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- La onda tropical que provocó estragos en gran parte de Caracas evitó por una tarde completa un pedazo de la avenida Tamanaco, donde la diversidad y la música espantaron al diluvio. Las regiones fueron las grandes ganadoras de la jornada, con un empate entre Los Delorean, de Los Teques, y Capitán Mostacho, de Barquisimeto. También hubo una mención especial para la merideña Nina Romero. Fotos: José Daniel Ramos
No hizo falta leer el pronóstico del clima para saber que la tarde del 13 de agosto sería lluviosa. Bastaba con ver los enormes nubarrones grises que avanzaban sobre el horizonte de Caracas y la brisa que presagiaba el inminente paso de la onda tropical número 28. Sin embargo, en la avenida Tamanaco del municipio Chacao los preparativos para el Festival Nuevas Bandas seguían su curso. Para ellos la tormenta podía esperar.
En sus 31 años de existencia, el proyecto de Félix Allueva solo se había interrumpido en dos ocasiones. La primera fue en el año 2007, por problemas económicos; la segunda y más larga en 2020 y 2021, por la pandemia de covid-19. Quizás por ese motivo esta edición tenía un aire especial, como el reencuentro con un ser querido que acaba de regresar al país. Poco importaban las polémicas por supuestas conversaciones con figuras del régimen de Nicolás Maduro (que al final nunca se comprobaron) ni los informes del Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (Inameh) que esperaban lluvias torrenciales en la mayor parte del territorio venezolano.
Después de varias ediciones del festival en espacios cada vez más reducidos, este año también brillaba por despliegue un logístico digno de sus años dorados. Dos grandes tarimas coronaban las dos salidas de la avenida, justo detrás del centro comercial Lido. Entre ambas, el Centro Cultural Chacao completaba el corazón de un eje de dos cuadras lleno de carpas, mesas de mercancías y foodtrucks.
“Es el Nuevas Bandas”
El cronograma del evento indicaba que a las 2:00 pm le tocaba a los primeros participantes subir a la tarima. Sin embargo, para esa hora apenas el público comenzaba a ingresar. Aunque el operativo de seguridad para chequear a las personas en la entrada funcionaba con bastante rapidez, la cola subía por la calle Mohedano, hasta la avenida Francisco de Miranda. Varios metros de botas de cuero, converse y vans se turnaban para pasar, o buscaban alguna cara conocida más adelante en la fila.
A un lado de la entrada, la policía hacía un esfuerzo para desviar los vehículos que normalmente circulan por allí. “¿Quién toca?”, gritó un colector colgado de la puerta de un autobús. “Es el Nuevas Bandas”, le responde un hombre con una camisa de The Black Dahlia Murder. El joven asiente, aunque por su cara muy probablemente no tenía idea de a qué se refería. Simplemente desapareció en una nube de hollín cuando la camioneta arrancó.
La cola ya había avanzado unos cuantos metros cuando se escuchó un cántico lejano, como el sonido al entrar en un estadio de fútbol. Se suponía que Anorexia Issan, los encargados de abrir, debían terminar su presentación a las 2:20 pm, pero a esa hora sus guitarras apenas comenzaron a retumbar ante las decenas de personas que ya estaban adentro. Los de la cola no parecían muy preocupados por perderse el concierto. Algunos movían la cabeza animados por el rumor que lograban escuchar, mientras otros miraban el cielo encapotado, cada vez más oscuro. Realmente solo les importaba vivir el momento, en un perfecto carpe diem.
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El camino hacia la zona de las tarimas era una explosión de sonidos capaz de saturar incluso al resto de sentidos. Escondida en una esquina, de una carpa oscura salían luces y música que invitaban a sumergirse en un ambiente rave. A menos de cinco metros de allí, en otra con un afiche de Amnistía Internacional, la rapera Sommi Queen encendía a un público joven con sus líricas en clave de trap, con otras dos mujeres haciendo el coro entre manos levantadas.
