“Antes todo esto era más rural, y la vía más angosta”, recuerda un hombre contemplando los puestos de artesanía a lo largo de la vía en el pueblo de Isnotú, a unos 20 minutos en auto de Valera, estado Trujillo. Unos militares redirigen el tránsito a un amplio estacionamiento de granzón, mientras la gente camina por el medio de la calle tomando fotos o esquivando a los vendedores ambulantes. De fondo, la torre del Santuario del Niño Jesús alza su cruz sobre un cielo claro y azul, y sostiene un pendón con los protagonistas de la jornada: José Gregorio Hernández y la madre Carmen Rendiles.
Efectivamente, hace unos años Isnotú era un lugar mucho más austero, pero siempre con su corazón en ese templo, erigido sobre el lugar donde se dice que nació José Gregorio Hernández el 26 de octubre de 1864. Su desarrollo como parada turística precisamente creció a la par que la propia devoción por “el médico de los pobres”.

Poco después de perder la vida en un accidente en Caracas, el 19 de junio de 1919, la tumba de Hernández en el Cementerio General del Sur se convirtió en un sitio de culto entre sus antiguos pacientes, quienes aseguraban que aún era capaz de sanar enfermedades desde más allá de la muerte. Se volvió una figura popular en el imaginario venezolano, venerado entre las mismas clases humildes a las que había consagrado su labor médica y caritativa. En 1964 se inauguró el santuario en Isnotú para celebrar el centenario de su nacimiento. La Iglesia venezolana estaba al tanto de los numerosos milagros que se le atribuían, por lo que emprendió desde 1949 las gestiones para su canonización.
Sin embargo, desde la Santa Sede el proceso fue largo y cuesta arriba. El camino a la santidad de Hernández comenzó desde abajo, primero como siervo de Dios y venerable, hasta ser reconocido como beato por el papa Francisco en 2020. Poco antes antes de fallecer, el pontífice finalmente aprobó su canonización, la cual fue asumida por su sucesor, León XIV, junto a la fundadora de la Congregación Siervas de Jesús, Carmen Rendiles. Ambos se convirtieron en los dos primeros santos en la historia de Venezuela.
Así, el 19 de octubre, las imágenes de los dos nuevos santos venezolanos brillaron en la plaza San Pedro del Vaticano, aunque desde hace décadas ya estaban en los altares de las casas, en las estampas de oración y en los corazones de sus fieles, extendiendo su culto por toda Latinoamérica. Isnotú era epicentro de ese fervor religioso, y ahora el punto de encuentro de miles de almas peregrinando para consagrar su fe.

El sendero santo
Un día antes de la ceremonia de canonización, el 18 de octubre, en la ciudad de Valera reinaba una peculiar calma ajena a la fiesta de su vecina Isnotú. Mientras en el centro los mercados y comercios bullían con personas haciendo sus compras del fin de semana, otras calles lucían solitarias. En muchas casas la gente guardaba energías para el domingo.
En el sector La Marchantica, la Alcaldía de Valera inauguró justo ese día una estatua de José Gregorio Hernández, erigida con el apoyo de la comunidad. En el resto de la ciudad, más allá de algún que otro vendedor ambulante, no había casi decoraciones alusivas al nuevo santo. Todas las luces y avenidas estaban adornadas por la Navidad adelantada.
El camino por la carretera de Sabana Libre hacia Inostú está arropado por el bosque verde y frondoso, cortado por caseríos con platanales. El rostro de José Gregorio era una constante en cada tramo, presente en murales, vallas y siete estaciones con capítulos de su vida dispuestos para los peregrinos que vengan a pie. “Aquí nació el primer santo venezolano”, reza con orgullo el arco de entrada al pueblo. Otras tres gigantografías con la icónica foto de José Gregorio también sintetizan su consigna: “Haz el bien”.
El Santuario del Niño Jesús es un edificio triangular, con una sola torre coronada por una cruz, y un oratorio con una estatua de Hernández en la que la gente se reunía a tomar fotografías. A un costado, un hombre encendía una vela en una serie de candelabros votivos de metal en la pared. Por el otro, está el Museo Diocesano en el que reposan reliquias y objetos de José Gregorio Hernández donados por su familia.
Cada rincón del santuario está forrado de metal, con miles de placas que cubren sus paredes. Todas representan el agradecimiento de los feligreses por los favores cumplidos por José Gregorio Hernández, miles de milagros que, verificables o no, dejan su testimonio para la posteridad de la permanente diligencia del médico santo.
Mientras en una esquina se instalaba la pantalla que transmitiría el acto en el Vaticano, muchos feligreses aprovechan para recorrer el santuario, sabiendo que en la noche estaría mucho más congestionado. Afuera, la calle principal de Isnotú era una sucesión de puestos de colores con ventas de artesanías. Grupos de buhoneros abordaban a los turistas apenas bajaban de sus vehículos, recitando de memoria toda la vida y milagros del santo para retener su atención.

