A propósito del 25º aniversario de (What’s the Story) Morning Glory?, uno de los discos más vendidos de la banda británica de britrock, una breve anécdota de uno de los asistentes de su último concierto en Caracas, Venezuela, siete meses antes de que se separaran.

Creo que me dijo su nombre de pila, pero solo recuerdo el sobrenombre con el que lo conocían en las calles: Peo. También creo que me comentó cómo fue bautizado con ese sustantivo amenazante y gracioso a la vez, que tenía algo que ver con una actitud autodestructiva y satírica que hacía juego con su oficio ocasional, el de hacer malabares con cuchillos en los semáforos del centro de Caracas.

Tenía en su antebrazo izquierdo un tatuaje maltrecho, que más bien parecía una mancha de sangre y mugre. Decía Factotum. “El que hace de todo y es el más pro”, era su explicación para la palabra latina impuesta en su piel morena. Me dijo ese día que casi toda su ropa venía de la calle. Que las botas de punta de hierro las había conseguido en un basurero en Capitolio –“para darle coñazo a las brujas y los pacos”–, que los pantalones estaban abandonados en una acera –“y estaban nuevos”–.

Llevaba lentes de sol de montura roja y cristales negros, aunque estaba nublado. Al quitárselos, vi que su cara estaba amoratada y llena de rasguños frescos. Preferí no indagar más. En su piel, pequeñas cicatrices circulares revelaban sus vicios. “Antes me metía hasta ‘Dragón’. Pero yo ya me dejé de eso. Mente sobre materia. Mi mente es demasiado poderosa para no controlar mi cuerpo. Un día dije: ‘No más’, y así fue, mi estimado amigo”. No le creí.

En la avenida San Martín, miró una licorería y se detuvo. Compró dos botellas de aguardiente San Thome pequeñas, me dio una y la otra la guardó en el bolsillo de sus pantalones sucios. Nos tomábamos cada veinte pasos un trago mientras recorríamos las calles sin destino aparente. Me dijo que creía en el anarquismo, en la anomia, en el caos. Que lo ideal es que haya desorden. Que tenía dos hijos que no podía ver nunca, y asomó que la razón era la violencia doméstica de la que él era el mandamás. Cada vez que pasábamos cerca de personas pertenecientes al gremio ambulante de los malabaristas, le saludaban con reverencia. Era como un cacique de una tribu sin tierra, de abandonados que buscan su sustento de la caridad de los conductores aburridos y sedentarios.

Las botellas nos duraron hasta llegar a Parque Carabobo. Renovamos nuestro suministro de alcohol y aprovechamos para incorporar otro ingrediente a la caminata sin sentido, los cigarrillos. Así, entre trago y trago, una bocanada. Entre cada jalón, un sorbo de la misma San Thome. El sabor era repugnante, por decir lo menos, pero a cada paso recorría mejor la garganta, que era como bosque quemado entre tanto humo y ese destilado de etanol que nos acompañaba.

Al llegar a Bellas Artes, me dijo que la estación de Metro homónima le había servido de hogar durante un tiempo. “Ahí dormía yo en mi etapa de destroyer”. Usaba mucho esa palabra para definir lo que hacía. Destrucción, caos. Vivía en carne propia su paradigma ideológico, aunque dudo que fuese eso a lo que se refirieron sus ídolos Mijail Bakunin y Piotr Kropotkin. Su “compañero de cuarto”, me dijo, era un tal Monopunk. Luego supe que Monopunk era una leyenda del punk caraqueño. Y que fue asesinado en el año 2014, apuñalado, a los 37 años de edad.

Llegamos a la Plaza Morelos y nos encontramos a Buba. “Este que está aquí es el padre de Asier Cazalis”, me dijo Peo. No le creí, y aún dudo que fuera verdad. “Yo jodí con Nina Hagen cuando vino a Caracas”, balbuceó Buba. Eso pude distinguir en su voz áspera y su verbo emborronado. Pero debe haber percibido mi cara de incredulidad, pues me enseñó la evidencia irrefutable: una fotografía en la que estaba en tarima con la cantante alemana, quien vino a Caracas en el año 1985.

