• Las autoridades no han podido determinar la cantidad de fallecidos y damnificados que dejó el desastre natural 

Hayarith Mena recuerda haber visto desde el edificio donde se encontraba en Tanaguanera, estado Vargas, a una camioneta Wagoneer de color marrón que flotaba con tres adultos, dos niños y un perro dentro. Debido a la fuerte corriente de agua, las personas que estaban en los edificios no pudieron ayudarlos y vieron cómo el vehículo seguía su camino hasta el mar. 

Aunque una de las personas que estaba junto a ella quiso lanzarse al agua para ayudarlos, relató que sabían que si lo dejaban ir no iba a poder regresar dada las condiciones.

Ese día, un 15 de diciembre de 1999, Mena estaba viviendo lo que sería uno de los desastres naturales que más estragos causó en el país: la tragedia de Vargas. Aunque han pasado 24 años desde ese suceso que estremeció a toda Venezuela, es un recuerdo doloroso en la memoria de los venezolanos.

Tras más de 15 días de lluvias fuertes en el estado Vargas, una serie de deslaves, desbordamientos de ríos y aludes de tierra arrasaron con comunidades enteras de la entidad. 

Aunque algunas personas pudieron ser rescatadas entre el agua y el lodo, otras miles no tuvieron el mismo destino. Hasta la fecha, no existen cifras oficiales sobre el número de víctimas mortales que dejó la tragedia.  

La tragedia de Vargas, una herida que no sana
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Los días previos a la tragedia

Hayarith Mena tenía 26 años de edad cuando sucedió la tragedia. Estaba casada con Pedro Brito, papá de su hijo Jesús Daniel, quien para ese entonces tenía 6 años de edad. “En ese momento estábamos viviendo en Tanaguarena, frente a Cerro Grande, una de las urbanizaciones que también sufrió, al igual que Carmen de Uria y Los Corales”, contó en entrevista para El Diario

Sostuvo que desde inicios de ese diciembre las lluvias habían sido intensas en Vargas y que la del 4 de diciembre es la que más recuerda, debido a que fue el día que decidió salir a hacer mercado de alimentos no perecederos porque sabía que no era normal que lloviera tanto.

Al día siguiente ya no había paso hacia Naiguatá, por lo que acogió en su casa a unos amigos que se habían quedado varados en Vargas. Mena trabajaba en ese entonces de conserje en el edificio Rosamar, que se encontraba a 400 metros de playa Escondida, en el cual residía con su esposo e hijo. 

Cerca de la residencia pasaba un río que desembocaba en esa playa, el cual con los días fue creciendo debido a las lluvias. Mena relató que la noche del 13 de diciembre escuchó mucha bulla y gritos, pero pensó que se trataba de una fiesta. 

Se escuchaban gritos y yo pensé que era una fiesta que tenían por ahí. Le digo a él (su esposo) ‘¿por qué no vas y te asomas para ver qué es lo que pasa?’ Se asoma y viene corriendo y me dice ‘flaca, recoge todo, vámonos que el río está crecido, la gente viene corriendo y el río viene atrás”, destacó. 

Un sonido estremecedor

Ese fue el inicio de los días de zozobra. Por resguardo, Mena y su familia subieron hasta el penthouse para pasar la noche. Recordó que las lluvias del 14 de diciembre fueron muy fuertes y la crecida de los ríos y el mal clima era desesperante. 

“El cielo era como anaranjado-rojizo, una cosa impresionante. La madrugada del 15 de diciembre, empezó a tronar fuerte y el agua no dejaba ver casi nada. Faltando un cuarto para las 6:00 am, se escuchó como una explosión, los vidrios se estremecieron y nosotros corrimos porque no sabíamos qué estaba pasando”, indicó. 

Mena señaló que sentía que todo temblaba y se escuchaba un ruido estremecedor. Estaban en la azotea cuando se percató que el fuerte sonido era de la avalancha que venía de la montaña, la cual traía camiones que bajaban a gran velocidad por el agua.