Noche de fe
Al caer la noche, varias caravanas emprendieron el camino desde Valera hasta Isnotú para el gran evento. Personas caminando por el borde de la carretera, apenas iluminados por las linternas de sus teléfonos y mechurrios en el suelo, por casi 17 kilómetros, algunos en subida. A la medianoche comenzó allí una vigilia. Por la diferencia horaria, la ceremonia en Roma fue a las 4:00 am de Venezuela, por lo que tanto en Trujillo como en Caracas no se durmió, esperando ver en vivo el momento histórico.
La calle principal ahora rebozaba vida entre tarantines de todo tipo, y del santuario salía una música que daba una atmósfera de fiesta patronal. Cánticos de alabanzas adaptados a ritmos de merengue, mientras unos jóvenes con girasoles saltaban con las manos arriba. En el patio del santuario, adultos mayores, monjas y funcionarios del gobierno regional se repartían las sillas dispuestas frente al escenario. Un animador canturreaba la pregunta: “¿Subió la iglesia o bajó el cielo?”
Muchos asistentes llevaban camisas de las parroquias eclesiásticas de las que venían. Otros camisas blancas con el rostro de José Gregorio Hernández o las siglas de su nombre. Buena parte de la multitud venía de Valera, aunque también reunía grupos provenientes de otras partes del estado, así como de Caracas, Carabobo, Táchira, Zulia y diferentes partes del país.

“Después de tantos años luchando para que este momento llegara, para el disfrute de todos los venezolanos, para nosotros los trujillanos es un orgullo muy grande que uno de nuestros paisanos sea exaltado a los altares”, declaró Luis Viloria, de Valera, en entrevista para El Diario.
Claribel Ramírez vive en Sabana Libre y visitó el santuario para pagar una promesa tras recuperarse de una operación en la que tuvo un cuadro delicado hace seis meses. Indicó a El Diario que su madre, quien falleció hace cinco años, solía asistir a todos los eventos de José Gregorio Hernández, y mantuvo siempre la esperanza de verlo convertido en santo.
Campanas y cohetes
Hacia la madrugada, alrededor de las 2:00 am, algunas caras de sueño se comenzaban a colar en medio del júbilo. Cualquier lugar se volvía propicio para tender una cobija y acostarse a tomar una siesta. Mientras, en las pantallas dispuestas en el santuario y la plaza Bolívar de Isnotú ya era de día en el Vaticano, y poco a poco la plaza San Pedro se llenaba a la espera del papa León XIV.
“José Gregorio Hernández y María Carmen Rendiles no necesitan estos títulos, porque ya están en el cielo, la meta que anhelaban ya se las dió Dios, pero para nosotros como iglesia queríamos que estuvieran en los altares universales para representar, para dar a conocer, lo mejor del gentilicio venezolano”, exclamó desde la tarima el presbítero Magdaleno Álvarez, rector del Santuario del Niño Jesús.