Luego de la breve reunión con Buba, Peo y yo llegamos a nuestro destino: la Plaza de Los Museos. Digo destino porque allí nos detuvimos, pero realmente, como he dicho, no teníamos planeado llegar a ningún lado.

El año, 2009. El día, 28 de abril.

***

Liam Gallagher fue abordado por Ariana Ron, la periodista de La Bomba —el programa de farándula del canal Televen— en el aeropuerto de Maiquetía.

El cantante de la banda Oasis tenía un saco de color blanco, una franela roja estampada y lentes de sol a la John Lennon. Por motivos prácticos, se tradujo la parte de Liam Gallagher al español. 

La entrevista fue así:

Ariana Ron: Disculpen, hola chicos, bienvenidos a Venezuela. ¿Por qué seleccionaron este país para presentarse?

Liam Gallagher: Porque ellos me seleccionaron a mí.

Ariana Ron: ¿Y cómo te sientes?

Liam Gallagher: Me siento muy bien. ¿Cómo estás tú?

Ariana Ron: Tu álbum ha vendido 1.800.000 de copias. ¿Cómo te sientes al respecto?

Liam Gallagher: Un poco decepcionado. Desearía haber vendido 20.000.000 de copias.

Ariana Ron: Liam, ¿cuáles países seleccionaron para su tour mundial?

Liam Gallagher: Todos los países.

Ariana Ron: ¿Todos los países?

Liam Gallagher: Sí, todos los países. Iremos a todos los países.

Ariana Ron: ¿Cuáles son sus nuevos proyectos?

Liam Gallagher: ¿Ah?

Ariana Ron: ¿Cuáles son sus nuevos proyectos?

Liam Gallagher: Ininteligible

Ariana Ron: ¿Tienes algún proyecto, un nuevo álbum?

Liam Gallagher: Nuevo álbum, no. Básicamente queremos hacer ropa. Eso es lo que queremos hacer.

Ariana Ron: ¿Ah sí? ¿Qué tipo de ropa?

Liam Gallagher: Ropa casual, como esta. ¿Cuál es tu nombre?

Ariana Ron: Muchas gracias, un placer conocerte.

Estaba saliendo Liam Gallagher del aeropuerto, pero Ariana Ron persistió en su intento de lograr una buena pauta para su programa televisivo.

Ariana Ron: ¿Puedes saludar a “La Bomba”?

Liam Gallagher: ¿Quién es “La Bomba”?

Ariana Ron señaló con el dedo al camarógrafo. Liam Gallagher se acercó a pocos centímetros de la lente de la cámara y dijo: “Hi La Bomba”.

Para el programa, la pauta fue todo un éxito. “El hombre quedó babeado, se quedó como un tonto mirándola”, dijo José Gregorio Araujo, “el gordo” de “La Bomba”. Kerly Ruiz, fascinada, elogió a su colega a más no poder. La felicitó por su buena labor periodística. Y ahí quedó eso.

Oasis vino a Venezuela para promocionar su disco Dig Out Your Soul el 28 de abril de 2009.

***

Ya demasiado mareado y cansado de las conversaciones sin sentido que mantenía en la Plaza de los Museos, intenté, infructuosamente, jugar una partida de fuchi ball, pero ese deporte requiere de destrezas físicas de las que carecía. Explosividad, elasticidad muscular, reflejos. Todos atributos comunes de esos jóvenes que se dedican a pasar su tiempo en el círculo de piedra que separa el Museo de Bellas Artes y el de Ciencias Naturales en el centro de Caracas.