A un lado, en el toldo azul de Provea, reventaba la acidez del punk en toda su crudeza. Con chaquetas de cuero negras y looks salidos del Londres de los Sex Pistols, otros simplemente en franelilla o sin camisa, una decena de chicos y chicas descargaba todas sus energías, rabia y adrenalina en el antiguo ritual del pogo, rodeados de gente que también sacudía la cabeza. Al finalizar los jóvenes se abrazaban y daban palmadas en la espalda, mientras el vocalista recordaba que, antes que nada, aquella rueda de golpes y empujones aleatorios debía realizarse con respeto.
Por su cercanía las unas con las otras, había un punto de la calle en la que se podía sentir las diferentes melodías de cada carpa converger con el ruido de la tarima 1 en una suerte de sinfonía del caos. Para escapar del bullicio estaba el interior del Centro Cultural Chacao. Con un ambiente mucho más tranquilo, miembros del staff del festival andaban de aquí para allá mientras las personas aprovechaban para sentarse un momento a conversar sin tanto ruido de fondo.
Abajo, en el anfiteatro, algunos aprovechaban para escudriñar entre cajas de discos de vinilo en busca de algún tesoro oculto, y otros paseaban con la mirada en el suelo, viendo las muestras de arte y fotografía puestas a lo largo de las gradas por el colectivo Licuadora Alternativa. Toda la escena estaba presidida por un gran mural de fotos de diferentes estrellas de la movida rockera venezolana a lo largo de las décadas. En el centro, una de las más grandes era la de Diego Márquez, baterista y fundador de Zapato 3, quien falleció el 16 de febrero de 2022, a los 52 años de edad.
Palo de agua
Cuando Anorexia Issa terminó su show evocando al metal clásico de los ochenta, tocó el turno en la tarima 2 a Cristal. Y con ellos la primera llovizna de la tarde. Muchos buscaron un techo en las escaleras del Lido o bajo la carpa de venta de cerveza, aunque la mayoría se quedó a apoyar al grupo caraqueño, que presentó un repertorio variado con temas que iban desde el rock and roll hasta el ska. Al fin y al cabo, todavía eran apenas unas pocas gotas.
Aquellas dos cuadras al descubierto podrían haberse considerado afortunadas respecto a la situación del otro lado de la ciudad. Al suroeste, la onda tropical no perdonó a una Caracas que tan solo unos días antes había visto al río Guaire desbordarse en varios puntos, y que ese sábado repitió las mismas escenas. En Carapita la crecida de la quebrada El Algodonal inundó viviendas, mientras en El Junquito las calles se convirtieron en ríos cuya corriente arrastró basura, neveras e incluso un carro. La explosión de una subestación también dejó brevemente sin energía eléctrica a gran parte de la ciudad y varios estados del país. En el este, la banda Gran Celaje ató un girasol al micrófono quizás como un talismán para alejar a una tormenta que, efectivamente, nunca terminó de reventar.
Entre paraguas, hubo una ovación para Nina Romero y su banda, quienes habían llegado desde Mérida en representación de los Andes. “Les trajimos un poquito de nuestro clima, pero les prometemos que no va a llover”, auguraba la vocalista, pese a las gotas invisibles que parecían rociar los nubarrones. Aun así, la buena vibra se podía sentir entre los gritos y las manos levantadas, que más adelante le valdrían a la artista la mención especial del festival.
Quizás el punto más cercano al aguacero cayó durante la presentación de Punto de Partida, oriundos de Lechería (Anzoátegui). Ya para ese punto gran parte de los asistentes estaba refugiada bajo algún toldo o dentro del complejo cultural, aunque para otro grupo, aquellos del verdadero carpe diem, el agua era solo un efecto más en la puesta en escena. Algo que su vocalista complementó al salir con un impermeable amarillo, como el del pequeño Georgie en la cinta de It.
