- El maracayero de 24 años de edad comenzó a trabajar en un supermercado para ayudar a su mamá. Ahí aprendió la técnica del “Pixel Art” y creó figuras con paquetes de arroz, pasta, sal y azúcar
“Hacer las cosas bien o no hacerlas”. Ese es el lema del joven venezolano José Antonio Márquez Moreno, quien dibuja con empaques de alimentos y a mediados de febrero de 2021 se hizo viral en las redes sociales tras solicitar empleo de manera pública en Twitter. Esto luego de ser despedido sin justificación alguna, según señala, de un supermercado ubicado en Maracay, estado Aragua, donde trabajó por un año.
“Busco trabajo. Soy pasillero nato. Pero puedo trabajar de lo que sea”, escribió el joven de 24 años de edad; al tiempo que compartió algunos de los dibujos que hizo con paquetes de arroz, azúcar y sal en aquellos anaqueles.

Se trata de la técnica conocida como “Pixel Art” o arte de píxel, el cual es una forma de arte digital en el que los dibujos son creados pixel por pixel, entendidos estos como la unidad más pequeña y diminuta de una imagen.
“Cuando vi que las fotos pixeladas se podían hacer con arroz y esas cosas, de inmediato supe que podía hacerlo. Porque ya a mí desde antes me gustaba dibujar, por eso empecé hacer lo de los pixeleados. Yo aprendí hacer esas cosas porque mi mamá teje; ella le llama punto de cruz. También vi muchas cosas que con el chico que hizo el Cristo con alimentos y a mí me gustó mucho ver eso”, dice el maracayero en entrevista con El Diario; mientras explica que para exhibir su trabajo se decantaba por las esquinas de los anaqueles debido al mayor tránsito de clientes en esas zonas.
“Los dibujos los agarraba de Pinterest, a veces agarraba una hoja cuadriculada y hacía el dibujo a mi manera. El saber cuántos arroz necesitaba para cada dibujo dependía de la cantidad de pixeles. Dos paquetes de arroz son cada cuadrito de un pixel. Yo siempre escogía dibujos de 52 pixeles o 48 pixeles. El más grande que hice fue de 60 pixeles. La mayoría siempre llevaban más de 300 paquetes de arroz o cualquier otro artículo que necesitaba para hacerlo”, precisa.

Personajes como Mario Bros, Santa Claus, la superheroína ficticia Raven o incluso emoticones son el denominador común en sus creaciones; que también, según advierte, lo transportan a su infancia.
Márquez explica que para perfeccionar la técnica y cerciorarse de que la imagen era idéntica a la hecha en papel, él optaba por retroceder y tomar una foto con la cámara de su celular. “Porque con la cámara se ve mejor, por si colocaba un arroz donde no era y luego no se entendiera”, dice.
Las ganas como motor
Márquez estudió Administración de Empresas en el Instituto Universitario de Tecnología “Antonio José de Sucre”, en Maracay. Sin embargo, le faltó realizar la tesis. Abandonó la carrera porque no se sentía a gusto y porque además, siendo hijo único, decidió trabajar para ayudar a su mamá con los gastos de la casa.
El ser pasillero en el supermercado fue su primer empleo; y también, lamentablemente, su primer despido. Pese a no tener experiencia se esmeró en aprender toda la cadena de trabajo, sin pensar que un día, de la manera menos pensada, prescindirían de sus funciones.

Dentro de las funciones de este joven que dibuja con empaques, además, también estaba la limpieza de las planchas de los anaqueles, el retiro de los productos vencidos y contaminados; así como también la realización de inventarios y reposición.
“Estuve prácticamente un año en el trabajo siendo pasillero; algo que nunca pensé que me gustaría demasiado. Yo llegaba a las 7:00 am todos los días y me iba a las 10:00 pm. Todos los días de mi vida fueron así. Nunca veía el atardecer. Parece mentira, pero es verdad. Era muy raro que yo me fuera temprano. Descansaba casi que 30 minutos de la hora que me daban para comer y no era porque me obligaban, sino porque me sentía a gusto. Solo libré en tres oportunidades, o cinco veces como máximo”, resalta.

El aprendizaje
Márquez aún se pregunta el por qué de su despido junto a otros compañeros. Pese al trago amargo, asegura que todo lo que hizo y aprendió entre los pasillos de aquel supermercado valieron la pena para conectarlo con su pasión: dibujar. Inclusive, dibujar también una sonrisa en el rostro de quien apreciaba sus creaciones.

Quizá hacíamos cosas que tal vez no hacían que vendiera el mercado. Pero sí daba razones para que nuestro talento se viera en lo que hacíamos. Porque no solo hablo por mí, sino de mi equipo de trabajo”, señala el joven, quien era remunerado con 25 dólares al mes.
Por ahora, mientras sigue buscando empleo, atesora unos cuantos dibujos que hizo en su cuaderno cuadriculado y cerca de 300 imágenes guardadas en su teléfono que espera llevar de nuevo a un mural de alimentos.
“Mucha gente ve que ser pasillero no es ninguna profesión. Pero yo siento que con mis muchachos eso lo llevé a otro plano: lo llevé a los dibujos y al trabajo con pasión”, sentencia.

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