Peo empezó a tornarse violento mientras tomaba más de esa pírrica botella de San Thome, ya por acabarse. Sus palabras comenzaban a corroerse y pasó de aquel hombre que reconoce la crudeza de la calle al hombre que la vive. Pero vigilaba atentamente a cada una de las más de 100 personas que estaban en la plaza. Durante el crepúsculo, recibo una llamada en mi blackberry. Era mi padre, quien me dijo que había logrado conseguir entradas para el concierto de Oasis en la Universidad Simón Bolívar. Que si estaba listo. “Claro, claro”, respondí emocionado. Que a las 7:00 pm estuviese en Altamira. Faltaban como dos horas, creo.

Al terminar mi llamada, Peo golpeó mi brazo y alzó la mirada. En ese momento, vi cómo tres motorizados se estacionaban por las palmas que rodeaban la plaza.

“Las brujas”, sentenció Peo. Sus ojos vidriosos e inyectados de sangre brillaban y parecía excitado ante la posibilidad de confrontación. Empezó a sonarse los nudillos, a estirarse. Como un boxeador a punto de ingresar a un ring de combate. Escupió en su mano y la pasó por sus botas, como alistándose para una batalla. Empezó a respirar cada vez más fuerte. Yo estaba tan ebrio que, en lugar de alertarme y unirme como soldado a su marcha, solo me acosté en el suelo y pensé en que iba a poder ver a Oasis en un par de horas.

“Take the time to make some sense

Of what you want to say

And cast your words away upon the waves

And sail them home with acquiesce

On a ship of hope today

And as they land upon the shore

Tell them not to fear no more

Say it loud, and sing it proud today”.

Esperaba que tocaran “The Masterplan. Siendo sincero, no conocía nada del nuevo disco que iban a promocionar. Esperaba que tocaran sus clásicos y ya.

Debo haberme quedado dormido por dos segundos. Me desperté de sopetón por el sonido de un disparo. “Ya vienen estas brujas a joder”, le escuché a Peo, quien estaba sentado a mi lado en los escalones de cemento. Me explicó que eran funcionarios que extorsionaban a los emprendedores de la plaza, aquellos que se ganaban la vida como bien podían vendiendo sustancias ilícitas a los jóvenes y no tan jóvenes. Que ya llevaban varios días en eso. El nombre correcto, aprendí ese día, era “jíbaros”. 

Algo más debe haberme dicho, pero yo solo vi a un hombre con una pistola en la mano disparando tres veces. Era la primera vez que veía cómo se disparaba un arma. Vi los pequeños destellos que salían del cañón, y me pareció curioso que el sonido, aunque fuerte, no era lo ensordecedor y aterrador que me había imaginado siempre. Era un sonido más bien agudo.

La polarización de la escena fue tangible. No lo sabía, pero la plaza devino en campo de guerra. Y yo formaba parte de un ejército sin armas de fuego pero con un arsenal casi infinito de palos y botellas y pelotas de fuchi ball y frisbees. Todo objeto con cierta dureza y lanzado con la apropiada fuerza servía de munición. Los gatillos eran nuestros brazos y nuestro espíritu que rebosaba de una mezcla desconocida de sustancias. Actitud combativa, beligerante, en torno a los intrusos que decidieron irrumpir en la plaza.

“Váyanse, mamagüevos”, empezaron a gritar. Nosotros no tiramos la primera piedra pero sí la segunda. Luego, una lluvia de botellas. Ellos respondieron con más tiros. Con disciplina cuasi espartana, al escuchar la segunda ráfaga, todos se levantaron, los abuchearon y empezaron a perseguir a los perseguidores.

***

Ya la banda Oasis había venido a Venezuela anteriormente. En el año 2001, estuvieron en el Caracas Pop Festival.

Luego del concierto del año 2009, la periodista Daniela Di Giacomo entrevistó a Liam Gallagher como parte de una pauta periodística del programa Lo Actual, de Televen. Hizo Di Giacomo una muestra excelsa del dominio del inglés, y la entrevista fue doblada al español. 

Daniela Di Giacomo: Hola, ¿cómo estás?

Liam Gallagher: Muy bien.

Daniela Di Giacomo: Bienvenido a Venezuela.

Liam Gallagher: Es muy bueno estar de regreso. Me gusta.

