- Atrás pareciera haber quedado el tiempo de escasez como consecuencia de la imposibilidad de conseguir alimentos. Ante la crisis, algunos capitalinos habilitaron espacios de sus hogares para vender harina de maíz, azúcar, detergentes y pollo
Caracas es un supermercado improvisado de este a oeste, con puestos informales habilitados frente a las casas de zonas populares, e incluso en la calle, donde cada vez es más común conseguir harina de maíz, aceite, azúcar, huevos y productos de limpieza para hacer frente al covid-19.
Atrás pareciera haber quedado el tiempo de escasez por no conseguir alimentos y otros insumos de primera necesidad. La crisis económica que azota al país generó despidos y muchos ciudadanos, al no saber cómo mantener a su familia, utilizaron espacios de sus hogares para dedicarse al comercio alternativo.
Los responsables de estas iniciativas no compiten con los bodegones porque la mayoría de la mercancía que ofrecen es nacional, adquirida en grandes galpones de Catia, en la parroquia Sucre, o al mayor en el mercado de Quinta Crespo. Su público cautivo no es quien pueda comprar en divisas, sino aquel trabajador que adquiere al día y lo estrictamente necesario para cubrir las necesidades del hogar.

Chacao competitivo
En un recorrido por el municipio Chacao se pudo evidenciar que los grandes establecimientos que distribuyen productos importados conviven con emprendimientos de comida, a precios más solidarios.
Una pequeña librería de la avenida San Juan Bosco diversificó su alcance. Entre textos y papelería de oficina, se habilitaron anaqueles para ofrecer al público: caraotas, sardinas, café, margarina e incluso leche en polvo; además de cloro, desinfectante, cera, suavizante, lavaplatos, champú y crema dental.
En esta localidad es cada vez más frecuente el número de carnicerías. A pocos metros de la plaza El Indio, tres jóvenes despachan, con habilidad y sorprendente destreza, pollo, hígado y carapacho. También ponen a disposición de la clientela un refresco importado en su presentación de litro y medio, huevos y azúcar.

En la avenida Francisco de Miranda, un galpón, que antes fue agencia de lotería, despacha alimentos. Los precios están dolarizados y se puede pagar con la moneda estadounidense o su equivalente en bolívares.
Parque Carabobo y El Silencio concentran compradores
u003c!u002du002d wp:paragraph u002du002du003enu003cpu003eEstas dos localidades aglutinan buena parte de los compradores que hacen vida en el centro de la capital. Los precios son más accesibles para los clientes, quienes buscan calidad con las llamadas tres “B”: bueno, bonito y barato.u003c/pu003enu003c!u002du002d /wp:paragraph u002du002du003ennu003c!u002du002d wp:paragraph u002du002du003enu003cpu003eSe consiguen alimentos nacionales y algunos importados, buena parte de ellos comprados en Cúcuta, Colombia, pero con fecha de vencimiento 2021 y 2022.u003c/pu003enu003c!u002du002d /wp:paragraph u002du002du003ennu003c!u002du002d wp:paragraph u002du002du003enu003cpu003eEntre los más populares están una harina de trigo brasileña y una levadura elaborada en Turquía.u003c/pu003enu003c!u002du002d /wp:paragraph u002du002du003e
San Martín, una caja de sorpresas
La avenida San Martín fue, hasta hace muy pocos años, una zona comercial próspera. Ahora, es un cementerio de recuerdos con compañías cerradas y otras que laboran a media máquina.
Sin embargo, el ingenio pareciera ser un elemento característico de los residentes de esta parroquia. Buena parte de quienes viven en casas ahora subsisten con la venta de comida y aseguran que les generan buenos ingresos.

A una cuadra de la estación Artigas está Coromoto Pacheco, una mujer delgada, de sonrisa amplia y contagiosa amabilidad. Desde hace un año, el frente de su residencia es, a su vez, su fuente de ingresos.
“Este negocio es rentable, la gente solo quiere tener comida en su casa y más en este momento. Vendo sobre todo, harina de maíz, café y azúcar, es lo que más se lleva la gente. Desde que comenzó la pandemia empiezo temprano y recojo antes del mediodía, antes de que pase la Guardia Nacional”, dijo en entrevista con El Diario, con una mesa prácticamente vacía porque ya había vendido buena parte de lo expuesto.
Tres casas antes de la de Pacheco, un hombre de avanzada edad, vende plátanos y huevos en un anexo de su vivienda, que originalmente era una óptica. Del lado izquierdo, se ubica el mueble con la comida, en la pared, las coloridas monturas de lentes correctivos.

“Cada montura sale en 12 dólares y los cristales pueden estar entre 50 y 55$. Usted solo trae la fórmula y los recoge en 15 días hábiles”, detalló el encargado mientras revisaba una computadora portátil infantil conocida como Canaimita.
Al caminar 150 metros, aproximadamente, se encuentra con el local de Luis Rondón, un carismático adulto mayor de impactantes ojos azules. Él vende café, condimentos y productos de limpieza, con la fórmula que le dio su hija, una ingeniera egresada de la Universidad Nacional Experimental Politécnica de las Fuerzas Armadas (Unexpo), luego transformada en Universidad Nacional Experimental de las Fuerzas Armadas (Unefa).
También hay quienes no tienen locales, pero sí necesidad. En esa misma zona, una anciana vende pocos productos, pero también hace canjes de comida. No cuenta con punto de venta y ante la falta de efectivo, habilitó el servicio de pago móvil, así garantiza que le cancelen al momento.
La Vega no para
En la populosa parroquia La Vega, el panorama es parecido a San Martín. Cientos de locales pequeños hicieron de la comida su método de sobrevivencia. Los residentes bajan, en el horario establecido para comprar lo necesario.
El comercio formal y el informal están presentes y, al final, es el comprador quien tiene la última palabra. En los establecimientos formales es común que un encargado le ponga vinagre o antibacterial a quien entra, pero los buhoneros hacen poco o casi nulo caso a las medidas de prevención.
Algunas paradas de camionetas son utilizadas por vendedores informales en el periodo establecido por las autoridades para evitar las sanciones previstas en el Decreto de Emergencia.
Hasta que se levante el confinamiento, estos comerciantes están destinados a trabajar entre cuatro y seis horas. Desconocen cómo será la rutina a futuro, por eso solo viven el presente, ese que se llegó con alcohol, mascarillas de tela y mucha incertidumbre.