• La instalación de una empresa eléctrica fue abandonada en Puerto Ayacucho y poco a poco se ha convertido en una especie de “mina”, que es aprovechada por algunos pobladores para sustraer hierro que luego venden del lado colombiano. Foto:

Con 88 años encima, una abuela pasa varias horas del día sentada al frente de su casa, desde donde observa el ir y venir de los carretilleros que van cargados con el hierro que han ido sacando de la antigua planta de Cadafe, ubicada en el barrio Quebrada Seca de Puerto Ayacucho, capital del estado Amazonas. 

Según los lugareños, esta planta que hace años fue abandonada cuando se dio la restructuración de la ahora Corpoelec, coloquialmente fue nombrada “La 30”, para hacer una similitud con la mina de oro “La 40” del territorio amazonense. Así pues, la planta vieja de Cadafe se convirtió en una mina, pero de hierro, que tiene su venta segura en Colombia.

La planta vieja de Cadafe la llamaron “La 30”, como para simular a la mina de oro “La 40”. Foto: Madelen Simó. 

El lugar tiene al menos un año sin ningún custodio, ni militar ni policial, y la estructura muestra cómo las personas han ido desmembrando cada una de sus partes, en busca de un pequeño objeto que puedan trasladar en las carretillas hasta llegar a las orillas del río Orinoco, desde donde se cruza al territorio colombiano de Casuarito. Entre maleza, basura y vidrios rotos, la gran estructura que una vez albergó a los trabajadores de Cadafe, e incluso donde funcionaba el club social de la institución, hoy es un lugar en ruinas. Los avisos de las misiones que intentaron usar el sitio como sus sedes de trabajo, también quedaron como estampas del olvido. Pero quienes encontraron en este viejo espacio una posibilidad de subsistencia, son los cientos de hombres y mujeres que se dedican a vender chatarra. 

“Por aquí pasan de día y de noche con las carretillas para la zona de Zamuro (una comunidad multiétnica que habita a orillas del Orinoco). Tengo años que no voy por esa parte del río que da al frente de Colombia, pero la gente dice que allí es donde venden la chatarra”, asomó a decir la abuela para El Diario.  

Instituciones del Estado que intentaron instalarse en la planta de Cadafe, también quedaron como estampas del olvido. Foto: Madelen Simó.

Un negocio para toda la familia 

Eran las 3:30 pm cuando la abuela nos recibió en el porche de su casa, con un calor que solo este suelo selvático y en plena sequía, no deja sentir el placer de una brisa. Bajo ese sol se vieron transitar, en menos de una hora, cerca de 20 personas con carretillas y sacos en hombros o a bordo de motocicletas, quienes llevaban chatarra en busca de unos cuantos pesos. Algunos salieron de “La 30”, otros aparecieron de rutas más lejanas, pero todos pasaron por el frente de la casa de la abuela, pues al final de la calle se llega a la zona de Zamuro. 

Entre risas, complicidad y pasando por turnos la tarea de rodar uno a uno la carretilla remendada, cuatro niños aparecieron en la escena. Se notaba la dificultad que tenían para poner a andar una carretilla con una rueda espichada y la otra que se había quedado solo con el rin; en el saco que llevaban parecían cargar unos 20 kilos que la pequeña humanidad de los niños buscaba rodar. 

Entre el juego y la inocencia, los niños cargan la chatarra. Foto: Madelen Simó

A decir de la abuela, esta imagen no es una sorpresa, pues el negocio de la chatarra parece ser una práctica familiar. “A veces se ve al hombre con el hierro en la carretilla y la mujer jala con un mecate, y hay niñitos con ellos”, reveló, al tiempo que enfatizó que “esa gente no es de este barrio (Quebrada Seca), viene de otro lado”.  

De pescador a chatarrero 

Dos hombres, entre 20 y 25 años de edad, también se turnaban para arrastrar una carretilla cargada de tubos y artefactos viejos, convertidos en chatarra y que podían pesar unos 100 kilos. Si los cálculos resultaban correctos, sería una buena jornada para estos hombres, quienes afirmaron que podían vender este hierro oxidado en 150 pesos el kilo; es decir, 15.000 pesos (un poco más de 4 dólares) los 100 kilos.

Sudorosos, con gorra y sombrero entre sus vestimentas para protegerse del sol, y con morrales tricolor sobre sus hombros, explicaron que pueden tardar toda una mañana o un día para recolectar la chatarra. En esta ocasión, dedicaron unas seis horas para reunir todo el material, y decidieron caminar en horas de la tarde para concluir una jornada a la que habían dedicado el día, debido a que también realizan otros oficios. 

“Casi siempre pescamos, porque lo que sacamos nos sirve para la venta y también para comerlo en casa”, comentó uno de los sujetos cuando se le preguntó qué otras cosas hacían. Además, revelaron que venían caminando desde el barrio El Moñito, a unos tres kilómetros de la vía que conduce a la zona de Zamuro, y para la cual todavía quedaba un poco más de un kilómetro para llegar. Pero todo con tal de obtener unos cuantos pesos para enfrentar la crisis que se vive en Venezuela, y la cual se agudiza en los territorios más alejados de la región central del país. 

