasta Natasha Tiniacos lo reconoce en su prólogo. Un paraíso perdido como la “y” que alguna vez acentuó la voz indígena de la palabra “Maracaybo” (de hecho, así la llama en varios poemas).
Sobre voces y raíces Goldberg también conoce bastante. Su memoria está marcada por un país que en su momento acogió migrantes en lugar de exportarlos. De una profesora ucraniana, o una señora rusa “con acento de astronauta” que vendía sellos y monedas, y a la que solía visitar. Como hija y nieta de judíos que escaparon de la guerra, su propio hogar era una torre de Babel donde se mezclaban los idiomas. Conversaciones que iniciaban en español terminaban en ídish, lengua de las comunidades judías de Europa central. Luego sumó un poco de francés, inglés, y los idiomas de todos sus familiares dispersos por el mundo.
Esa consciencia sobre el desplazamiento y la pertenencia forman una parte importante de la vida de Goldberg, y por extensión de su poemario. Allí reseña que al momento de ser concebida, sus padres vivían en Nueva York (Estados Unidos), pero decidieron regresar a Venezuela. Ese detalle no solo marcó su identidad, sino que también dejó en ella un hartazgo, quizás heredado por la errancia de sus ancestros, y que dice, la llevó a querer quedarse en un solo lugar. Se convirtió en una mata lacustre que echó raíces en el valle caraqueño.
“Quise irme de Venezuela en algún momento, pero para mí fue tan brusco, tan drástico, el cambio de salir de Maracaibo y vivir en Caracas, que yo pasé muchísimos años sintiendo que estaba muy recién llegada. Creo que todavía conservo algo de eso, y en el mejor sentido”, precisa.
Amarillo
“Busco maracaibo/ en vocablos/ que son/ antes/ lejos/ minúsculas torcidas”, empieza en otro poema.
Asomada en la misma ventana en la que de niña solía mirar al sol escabullirse, vio arder la basura de una barricada en la calle, entre banderas y carros a contrasentido. Era un domingo de 2017, mismo año en el que falleció su padre. Señala en su libro cómo vio a la ciudad amarillecer, para luego enrojecerse. Ese amarillo persistiría en cada uno de sus viajes posteriores, en los que notó cómo Maracaibo se fue marchitando. Cuadras de árboles muertos, casas abandonadas y apagones de más de 12 horas.
Lamenta que cada vez que visita la ciudad, se asombra de ver nuevas formas de decadencia en sus calles. Una experiencia que no solo se vuelve dolorosa para ella, sino también extremadamente angustiante, al saber que su madre y demás seres queridos diariamente sobreviven a la carencia extrema de servicios como luz y agua. Una estampa que deja plasmada en Mata de nervios.
“No existe el Maracaibo en el que viví ni el Maracaibo que yo he idealizado. Es un regreso imposible en el mejor sentido o en el peor. Y cuando esos regresos se dan significan un gran dolor, incluso una dificultad física. También una gran admiración por la gente que está allí y sigue trabajando, que hacen música, pintan o escriben poesía. Hacen todos los esfuerzos del mundo por tener una cotidianidad normal, entre comillas, adaptada a lo que se puede sin dejar de tener perspectiva”, opina.
Maracaybo
Hay un poema que se vuelve central para entender este poemario de Jacqueline Goldberg: “No me mudé/ no me exilié/ me extirpé/ sin llorantina/ sin arrepentimientos/ internarse/ es demasiado/ igual dijo mi madre/ en el aeropuerto/ —sois una mata de nervios/ repliqué yo/ bajito/ —sois vos maracaybo mata de nervios”.
La poeta tiene planeados más viajes a su ciudad natal, así como pensandos nuevos textos para agregar a Mata de nervios. Aclara que no será su último libro, pues tiene otros proyectos pendientes todavía, pero sí será uno que seguirá visitando, de la misma forma en que sigue visitando a su madre y a su hogar de la infancia.
“Van pasando los días y voy recordando cosas, me sonrío y digo ‘esto puede estar en ese libro’, pero es quizás porque es la vasija donde voy poniendo una memoria que está viva, que tiene que ver con mi ciudad. Además voy a volver a Maracaibo, voy a hablar con gente, voy a recordar cosas y eso va a seguir creciendo”, sentencia.