• El equipo de El Diario conversó con el músico venezolano residenciado en Nueva York acerca de su vida y su carrera musical. Asegura que desea regresar a su tierra natal para pasar su vejez

Muchas veces, cuando se camina bajo el intenso Sol de Cumaná, capital del estado Sucre, los sentidos se agudizan para disfrutar del aroma del mar y escuchar el sonido de las olas al reventar en la orilla de la playa. La distancia no impide que la memoria haga su trabajo: en la ciudad de Nueva York, a 3.500 kilómetros del territorio cumanés, el cuatrista venezolano Jorge Glem todavía rememora los olores y la energía de su tierra natal. 

Más de una vez se detuvo en algún lugar de la ciudad y respiró profundamente. Para él Cumaná tiene aroma a mar, pero también huele a música y poesía. Es su lugar favorito, no tiene dudas. 

A través de una llamada telefónica se escucha su risa cuando habla sobre su juventud. En su hogar siempre habían parrandas para cantar, tocar, jugar truco y dominó. Recuerda que casi todos los que asistían tocaban algún instrumento y en ocasiones improvisaban con un rallador de queso o tobos.

El patiecito de mi casa se convirtió en el sitio donde siempre nos reuníamos a hacer música”, expresa.

Junto a sus tíos comenzó a tocar el cuatro, un instrumento que le ha permitido recorrer el mundo representando al folklore venezolano. Las clases caseras cambiaron por lecciones profesionales cuando ingresó al Ateneo de Cumaná a estudiar cuatro y luego su aprendizaje continuó en la Estudiantina del bachillerato donde estudiaba. “Siempre estuve ligado al cuatro, lo cargaba para arriba y para abajo”, afirma en exclusiva para El Diario. 

Cuando se graduó de bachiller se mudó a Caracas para estudiar en el Instituto Universitario de Estudios Musicales, pero en el pensum no incluía clases de cuatro, así que comenzó a estudiar mandolina. No duró mucho: un propedéutico y cuatro semestres fueron suficientes para decidir que no quería graduarse como músico en un instrumento que no le llamaba tanto la atención. 

Siempre vi un cuatro como un instrumento increíble, que es de nosotros. Vi todas las cosas que se podían hacer y me fui por ese lado”, detalla.

El cuatrista resalta que sus padres lo apoyaron cuando decidió mudarse a Caracas, y lo agradece. Precisa que hay padres que no comprenden que deben respaldar a sus hijos para que sigan su verdadera pasión.

“Es más importante tener un hijo feliz que un hijo que haga lo que tú quieres que haga. Es difícil: los padres están felices porque tienen el título en la pared pero de qué vale eso si tu hijo no es feliz”, expresa.

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15 años de C4 Trío 

No recuerda su primer concierto en Caracas, pero revela que su “gran salto” lo dio por el Festival La Siembra del Cuatro, donde en el año 2004 quedó en segundo lugar. Un año más tarde ganó el primer lugar del concurso.

Tras su participación en el festival, un amigo lo invitó a participar junto a Héctor Molina, Edward Ramírez y Rafael Martínez en un concierto de la Fundación Multifonía: fue el inicio de C4 Trío.

“Un amigo nos invitó a cuatro cuatristas para que hiciéramos un concierto y resulta que nosotros dijimos ‘vamos a ver si probamos algo a trío o a cuarteto’. Recuerdo que los primeros ensayos fueron a las afueras del Teatro Teresa Carreño. Allí empezamos a hacer los arreglos, a la gente le gustó bastante y nos quedamos con esa idea de hacer un grupo y ya tenemos una historia muy bonita con C4 Trío”, expresa. 

Para Jorge Glem fue una sorpresa lo que sucedió en ese momento. Los cuatristas veían que se podían hacer dúos con el instrumento, pero no habían visto tríos o cuartetos. Su idea poco a poco fue evolucionando hasta consolidarse como uno de los proyectos de música venezolana más representativos de los últimos años. 

De los 15 años con C4 Trío, Jorge Glem resalta su discografía. Sus primeros dos álbumes se llamaron C4 Trío (2006) y Entre Manos (2009). En el año 2012, grabaron Gualberto + C4, un disco con Gualberto Ibarreto que fue nominado al Grammy Latino 2013 como Mejor Álbum Folclórico.

El disco con Gualberto Ibarreto fue una maravilla porque era un ídolo, yo desde chiquito estoy escuchando a Gualberto. Para todos nosotros él es un super cantante, uno de los grandes defensores y exponentes de la música tradicional venezolana”, explica.