Varios kilómetros recorren los chatarreros hasta el punto de venta. Foto: Madelen Simó.

Con cierta reserva, estos hombres narraron su necesidad para buscar el dinero que les permita conseguir un bocado para el día. Saben los riesgos a los que se exponen si son sorprendidos por alguna autoridad que quiera aplicar la ley, pues según escucharon, los militares amenazaron a otros chatarreros con ir a la cárcel por ocho años si los agarran en esa especie de “contrabando”. 

La amenaza viene dada porque el hierro es considerado como material estratégico y se basan en lo que establece la Ley Orgánica Contra la Delincuencia Organizada, en su artículo 34: “La persona que trafique ilícitamente con metales y piedras preciosas, recursos o materiales estratégicos, nucleares o reactivos, sus productos o derivados, podrá ser penado con prisión de ocho a doce años”. 

Los indígenas se plantaron

Alrededor de “La 30” existen bodegas de víveres, caucheras y otros pequeños negocios que se han negado a cerrar sus puertas. El encargado de uno de ellos señaló que la primera semana de febrero, en horas de la madrugada, un camión intentó pasar con hierro por la vía, pero fue detenido por funcionarios de la policía, cuyo comando queda a tan solo unos metros de la antigua planta de Cadafe. 

El mismo hombre narró que las autoridades ya se dieron cuenta que ese paso de chatarra se ha incrementado en el último año, y en una acción para frenarlo, quisieron llegar hasta la zona de Zamuro, pero presuntamente, las comunidades indígenas que habitan allí no lo permitieron. “Los parienticos (como les dicen a los indígenas en el estado Amazonas) se plantaron frente a la Guardia Nacional y no los dejaron pasar, ni permitieron que les quitaran eso que encontraron para sobrevivir, dijeron que ‘cómo iban a hacer, si tienen que buscar un modo para comer”. 

Ya queda poco en “La 30” que puedan sacar, lo que más hay son las grandes estructuras. Foto: Madelen Simó. 

Así fue como se pudo conocer que, por lo menos en este punto de Zamuro, la gente va a vender la chatarra a la propia comunidad. “Según, los colombianos les dejan los pesos a los parienticos para que puedan comprar la chatarra, y luego ellos vienen para buscar la mercancía y pasarla en bongo hasta Colombia”. El equipo de El Diario intentó ir hasta la comunidad para lograr hablar con alguno de sus integrantes, pero no se logró conseguir a alguien que nos pusiera en contacto con el capitán indígena, quien es el que da el permiso para poder entrar. 

“El hierro sólido (en mejor estado) parece que lo compran en 250 pesos el kilo, o sea, que tienen que conseguir mínimo unos 100 kilos para tener un precio que valga la pena, como unos 25.000 pesos. Eso es allí en Zamuro, en la parte venezolana, porque en la parte colombiana dicen que lo pagan a 400 pesos el kilo”, agregó. 

Cuidado con el río

Algunos de los motoristas que trasladan a las personas que van a Casuarito también se arriesgan a llevar a los chatarreros. Pero ellos lo hacen en horas de la madrugada, cuando hay menos control de las autoridades; también con los peligros de la oscuridad y solo confiando en el sentido común sobre las aguas que tienen estos conductores de los bongos. 

Precisamente, el pasado 22 de febrero, la ONG Fundaredes seccional Amazonas emitió una advertencia sobre la situación que se vive con la venta de chatarra en Puerto Ayacucho. De acuerdo con esta ONG, aproximadamente 200 personas, entre hombres y mujeres, incluyendo menores de edad, arriesgan su vida cruzando de madrugada el río Orinoco hasta Casuarito, pueblo del departamento de Vichada en Colombia.

El reporte reveló que los lugareños salen desde las 2:00 am hasta el Puerto de la Corporación de Venezuela (Corpoven), zona fronteriza controlada por militares, donde una embarcación clandestina se encarga de cruzar a las personas para vender chatarra. El costo para este traslado sería de 3.000 pesos.

La inmensidad del río Orinoco es la que se arriesgan a cruzar de madrugada los chatarreros. Foto: Madelen Simó. 

El informe también precisó que este oficio se intensificó en mayo de 2020, en plena pandemia por el covid-19. “La necesidad de comprar alimentos ha llevado a la gente a arriesgar sus vidas haciendo cosas peligrosas”, sostuvo José Mejías, coordinador de Fundaredes en Amazonas, para el portal de noticias El Pitazo. 

“Conocemos de varios accidentes, embarcaciones que se han hundido en medio del río por el peso de los hierros. Gracias a Dios no se han registrado víctimas fatales, los organismos del Estado deben tomar cartas en el asunto”, advirtió Mejías. 

Sin importar de dónde tengan que sustraer el hierro para venderlo, bien sea de la instalación de una empresa eléctrica abandonada, casas viejas o artefactos dañados, los amazonenses siguen intentando sobrevivir a la crisis económica y exponiéndose a los peligros de cruzar la frontera en pequeñas embarcaciones, a fin de conseguir la moneda que tiene más valor en esta zona de Venezuela: el peso colombiano. 

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