- El equipo de El Diario viajó a Maracaibo tras el apagón nacional de 2019. Un año después, la capital zuliana no ha podido recuperarse de las fallas en el servicio eléctrico y demás problemáticas que han sumido a sus habitantes en un proceso que parece no tener recuperación
En la “tierra del sol amada” la normalidad tomó otro rostro. La electricidad se volvió transitoria, en las aulas hay más pupitres que alumnos y los hospitales continúan subsistiendo ante el abandono. La desnutrición deja al descubierto los huesos de grandes y pequeños y el olvido parece apoderarse de la segunda ciudad más importante del país.
Maracaibo, la primera urbe de Venezuela en tener alumbrado público eléctrico, paradójicamente hoy es una de las más golpeadas por los constantes apagones que han afectado al país desde hace más de un año. El escenario actual dista de la época de 1888, en la que la empresa The Maracaibo Electric Light Company comenzó a ofrecer servicio eléctrico privado durante seis horas al día.
Sin embargo, ahora tener electricidad por un día entero en este lugar parece un acto ilusorio, pues desde 2017 los cortes eléctricos no han dado tregua y así como ella, decenas de ciudades en todo el país.
En diciembre de ese año, el gobernador Omar Prieto anunció que se comenzaría a hacer un racionamiento eléctrico en la entidad motivado por los presuntos sabotajes a las subestaciones. Tal y como lo informó la Corporación Eléctrica Nacional (Corpoelec), dicho racionamiento sería aplicado por bloques de cuatro a seis horas diarias; no obstante, los marabinos denunciaron que los horarios no se respetaban.
En Nochebuena de aquel 2017, una avería en la subestación Punta Palma dejó en penumbras a los habitantes del Zulia por más de 18 horas. Incluso en aquella fecha de festejos, los equipos eléctricos y los alimentos dañados seguían sumándose a su lista de quejas.
2018 no trajo consigo una mejoría del sistema eléctrico para la realidad de los zulianos, por el contrario, la falta de luz y sus consecuencias en la actividad comercial, laboral y educativa convirtieron a Maracaibo en una urbe paralizada.
Específicamente, el 10 de agosto, un nuevo apagón socavó la tranquilidad de los marabinos por más de 10 horas. En esta ocasión, se debió a una falla en las líneas ubicadas debajo del puente General Rafael Urdaneta.
Como en casos anteriores, el gobernador Prieto alegó que el apagón era producto de un “evento inducido”, que además provocó el incendio del depósito de aceites que está en el mencionado puente. Nuevamente, los enfermos en los hospitales veían sus vidas en juego, debido a que son muchos los recintos médicos que no cuentan con planta eléctrica.
El 7 de marzo de 2019, todo el país se sumó a la espera del restablecimiento eléctrico por un apagón general. Según Nicolás Maduro, el presunto sabotaje fue causado “por tres vías”, que clasificó en ciberataque, ataque electromagnético y ataque físico. En Caracas, el servicio eléctrico empezó a restablecerse luego de más de 90 horas, pero no ocurrió así en el interior del país.
En ciudades como Maracaibo, los habitantes tuvieron que esperar hasta más de 100 horas para contar con el servicio básico. Un año después, siguen luchando contra esa oscuridad impuesta.
Durante esos días, los altos costos en los productos no se hicieron esperar en la capital zuliana. Incluso el agua era vendida en divisas, pues los cajeros y puntos de venta no funcionaban. Los saqueos no se hicieron esperar y tampoco las víctimas mortales en los centros de salud. Aquellos días todavía son recordados por los marabinos como “un gran caos” que terminó por perpetuarse.
A lo largo de todo 2019 los cortes eléctricos persistieron en medio de las altas temperaturas de la entidad. En cada hogar dejó de existir sorpresa cuando la luz se va y los habitantes han tenido que adaptar sus labores diarias con la suerte de tener electricidad. Un año después la situación sigue siendo la misma.
Salud en terapia intensiva
Venezuela enfrenta un colapso sin precedentes en materia de salud. La suciedad se apodera de los hospitales, los medicamentos desaparecen del mercado, el presupuesto para mantener las instalaciones de los centros médicos es inexistente y el personal calificado migra a otras naciones.
El estado del sector no es una novedad. La organización Human Right Watch publicó en abril de 2019 un informe en el que se afirmaba que “el sistema de salud de Venezuela ha estado en declive desde 2012, y las condiciones se han deteriorado drásticamente desde 2017”.