A las 4:30 am empezó la misa en Roma. El papa salió entre cantos gregorianos hacia el altar. A miles de kilómetros, una mujer joven apretaba el brazo de su pareja bajando la mirada para murmurar una oración ensimismada, y otra ya no podía contener las lágrimas con un semblante serio. Así, los emblemas de los nuevos santos ondeaban mientras el prefecto del Dicasterio de las Causas de los Santos, Marcelo Semeraro, repasaba sus logros como ejemplos de vida cristiana.
Además de Hernández y Rendiles, ese día subieron a los altares los italianos Bartolo Longo, María Troncatti y Vicenza María Poloni; así como el mártir de la Iglesia católica armenia Choukrallah Maliyan, y Peter To Rot, también el primer santo de la isla de Papúa y Nueva Guinea.
Cada mención a los venezolanos bastaba para que el santuario estallara en aplausos. Finalmente, cuando el papa aprobó la incorporación de los nuevos siete nombres en el libro de los santos, en Isnotú el cielo se llenó de fuegos artificiales y la torre del santuario resonaron las campanas con fuerza, como si llamara a la eternidad a preservarse por siempre en ese instante. Un envío directo de colores, luces y ruido para Hernández y Rendiles. La transmisión en la pantalla seguía, ahora con León XIV predicando el evangelio, aunque los venezolanos tenían su propia fiesta en casa.
Álvarez y su séquito se dirigieron al oratorio de José Gregorio Hernández, donde corrieron el velo que cubría su estatua para revelarlo por primera vez luciendo su aureola de santo. También tomaron la figura a tamaño real creada por el escultor Israel Linares que estaba en el escenario y la trasladaron entre varias personas al interior del santuario, como símbolo de que, ahora sí, su lugar en los altares es oficial y permanente.
Sale el sol
La llegada del alba estuvo cargada de muchas primeras veces en Isnotú. La primera misa de los nuevos santos a las 6:30 am en la plaza Bolívar, frente a la catedral del pueblo. La revelación de la aureola instalada en la estatua de José Gregorio Hernández del oratorio, las primeras velas encendidas ya no para un hombre venerable, sino para figura divina.
En paralelo, partió desde la plaza José Gregorio Hernández del sector La Floresta, en Valera, una marcha rumbo a Isnotú. Aquella peregrinación usualmente se realiza el 26 de octubre, por el cumpleaños del “médico de los pobres”, pero esta era una ocasión especial y muchos hicieron su propia vigilia allí, esperando el momento para partir.

Uno de ellos fue Oswaldo José Valero, oriundo de Betijoque (Trujillo). Hace tres años sufrió un accidente al caer por un barranco, y afirmó a El Diario que mientras estaba inconsciente vio a José Gregorio Hernández en su sueño, vestido con su bata de médico y estetoscopio. Por salvarle la vida, decidió pagar su promesa vistiéndose exactamente igual que el santo en su aparición, y caminó por la oscuridad de la medianoche a La Floresta, donde aguardó al amanecer para partir al santuario.
Una motivación parecida impulsa a Lilibeth Gutiérrez a no detenerse. En 2019 fue diagnosticada con cáncer de cuello uterino, y después de ser tratada con éxito, encomendó su recuperación a José Gregorio Hernández y comenzó a participar en su marcha anual.

Además del agradecimiento, otras personas también llevan a cuestas sus aflicciones. Desde hace tres años, Gerson Mejías va al santuario para pedir por la sanación de su hija, quien posee una enfermedad incurable. Con una franela blanca y un rosario con los colores de la bandera venezolana en su cuello, Delcy Araujo también busca en el asfalto la intercesión de los nuevos santos para alcanzar la expiación y ganar una indulgencia plenaria para un difunto.

En esos 17 kilómetros de fe se acumulan muchas historias y sueños, como en una versión autóctona del camino de Santiago en España. Personas en silla de ruedas y otras que trotan como si estuvieran en una maratón. Gente que va a paso lento, abrazando una figura de Hernández, y otra procesión que carga una gran estatua al ritmo de la banda marcial de un colegio local. Cada uno lleva consigo una llama interna, un deseo común en sus adentros, y que ahora encuentra en José Gregorio Hernández y en Carmen Rendiles el canal de mediación para lograr ese gran milagro común que une a todos los venezolanos.
En Trujillo la fiesta continuó ese domingo con otra misa multitudinaria, además de conciertos y otras celebraciones que se extenderán hasta el cumpleaños de Hernández la semana siguiente. Y en la memoria de los presentes en aquella vigilia estará presente siempre el sosiego de la vez que dos santos hicieron vibrar en la misma frecuencia los corazones de Roma, Caracas e Isnotú.