A los hermanos Abraham, 

Hened y Brahim,

de brillante linaje sirio-libanés

“¿Yo? Samir Yazbeck Romero. De padre libanés y madre venezolana”. Así respondió a la pregunta sobre sus datos personales este hombre de mirada vivaz y rasgos inquietantes. Para ese momento estábamos en la búsqueda de un asesor lingüístico, con la idea de incorporarlo al equipo de producción de una película sobre la inmigración sirio-libanesa en América. Samir se presentó como “el único arabista venezolano de formación académica” y lo dejamos hablar de forma libre y distendida:

—¿Sabían ustedes —comenzó Samir— que, sin el árabe, no tendríamos esos sabrosos diálogos en español de las películas del Lejano Oeste? Porque allí aparecen “asesinos”, del árabe hash ashin (“los que consumen hachís”), término que surgió por los miembros de una secta que, durante las cruzadas, eran muy agresivos y sanguinarios y, a la vez, eran consumidores habituales de “hachís”, palabra que también es de origen árabe y significa “yerba seca”. En el cine del Oeste, esos asesinos son perseguidos por algún “alguacil”, del árabe al wazir, que quiere decir “el ministro”, en este caso de la justicia. Y esos asesinos mataban con “dagas”, que, según algunos autores, procede del árabe hispánico ṭáqa, que a su vez procede del persa ṭāq (“espada”).

—Interesante, Samir. Continúa.

—Posiblemente esos delincuentes, en vez de matar, secuestrarían a algunos “rehenes”, del árabe andalusí rihán, plural de rahn (“prenda” o “secuestrado”). Quizás también habrían robado algunas “alhajas” (del árabe andalusí al-hagah, “cosa necesaria o valiosa”), algunas de ellas de oro de muchos “quilates” (del árabe quirat, semilla del algarrobo, usado inicialmente como unidad de peso y luego como medida de la “ley” de los metales, es decir, de su “pureza”).

» Encerrar a tantos rufianes en alguna “mazmorra” (del árabe matmurah, “prisión subterránea”), donde algunos eran atados a la pared por una “argolla” (de al-gulla, “el aro”), ya era toda una “hazaña” (de ḥasanah, originalmente referido a cualquier buena acción) para este “adalid” (de ad-dalil, “guía” o “conductor”) de la ley. Allí, severamente castigados, no podrían jugar con “dados” (de a’dad, “números”) y apenas podrían soñar con música de “guitarras” (del árabe gitara, a su vez del griego κιθάρα, “cítara”) y mujeres danzando, cual un “almibarado” (de al-miba, el “néctar del membrillo”) “elixir” (al-iksir, “polvo” que se mezclaba con agua para curar heridas) “almacenado” (de al-majzan, el “depósito”) en enormes “garrafas” (del árabe norteafricano garraf, “jarro”). Tanto el alguacil como esos delincuentes tomaban alcohol en las cantinas. Y “alcohol” viene del árabe al-kuhl, que significa “colirio”.

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—A ver, Samir, salgamos de los cuentos de vaqueros y habla de algo más serio. Ya que hablaste de “elíxires”, ¿cómo ha influido el árabe al español en asuntos de salud?

—Esa es fácil, porque la salud pasa por un buen cuidado personal, como el uso de “talcos” para la piel (del árabe ṭalq, a su vez del persa tâlaq, que significa “puro”, en alusión al color de su polvo). Si por la edad se sufre de muchos “achaques” (de shakaa, “quejarse”), de molestias en la “nuca” (de nuẖā, médula) o antecedentes de “jaquecas” (de ax-xaquica, “media cabeza”), sería bueno descansar un poco en el “sofá” (de suffa, “cojín”), después de tomar algún “jarabe” (de šarāb, “bebida”).

» La salud se vincula directamente con la buena alimentación. Allí siempre cuenta la inocente “zanahoria” (de insfannariya), la “alcachofa” (al-jarshuf), las “acelgas” (assílq, una adaptación del griego sikelḗ, σικελή, que significa “la siciliana”, porque pensaban que esa hortaliza era originaria de Sicilia) y la “espinaca” (del árabe hispánico isbináẖ[a]), con un buen “aceite” (del ár. hisp. azzáyt) y mejores “aceitunas” (ár. hisp. azzaytúna). Como frutas, la combinación de opuestos entre la “sandía” (perteneciente al Sind, en Pakistán) y el “tamarindo” (de tamr hindī, el “dátil índico”) es muy recomendable. La carne se puede comer en forma de “albóndigas” (de al-bunduqa, la “avellana” y, de ahí, bolita de carne del tamaño de una avellana, con el tiempo mucho más grandes) con “arroz” (del árabe ar-ruzz).

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» Luego una “taza” (tassah) de “café” (del turco kahvé, y este del árabe clásico qahwah, “estimulante”) con moderación, acompañando algún postre, como un “alfajor” (al-fasur, “el relleno”) sin demasiada “azúcar” (assúkar). O quizás se antoje un “sorbete” (del turco serbet y este del árabe sarbah, “trago”) de helado. Nunca estará de más algún licor, sin ser “mezquino” (de miskín, “pobre”) al servirlo, con mucho cuidado para no ensuciar la “alfombra” (al-hanbal) “azabache” (as-sabag, piedra negra parecida al lignito) que cubre los “azulejos” (de az-zulaiy, “el ladrillito”).