De repente (2013), su disco junto a Rafael “El pollo” Brito, recibió dos nominaciones al Latin Grammy 2014: Mejor Álbum Folclórico y Mejor Ingeniería de Grabación para un Álbum, categoría en la que alzaron el gramófono. También obtuvieron una nominación al Grammy 2018, en la categoría Best Latin Rock, Urban or Alternative Album con Pa’ Fuera, un álbum junto a la banda de ska venezolana Desorden Público.

A la par de este proyecto en grupo, Jorge Glem también desarrolló su carrera como solista para continuar llevando la música tradicional venezolana al mundo. “El cuatro ha sido una bendición en todo momento. Es nuestro instrumento nacional y poder hacer carrera con eso es realmente una bendición”, expresa.  

Nueva York, la capital del mundo

La primera vez que Jorge Glem visitó Nueva York fue en 2007. Cuando se bajó del tren quedó cautivado con todo lo que vió. Se enamoró de la ciudad mientras la recorría, la sentía y compartía con amigos en bares con música en vivo. Esa ciudad se incrustó en su corazón desde la primera vez que la visitó y desde ese momento aseguró que, algún día, su residencia sería en la Gran Manzana. 

Pasaron nueve años para materializar el sueño. En 2016 Jorge Glem se mudó a Nueva York. No emigró antes porque siempre salía un nuevo proyecto con C4 Trío que lo invitaba a quedarse en Venezuela.

En su decisión influyó la crisis política, económica y social que atravesaba el país y que afectó a la cultura nacional. “Empezamos a ver como iban decayendo los conciertos, cerrando espacios y la cuestión se iba polarizando cada vez más”, explica. 

En algún momento sintió que su música estaba entrando a un espacio donde el arte no importaba, donde se politizaba, y no estaba cómodo con ello.

Siempre he sido opositor al régimen, pero también, de alguna forma, hice conciertos con muchos panas que estaban dentro de las instituciones porque yo veía que eran espacios que se podían ganar. Cuando empecé a ver que decían ‘por qué estás aquí, por qué estás tocando para estos tipos’ y por otro lado tocaba en Corpbanca ya empezaban a ponerlo a uno en un espacio donde no está la música: empecé a sentir que ya la cuestión me involucra políticamente”, asevera.

Su deseo de vivir en la capital del mundo se unió al agudizamiento de la crisis venezolana. El cuatrista necesitaba hallar espacios donde pudiera hacer música sin limitaciones y donde sintiera que estaba llevando las tradiciones venezolanas para que fuesen descubiertas por personas de otras culturas. Nueva York le ofreció todo lo que deseaba. 

“Esta ciudad es increíble, es como el mundo entero pero en una solo lugar: estas en un sitio de música polaca, caminas un poquito y hay música africana y más allá hay un concierto de salsa. Pude conocer a músicos de todas partes del mundo y he hecho muchas cosas chéveres con el cuatro”, exclama. 

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Adaptarse a esta nueva etapa de su vida no fue sencillo. Se topó con una cultura muy diferente a la venezolana mientras extrañaba la cercanía con sus padres y amigos. “Llegas solo”, precisa. Sin embargo, resalta el apoyo de quienes lo ayudaron durante este proceso.

Durante la adaptación entendió que estaba “en casa ajena” y que debía jugar bajo las reglas del dueño de la casa. Asegura que cuando la gente siente el respeto que se tiene por el país y su cultura comienzan a abrirse más puertas. 

Cuando llegó se encontró con que no había ni siquiera un restaurante de música llanera donde pudiera ir a tocar con su cuatro. Destaca que Nueva York es una ciudad donde la gente siempre quiere escuchar cosas nuevas y comenzó a tocar junto a músicos de distintas nacionalidades. Uno de sus proyectos es junto a Sam Reider, un acordeonista de música folclórica americana. 

“Él me enseña música folklórica americana y yo le enseño música venezolana y hacemos cosas a dúo. También toco con su grupo de música folklórica americana y es muy fino porque de repente terminan tocando conmigo un joropo con estribillo o una malagueña. Ese tipo de cosas es lo que me tiene feliz aquí en Nueva York: compartir la música y que estoy aprendiendo muchísimo”, precisa. 

No solamente comparte música con personas de otros países, también les habla de la situación en Venezuela pues, asegura, no comprenden qué está sucediendo en el país. En sus conversaciones, además, destacan Cumaná y Mochima, dos lugares a los que el venezolano desea regresar. 

