• En los últimos años, una migrante que reside en Ecuador ha desarrollado un proyecto llamado Indestructibles para compartir su historia y motivar a otras personas

—Desafortunadamente, los exámenes no están bien. El cáncer ha sido más agresivo, ha hecho metástasis hasta los huesos y la expectativa de vida para ti es de cuatro a seis meses. 

Era febrero de 2020 y el diagnóstico de los doctores parecía un asalto al futuro. Pero el tiempo jugó a favor de Luisa Rojas, paciente de cáncer de mama, y aquellos meses se han convertido en poco más de cuatro años desde aquella fecha.

Durante una tarde en el norte de la ciudad de Quito, Ecuador, Luisa aprovecha que siente un poco de energía para salir a barrer en la acera. Las secuelas del tratamiento han influido en su rutina, así que cuando las condiciones se lo permiten no duda en salir de la cama. 

Pese a los efectos de la medicación, la sonrisa de Luisa no se desdibuja en su rostro. De tez morena y ojos claros, la venezolana de 33 años de edad mantiene un tono apacible que acompaña sus palabras. Al entrar a su hogar, una variedad de plantas se asoma en cada rincón, Luisa las mira con admiración y confiesa que le gusta hablarles y cantarles.

Después de unos minutos, baja con cuidado por las escaleras con una pañoleta y un vestido largo de color rosa. Poco después, su hija menor la ayuda a colocarse uno de los parches que utiliza para aliviar el dolor. El cáncer no ha sido el único antagonista en los días de Luisa. Desde muy pequeña, la violencia fue una estruendosa presencia. No obstante, aquellos episodios moldearon su conducta para que comenzara a contar su historia y utilizarla como un medio para conectar con otras personas. 

Luisa nació en la isla de Margarita (Nueva Esparta), también conocida como La Perla del Caribe. Su infancia transcurrió entre la marea y el salitre, pero la violencia también fue un determinante compás en sus días. 

—Ahora hablo con mis hijas y les digo que tenía todas las excusas del mundo para haber decidido ser prostituta, alcohólica o drogadicta, porque la infancia fue tan disruptiva que pude haber sido una Luisa completamente diferente.

Cuando era niña creció siendo testigo de los golpes que su padre le propinaba a su madre. Recuerda que, cuando tenía alrededor de 6 años de edad, su progenitor sacó una pata de chivo congelada del refrigerador y se la pegó a su madre en la boca, lo cual le produjo la pérdida de varios dientes. La sangre manchó la pared y el miedo manchaba su niñez. 

Su madre también llegó a contarle que cuando tenía 2 años de edad él intentó atropellarla tras una discusión que habían tenido. 

—La forma de vengarse de mi mamá era matándome a mí—agrega. 

El tiempo pasó, los incidentes se sumaron. Luisa tenía 11 años de edad cuando un vecino abusó sexualmente de ella. El silencio fue imperante. No quiso acusarlo por temor a la reacción que pudiese tener su padre.

—No sabía qué me había pasado, solo sabía que me dolía, que estaba sangrando y pensaba que si decía: “Papá, el vecino me hizo esto”, me iba a decir que era mi culpa y me iba a pegar a mí.

Poco tiempo después, Luisa asegura que tomó la primera decisión importante de su vida: dejar aquella casa para irse a vivir con su abuela. 

—Me paré frente a mi mamá y le dije: “Vámonos, porque sino aquí nos van a matar”.

Pero su madre no la acompañó. Luisa cree que juzgar ahora la historia de su progenitora no le parece adecuado, pero en ese momento aquel episodio le pareció una traición. 

—Ella me dijo: “Es que tú vas a crecer, vas a hacer tu familia, te vas a ir y me vas a dejar sola, en cambio tu papá es mi marido y cuando tú te vayas él va a estar conmigo…”. Para mí eso fue como un puñal— reitera.

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La casa de su abuela se convirtió en su nuevo hogar. Al cabo de unos tres meses, su madre también fue a vivir con ellas y se separó de su padre. Los años pasaron y Luisa se convirtió en adulta y madre de Antonella y Susej.

Antes de ser diagnosticada, el cáncer no era una enfermedad ajena a ella. Su hermana también lo padeció. Específicamente, tuvo cáncer de mama que se volvió metastásico hacia la cadera. Falleció cuando Luisa estaba embarazada de su tercera hija. 

—Ella me preparó sin saberlo.

Era 2018 y Luisa tenía 27 años de edad. Ya había dado a luz a su tercera hija y, en una ocasión, mientras amamantaba a su bebé, sintió una incomodidad en una de sus mamas. Pensó que se trataría de mastitis, por lo que visitó a su médico, quien al examinar notó algo extraño en su pecho. Luego de aquella visita, le mandaron a realizarse una mamografía por sus antecedentes familiares. 

La evaluación médica volvió a repetirse, esta vez Luisa tenía cáncer de mama y aquello convino una marea de inquietudes, en parte, por su situación económica. 