Recuerdo que me quedé muda. Duré unos minutos sin poder moverme, veía que pasaba la ola con los camiones y pensaba que si uno chocaba contra el edificio se podía caer. Pude ver también que la urbanización que me quedaba al frente era un campo barrido. No sé para dónde fueron las casas. No sé para dónde fue la gente”, relató.

Tras minutos de silencio, se empezaron a escuchar gritos de auxilio. Mena indicó que los helicópteros que sobrevolaban la zona estaban ayudando a las personas flotando en el agua y las dejaban en los edificios altos o en el cerro.

Para ese momento, no sabía que Carmen de Uria, Caraballeda y otras zonas de Vargas estaban pasando por lo mismo. 

Debido a que una de las piedras grandes que bajaban de la montaña rompió una pared del edificio. Mena, su familia, los amigos que se encontraban con ella, dos vecinos y un gato, salieron a la azotea de nuevo sin importar la lluvia para ver si eran rescatados por un helicóptero. 

“Ellos (los rescatistas) estaban enfocados en ayudar a las pocas personas que quedaron en esa barriada de Cerro Grande. A algunos no hallaban cómo ayudarlos porque el palo de agua no les permitía, era demasiado fuerte y no veían por la brisa. Ellos también estaban arriesgando su vida”, aseveró. 

Sobrevivientes de la tragedia de Vargas recuerdan los días de angustia: “Mi papá pensó que había muerto”
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La travesía para llegar a Caracas

Mena precisó que el 16 de diciembre ya no les quedaba casi comida ni agua y tenían temor de que otra avalancha pudiera tumbar el edificio, que ya estaba sentido. En este sentido, comentó que decidieron pasarse al edificio de al lado, debido a que por la cercanía se conectaban. 

En el edificio vivía una pareja con una mascota, quienes le dieron alojamiento en su apartamento. Allí pasaron los siguientes días, sin poder comunicarse con familiares para informar que estaban bien. 

“El 20 de diciembre decidimos salir de allí porque ya no teníamos comida. Llegamos al campo de Golf, uno de los refugios que empezó a concentrar a gente. Llegabas y te anotaban en una lista, donde primero montaban a los niños en los helicópteros. Nosotros decidimos quedarnos juntos”, contó. 

Mena indicó que un amigo que trabaja en el campo de golf los vio y los invitó a su casa, pero la falta de comida hizo que, a los dos días, tuvieran que continuar su camino para tratar de llegar a Caracas. Caminaron con el lodo hasta las rodillas hasta la playa donde estaba desembarcando un barco militar, al cual se pudieron subir.

Se sentía que (la embarcación) tropezaba con muchas cosas. Escuché a un guardia decirle a otro ‘¿Con qué estamos chocando?’ y el otro respondió ‘Son los muertos’. Me descompuso el cuerpo, a lo mejor no eran todos muertos, eran también troncos, pero cada vez que tropezaba algo, me desesperaba”, agregó. 

Al llegar al puerto de La Guaira de noche, empezaron a buscar vehículo para poder subir a Caracas. “Era triste, era como un poco de zombies caminando. Éramos zombies buscando la manera de sobrevivir”, aseguró. 

Aunque debido a que no encontraron vehículo decidieron subir caminando, llegó una ambulancia pequeña en la que pudieron subirse junto a otras personas, la cual los dejó en la Iglesia del Carmen en la avenida Sucre de Catia. 

“Llegamos a Caracas a las 10:00 pm. Estábamos todos llenos de tierra, parecíamos indigentes. Hasta ahí llegó mi pesadilla entre comillas, porque debí empezar de nuevo un 22 de diciembre”, precisó.

Las pérdidas que quedan en la memoria

Hayarith Mena perdió a muchos amigos en la tragedia de Vargas, en el desastre murieron varias amigas de su infancia que vivían en Carmen de Uria. Su primo perdió a sus tres hijos que también estaban en esa zona, sus cuerpos nunca aparecieron. 