Con un pop-punk sacado de los principios del milenio, lograron mantener a un grupo saltando bajo la lluvia, en un derroche de ruido y poder que competía con su par más clásico de la carpa de Provea. Melenas mojadas se batían cuando un movimiento en el escenario hizo gritar a los presentes. Una guitarra salió volando hasta los brazos de un grupo de muchachos del que, tras un leve forcejeo, se alzó el vencedor. Una orden salió del micrófono: “rómpela”. Su voz se reprodujo como un eco entre el público hasta que el joven que la había ganado, poseído por la energía del momento, necesitó solo tres golpes contra el suelo para convertirla en trizas.
Su premio fue quedarse con un fragmento del golpeador en el que aún sobrevivían algunas pastillas y las perillas. Otro reclamó el mástil sin cuerdas, alzándolo como un botín de guerra entre los aplausos de todos.
Un lugar para todos
El Nuevas Bandas es el último remanente de una época más feliz en la que Caracas rebosaba de música y vida en sus calles. Festivales de entrada libre como el circuito Unión Rock Show, el Skaricuao o Por el medio de la calle invitaron entre 2005 y 2015 a toda una generación a vivir el florecimiento del movimiento V-Rock, del que muchas bandas como La Vida Boheme, Famasloop o Viniloversus dieron sus primeros pasos. Incluso desde el lado del oficialismo se lograron hacer eventos memorables, como el Gillmanfest o las primeras ediciones del Suena Ccs.
Lo visto en esas dos cuadras de la avenida Tamanaco recordó bastante a aquellos años de toques en las plazas. Tomados de la mano, una pareja camina dando brinquitos sobre el asfalto. Parecen estar en sus veintes y tienen el cabello pintado del mismo tono de azul. Apenas un rato antes batallaron codo a codo en el pogo de la carpa punk y ahora andan bajo la lluvia satisfechos. La chica salta sobre un charco con una expresión infantil antes de que el chico la tome del brazo para llevarla a otra cruzada en la tarima 1. Allí, nubes de nicotina y otros vapores se concentran bajo los paraguas mientras unos metros más adelante un grupo de amigos con correas llenas de chapas y camisetas de personajes de anime ordena unas cervezas después de hacer una larga fila.
Si una palabra puede definir ese pedazo de calle en ese momento, es armonía. Desde un metalero de la vieja guardia que conversa tranquilamente con un colega de barba ya blanca y franela de Pantera; hasta una adolescente de cabellera rosa chicle y vestido de mallas que parece haber salido de una Caracas ciberpunk. Un corazón con la bandera trans que dice “mi identidad es un derecho” pasea entre la gente por los activistas de camisa amarilla de Amnistía Internacional. Muchos miembros de la comunidad LGBTIQ+ también se divierten de la forma que no podrían en otros rincones del mismo municipio: en paz.
Por una tarde, el festival se convirtió también en la tarima de una juventud que pudo ser libremente como es. Un espacio seguro alejado de las discusiones tóxicas y visiones maniqueas de las redes sociales. Un punto de encuentro para punks, rockeros, otakus, queers, raperos o simples “normies”. Todos tuvieron a la música comosu única ideología y bandera. No obstante, tampoco dejaron de recordar el país que todavía existía afuera: “Esto es por los caídos, los presos y los reprimidos. Nosotros no somos hippies, somos punks, pero debemos apostar a que vuelva la paz”, exclamó el vocalista de Agente Extraño desde la carpa de Provea.
Caribian sube a la tarima 2 para demostrar que hace años el monopolio del rock terminó en el festival, con una propuesta llena de reggae y ritmos tropicales que pone a un joven moreno y de braga a sacudirse bailando ska. En la tarima 2, Xanax Boy, desde Maracay (Aragua), personificó el tono ecléctico del ambiente con su mezcla de trap y metal que evocaba el aura industrial y explícita del nu metal o el rap de Memphis.
