• El Diario conversó con Rebeca Estefano, quien relató cómo logró sobreponerse y seguir adelante con su vida luego de perder una de sus piernas debido a un tumor

Rebeca Estefano es una mujer venezolana de retos. Desde joven tuvo que someterse a varias intervenciones quirúrgicas para salvar su pierna derecha, en la cual se alojaba un tumor, y buscar herramientas para mantenerse optimista, aun cuando el escenario no fuera el más alentador. 

Aunque no entendía por qué estaba pasando por esa situación, no se dio por vencida. Ella agotó todas las instancias, hasta que luego de meditarlo muy bien siguió la recomendación que varios doctores le habían dado: amputarse la pierna. 

Los primeros meses, después de la operación, fueron muy duros para ella, pero al momento de sentirse preparada, tomó la decisión de seguir adelante con su vida y buscar empleo. Su primera opción fue la Alcaldía Metropolitana de Caracas. 

“Al ver que tenía amputada una de mis piernas, no me aceptaron, pero luego conseguí trabajo en un colegio privado en el cual duré poco tiempo porque recibí una llamada de la Universidad Nacional Abierta (UNA), cuya sede queda a muy pocos metros de mi casa”, contó Estefano en entrevista para El Diario.

Los primeros días en su trabajo en la UNA se desplazaba en muletas. A través del seguro de la universidad, consiguió comprar la segunda prótesis (la primera la compró en el Hospital Dr. José María Vargas). 

Rebeca se graduó como profesora en Educación Especial, mención Dificultad, en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL). Además de darle empleo, la UNA también la apoyó para que continuara su formación académica. Fue así como decidió estudiar una maestría en Estrategias de Aprendizaje. Al terminar, la universidad estableció un convenio con la Universidad de Córdoba de España para estudios de doctorados.

“La defensa de la tesis la hicimos en línea. La universidad nos envió el título y la medalla al finalizar los estudios”, dijo.

En 2019, Estefano realizó un curso para mujeres emprendedoras. De este curso, surgió su organización sin fines de lucro que se llama Ser Inclusivo, la cual se encarga de promover la inclusión de personas con discapacidad. Además, participó en un concurso realizado por la Universidad Monteávila (UMA) con su hija, quien en la actualidad es médica, titulado “Salud y Paz Inclusiva”, con el que obtuvieron el primer lugar.

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En 2024 recibió un reconocimiento de la Embajada del Reino Unido de los Países Bajos, la Alcaldía de Baruta, la Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho e Impact Hub Caracas por su labor en la lucha por los derechos humanos de las mujeres y la disminución de la brecha de género.

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Foto: magushots_

Cómo comenzó la historia 

Cuando Rebeca Estefano tenía 25 años de edad comenzó a notar una masa extraña de forma redonda que apareció en su pierna derecha. Sentía un dolor intermitente, sin embargo, su vida era muy agitada y no se preocupó por ir al médico para recibir un diagnóstico. En ese entonces, en 1990, cursaba el último semestre en la UPEL y además ayudaba a su madre con las ventas en una tienda en el mercado de Quinta Crespo, en el centro de Caracas.

La molestia continuaba y ella seguía sin prestarle atención hasta que en una oportunidad, mientras caminaba por una calle en Capitolio, sintió como si alguien la hubiera golpeado detrás de las rodillas. Luego de eso, perdió el equilibrio y se desvaneció. Al recuperarse, tomó la decisión de regresar a su residencia en Carapita, parroquia Antímano, porque sentía un fuerte dolor en la pierna.

Su mamá, al ver que su hija sentía mucha molestia, le recomendó ir al Hospital Dr. Miguel Pérez Carreño para que le realizaran un chequeo. Su hermano trabajaba allí y fue el encargado de darle el diagnóstico, luego de consultar con otros especialistas.

Me dijo que el traumatólogo había visto un tumor y que tenía que hacerme una biopsia para determinar de qué tipo era. Luego de la biopsia, los médicos debían realizar un trasplante de hueso. Yo estaba finalizando mis estudios y sabía que eso tomaría tiempo, así que le dije a mi hermano que me sometería a todo ese proceso al terminar la carrera”, contó.

En el año 1991 le realizaron la biopsia, su papá retiró el título por secretaría, ya que ella no quiso asistir al acto de grado para enfocarse en su salud.

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Las primeras intervenciones 

Para poder someterse a la primera intervención, Stefano contó que la familia tuvo que comprar un hueso de tibia en Miami (Florida, Estados Unidos), porque Venezuela no contaba con banco de huesos. Su madre vendió el puesto que tenía en el mercado de Quinta Crespo para costearlo y uno de sus hermanos ayudó con los gastos en la clínica.

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Foto: Guillermo Penzo

La familia descubrió que el sitio idóneo para la operación era el Centro Médico de Maracay (estado Aragua), ya que en este se habían realizado otros procesos similares.

La operación consistía en quitar la tibia, porque allí se alojaba el tumor, y colocar el hueso que habíamos comprado en Estados Unidos. Recuerdo que el médico me dijo en esa ocasión que mi caso era el número 38 que iba a operar con trasplante de hueso”, detalló.

