- Ainhoa Hernández Sánchez, enfermera en el Hospital Universitario de Móstoles en Madrid, España, conversó con El Diario sobre las dificultades de trabajar, entre el fragor de la pandemia, para salvar la vida de miles de personas
Las calles de Madrid, la ciudad más importante de España, están desoladas, como si de una distopía se tratase, pero los hospitales, al contrario, están abarrotados con individuos temerosos ante el coronavirus. Ainhoa Hernández estuvo 12 días ininterrumpidos en las inmediaciones del hospital, ayudando a los pacientes, a sus compañeros, a cada persona que con su ímpetu levanta el espíritu de España.
El tiempo con su familia se redujo, las noticias y el aumento constante de la estadística son factores que la agobian pero, igualmente, se viste todos los días con la bata reforzada, los lentes de seguridad y la mascarilla FFP2 -mascarilla que funciona para filtrar 92% de las partículas en el aire- para brindar su mejor desempeño en una situación que, comenta, no se había visto desde la Guerra Civil española.
El resto de la población, encerrada en su casa, cumple con las medidas de cuarentena impuestas por el gobierno español el 14 de marzo, pero el personal sanitario, aquel que atiende con agotamiento y pesadez a miles de ciudadanos preocupados por su salud, ha sido uno de los más afectados.
Fernando Simón, El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, explicó que la razón para ese alto porcentaje es la escasez de algunos materiales necesarios para la protección.
Cuenta que una de las cosas más complicadas de manejar ha sido el miedo. Las noticias son dispares, los pacientes cambian de un momento a otro y la gravedad de la situación se cierne sobre el personal médico. Ainhoa Hernández relata que ella y sus compañeras de trabajo, desde la sección de enfermería, están acostumbradas a sosegar el miedo del paciente y ser apoyo en momentos de dificultad, pero con la aparición de la pandemia los contagiados, por razones de seguridad y temor, están alejados, solos y deprimidos.
Una vez que logra sobrepasar la barrera del miedo, salir con el traje de “astronauta”, como ella lo denomina, y durar un poco más de tiempo con el paciente para calmar la sensación de aislamiento y soledad, viene la noticia más difícil: la muerte.
El coronavirus, como se conoce al Covid-19, apareció en España a principios del mes de febrero y el primer fallecimiento ocurrió en la Comunidad Valenciana el 13 de ese mismo mes. Desde esos primeros días, señala Ainhoa, se habilitó el piso seis del hospital para los posibles casos y, un par de días después, llegó el primer caso proveniente de Valdemoro, otro municipio al sur de Madrid.
Poco a poco, con el pasar de los días, la estadística de contagiados aumentaba y el piso dedicado a su aislamiento se saturó. En este momento, el piso cinco, el piso seis y el piso siete del Hospital de Móstoles están dedicados al tratamiento del virus. Las habitaciones disponibles, en un principio, eran individuales, pero con la gran cantidad de contagiados se transformaron en espacios compartidos.
Proveniente de Almería y con un marcado acento andaluz, Ainhoa relata que, aunque estos días han sido de gran pesadez y sacrificio, también han sido momentos de entendimiento ante el pesar ajeno.
Las guardias se han regularizado, el descanso es mucho menor y el estrés, el temor y la incertidumbre han hecho que cada turno, comenta, tenga la misma pesadumbre de tres turnos seguidos.
¿Qué pasa cuando llega una persona contagiada?
Cada uno de los pisos dedicados a la atención de los pacientes con Covid-19 está dividido en tres partes: zona de enfermería, zona intermedia y zona de aislamiento. El primer paso, explica Ainhoa, al llegar al hospital es pasar al área de enfermería, para luego vestirse con la bata protectora, con la funda que cubre sus zapatos, con los lentes y la mascarilla que protegen su rostro en la zona intermedia.
Todos los medicamentos son colocados en una mesa en dicha zona de transición para evitar, de esta forma, un contacto directo con el grupo de enfermeras que está en el área de aislamiento.
“Entramos a cada habitación con la bata reforzada, con cuatro pares de guantes puestos, con la mascarilla, los lentes, la pantalla y dos gorros”, agrega.
Al entrar a la habitación, con toda la parafernalia de protección en su cuerpo, dos enfermeras se dedican, rápidamente, a suministrar la medicación necesaria. El trato con el paciente, comenta, es fugaz para evitar cualquier tipo de exposición al virus.
Luego, al salir, entre los cuatros pares de guantes en cada mano, se quitan el primer par, se lavan las manos con alcohol y se vuelven a poner otro par nuevo. Así durante la visita a cada uno de los pacientes. Lo único que no se cambian durante dicha ronda es el traje para intentar ahorrar insumos.
Al terminar la ronda y haber suministrado la medicación necesaria a todos los pacientes, cada una de las enfermeras debe dirigirse al final del pasillo, donde está la zona de descontaminación, en la cual se quitan por orden protocolar cada una de las piezas del traje: los guantes, la mascarilla, la bata reforzada y las calzas -prenda de vestir que cubre las piernas- y se botan a la basura, excepto los lentes que se sumergen durante 25 minutos en una mezcla de agua y lejía (desinfectante). Al pasar ese intervalo de tiempo, la prenda de protección se sumerge en agua limpia.