» Y como la diversión también es salud, siempre irá bien una partida de “ajedrez” (de ash-shatranj), sin mucha “alharaca” (de al-haraka, “movimiento”) al cambiar los “alfiles” (de al-fil, “el elefante”).

El caso es que Samir estaba impartiendo una brillante lección de arabismos, de la manera más alegre y natural. Pero, no convencidos del todo, los entrevistadores decidimos apretar las clavijas y, como yo también sé lo mío, lo increpé:

—Nos hablas de juegos, ¿qué nos puedes decir de las arengas para los equipos antes de iniciar un partido?

—Les puedo aclarar que la muy usada fórmula ¡“Alabín, alabán, alabín, bon, ban”! viene del árabe Alla’ibín áyya ba’ád alla’ib bón bád y significa “jugadores, venga ya, el juego va bien”, tal y como lo aclaró el gran arabista español don Federico Corriente, en su discurso de entrada a la Real Academia Española.

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—Tampoco es para que hagas tantos alardes —le dije.

—“¡Alarde!” —Me interrumpió emocionado— viene del sustantivo árabe al’árḍ, que significa “pasar revista a las tropas”. Mucho después se transformó en presumir de algo.

—Entonces, según tu criterio, todas las palabras que comienzan con “al” en español vienen del árabe.

—En ningún momento he dicho eso, caballero. Por ejemplo, “albedrío”, “almendra”, “altar” comienzan por “al” y no proceden del idioma de Saladino. Por otra parte, muchos términos árabes perdieron el “al” cuando pasaron al español y quedaron solamente en “a”: “ajonjolí” de al-yulyulan, “azahar” de al-azhar (la flor del naranjo o del limonero) y muchas otras no comienzan por “al” en árabe, como “berenjena” (badinyana), “cúrcuma” (kurkum) o “tambor” (tabal). También valdría la pena agregar que las palabras que terminan con el sufijo “í”, como “baladí”, “jabalí”, “carmesí”, “iraní”, provienen del árabe, sin duda.

» Debo enfatizar —continuó— que el árabe está por todas partes y hasta el nombre del muy criollo “alcaraván” venezolano viene de al-karawán, simplemente “ave”.

—¡Estás contratado, Samir! Sabes más de la relación entre el árabe y el español que El hombre que calculaba de álgebra.

—Pero “calcular” no viene del árabe —aclaró, quizás un poco molesto por el cambio de idioma—, sino del latín calculus, que significa “piedrita”. Por eso en el latín clásico “contar” se dice computare, pero en el latín vulgar se decía calculare, porque los niños aprendían a contar con guijarros. Y también son “cálculos” las piedras que formamos en los riñones y en la vesícula biliar. De allí que en Venezuela digamos “me saca la piedra” (es muy doloroso expulsar un cálculo al orinar) cuando alguien nos saca de quicio. Pero “álgebra” sí es árabe, desde luego.

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—Ya córtalo, Samir. Tampoco queremos una indigestión de etimologías. Se sabe que hasta cuatro mil palabras en castellano provienen del árabe y no estamos dispuestos a que nos hables de la historia de cada una de ellas. 

—Es así —asintió Samir—. Casi ocho siglos de dominación musulmana en España no pasaron “en balde” (de batil, “de poco valor”, “inútil”), sobre todo en el sur de la península.

—En todo caso —aclaré —, nosotros damos por cerrada esta entrevista.

—Ah, ¿le van a aplicar el alicate a la entrevista? —Exclamó Samir, muy incómodo por el cierre inesperado— Pues “alicate” viene del árabe al-liqat, que significa “la tenaza” —se permitió agregar, ya fuera de sus casillas.

En ese momento Said, mi compañero entrevistador, hablante nativo del árabe y quien se había limitado a escuchar, estalló, de pura desesperación:

—¡Cállate, Samir! A la próxima etimología te mando al “ataúd”, que viene del árabe at-tabut (“caja”, “cofre” o “baúl”) y no verás precisamente a las “huríes” (de hur, la de “hermosos ojos”), sino a la Virgen de “Guadalupe” (de wadi-lupp, “río de lobos”).

Por supuesto, Samir se sumó al equipo y sigue con nosotros, ya calmada su “locura” etimológica (“locura” viene de lawqa, “tonto”), hasta que el tiempo decida otra cosa (“hasta” procede del árabe hattá, que delimita el tiempo o el espacio). Y si a ustedes los mareó, queridos lectores, imagínense a mí, que hice la entrevista en directo.

Me despido de ustedes al “estilo Samir”: ¡hasta la vista! Insha’ Allah إِنْ شَاءَ ٱللَّٰهُ‎, “si Dios quiere”, que generó nuestro “ojalá” en castellano.

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