Maracaibo no escapa de esta situación. La escasez de medicamentos y el elevado precio al que pueden conseguirse algunos de ellos dificulta en gran medida que los pacientes puedan acceder a una cura apropiada para su afección o enfermedad. Ejemplo de ello son las personas diagnosticadas con el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH).
Johan León Reyes, director general de Azul Positivo, una organización que busca prevenir las infecciones de transmisión sexual en Zulia, indicó para El Diario que el Estado venezolano no ha realizado una compra importante de medicamentos para pacientes con sida desde hace dos años.
15
personas diagnosticadas semanalmenteLa cifra de diagnosticados podría ser tres veces mayor si se contaran con las pruebas de despistaje adecuadas. La situación ha hecho que algunos médicos lleguen a recomendarle a los pacientes que se vayan a un país que pueda ofrecer mejores condiciones en cuanto al sistema de salud se refiere.
Las fallas de los servicios básicos como el agua y la luz también han agravado la situación del sector salud en el Venezuela.
Zulia ha sido uno de los estados más afectados por los apagones, especialmente desde el corte de energía que se produjo en marzo de 2019. El agua dejó de salir por los grifos, la falta de aseo se acentuó y los hospitales que no contaban con planta tuvieron que interrumpir sus labores.
La Comisión para los Derechos Humanos del Estado Zulia (Codhez) aseguró que al menos 12 personas fallecieron en la capital zuliana por no poder recibir tratamiento durante las horas que se mantuvo la falla eléctrica.
La proliferación de enfermedades que habían sido erradicadas en el país también es parte de la realidad de Maracaibo. La tuberculosis y la difteria son algunos de los casos registrados. De la misma forma, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) indicó que entre el 1 de enero y el 18 de junio de 2019 se confirmaron 332 casos de sarampión en Venezuela.
Una situación que se sigue denunciando y que en lugar de descender, ha ido en crecimiento con el paso del tiempo, además se sumarse a la preocupación ocasionada por la aparición de nuevos virus y enfermedades, como el Covid-19.
Combustible a cuentagotas
En 2019 ver carros estacionados a un lado de la vía haciendo una larga fila que pareciera no tener fin era un panorama habitual en Maracaibo y que con el paso del tiempo se ha vuelto la rutina común no solo en territorio marabino, sino en varias ciudades del interior del país.
Cuadras y cuadras parecen convertirse en estacionamientos de vehículos cuyos conductores esperan durante horas, e incluso días, para poder llenar sus tanques con algo de combustible. La escena se repite en cada una de las bombas de gasolina de la ciudad que cuentan con el rubro.
Francis, una comerciante marabina, es una de las conductoras que se ve obligada a pasar varios días de la semana en una fila para llenar su tanque. Comenzó a hacer la cola en una de las bombas de la ciudad, pero un puesto lejano de su objetivo la motivó a cambiar de gasolinera ocho horas después.
No está sola, al igual que muchos marabinos cuenta con el apoyo de su familia para poder soportar el peso de una espera que parece interminable.
“Tenemos un grupo que se llama Tanqueado Familiar. Venimos todos para apoyarnos. Traemos desayuno y agua, es la única forma”, explica sin perder de vista el carro que tiene frente a ella.
Comenta que una de las mayores incomodidades que enfrentan es hacer sus necesidades fisiológicas. En algunas ocasiones, la cercanía con algún centro comercial les permite ir a un baño; en otras, se ven forzados a usar un pote en el carro para no perder su lugar en la fila.
Asegura que no habla con las autoridades por considerarlo una pérdida de tiempo. “Si uno no se baja de la mula no te ayudan, no te toman en cuenta”, critica.
La cola avanza y los conductores se preparan para empujar sus vehículos algunos pocos metros. El calor típico de Maracaibo se acentúa con el pasar de las horas. Para muchos, la espera parece más llevadera cuando conversan con quienes tienen delante o detrás de ellos en la fila.
Los días que los marabinos invierten para tratar de obtener gasolina no siempre terminan con buenos resultados. Algunos no pueden llegar a la estación de servicio antes de que se acabe el combustible, mientras que otros no logran llenar el tanque debido a que en las gasolineras solo colocan entre 20 y 30 litros por carro, una cantidad insuficiente para tanques cuya capacidad puede variar entre los 45 y 60 litros, dependiendo del modelo del vehículo.
Francis explicó que la oportunidad anterior en la que hizo una cola tuvo que pagar un dólar para que llenaran el tanque de su auto luego de pasar casi 35 horas haciendo la fila.