Creo que en el momento que toda esta pesadilla acabe vamos a tener muchos espacios lindisimos donde vamos a disfrutar de todo lo que han hecho muchos venezolanos fuera del país”, expresa calmadamente.

Un activista desde la cultura

Jorge Glem se define como un opositor al régimen venezolano, y lo ha demostrado. En abril de 2019 la Embajada de Venezuela en Estados Unidos fue invadida por miembros de Code Pink, una organización estadounidense que manifestó su apoyo al régimen de Nicolás Maduro. Durante varios días los miembros del grupo se negaron a abandonar la residencia para evitar que ingresara la representación diplomática de Juan Guaidó, presidente interino de Venezuela, liderada por Carlos Vecchio, embajador de Venezuela ante EE UU. 

A los alrededores de la embajada comenzaron a reunirse cientos de venezolanos para protestar por la ocupación ilegal del lugar. Entre ellos, estaba Jorge Glem. Desde su casa en Nueva York comenzó a ver lo que ocurría en la sede diplomática de Venezuela en Washington y sintió impotencia. 

Agarré el cuatro, un autobús y me fui solo para allá. Yo fui por mi convicción, porque soy venezolano, a defender parte del país que tenemos acá y lo hice con todo el gusto del mundo: no me arrepentiré nunca”, afirma.

Con su cuatro, un micrófono, y rodeado de sus connacionales, interpretó temas que desbordan sentimiento por Venezuela. “Ahí estuvimos y fue muy bonito ver a los venezolanos que estaban haciendo cadenas o durmiendo afuera. Fue muy chévere y poder tocar el Himno Nacional y ‘Pajarillo’: era como decirles que esta es nuestra música, nuestro espacio, nuestra tierra. Lo disfruté muchísimo y al final se logró el cometido”, detalla. 

Los miembros de Code Pink fueron desalojados de la embajada venezolana en Washington y el tricolor venezolano se alzó en manos de la representación nacional reconocida por el gobierno estadounidense.

Del confinamiento a Cumaná 

La pandemia por covid-19 cambió, de un día a otro, la vida de todas las personas del mundo. La cancelación de más de 40 conciertos, incluidas giras en Europa y Japón, una operación a su padre y la separación de su esposa hicieron que para Jorge Glem el inicio de la cuarentena se hiciera difícil. 

Se juntaron muchas cosas. Era como que todo junto, solo en un apartamento del que no puedo salir y no le puedo dar un abrazo a nadie: fue muy fuerte”, expresa.

Sin embargo, asegura, que las redes sociales y su energía lo ayudaron muchísimo durante ese periodo. “Gracias a Dios yo tengo, o siento que tengo, buen espíritu a mi siempre me gusta estar feliz y todo eso me ayuda mucho”, señala. 

En confinamiento nació Compaitos en cuarentena, un programa donde el cuatrista se convierte en entrevistador y conversa con sus invitados. Por el espacio, transmitido en su cuenta de Instagram, han pasado diversas personalidades, entre ellas: Wilmer Machado (Coquito), Elba Escobar, Sumito Estévez, Ronald Borjas, Nelson Arrieta, Laureano Márquez, Jorge Luis Chacín y José Luis Pardo.

También comenzó a dar clases de canto y a tomar lecciones de oratoria y locución. Afirma que estas actividades no las habría realizado sin el confinamiento. “Esto me llevó como a otro lado para poder hacer proyectos paralelos a la música y me gusta muchísimo, me dio nota la idea de entrevistar a gente y creo que lo voy a seguir haciendo”, revela. 

La música no dejó de formar parte de su día a día. Entre risas afirma que le sacó provecho musical al encierro y que, de hecho, pensó en tomar vacaciones para descansar una vez terminada la cuarentena.

Extraña ir a Mochima. Las playas de la reserva natural en las costas venezolanas eran como su segundo hogar, nunca se consideró un turista.

Aunque 3.500 kilómetros lo separan de Cumaná, nunca deja de pensar en ella. Sueña con volver a su tierra natal, lugar donde quiere vivir durante su vejez. Le hace falta su familia, pero también el olor que invadía su nariz cada vez que decidía respirar profundo para disfrutar de algún momento que le ofrecía la ciudad. Por ahora, recuerda lo que se siente estar ahí, en el patio de la casa que lo vio crecer y aprender a tocar cuatro desde Nueva York, la ciudad que hechizó su corazón desde el año 2007. 

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