“La pandemia incrementa la violencia contra las mujeres. Poca información referente a la salud de los venezolanos y algunas medidas gubernamentales no se ajustan a las de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en especial las de distanciamiento físico”, dijo la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, en la presentación oral de su informe sobre la situación de derechos humanos en Venezuela. Esto en el marco del 44º período de sesiones del Consejo de Derechos Humanos, el pasado 2 de julio del año en curso. 

Aunque son muchas las violaciones de derechos humanos que han denunciado las organizaciones de la sociedad civil y que, sin duda, nos colocan en alerta ante organismos internacionales, la violencia y la profundización de las desigualdades en medio de la pandemia y la emergencia humanitaria compleja en el país, hace que veamos distante la posibilidad de resaltar algunos avances en esta materia. Y es que sí, somos las mujeres las más impactadas en cuarentena y esto es porque vivimos lo que significa tener que combinar nuestras rutinas laborales con las tareas del hogar. Que, por cierto, son muy cuesta arriba aquí. Lo vemos cuando sabemos lo que significa estar más de tres meses, día y noche con un agresor. Lo vemos también al conocer las historias de las que retornaron, las que son personal de salud, las que necesitan ser visibles en este momento que nadie previó vivir. 

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Lo repetitivo de la necesidad de tener lentes de género no tiene nada que ver con un simple capricho, “la moda del feminismo o porque nos ponemos creativas en pandemia”, va mucho más allá de la cantidad de denuncias que solo se conocen en redes sociales y en uno que otro medio de comunicación, pero que en nuestros hogares o comunidades nos negamos a admitir. Pero ¿qué podemos hacer?

Es mucho lo que podemos hacer. La causa por los derechos de la mujer no se resume a una pelea en Twitter, colgarnos una pañoleta verde en el cuello para hacer un live en Instagram y cantar “el violador eres tú”. Las desigualdades en los derechos de las mujeres existen y no son motivos de burlas. La reflexión es tan necesaria porque todo parte desde lo más mínimo, que puede ser el hecho de tener que apartar tu trabajo porque acaba de llegar el agua, hasta esa necesidad de reconocer que presenciamos o sabemos de episodios de violencia contra la mujer en confinamiento en nuestro propio círculo familiar.   

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Es cierto que la vulneración de los derechos sociales, económicos, civiles y políticos han estado presente para todos los venezolanos, pero también lo es que las mujeres encabezamos esa lista por las desigualdades de género existentes desde siempre. Para colocar en relieve las experiencias específicas de las mujeres, niñas y adolescentes, debemos saber que somos nosotras las que invertimos mayor tiempo para buscar y llevar la comida al hogar, muchas migraron para dar a luz debido a la falta de recursos en Venezuela, muchas siguen expuestas a la trata y explotación sexual. 

Sin datos

La impunidad reinante en el país en materia de género también influye en todo lo que tiene que ver a la ausencia de datos, números que son cada vez más necesarios. Las denuncias que existen son difíciles de documentar sin esos datos que no existen o mejor dicho los que nadie habla, los que nadie exige. Las víctimas siguen revictimizadas, se les niega su derecho a hablar y mostrar los horrores a las que se les somete. Los casos siempre son desmeritados o simplemente politizados. Algunos medios acusan y hasta las hacen culpables de vivir ese infierno. 

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El caso de Linda Loaiza, Morella y otras muchas más mujeres que siguen invisibles nos muestran que este patrón ha sido sistemático y hasta política de Estado. Al respecto, es mucho lo que podemos hacer como familiares, vecinos, amigos o cercanos y más en la situación que vivimos a causa del distanciamiento físico para evitar la propagación del virus que nos hizo la vida diferente en este 2020. 

Apoyar el proceso de la denuncia y de la visibilidad a las víctimas de violencia de género debe ser prioridad. Antes de pensar en que “solo son asuntos de marido y mujer”, podemos indagar la manera de apoyar emocionalmente, cómo podemos poner en contacto a estas víctimas con organizaciones de derechos humanos que están prestando atención legal y psicológica, cómo podemos alertar a otras personas que puedan ayudarlas.  

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Exigir datos y cifras también es un deber ciudadano. Además, esto permite a las organizaciones que defienden derechos humanos y a los medios de comunicación tener una visión próxima o cercana de lo que ocurre de manera general y, así con contundencia, agotar las vías internacionales. 

Los medios de comunicación tienen sin duda que hacer un trabajo monumental. Es esencial el seguimiento de la poca información oficial que se ofrece, como por ejemplo la relacionada con las cifras de contagio por covid-19. Esto, sin duda, nos puede acercar a conocer si las mujeres estamos expuestas en las colas que seguimos haciendo para comprar comida, si las mujeres dejamos de protegernos para proteger a nuestros hijos, padres e incluso al agresor. También esto nos permite identificar lo que ocurre con las mujeres parte del personal de salud, las refugiadas, las que deciden regresar, las que tienen que trabajar. Indagar qué es lo que está pasando con las mujeres, niñas y adolescentes (sin olvidar a las mujeres trans) es tener los lentes de género y claro que se puede lograr. 

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