Daniela Di Giacomo: ¿Te gustó Venezuela? ¿Qué recuerdas?

Liam Gallagher: No hemos visto mucho de la ciudad. Nosotros íbamos a tocar e irnos, pero vimos que la gente era cool.

Daniela Di Giacomo: ¿Entonces sí recuerdas la audiencia del concierto pasado?

Liam Gallagher: Sí, bastante. Me gustó el público de pie y aplaudiendo.

Daniela Di Giacomo: Coméntanos sobre su último álbum.

Liam Gallagher: Las once canciones son buenas. Tienen algo de psicodélico, estamos creciendo. Me gusta, es un buen álbum.

Daniela Di Giacomo: ¿Qué opinas de la música de hoy en día? Como el reggaeton o la electrónica, ¿te gusta?

Liam Gallagher: Esa música no me gusta. Igual es música, pero pienso que no es buena. Alguien pensará que es buena, es solo mi opinión.

Daniela Di Giacomo: ¿Piensas que algún día el britpop o el rock británico volverá a nacer?

Liam Gallagher: Espero que no. El pop británico fue inventado en Londres y en las revistas de animé. Espero que esas bandas realmente no regresen. 

Daniela Di Giacomo: El año pasado ganaron el premio Silver Plate. ¿Es importante para ustedes tener este tipo de reconocimiento?

Liam Gallagher: Sí, puede ser. Es grato ser premiado. Hemos sido bastante galardonados, (nos han dicho que somos) la mejor banda del mundo, tenemos los mejores fans, tenemos muchos hijos, esposas. Creo que ser premiado es bueno.

Daniela Di Giacomo: Cuéntame cuál es la canción que más disfrutas tocando.

Liam Gallagher: “Live Forever” es una de mis favoritas. Pero no la tocamos más.

Daniela Di Giacomo: ¿Y por qué?

Liam Gallagher: Porque ellos no quieren.

Daniela Di Giacomo: ¿Planeas hacer carrera como solista o seguirás en Oasis?

Liam Gallagher: Oasis hasta que muera.

“Maybe I just wanna fly

Wanna live, I don’t wanna die

Maybe I just wanna breathe

Maybe I just don’t believe

Maybe you’re the same as me

We see things they’ll never see

You and I are gonna live forever”

Creo que a Noel Gallagher no le gustaba dar entrevistas.

***

“Peo, deberíamos irnos”, le dije. Pero no me escuchó. Rompió la botella de San Thome con el borde del escalón para hacerla más letal, con puntas agudas, pequeñas aristas rotas que brotaban del cuerpo del vidrio. Las gotas de sudor en su rostro delataban la adrenalina. Él había estado buscando este momento todo el día. Vivía para el enfrentamiento. La insurrección que sus referentes habían deseado. Podía encarnar el odio en contra de la autoridad y la opresión del Estado, que se manifestaba, a su juicio, en aquellos funcionarios extorsionadores que no dejaban vivir y hacer. 

I live for this shit, bro”, masculló. 

Y el sentimiento era mancomunado. Ante la adversidad, todos hacían armas de lo que tenían a la mano. Las correas de cuero fuera de los pantalones hacían de látigos, las piedras del jardín se transformaron en proyectiles. Empezaron a corear con mentalidad castrense: “Fuera, fuera, fuera”.

Una bala lo cambió todo. Una disparada horizontalmente. Peo me tomó con fuerza de la camisa y me arrastró desesperado hacia el suelo, y luego, en cuclillas, nos escabullimos del peligro. Todo ello con una sonrisa en el rostro. Una sonrisa de goce, de vida entre el peligro, como un caminante al borde de la muerte.

Funcionarios de la Policía de Caracas llegaron poco después y la muchedumbre se deshizo. Rota la disciplina que nos había hermanado durante varios minutos, el gentío que antes era manada devino en rebaño sin pastor. Ovejas humanas furibundas que empezaron a esparcirse por la Plaza Morelos, otros para el hotel, algunos para el Teresa Carreño, y unos cuantos para la avenida México. 