“Nunca los consiguió. Los buscó y los buscó muchos años porque había videos donde apreciaban que los estaban montando en los helicópteros. Pero nunca los encontró. Él los pierde porque salió a buscar comida y los dejó en la iglesia con la familia, el cura y toda la gente del pueblo, pero resulta ser que la iglesia fue una de las que más daño sufrió”, detalló. 

Mena sostuvo que fue un largo tiempo en el que no logró dormir bien por las pesadillas, se levantaba sobresaltaba debido a que soñaba que caía al agua. 

Su mamá logró conseguirle trabajo a su esposo Pedro y empezaron a vivir en una casa que tenían en Guarenas, donde vive hasta el momento con su hija menor, a quien tuvo años después del suceso. 

“Carmen de Uria había desaparecido”

Modesto Nuñez, de 54 años de edad, también presenció lo que sería la tragedia más grande que haya afectado el país. Aunque vivía en Caracas para ese entonces, debido al tema electoral para renovar la Constitución, había decidido bajar a Naiguatá, donde residía la familia de su esposa. 

El 7 de diciembre, en medio de las fuertes lluvias, su cuñado los llevó hasta el centro de Naiguatá, sin saber lo que pasaría días después. “Esa noche paramos en Caribe para comprar comida y recuerdo que alguien nos dijo, mira, no es seguro ir hasta Naiguatá porque está lloviendo mucho”, relató. 

A pesar de la advertencia y la lluvia, su cuñado, que decía conocer muy bien la vía, decidió continuar hasta el pueblo. En el camino, pudieron observar varios ríos desbordados pero todavía no estaban a un nivel alarmante. 

“No teníamos ni la menor idea que esta lluvia iba a ser tan catastrófica. En esa época existían teléfonos celulares muy básicos, pero tenía buena señal y me comunicaba con Caracas fácilmente”, indicó. 

Por esa razón, le llamó mucho la atención que la mañana del 15 de diciembre no tenía señal en el teléfono y tampoco el televisor. Al encender la radio, que era lo único que funcionaba, empezaron a escuchar que en varias zonas de Vargas había ocurrido deslaves graves. 

“Como a las 10:00 am la gente empezó a hablar y a decir cosas. Comentaban que Carmen de Uria había desaparecido, que el deslave había sido tan fuerte que se había ido completa”, contó en entrevista para El Diario

La situación en Naiguatá

Aunque en ese momento el río de Naiguatá estaba desbordado, aún no había pasado nada crítico en la zona.  Sin embargo, la lluvia continuó todo el día y las personas comenzaron a decir que había que subir hasta la parte de arriba de Naiguatá. 

“Nosotros estábamos en el centro de Naiguatá, pero estábamos en la parte alta de la casa.

Siguió lloviendo y una de las cosas que quizás más nos sorprendió era ver cómo las nubes se recargaban en el mar y volvía a llover, se descargaba la lluvia y se volvían a recargar en el mar. Era una situación de verdad atmosférica muy extraña”, explicó. 

El inclemente clima hizo que muchas personas desalojaran sus hogares en el centro de Naiguatá para subir a las zonas más altas. Aunque no recuerda exactamente el día y la hora, comentó que empezaron a escuchar el río.

“Era un sonido muy característico que nunca se me va a olvidar, eran las piedras del río. La gente decía que el río Naiguatá se estaba desbordando y que al pueblo se lo iba a llevar el río igual que se llevó Carmen de Uria”, agregó. 

El agua del río desbordado empezó a acercarse hasta donde estaba la casa y el agua comenzó a bajar por todas las calles.

Decidimos ponernos a rezar. No había más nada que hacer sino rezar para que dejara de llover. Al día siguiente la lluvia era menos fuerte pero se fue el agua y solo teníamos algunos víveres en la casa. Estuvimos así con las reservas durante dos días”, señaló.
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Escuchar las malas noticias por radio

El agua en Naiguatá afectó a varias edificaciones y no había paso para La Guaira. Los días siguientes, Nuñez y su familia escuchaban por la radio lo poco que se decía de la grave situación en la entidad. 