La metodología para obtener un poco más del preciado rubro es conocida por los ciudadanos. José*, uno de los habitantes de la capital zuliana, aseguró que en ciertas ocasiones ha conversado con algún trabajador de la gasolinera para poder conseguir un poco más de combustible.
“Tengo que tirarle algo porque si no, no lo hace”, señaló mientras espera sentado en un muro de la acera que está frente a su carro.
Asegura que la falta del combustible en la entidad se ha agravado desde el primer mega apagón nacional registrado en marzo de 2019. Comentó que la presencia de bachaqueros en las bombas de gasolina también contribuye con la escasez.
“Si uno logra echar gasolina en 10 horas, es un éxito. A mí me ha tocado como cuatro veces dormir en el carro en diferentes bombas de la ciudad”, señala.
Unos de los más afectados por la escasez de gasolina son quienes dependen de sus vehículos para trabajar. Rafael González tiene 28 años siendo taxista y todos los días se ve en la necesidad encontrarse con las calles de Maracaibo para conseguir combustible.
Al igual que José, González también ha tenido que sacar su monedero para poder obtener algún beneficio en medio de la situación. El taxista aseguró que ha pagado para evitar la cola, pero no precisamente a los trabajadores de las gasolineras.
“He pagado entre 10.000 y 15.000 bolívares a los funcionarios, a los que están allí, a los policías”, indicó.
La tranquilidad que había en la cola se dejó de percibir. Los conductores observan lo que ocurre delante de ellos en la fila y poco a poco comienzan a hablar entre sí. “Cerraron la bomba”, comentó uno de los ciudadanos que estaba en el lugar. La decepción y la resignación dibujan los rostros de las personas y marcan un día más en la deplorable realidad de Maracaibo.
Formación en amenaza
La preparación académica en el Zulia también se ha visto ensombrecida por la crisis. Desde educación básica hasta superior, el éxodo de profesores y alumnos, así como las precarias condiciones de las instituciones marcan el paso de los días. Estudiar sin luz ni agua es una parte de su realidad.
Ante esta situación, en octubre de 2018 el Consejo Universitario de la Universidad del Zulia (LUZ) declaró a la institución en emergencia humanitaria compleja.
De acuerdo con un informe publicado por la organización Aula Abierta y titulado Universitarios en el marco de la emergencia humanitaria compleja venezolana, dicha declaratoria se vio motivada principalmente por la falta de presupuesto, el colapso de los servicios estudiantiles, la falta de apoyo a proyectos científicos y la violación de los derechos laborales de los profesores.
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“De los 667.849.997.430 bolívares solicitados por la Universidad del Zulia para su funcionamiento durante 2019, solo fueron aprobados y asignados 933.583.563 bolívares, apenas un 0,14%, este monto aprobado por el gobierno nacional se convierte en la asignación deficitaria más alta de toda la historia de la universidad venezolana”, se lee en el informe.
El panorama en el Instituto Radiofónico de Fe y Alegría (IRFA), cuyo propósito es ofrecer estudios a quienes no pudieron terminar el bachillerato, no está alejado de estas condiciones.
Su directora, Sacha Paz, explicó para El Diario que la población estudiantil del IRFA cada vez está formada por más jóvenes, y no por adultos como ocurría en el pasado, porque ahora han tenido que dejar los liceos para salir a la calle en busca de un sustento.
El hambre sigue siendo el protagonista en muchos hogares mientras la hiperinflación disminuye el poder adquisitivo. Como también lo explica Paz, ha sido testigo de la pérdida de peso de varios estudiantes.
En el informe de 2018 de Seguridad Alimentaria en Maracaibo, publicado por la Comisión de Derechos Humanos del Estado Zulia (Codhez), se precisó que en Maracaibo existe una preocupación generalizada por la falta de alimentos. En ese sentido, la directora del IRFA expresa que “uno también sufre al ver a la gente padeciendo”.
Los bombillos dejan de brillar, la leña regresa a las cocinas y los eventuales baños con tobos son parte de la realidad de muchos en Maracaibo, un estado cuyos pobladores parecen condenados a neveras vacías, calores insoportables y reclamos sin respuesta.
“El pueblo quiere comer, el pueblo quiere trabajo”, dice la gaita zuliana “Aló, presidente, aló” interpretada por la agrupación Gran Coquivacoa y, aunque varios años han pasado desde el lanzamiento de este tema, el clamor zuliano se centra en la esperanza de ver a su tierra alejada de las circunstancias que la han opacado.
*Los nombres utilizados fueron modificados para proteger la identidad de los entrevistados.
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