Cae la noche
Al final de la tarde, el cierre de los concursantes le tocó en la tarima 2 a Los Delorean, un grupo de Los Teques que aprovechó la experiencia de su segundo intento en el Nuevas Bandas (ya habían participado en 2018) para mantener al público animado. En la tarima 1, los últimos en tocar fueron Capitán Mostacho. Esta banda de rock alternativo formada en Barquisimeto (Lara) fue otra gran revelación. Al final, ambos fueron proclamados como los ganadores de esta edición. Es la cuarta vez que el resultado termina en un empate, algo que ya había ocurrido en los años 2000, 2012 y 2016.
Ya coronados a los ganadores, el espectáculo siguió con los invitados especiales. Por un lado estaba Arrecho, proyecto del veterano músico Franklin Zambrano, que resonó con un rock clásico, mientras Doctor No traía un ska pesado, casi punk, importado desde Barquisimeto. En la tarima 1, el dúo Kreils y Caribano cerró un ciclo con la Fundación Nuevas Bandas y su proyecto Sesiones La Espiral, reviviendo clásicos del rock de la década de los noventa, aunque con un registro más sintético. Uno de sus clásicos resucitados fue el tema “¿Dónde está el futuro?” de Desorden Público, en la voz del propio Horacio Blanco, quien apareció en el escenario.
Mientras tanto, en Centro Cultural Chacao, el ambiente íntimo y oscuro de la sala de conciertos sirvió para que Los Frailes ofrecieran un show cargado de colores fluorescentes, en el que más de una persona salió con motas de pintura en la frente. Con Los Frailes y Doctor No ya se daba por concluida la noche para muchos, aunque todavía quedaba una presentación más. El plato principal. Aunque este no estaba disponible para todo el público, sino solo para los más fanáticos que compraron temprano sus entradas.
Aterrizaje
Efectivamente, el acto de cierre en la sala de conciertos fue para Anakena. Los ganadores del Nuevas Bandas 2018 supieron aprovechar su proyección para labrar en estos cuatro años una carrera sólida de la que han sacado ya dos EP y varios sencillos. De hecho, justo un día antes, el 12 de agosto, estrenaron Carita triste, la segunda parte de un doble EP que había sido antecedido meses antes por Carita feliz.
Con sus guayaberas de estampados tropicales, ya una marca de la banda, abrieron el show con su tema “Pantera”, seguido por otro indispensable en su playlist: “Guayaba”. Esa canción causó polémica en su momento en algunos círculos de rockeros puristas, porque no aceptaban que una bachata hubiese ganado el festival (aunque ellos ni siquiera lo interpretaron allí, pues se lanzó días después). Pero ahora, superado todo, movía manos y caderas en todos los asientos. La terminaron con un guiño a “Te regalo una rosa”, de Juan Luis Guerra.
A lo largo del concierto, la banda sumergió a su audiencia en un ambiente que evocaba un viaje a un destino paradisíaco. Incluso el piloto del avión anunciaba con cierta frecuencia que estaban a punto de aterrizar a lugares como “La Península”, “Baby Beach” o incluso “La Luna”. También estrenaron por primera vez en vivo los temas de su nuevo EP, recordando que toda carita feliz, a veces oculta otra cara triste.
Como es una costumbre entre músicos, terminaron su presentación sin mucha despedida y apagaron las luces para irse rápidamente. Por supuesto, ante el clamor del público sediento por más, no pudieron aguantar por mucho su propia actuación y saltaron de nuevo al escenario para despedirse, ahora sí bien, con himnos como “Sanguchito”, otro cover de Juan Luis Guerra, y “Cinco”.
Ya no hacía falta ver las estrellas de la noche al salir. Una lluvia un poco más fuerte de la que nunca cayó en la tarde bañaba la avenida despejada. Ahora el silencio arropaba el lugar que horas atrás había sido un mar de ruidos y gente. Félix Allueva está en la puerta del complejo cultural hablando con parte de su equipo y tras sus lentes de sol redondos denota satisfacción y cansancio. El afterparty sería en un local del Parque Los Caobos hasta la madrugada. La ciudad se siente fresca y diferente.