—Yo pensaba qué hacer si mis hijas tenían tan poquita edad. La mayor tenía 8 años recién cumplidos y fue como un balde de agua fría… Primero, el diagnóstico; segundo, la situación en la que estaba y tercero estaban las niñas conmigo recibiendo el diagnóstico y después para mí ver a las dos niñas y ver a la bebé en mis brazos fue como “qué hago”.  

Luisa asegura que no se podía quedar en Venezuela, así que decidió irse. Para ella, tener cáncer en el país representaba un riesgo mayor. 

—No era solamente el tema de salud, sino que no es normal que vivan sin luz, sin agua, sin teléfono, sin gas, sin nada.

La percepción de Luisa era un reflejo de lo que ocurría en el país para esa época y del empeoramiento de las condiciones de vida de los venezolanos. De acuerdo con el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, en 2018 se registró una cifra récord de al menos 12.715 protestas en todo el país “por el colapso de servicios básicos y exigencias laborales”. En el material, también se especifica que esa cifra representa un aumento de 30% con respecto a 2017, cuando se documentaron 9.787 manifestaciones, con un promedio diario de 27.

***

La decisión estaba tomada. Luisa migró de Venezuela en septiembre de 2018, pero antes les prometió a sus hijas Antonella y Susej que en 6 meses regresaría por ellas. Las niñas se quedaron con su padre. Luisa partió con Mariana en sus brazos, cuando tenía 10 meses de nacida. 

—Tenía que cumplir la promesa, no había otra opción para mí. 

La venezolana Luisa Rojas y su inquebrantable camino entre la violencia y enfermedad  

Foto: El Diario

Su destino era Perú, allí la recibiría una familia que también había vivido en la isla de Margarita y que había emigrado al país andino. Salió por tierra. Al llegar a Rumichaca, frontera entre Ecuador y Colombia, se acercó a las carpas que tenía el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) e intentó comunicarse con sus conocidos porque le iban a enviar el dinero que le faltaba para llegar a Lima, pero su llamada no obtuvo respuesta. 

No tenía dinero, tampoco comida. Uno de los colaboradores del campamento habló con ella.

—Me dijo: “Piensa bien porque si Dios te puso aquí, quizá fue para algo y si hoy esta gente no te está contestando, qué te hace pensar que cuando llegues a Lima te van a contestar”. Eso me hizo clic inmediatamente y dije: “Si Dios me puso aquí es para que crezca y prospere aquí”.

Al principio, le ofrecieron quedarse en un refugio, pero contactó al padre de su hija menor, quien vivía en Quito, y comenzó a vivir con él ante la imperiosa necesidad que trae consigo una migración. Pero distintos obstáculos comenzaron a su lado. 

Entretanto, Luisa empezó a repartir chupetas en los medios de transporte para ganar algo de dinero. También explica que, al mismo tiempo, las agresiones y los insultos de su expareja se volvieron recurrentes, hasta que un día él las dejó encerradas a ella y a su hija por tres días en el lugar donde vivían.

—Recuerdo que al frente había una casa y un señor veía cómo me gritaba desde la ventana y él nunca hizo nada, nunca llamó a la policía.  

Hasta que un día, tuvieron un forcejeo mientras él intentaba abrir la puerta. Asegura que intentó golpearla, pero el golpe lo recibió su hija, y en ese momento salió corriendo. Llegó al Consejo Provincial de Pichincha y desde allí la remitieron a un albergue de jesuitas. Aquel se convirtió en su espacio seguro. 

—Yo estaba en una carrera diaria, si no voy al bus, no comemos nada. Así fue como empecé a percibir de alguna forma apoyo y entendía que más allá de las redes sociales, podía crear una red de apoyo dentro de la comunidad civil para contar mi historia con propósito.

El tiempo estaba a contrarreloj. Luisa asegura que permanecía en los buses 17 horas al día para cumplir la promesa de buscar a sus hijas. Aquella meta estaba clara. Recuerda que compró un papel bond y lo pegó en la pared para plasmar allí lo que denomina “su mapa de sueños”. 

Poco antes de los seis meses, Luisa volvió por sus hijas. Su fecha de retorno coincidió con el concierto “Venezuela Aid Live”, que se realizó en apoyo a la ayuda humanitaria el 22 de febrero de 2019. En consecuencia, el dinero que había reunido para regresar con sus hijas tuvo que utilizarlo para adelantar la fecha de algunos pasajes.   

—Yo había pasado por el puente de Tienditas (en la frontera entre Colombia y Venezuela) cuando estaba Reymar Perdomo abriendo el concierto y para mí el ver la marea de gente, escuchar el audio en vivo fue quebrarme a llorar como niña porque era ver que ya pasamos del otro lado, estamos bien, están seguras y se estaba creando en mí ese “Vamos para felices”.

Mientras recuerda aquella experiencia, Luisa señala un dibujo de ella y sus hijas en la pared. Fue un regalo de una seguidora que escuchó su historia a través de un podcast al que la invitaron. También recuerda que aquel “Vamos para felices” se convirtió en un recordatorio para ella y sus hijas en los momentos de adversidad. 

