• El miedo y la incertidumbre se apoderaron de la cotidianidad de Andrea Tovar quien, en exclusiva para El Diario, comenta que nunca se imaginó que se enfrentaría al aislamiento a causa de una cepa, identificada como 2019-nCoV, que registra víctimas mortales y nuevos casos diariamente

La tensión se siente en el ambiente. A 14.769 kilómetros de Caracas, su ciudad natal, el miedo se apodera de ella. Pekín se convirtió en el hogar de la venezolana Andrea Tovar* y de sus dos hijos, que ahora se encuentran encerrados. La mayoría de las caras que se ven en las calles están cubiertas con tapabocas, pues el coronavirus causante de la neumonía de Wuhan activó las alertas en toda China y el mundo.

Hace un año Andrea migró al otro lado del planeta y ha tratado de adaptarse a la cultura oriental. Sin embargo, todavía no domina el idioma y esto es lo que le genera más angustia en medio de la alerta sanitaria que existe en varias ciudades del país asiático. 

A pesar de que se encuentra a 1.131 kilómetros de Wuhan, ciudad en la que se originó la cepa de coronavirus, bautizada como 2019-nCov, la tensión y el miedo se respira en la capital china de más de 30.000.000 de habitantes. Andrea no puede contener su angustia, porque la epidemia avanza y ya hay un muerto por esta causa en Pekín.

La venezolana quien, junto a su familia, lleva siete días sin salir de su casa por miedo a contagiarse con el coronavirus de Wuhan, cuya gravedad ha sido comparada con el SARS, un virus ya erradicado, pero que causó pánico en la población china hace 18 años. 

Las autoridades de Wuhan, donde se registró el primer caso del 2019-nCov, cerraron la ciudad para contener la epidemia, prohibieron los viajes en vehículos y los hospitales del país se encuentran colapsados entre casos confirmados, sospechosos, observación y personas que acuden para saber si son portadores del virus. 

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El pánico se apodera de la población. La desesperación avanza al mismo ritmo que se propaga la enfermedad. 17 ciudades de China fueron cerradas mientras que sus habitantes, entre angustia y expectativa, toman todas las medidas necesarias para evitar contagiarse del virus, que hasta la presente fecha ha cobrado la vida de 132 personas y ha contagiado cerca de 6.000 personas, de acuerdo con medios locales.

Las autoridades de las ciudades tomaron decisiones drásticas que van desde clases suspendidas y funciones de cines cerrados hasta recomendar evitar asistir a espacios donde haya personas reunidas.

“No hay gente en las calles, suspendieron las clases en todos los colegios públicos, privados e internacionales. Hay muchas tiendas cerradas y la mayoría de la gente usa máscaras si hay que salir”, cuenta Andrea para El Diario.

Mientras su hogar ha convertido en una cárcel por decisión propia, su aislamiento voluntario tiene como objetivo mantener a sus hijos y a ella misma sana. Ha detallado partes de su casa que antes pasaba por alto, ve películas repetidas y mira la pared en espera de una buena noticia. Su panorama es distinto al que reina en Wuhan, donde las imágenes del pánico recorren las redes sociales del mundo. 

Los videos de los hospitales colapsados y la desesperación de los médicos por atender a la mayor cantidad de personas y evitar contagiarse, así como de personas quieren saber si son portadores del virus, son alarmantes.

Después de una semana sin pisar la calle, Andrea salió únicamente a comprar comida para su familia. Sabe que los lugares con concentraciones de personas pueden convertirse en un foco de contagio del virus, que se transmite mediante vías aéreas y a dos metros de los infectados. 

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En una ciudad tan concurrida como Pekín, la soledad se apoderó rápidamente de cada calle y de cada esquina valiéndose del miedo de cada poblador de adquirir tan temido virus. 

Antes de salir de su vivienda cubrió cada parte de su cuerpo con abrigos, guantes, gorro, bufanda y el infaltable tapaboca. Mientras realizaba su trayecto, al tanto de todo lo que ocurre a su alrededor, el anhelo de regresar a su país se hacía cada vez más fuerte. Ella le explicó a sus hijos pequeños a qué se enfrentan, entienden, pero la imposibilidad de salir aunque sea al colegio los aburre.

Andrea quisiera llevar a sus hijos de regreso a Venezuela, desea que vuelvan a la tierra que los vio nacer, pero ni siquiera huir es posible para ella. El riesgo de contagio es mayor en los aeropuertos, los medios económicos para salir del país son limitados y las salidas de China están cerradas. Las limitantes la obligan a resignarse, quedarse en su apartamento y esperar a que el virus sea erradicado. 

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Revisa su celular con frecuencia durante el día. Con cada noticia sobre el coronavirus de Wuhan su miedo aumenta. La anhelada cura es incierta y la angustia invade las ciudades. Sin embargo, la epidemia no es el único problema que afecta a la familia de ella: teme enfermarse, de cualquier cosa, y tener que ir a un centro de salud donde se enfrentaría a la barrera del idioma. 

Imagínate recibir tratamiento en chino cuando no hablas el idioma”, comenta.

Esta es una pequeña gota del mar de preocupaciones que hoy invaden la mente de Andrea. Enfermarse implica tener que recibir atención médica, la cual es sumamente costosa en China. 

Estar en un país ajeno, con una cultura muy diferente a la venezolana y que atraviesa un problema público de salud, genera una distancia abismal entre ella y la tranquilidad. 

Todo es un riesgo. Salir a la calle implica armarse de valor. Una persona puede contagiar a otra a pesar de no tener síntomas. La incertidumbre y el temor a la hora de comprar comida o hablar con alguien cada vez es mayor, por eso prefiere no hacerlo y quedarse en la seguridad de su casa.

“Hoy acabo de leer un reporte de la Organización Mundial de la Salud que dice que el virus es contagioso en su momento de incubación. Lo que quiere decir que aunque alguien no presente síntomas, igual puede contagiar a otros. Y eso me estresa mucho más de lo que ya estaba estresada. Ahora salir e interactuar con quien sea, extranjeros o chinos, supone un peligro. Montarse en un avión e irse es un peligro. Así que queda es confiar en que las autoridades chinas están haciendo lo posible por contener el virus y encontrar curas y/o vacunas, y quedarme encerrada en mi casa por lo que parece ser el próximo mes”.

Al otro lado del mundo la crisis del coronavirus de Wuhan se percibe como una realidad lejana. A mares  de distancia se ignora la desesperación y miedo que hoy invade a los habitantes de China. El pánico va haciendo de las suyas entre la población, la demanda de insumos como los tapabocas aumenta y la escasez de hace presente. 

Amigos de Andrea compraron pasajes para irse a Europa cuando se supo del brote del coronavirus, pero en el presupuesto familiar de la venezolana no se puede realizar un viaje imprevisto porque no cuentan con los recursos. 

En China el delivery es un servicio cotidiano, pero desde hace un mes Andrea ha evitado pedir comida o cualquier producto a domicilio. “¿Y si el repartidor está contagiado?”, se cuestiona.

Entre las recomendaciones que Andrea ha acatado, aparte del aislamiento, es evitar el contacto con extraños y animales salvajes, además de lavarse constantemente las manos y mantener la higiene del hogar, un buen pasatiempo en medio del encierro.

Sin estar contagiada, su miedo la obliga a vivir en una cuarentena obligada. Sus días transcurren entre la incertidumbre de saber cuándo recuperará su vida, cuándo sus hijos volverán al colegio o cuándo podrá salir  a la calle sin que el terror se apodere de ella. 


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