Asimismo, indicó que el apoyo de su familia durante ese proceso fue indispensable, especialmente el de su esposo, su hija (que para ese momento tenía 7 años de edad), y el de sus padres y hermanos.

El trasplante lo realizaron un 19 de abril del año 1992. Al terminar el proceso, su médico le aseguró que las 37 operaciones anteriores resultaron exitosas y las personas habían logrado caminar. El pronóstico para ella era alentador.

Luego de 8 días de hospitalización, pudo regresar a su casa en Caracas, pero cada semana debía viajar a Maracay para que le realizaran una limpieza en la pierna. Transcurridos tres meses de la primera intervención, el doctor le comentó que el cuerpo estaba rechazando el hueso. “Vamos a ver qué hacemos” , dijo.

Fue así como decidieron practicar otro procedimiento en el cual le extrajeron parte superior del hueso de la cadera (conocido como cresta ilíaca) y lo colocaron en la tibia.  

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Cuatro meses después le realizaron otro injerto y su familia la ayudó con los gastos médicos en la clínica para esa tercera intervención. Al igual que en las operaciones anteriores, debía viajar cada 8 días a Maracay para las limpiezas de la herida.

Al ver que no lograba una mejoría a pesar de todas las intervenciones por las que había pasado, empezó a preguntarse qué más se podía hacer.

Rebeca Estefano relató que en 1995 uno de sus hermanos comenzó a revisar cómo era el proceso en una clínica en Houston (Texas, Estados Unidos) especializada en Oncología. En EE UU permanecieron 15 días mientras los médicos evaluaban su caso. Contó que revisaron todo el expediente que llevaban y adicionalmente, realizaron nuevos exámenes.

“La decisión es amputar”

“Uno de esos días tuvimos consulta con un doctor, este se encontraba con un traductor porque ni mi hermano ni yo hablábamos inglés. Él nos dijo que el médico en Venezuela había hecho un excelente trabajo y su recomendación, en frío, fue: ‘Señora, córtese la pierna”, recordó.

Estefano comentó que el hueso estaba infectado y podía comprometer otras partes de su cuerpo. Ella en ese momento no lo entendía. Agregó que al escuchar las palabras del traductor comenzó a llorar. Pensaba: “Claro, no es su pierna, por eso dice eso”.

Al regresar a Venezuela, uno de sus sobrinos que vivía en Cuba se encontraba en su casa de visita y le sugirió viajar a un hospital ortopédico en la isla para buscar otras opiniones.

“La familia hizo otra rifa. Me voy a Cuba en 1996. Allá me evalúan y  me dicen que sí me pueden salvar la pierna. La operación, en ese momento, costaba 14 mil dólares”, manifestó.

Rebeca Estefano regresó a Venezuela y viajó tres meses después a Cuba con el dinero. La infección estaba muy avanzada y le dijeron que ya no le podían salvar la pierna.

Al comentarle a su doctor en Venezuela todos los viajes que había hecho, este le respondió que podía retirar el hueso y practicar otra operación. “Me iban a colocar como una especie de yeso, no recuerdo muy bien el nombre del material”, dijo.

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Foto: magushots_

“Yo no aguanto eso”

Ella lo consultó con su familia y todos estuvieron de acuerdo con el procedimiento. Recuerda que los dolores, luego de esa intervención, eran “insoportables”.

 “Una noche, le dije a Héctor, mi esposo: mira, yo mañana le voy a decir al doctor Aguilera que me quite la pierna, yo no aguanto eso”, mencionó.

Al entrar al consultorio, el doctor le comentó que haría otra intervención para retirar el material que le había colocado. Le dijo que no le cobraría nada por ese procedimiento.

“Yo le respondí, le tengo otra propuesta: quiero que me quite la pierna y que la clínica me apoye con los gastos. Ya tengo siete años en esto. Quiero vivir, quiero que viva mi marido, que viva mi hija”, enfatizó.

La operación para amputar se llevó a cabo el 21 de diciembre del año 1997. Luego de ese procedimiento, la piel se oscureció, justo en la parte que había sido amputada. La trasladaron al Hospital Vargas, y al evaluarla, los médicos recomendaron realizar otra intervención. Tras ese proceso, recibió rehabilitación para lograr mayor soltura al caminar. 

Recuerda que la primera prótesis que usó no era muy cómoda y le molestaba  al desplazarse. Solo duró un año con esta. “No me daba seguridad, sentía que la rodilla se me iba”. Actualmente Estefano cuenta con una prótesis que consiguió a través de su esposo, quien es jubilado de Petróleos de Venezuela (PDVSA), pero esta ya cumplió su tiempo de uso, por lo que debe sustituirla para poder seguir realizando con mayor facilidad todas las actividades que tanto disfruta, entre estas, bailar.

“Yo creo que lo más importante ante cualquier circunstancia, es la actitud que tú tomes. Después de que solté la pierna,  yo veo el pasado y digo, bueno, estudié, progresé, y además, bailo y disfruto. No debemos quedarnos en el problema, sino buscar cuál es la mejor solución para afrontarlo”, reflexionó. 

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