• Con tan solo 8 años de edad, Marcela Oropeza se enfrentó a una de las enfermedades más duras. En entrevista para El Diario, relató cómo fue su proceso de curación

Fortaleza, resiliencia y optimismo son algunas de las palabras que describen la actitud que tuvo Marcela Oropeza trás ser diagnosticada a los 8 años de edad con leucemia linfoblástica aguda, un tipo de cáncer en la médula ósea. 

Todo comenzó cuando se realizó exámenes preoperatorios para realizarse la cirugía de una afección en la nariz en el año 2015. Los resultados de las pruebas determinaron que su hemoglobina estaba más baja de lo normal, lo que encendió las alertas de los médicos, quienes la remitieron a su pediatra. 

Mi pediatra me mandó una serie de exámenes y como vio que mis resultados iban bajando poco a poco, me envió al especialista, que es el hematólogo. Todo eso sucedió en un lapso de tres días, la hemoglobina en ese lapso bajó de 9,8 a 6,8”, relató Marcela en entrevista para El Diario. 

Solo habían pasado 72 horas y su vida había tomado un nuevo curso. Tras un frotis de sangre, una punción lumbar y un aspirado de médula, el especialista les dio el diagnóstico y al cuarto día estaba empezando a recibir la quimioterapia.

Enterarse de algo que no entendía

A pesar de su corta edad y de no saber nada sobre el cáncer, Marcela mostró una madurez que dejó sorprendidos a sus padres, Lauris Macias y Daniel Oropeza, quienes hacían un esfuerzo para no flaquear ante la enfermedad de su hija. 

Aunque sus padres al principio le ocultaron el nombre de lo que tenía, Marcela contó que un día en su habitación de la clínica vio el video de la canción de Chino y Nacho “Me voy enamorando”, donde sale en escena una niña con cáncer y presintió que era lo mismo que ella tenía. 

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En ese momento, su mamá entró a la habitación y luego de preguntarle si tenía lo mismo que la niña en el video, no tuvo otra opción que contarle la verdad. 

“No importa lo que uno pase, solo hay que estar feliz, creer en Dios y nunca rendirse. Hay que enfrentar todos nuestros miedos”, fueron las palabras que Marcela le dijo a su mamá en el momento que le confesó que lo que tenía era cáncer.

Marcela, quien actualmente tiene 17 años de edad, contó que sus palabras dejaron “helada” a su mamá, que había pensado que quizás tomaría la noticia de otra forma. “También le dije que no me importaba perder el cabello porque era un accesorio más. Así fue como yo llevé mi proceso”, agregó.

¿Qué es la leucemia linfoblástica aguda?

La Clínica Mayo, una entidad sin ánimo de lucro estadounidense dedicada a la práctica clínica, la educación y la investigación, describe en su portal web que la leucemia linfocítica aguda o leucemia linfoblástica aguda es un tipo de cáncer de la sangre y de la médula ósea, que es el tejido esponjoso ubicado dentro de los huesos donde se producen las células sanguíneas.

La entidad señala que la palabra aguda se refiere al hecho de que la enfermedad progresa rápidamente y crea células sanguíneas inmaduras en lugar de maduras, mientras que la palabra “linfocítica” se refiere a los glóbulos blancos, llamados linfocitos, que se ven afectados por esta enfermedad.

“La leucemia linfocítica aguda es el tipo de cáncer más común en niños, y los tratamientos ofrecen buenas posibilidades de recuperación. La leucemia linfocítica aguda también puede aparecer en adultos, aunque las posibilidades de recuperación se reducen en gran medida”, señala.

“Me sentía cansada”

Antes de su diagnóstico, Marcela cursaba tercer grado de primaria y llevaba al menos tres años en la práctica del karate, un deporte en el que se había destacado desde pequeña. 

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Debido a los tratamientos para curar el cáncer, que la dejaban sin fuerza, no pudo continuar con las actividades que realizaba. “Físicamente me sentía cansada porque los medicamentos eran muy fuertes y mentalmente estaba frustrada porque no podía hacer las mismas actividades normales que otros niños o que hacía antes”, contó.

Salir a jugar en la calle, asistir a la escuela o entrenar karate ya no era algo que pudiera hacer. “Prácticamente había dejado mi vida para comenzar otra nueva. Era frustrante para una niña de 8 años”, aseguró

Aunque en el área de oncología infantil le tocó ver a muchos niños que no lograron superar la enfermedad, Marcela indicó que recibir visitas en la clínica de pacientes que habían sanado le dio fortaleza y esperanza. Aseguró que siempre se mantuvo positiva y que nunca estuvo triste por su condición, lo que considera que le permitió salir adelante.