Peo y yo nos dejamos llevar por la corriente de gente que iba para la estación Bellas Artes. “Esas brujas, la próxima vez no las pelo”, gritaba mi compañero. “¿Estás bien?”, me preguntó. Yo no sabía qué responder.

Las tenues luces de los postes iluminaban la acera por la avenida Universidad. Todo lo veía negro, pero conocía ese trayecto de memoria, porque por allí había pasado incontables veces para comprar películas o álbumes no tan conocidos, cuando la tendencia de descargar contenido o verlo por streaming no se habían impuesto. Me había salvado de un tiro mal dado (o bien dado, porque no recuerdo que haya muerto nadie esa noche). Vi la hora en mi teléfono. Faltaba como media hora para las 7:00 pm. Había acordado con mi papá que nos encontráramos enfrente de un restaurante de comida árabe que ahora es una pizzería en frente de la Plaza Altamira. 

A las 6:30 pm también fue la última vez que vi mi blackberry, porque me lo arrancó de las manos un desconocido.

***

Recuerdo que mi papá compró (What’s the Story) Morning Glory? en una tienda Esperanto. 25 años acaba de cumplir ese disco. “Escucha esta”, me comentó. Empezó a sonar “Wonderwall”. Ese acorde, la entrada de Liam Gallagher. “Today is gonna be the day that they’r gonna throw it back to you”. Ese coro. “Because maybe, you’re gonna be the one that saves me”. Una maravilla. Y los contrabajos y la guitarra incesante. No sé qué edad tenía, pero no debo haber tenido mucho tiempo en el mundo. Podría haber sido un prepuberto, imberbe, sin saber nada, pero creyendo que lo sabe todo.

Empecé a pensar qué estarían haciendo Liam y Noel Gallagher. Me lamentaba por la pérdida de mi teléfono, el primero de mi propiedad que tomaba fotos y videos de calidad aceptable. Me lo regalaron, claro. Creo que tenía una semana con el aparato, y lo perdí.

El metro estaba lleno. El ocasional vagabundo solicitando colaboración para operar su pierna hinchada, el que tiene VIH positivo y no podía pagar su tratamiento, la anciana pidiendo una limosna para llegar al final del día, los niños rogando arrogantemente un sencillo, un rapero haciendo rimas insulsas con lo que veía en los pasajeros taciturnos, apesadumbrados, cansados, con la mirada desviada y el estómago de tambor. Nada magnífico les espera en su parada, solo el cierre del día y el inicio del siguiente.

“Champagne Supernova” era el final perfecto de (What’s the Story) Morning Glory? Un derroche de sencillez, una caminata en una playa infinita arropada por un cielo de la misma magnitud. “But you and I will live and die, the world’s still spinning ‘round, we don’t know why, why, why, why, why?”.

Peo me acompañó hasta mi destino en el este de Caracas en ese viaje subterráneo. Solidario con mi pérdida, hablaba de la importancia de permanecer firmes ante el rostro grotesco de la ciudad. Y de lo importante del caos como elemento transformador del mundo. Sufría la resaca de no haber podido concluir la reyerta de Bellas Artes, y a veces se quedaba viendo embobado por las ventanas del vagón, en silencio, por varios minutos.

Al aproximarnos a la estación Altamira, me dio un apretón de manos y me dijo que buscaría mi teléfono. Que él tenía contactos en todos lados. Le pregunté si tenía un teléfono para poder llamar a mi papá y decirle que me habían robado. Me dijo que no, que él no creía en eso de tener celular por temas de privacidad, pero que cuando quisiera podría encontrarlo en Facebook, incipiente red social en aquel momento.

Le agradecí por haber estado pendiente durante el tiroteo espontáneo y accidental. Me dijo: “Hermano, la próxima vez los jodemos. Esto no se queda así”. Sin responder, salí del tren.