Y así ocurrió. Porque a su regreso no imaginaba que uno de los autobuses que tomó fue asaltado por un grupo de paramilitares.

—Saqué el teléfono y se lo metí a la bebé en el pañal con las partidas de nacimiento de mis hijas.

La venezolana Luisa Rojas y su inquebrantable camino entre la violencia y enfermedad  

Foto: El Diario

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Ahora en Ecuador, comenzaría una nueva vida con sus hijas. Luisa alquiló un apartamento al sur de Quito y siguió trabajando en los buses. Intentó realizar otros trabajos, pero fueron intermitentes.

El Banco Mundial, por su parte, específica en su informe Retos y Oportunidades de la Migración Venezolana que  al inicio del éxodo venezolano, Ecuador se caracterizó por ser un país de tránsito hacia Perú u otros países del cono sur como Chile y Argentina. Sin embargo, entre 2015 y septiembre de 2019, casi 400 mil venezolanos decidieron establecerse en Ecuador.

“Por su condición económica, los migrantes venezolanos en muchas ocasiones trabajan en condiciones menos favorables. A ello se suma que, en promedio, los trabajadores venezolanos dedican al trabajo más horas a la semana que los ecuatorianos, pero reciben un pago promedio mensual menor”, dice el texto. 

—Mi comunidad, mi primera familia aquí fueron los buses— añade Luisa.

Sin embargo, el cáncer seguía allí y el 28 de febrero de 2020 tuvo una fuerte recaída. Los médicos le explicaron que el cáncer había hecho metástasis hasta los huesos. También le dieron una fecha, tenía de cuatro a seis meses de vida, así que le recomendaron que dejara toda la parte legal de sus hijas en orden.  

—Para mí, prácticamente fue como “esta no la libras”.

Al poco tiempo, específicamente en marzo, una pandemia tomó por sorpresa a todo el mundo. Ahora solo era imperante el confinamiento. El rostro de Luisa se iba haciendo conocido en las redes sociales y distintas figuras se comunicaron con ella para ayudarla mientras que ella todavía lo estaba asimilando. 

Luisa explica que, sin haberlo imaginado, la pandemia se convirtió en un acelerador para contar su historia a mayor escala y así fue como su proyecto llamado Indestructible comenzó a tomar forma.  

Bajo ese nombre, Luisa comenzó a dar conferencias para compartir su historia y las lecciones que las distintas circunstancias de su vida le han dado. No obstante, justamente, cuando se cumplieron los seis meses que le habían dado de vida tuvo un paro respiratorio y una parálisis facial. 

Recuerda que ese episodio la obligó a aprender a hacer las cosas de nuevo, pero no determinó un final. Por el contrario, más adelante recibió una beca para certificarse como coach ontológico. Comenzó a escribir una guía para su proyecto y ahora está escribiendo dos libros. Otras personas se sumaron y un diseñador gráfico la ayudó a trabajar en el logo. 

Aunque Luisa no se lo esperaba, desde aquel entonces hasta la fecha ha contado su historia a un promedio de 5.000 personas mediante sus conferencias y charlas, en las que han participado grupos de deportistas, personas en movilidad humana, estudiantes, madres solteras, entre otros. 

No lo duda. Luisa responde que la inspiración, aun en los momentos difíciles, la consigue a través de sus hijas. La fama no es de su interés. Asegura que uno de los propósitos de Indestructible es dirigirse a aquellos que van a vivir una situación difícil y aún no lo saben. 

En ese sentido, recuerda cuando fue invitada a un podcast y la entrevistadora la contactó al poco tiempo después.  

—No había pasado un mes y medio cuando esta chica fue diagnosticada con cáncer, pero me dijo: “Luisa, lo que tú me dijiste me sostuvo tanto que me cambió totalmente la perspectiva y ahora puedo aprovechar este proceso de otra forma, con más fortaleza y para mí ese es el mejor obsequio que puedo obtener, la mejor donación que puedo recibir por lo que hago con indestructible son esas palabras. 

Aunque el futuro sea un cúmulo de caminos inciertos. Luisa tiene claro sus anhelos. Entre ellos, que sus libros lleguen a otras fronteras y sean un legado para sus hijas con el que puedan sostenerse y seguir llegando a más personas. 

—Sueño con visitar a otras mujeres que se sientan en la adversidad y que sientan que con las habilidades que he depositado en ellas puedan salir adelante y les puedan enseñar a sus hijos a salir adelante también.

La tarde avanza y se convierte en noche. Sobre los ojos de Luisa se entrevé el cansancio, pero reitera con convicción la importancia de accionar pese a las circunstancias, como lo ha demostrado en primera persona. 

—No medimos la magnitud para alguien que no puede levantarse cuando desea solo ducharse. Esas cosas las pones en la balanza y dices “¿vivimos o solo existimos?”, porque no es lo mismo y hay gente que lo da todo por sentado.  

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