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Foto: familia Oropeza

Su experiencia con los tratamientos contra el cáncer

Durante los dos años de quimios, Marcela pasó por siete punciones lumbares y al menos cuatro aspirados de médula. A pesar de ser tratamientos que pudieran considerarse dolorosos, por su edad no solo le pusieron anestesia local sino que la sedaron para realizar el procedimiento. 

“Sentía nada más cuando me despertaba, y era como un pequeño dolor en la espalda baja, pero muy rápido, o sea, no duraba un día con ese dolor”, aseguró. 

La punción lumbar la realizaban para extraer líquido cefalorraquídeo para ponerle quimioterapia intratecal, mientras que el aspirado de médula extraía muestras de la médula para ver cómo estaban las células cancerígenas para determinar si se habían reducido.

En un principio, le costó acostumbrarse al catéter, debido a que desde pequeña le tenía fobia a las agujas, por lo que era una odisea cuando llegaba el momento de colocarlo. Corría por la clínica para que las enfermeras no le pusieran el catéter y podían pasar horas tratando de ponerlo. 

“Obviamente sí me dolía al inicio, pero me fui acostumbrando y ya nada más llegaba, me acostaba, me ponían la quimio y listo para la casa. Antes duraban al menos dos horas, porque yo parecía un toro, me tenían que agarrar como entre dos enfermeras y mi mamá para ponerme la quimioterapia”, relató.

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Al tiempo se acostumbró a las agujas y a la molestía que sentía cuando le colocaban el catéter de puerto, el cual primero tuvo de forma externa y luego interno. 

Marcela mencionó que la quimioterapia tiene tres etapas: la primera es la inducción que dura un mes, la segunda es la consolidación que dura seis meses, y  la tercera es el mantenimiento que dura año y medio para completar los dos años de quimioterapia.

“Uno se acostumbra muy rápido a dejar las cosas”

Debido a los cuidados que requería durante su proceso de recuperación, Marcela no solo tuvo que usar tapabocas permanentemente, sino que cambió también su alimentación. Aunque su mamá ya le tenía una alimentación saludable, se tuvieron que tomar otras medidas. 

Los lácteos, enlatados, embutidos, comida chatarra y carnes cruda ya no podían estar en su dieta. “Todo tenía que estar bien cocinado, no podía consumir azúcar y todo lo que me daban tenía que ser nuevo. Si se abría la mantequilla, me daban a mí primero y ya no podía comerla de nuevo”, detalló.

Como sus niveles inmunológicos no eran normales, estos cuidados eran para evitar infecciones o bacterias. 

No queríamos correr el riesgo de que me agarrara alguna infección o que me enfermara pero. Tuve que hacer esa dieta pero definitivamente uno se acostumbra muy rápido a dejar las cosas”, aseguró. 
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Foto: familia Oropeza

Una recuperación satisfactoria

Tras más de seis meses de quimioterapia, Marcela recibió la noticia de su doctor de que estaba sorprendiendo por la gran mejoría que había tenido. Los resultados del aspirado de médula que le realizaron en después de la etapa de consolidación habían arrojado que no había células cancerígenas.

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“Los resultados habían dado negativo. (El doctor) estaba muy sorprendido de que yo estaba sanando muy rápido, de hecho, tuve muy pocas infecciones y solo fue necesario hospitalizarme dos veces, la primera cuando me diagnosticaron y luego porque se me había infectado el catéter y tenían que sacarlo”, precisó. 

Marcela considera que la actitud que tomó respecto a la enfermedad la ayudó a evitar que sus defensas se bajaran.

Después de la última quimioterapia, volvieron a realizarle los exámenes que corroboraron que el cáncer había desaparecido. “Me sentí feliz, hice cartelitos que decían ‘vencí el cáncer’. Celebré con mi familia y fue uno de los momentos más felices de mi vida”, enfatizó.

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Foto: familia Oropeza

Nacer otra vez

Su vida después del cáncer cambió y volvió al rumbo que tuvo que haber seguido desde que tenía 8 años de edad. Marcela pudo volver a la normalidad, asistir todos los días a clases y volver a practicar karate.

Mi vida volvió a como era antes de padecerlo, pero con precauciones. Era como que si yo hubiese nacido otra vez, porque mi sistema inmunológico era como el de un bebé por la quimioterapia. Era un bebé recién nacido en el cuerpo de una niña”, relató.  

Aunque fue muy feliz cuando pudo quitarse el tapabocas, Marcela sostuvo que se sentía extraña cuando comenzó a salir sin esa protección. Aun así volvió a disfrutar de la vida cotidiana y de las salidas con amigas. 

“El apoyo que recibí moral y económicamente, de mis padres, familiares y amigos, hizo que el proceso fuera más fácil. Sin el amor que recibí no hubiese sido posible todo”, destacó.

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