***

Liam Gallagher debe haber pedido unos cereales con leche al llegar al hotel. Debe haberle dado asco comer tal cantidad de carbohidratos con proteína como relleno, o lo que es lo mismo, una buena arepa con carne mechada y queso amarillo.

Noel Gallagher seguro sí se aventuró a comer una arepa con queso guayanés, porque qué sentido tiene viajar a Venezuela y no probar la maravilla de los quesos.

La periodista Rebeca Moreno, del canal Globovisión, le preguntó a Andy Bell, bajista de Oasis, que qué era lo que más le gustaba de Venezuela. 

El respondió: “The people, of course”. 

Ella tradujo la respuesta del guitarrista de la siguiente manera: “Ok, me dice que Venezuela no ha cambiado mucho. Que lo que más le gusta son los paisajes y las motos, que ha tenido la oportunidad de ver en las autopistas y calles de la ciudad de Caracas. Que es muy poco lo que ha cambiado y que no ha tenido oportunidad de ver mucho”. 

No hay registro completo de la conversación, por lo que puede ser que la traducción no sea esa.

¿Se sorprenderían los hermanos británicos de ver tan poca gente en el campus de la Universidad Simón Bolívar? Creo que la asistencia no sobrepasó las 3.000 personas. Amuñuñada no estaba la audiencia ante Oasis ese 29 de abril del año 2009. No vendieron alcohol dentro del recinto y no puedo decir que hubiese algún inconveniente.

Como guinda final, Liam y Noel tocaron “I Am The Walrus”, de The Beatles, luego de todo el repertorio de canciones propias.

***

Lo único que me quedaba de recuerdo de ese concierto era una franela que le pedí a mi papá al salir del evento. Una franela que, años después, vi que era usada como coleto por mi abuela y mi mamá, porque era demasiado vieja y ya no me quedaba. “Qué vas a estar haciendo tú con esa camisa si ni siquiera te la ponías”, fue lo que me respondió mi mamá cuando le reclamé.

Peo salió del país y lo último que supe de él era que estaba trabajando como marinero en un barco de Ecuador.

A Buba le robaron su foto con Nina Hagen, pero sigue vivo, rondando las calles de Caracas. Pero al menos la vi, y sé que decía la verdad.

Y Oasis se separó siete meses después de ese concierto en la Universidad Simón Bolívar. So long for: “Oasis hasta que muera”. Ni piensan en volver a juntarse. Noel Gallagher y el resto de la agrupación celebraron el 25 aniversario de (What’s the Story) Morning Glory? sin Liam Gallagher, lo cual hizo que este último entrara en cólera y expresara en redes sociales que su corazón estaba roto.

 Así las cosas, no tengo ni una foto de haber ido al concierto y, ni siquiera, la camisa me quedó como prueba. No hay nada que compruebe que fui a ese evento luego de haberme involucrado en un tiroteo entre distintos tipos de delincuentes.

***

Mi papá me esperaba en el sitio acordado. Al verme, me abrazó cariñosamente. No se enteró de que me habían robado hasta que se lo dije. Y percibió de inmediato el olor a San Thome.

“¿Tú estabas tomando?”, me preguntó, aunque ya sabía la verdad. Y yo me apresuré a mentir: “No”. Luego corregí, que solo unos tragos y ya. Me llevó a comer una hamburguesa en Filippo, un perrero ubicado en frente de la Plaza Altamira que solo vende perrocalientes y hamburguesas de carne con papas, cebolla, salsa de tomate y mayonesa. Y de beber, solo jugo de piña. Nada de refrescos. Su dueño original, Filippo Saglimbeni, murió en el año 2014 luego de más de medio siglo de historia gastronómica urbana.

Por no dejar, doy el dato de cuánto costaron las entradas: 500 bolívares. Que para ese momento venía a ser, más o menos, poco más de la mitad de un salario mínimo.

Me monté en la camioneta, y mientras íbamos en la vía a la Universidad Simón Bolívar, mi papá puso “Slide Away, del disco Definitely Maybe, en el reproductor de música.

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