“Decían que no había nada que hacer, que de la zona de Macuto hacia allá, todo había desaparecido. Eso incluía Macuto, Caraballeda y por supuesto Carmen de Uria. Escuché decir que Naiguatá también desapareció. Claro, nadie tenía idea de lo que había pasado y lo que había ocurrido, porque las comunicaciones eran distintas, era complicado saber lo que pasaba”, destacó. 

Como seguía lloviendo y la situación atmosférica no había mejorado completamente, ningún helicóptero podía sobrevolar la zona y por el mar tampoco había condiciones. No obstante, indicó que a los días las autoridades comenzaron a enviar helicópteros para sacar a la gente de la tercera edad y con alguna urgencia.

“Nosotros salimos creo que al sexto día, pero salimos por mar en una pequeña embarcación de la Fuerza Naval, de la Guardacosta. Nos dijeron que teníamos que irnos del pueblo, que en el pueblo no nos podíamos quedar”, aseveró. 

El silencio en medio de una vista aterradora

Modesto Nuñez siempre había querido pasear por la costa de Vargas en una embarcación, pero nunca pensó hacer ese recorrido en esa situación. Ese día, le tocó ir desde Naiguatá hasta La Guaira por mar y tuvo que ver en persona los estragos de las lluvias. 

“Las imágenes fueron impresionantes. Los deslaves eran catastróficos. Lo que más nos impresionó fue cuando pasamos por frente a Carmen de Uria y vimos que toda la montaña prácticamente se había venido completamente. Era una vista aterradora”, 

De acuerdo al relato de Nuñez, todos en la embarcación iban callados por la impresión. Agradeció que en su familia no hubo ninguna pérdida por consecuencia de la tragedia, pero varios conocidos de su esposa que estaban en Carmen de Uria sí fallecieron. 

Al llegar al puerto, al igual que la familia de Hayarith, tuvieron que caminar un largo trecho para agarrar los autobuses, transporte que los dejó en el Estadio Universitario de Caracas, donde realizaban un censo.

“Mi papá pensó que estaba muerto”

Al llegar al estadio, los encargados del registro les preguntaron si tenían familiares en la ciudad que pudieran recogerlos. En ese entonces, Modesto Nuñez vivía en la avenida San Martín. 

“Como no teníamos comunicación con la familia, simplemente nos hicieron el censo y salimos del Estadio Universitario rumbo a mi casa. Caracas era como si no hubiera pasado nada, todo el mundo estaba en su vida normal”, comentó. 

Sus padres pensaban que habían muerto, debido a que las noticias decían que la zona donde estaban había sido muy afectada. 

Ellos estaban muy angustiados. Recuerdo que mi papá, que ya también falleció por cuestiones de edad, se puso a llorar porque él pensaba que había muerto, porque pensó haber visto que me llevaban en una camilla en la televisión”, contó. 

Para Nuñez, la tragedia es un recuerdo que siempre lleva en la mente. Cada vez que se encontraba en Naiguatá y llovía, la familia se ponía nerviosa y ansiosa, algo que nunca pudieron superar. 

“En el año 2000, fuimos de paseo a La Gran Sabana y allá nos tocó pasar por detrás del famoso salto del sapo y a mi esposa le dio un ataque de ansiedad porque no quería pasar. Ella decía que eso le generaba angustia porque se acordaba del río, se acordaba de todo lo que había ocurrido”, puntualizó. 

Nuñez indicó que nada fue lo mismo desde entonces, sus suegros vendieron la casa de Naiguatá, al igual que los abuelos de su esposa.  Actualmente, se encuentra en España, país al que emigró hace varios años producto de la crisis económica que atraviesa el país. 

Así como Mena y Nuñez, que mencionaron los traumas y el impacto que tuvo la tragedia de Vargas en sus vidas, miles de sobrevivientes viven con el recuerdo de la angustia y el desespero de aquellos días.

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