Las enfermeras, al finalizar con la limpieza de los utensilios, se dirigen a un cuarto en el que hay una ducha y uniformes limpios. Se bañan con un producto llamado Hibiscrub, compuesto por Digluconato de Clorhexidina y utilizado para desinfectar cada parte del cuerpo, antes de dirigirse nuevamente a la zona de enfermería.
Los pacientes de la zona de aislamiento
Aunque la cantidad de contagiados aumenta cada día, muchos de ellos están sobrellevando los síntomas en su hogar, sobre todo los más jóvenes; sin embargo, aquellos que presentan dificultades para respirar tienen que ser internados inmediatamente.
Ainhoa comenta que los pacientes ingresados a la zona de aislamiento del hospital de Móstoles presentan fibrosis pulmonar, es decir, la presencia de fluidos mucosos que se adhieren a la pared de los pulmones y pueden ser potencialmente mortales.
Los tipos de paciente se clasifican a partir de su nivel de gravedad porque, aunque la mayoría necesita oxigenación externa, algunos tienen los niveles de saturación de oxígeno por debajo de 90%.
Los primeros, establece Ainhoa, necesitan una baja cantidad de oxígeno y pueden ser tratados con Ventimax, una mascarilla de alto flujo, que permite regular el oxígeno; los últimos, que presentan irregularidades en el patrón respiratorio, son llevados a la Unidad de Cuidados Intensivos para monitorear la saturación de oxígeno.
Ante los pacientes de gravedad, con los pulmones llenos de mucosa y la respiración disminuida, una de las estrategias para su tratamiento es el uso de la presión positiva continua en las vías respiratorias (CPAP por sus siglas en inglés) Es un método mucho más invasivo de oxigenoterapia, pero que evita el colapso de la vía aérea y, mayormente, se utiliza en pacientes con apnea del sueño.
Además del tratamiento respiratorio, a los pacientes de gravedad también se les suministra medicamentos antirretrovirales para evitar la propagación del virus en las células del cuerpo. El equipo de enfermería pensaba que la diarrea, el agotamiento y la apatía de los pacientes eran efectos secundarios de dicho tratamiento pero, relata Ainhoa, que un doctor les comentó que esos síntomas también eran provocados por el virus.
El monitoreo pulmonar es diario y, si algún paciente padece de neumonía bacteriana, se le administra un antibiótico llamado azitromicina. La media de edad de los pacientes aislados comenzó con un intervalo entre los 70 y 80 años, pero en este momento, enfatiza Ainhoa, está entre los 50 y los 60.
La curva de contagio en España
Todo comenzó con dos casos que, en una semana, se convirtieron en 100 y ahora, según las métricas de la Universidad John Hopkins, ubicada en Estados Unidos, España tiene 47.611 contagiados, cifra que lo convierte en el cuarto país con el mayor número de personas perjudicadas por Covid-19. Además, con 3.445 muertes se convirtió en el segundo país, después de Italia, con la tasa de mortalidad más alta.
Por esta razón, el 25 de marzo, Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, comentó: “Posiblemente ya estemos en el pico de la curva”.
Para Ainhoa, desde uno de los centros hospitalarios más concurridos en la capital española, el abarrotamiento de los lugares disponibles es uno de los factores para el crecimiento en la tasa de mortalidad.
Muchas veces, comenta, las salas del hospital están repletas y los pacientes de mayor de edad fallecen por la tardanza. Es imperante, para ella, priorizar los espacios de tratamiento para los pacientes de mayor gravedad respiratoria.
Una de las recomendaciones de Ainhoa para evitar la propagación del virus y, posteriormente, un crecimiento en la tasa de mortalidad, es el cumplimiento de la cuarentena.
Para ella, pieza fundamental en el cuidado de los contagiados, las medidas de salubridad son parte de su día a día. Limpiar cada superficie con desinfectante, salir con guantes y mascarilla. “Me baño tres veces al día: cuando salgo de casa, cuando termino la ronda y cuando llego”, agrega.
Además, al conversar sobre la situación de salubridad en Venezuela, ella, desde Madrid, recomienda delimitar las zonas de atención hospitalaria para evitar el trato entre personas contagiadas y personas sanas. Además, los utensilios de protección son necesarios, desde los guantes, hasta la bata reforzada, para evitar el contagio de los encargados de apaciguar la situación.
Comenta que la limpieza exhaustiva de cada rincón para reducir el tiempo de permanencia del virus en las zonas inanimadas también es primordial para evitar la propagación. Y, por supuesto, cumplir con las medidas de cuarentena es el primer paso para disminuir la curva de contagio.
Ainhoa, con 15 años de experiencia en el área de enfermería, nunca había conocido el fragor de una situación como esta. El miedo, el estrés y el cansancio, muchas veces, es agobiante, pero la valentía de ayudar al otro, cubierta con sus guantes, batas, fundas y alcohol, es la primera razón para volver día tras día al Hospital Universitario de Móstoles, en el sur de capital española.