Siete miembros de una familia de la comunidad indígena añú, en la Guajira, estado Zulia resultaron intoxicados luego de acudir a la pesca en la zona y no haber comido durante dos días | Fotografía: Dagne Cobo Buschbeck
Desde hace muchos años, María* tenía una pesadilla recurrente. En las últimas semanas el tiempo transcurría de manera extraña, el pasado y el presente se le han mezclado o, más bien, se le agolpan en la puerta de su casa en forma de culpas y reclamos. Pero de ese sueño vuelve a la realidad.
Era de mañana en la comunidad añú El Arroyo, en el municipio Guajira, en el estado Zulia. Las voces se perdían entre los murmullos de las chicharras que inundaron la mañana del sepelio. El cielo, con algunos nubarrones grises, enmarcaron el luto que embargó a la familia que lloró frente a dos cajones de madera. María intentó disimular su rostro enrojecido de la impotencia. Fue la única que no se intoxicó aquella noche, pero siente que su alma se envenenó por la culpa y el hambre.
La última vez que María estuvo con su esposo y su hijo fue en la cena luego de un día de pesca. En la sala de su hogar, construído a base de palafitos, estaban las ocho sillas con sus hijos ocupándolas mientras esperaban ansiosos el éxito de haber conseguido comida. Ahora dos sillas están vacías. Su esposo, Yoel Rodríguez de 27 años y Flanklin Rodríguez, de 12 años de edad, perdieron la vida al consumir un pescado venenoso.
Es conocido como “Bagre dientón” o “pez sapo” debido a las similitudes de su fisionomía que lo acercan a dicho animal cuando se infla en el momento de sentirse amenazado. El miércoles 10 de junio el padre junto a su hijo fueron a pescar al no haber comido nada en los últimos dos días. El río se ofreció como solución ante los desmanes de una zona empobrecida y donde el paisaje permanece oculto bajo una capa espesa de miseria y olvido.
El padre consiguió cazar a más de un “pez sapo”, el cual contiene una gran cantidad de toxinas que son nocivas para quien lo consuma. Sin embargo, en la comunidad indígena añú retiran el veneno del cuerpo del animal para luego ser cocinado. Ese día dicha tarea se asignó al niño de 12 años. La comida estaba lista cuando cayó el atardecer. María fue la única que no comió.
El veneno puede comenzar a surtir efecto de manera inmediata. Y así fue. La temperatura del hijo de María aumentó a 39° mientras que el ardor se cernía dentro de su garganta. Sintió cómo su cuerpo se quemaba por dentro. Vomitó, pero solo causó una pérdida acelerada de líquidos que su cuerpo necesitaba reponer. Tampoco podía moverse y no había mucho que hacer. El adolescente falleció la noche del miércoles 10 de junio.
Siete de los ocho miembros de la familia estaban intoxicados la mañana siguiente, pero no hubo una ambulancia disponible en el municipio Guajira. María pudo conseguir ayuda para trasladarse con sus hijos y su esposo hasta el Hospital de Sinamaica, pero en el lugar no recibieron la atención médica. Su esposo falleció de intoxicación. Los médicos remitieron a la familia al Hospital Adolfo Pons en Maracaibo. Un trayecto que duró una hora.
A María le preocupaba que sus hijos no pudieran sobrevivir. Estaba consciente de la desnutrición que sí abunda en la comunidad. Los médicos les practicaron un lavado estomacal. Actualmente los cinco miembros de la familia se encuentran estables. Sobrevivieron.
“La comunidad El Arroyo alberga unas 120 familias, pero se encuentran en una situación crítica porque es muy difícil acceder hasta ese sector. En el lugar existen reportes de niños desnutridos y el tema de la pesca no es constante debido a que la laguna está contaminada”, explicó Saylin Hernández de Fe y Alegría para El Diario.
La única forma de cocinarlo es extrayendo con sumo cuidado el hígado y los ovarios, y en el caso de la piel, debe retirarse por unas partes concretas del animal para que no contamine el resto de la carne. Aún así, sigue habiendo fallecimientos por comer este pescado. En Japón, entre 2006 y 2015 murieron una decena de personas por consumir “fugu”, como también se le conoce en esta parte del mundo.
La región zuliana es el hogar de los pueblos indígenas wayuu, barí, yukpa, añú y japreria, que representan el 61,2% de la población indígena venezolana. De acuerdo al monitoreo realizado por Codhez, en sectores de la Guajira un tanque de agua (1000 litros) le puede costar a una familia más del 60% de un salario mínimo mensual. Por ello, es una de las poblaciones más vulnerables a contagiarse del Covid-19.
La ONG también denunció que en Maracaibo 60% de los hogares sobrepasa el umbral de adaptaciones negativas extremas, mientras que 11% presenta inseguridad alimentaria, y 20% está en riesgo de sufrirla. Esto significa, en términos generales, que 91% de hogares experimenta dificultades para acceder a los alimentos.
La pobreza y la desidia del Estado ha tocado a los hogares más vulnerables. El caso de la familia oriunda de la comunidad El Arroyo es solo un reflejo. A María ahora la carcome la culpa mientras discute con la soledad de su cama. Quería hacer más, pero no pudo. Desahogó sus penas frente a los dos ataúdes que, quizás, no podían escucharla al pedir perdón por tener hambre.