• El equipo de El Diario conversó con la escritora venezolana Raquel Rivas Rojas, residenciada en Edimburgo (Escocia), para conocer su proceso en la escritura y la publicación de su último libro, Estación de ruegos

“Nadie que haya vivido en Caracas se siente jamás a salvo en ninguna parte”. Este es un fragmento del cuento “A 330 metros cruce a la derecha”, de Raquel Rivas Rojas (Guanare, 1962), publicado en el libro Estación de ruegos, en el que se pueden se pueden notar algunas de las ideas generales que se ven expuestas en esta obra. La errancia, la despedida, la memoria y los sentidos, la construcción latente de la identidad en un proceso de desapego y la experiencia que siempre se nutre de lo vivido en el pasado. Por eso mismo, los personajes creados por Raquel Rivas Rojas se constituyen en la vaguedad del tránsito y, posteriormente, en su encuentro con el otro y con lo que han sido. 

Estos personajes son Isa y Eli, quienes están con Raquel desde el año 2011. Ambos toman forma en la reconfiguración del discurso amoroso y en la reflexión sobre el asidero identitario de los seres migrantes, exiliados, habitantes de la memoria.

Este tema se une al resto de su obra, como una bisagra más, en la búsqueda de un sentido a los cambios del proceso migratorio venezolano, como por ejemplo, los artículos Ficciones diaspóricas: Identidad y participación en los blogs de tres desterradas venezolanas (2014), Ficciones de exilio o los fantasmas de la pertenencia en la literatura del exilio venezolano (2013) y, sobre todo, su obra de ficción como El patio vecino (2013), Muerte en el Guaire (2016) y El accidente (2018). 

Entonces, el foco principal de la obra literaria e investigativa de Raquel Rivas Rojas se nutre de la contemporaneidad y de la narración de la diáspora venezolano. ¿Cómo se constituye la memoria y la identidad cuando toca irse?, ¿cómo se piensa el discurso amoroso desde la distancia y la lejanía?, ¿cómo se asimila el exiliado en una tierra ajena?, ¿es la identidad una idea estática o, al contrario, se modifica en nuestras narraciones? Todas estas preguntas se pasean constantemente en la lectura de Estación de ruegos y, al final, le brinda al lector un espacio ameno para entender su posición activa en la contingencia del relato identitario.

“La respuesta para mí es que la identidad del exiliado se constituye a partir de una exposición a la fragilidad, a la evanescencia. La única identidad posible que puedes mantener en situación de errancia es aceptar que no tienes una identidad fija y que ni siquiera vale la pena el esfuerzo de consolidarla”, establece Raquel en entrevista para El Diario.

Raquel Rivas Rojas: “La identidad del exiliado se constituye a partir de una exposición a la fragilidad”
Oriana Camejo (editora) Raquel Rivas Rojas (autora) en la London Spanish Book and Zine Fair.

Los personajes de Isa y Eli te acompañan, como mencionas en la nota de agradecimiento, desde diciembre de 2011. En ese caso, ¿qué impulsa a la creación de estos personajes y, posteriormente, de qué manera el tiempo transcurrido ha moldeado la escritura de los mismos?

—Este libro no nació realmente como un libro. El primer impulso fue un cuento, “Toro Negro”, que es el que da inicio a la colección. Fue en su origen una crónica de algo que realmente sucedió y lo escribí para el blog que mantenía en ese momento (Notas para Eliza). Tenía algunos elementos ficcionalizados pero, en esencia, era algo que me había sucedido en un lugar real. Los personajes de esa historia no tenían nombre y cuando estaba escribiendo el segundo texto, “Estación de ruegos”, también basado en un episodio real, me di cuenta de que las dos historias podían tener los mismos protagonistas. Entonces les puse nombre y de ahí en adelante estuve cazando historias en las que pudiera ubicar a esos mismos personajes. A mitad de camino me di cuenta de que lo que quería hacer era un libro con historias encadenadas con estos mismos personajes. Y así se fueron agregando uno tras otro.

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El tiempo fue definiendo a estos personajes y los fue adensando, les fue dando un universo en el cual habitaban. Creo que el resultado final ha sido que los personajes tuvieron tiempo de crecer sin apuro. Me gusta rumiar las historias sin una fecha fija para terminarlas y, en cierto sentido, Isa y Eli siguen acompañándome. No creo que los personajes que construimos se vayan del todo cuando los encerramos en un libro. 

Luego de este tiempo, me gustaría preguntarte sobre la relación con Lecturas de Arraigo, una editorial independiente, relativamente nueva. ¿En qué momento llega la certeza del final en la historia de Isa y Eli y, además, cómo fue el proceso de edición y publicación?

—Creo que llegó un punto en el que si seguía escribiendo estas historias iba a terminar revelando detalles que no quería hacer explícitos. Algo que tuve claro casi desde el principio era que quería que se supiera lo menos posible de estos personajes. Quería crear una intriga por ausencia. Me interesaba contar una historia de amor en la que el sentimentalismo no estuviera presente. Pero también la historia de una relación marcada por la distancia y la ausencia. Y como esa era la premisa, si revelaba mucho más se iba a perder el efecto. Así que en algún momento me propuse cerrar el libro y me pareció que la mejor manera de cerrarlo era volviendo al paisaje invernal del primer cuento, pero agregando una ceremonia de cierre de año. Así que el último cuento, “Antorchas”, fue escrito a propósito como el cierre del libro, aunque luego escribí un cuento más que se agregó en la mitad. 

Una vez que el libro estaba escrito yo necesitaba encontrar una editorial, algo para lo que nunca tengo tiempo, porque siempre estoy haciendo mil cosas. Por pura casualidad leí una entrevista que le hicieron a Orianna Camejo en una publicación online y le escribí para preguntarle si estaba recibiendo manuscritos. Me dijo que estaba por abrir una convocatoria. En lo que la convocatoria apareció, le envié el manuscrito y a partir de ahí comenzamos a trabajar en el libro. La experiencia de trabajo con Orianna ha sido muy enriquecedora para mí. Orianna me ha permitido participar en todo el proceso desde trabajar con el ilustrador para llegar a las imágenes que mejor se acoplaran a los textos, parando por todo el proceso de corrección, hasta elegir el tipo de letra y la portada. 

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Creo que la maravilla de trabajar con una editorial independiente es tener la posibilidad de participar en todo este proceso. De más está decir que estoy feliz con el resultado. No creo que Estación de ruegos hubiera sido un libro tan hermoso y tan bien cuidado si hubiera caído en otras manos. 

Raquel Rivas Rojas: “La identidad del exiliado se constituye a partir de una exposición a la fragilidad”
Foto cortesía

Una de las curiosidades de Estación de ruegos es la particularidad del discurso amoroso. La relación de Isa y Eli es activa en el instante, experimentada a cuenta gotas, con la mesura del distanciamiento, pero no del desapego. Partiendo de esto, ¿cuál podría ser el discurso amoroso representado por ellos?

—En efecto este es el tema de Estación de ruegos: el discurso amoroso. Mi pregunta constante durante la escritura del libro era esta: ¿cómo escribir sobre una relación amorosa sin que el amor, ese sentimiento que ha sido representado tantas veces de tantas maneras, se atravesara en el medio? O, dicho de otro modo, ¿cómo representar una pasión que perdura en el tiempo sin usar un lenguaje sentimentalista? Venimos de una sociedad que produce y se alimenta de telenovelas, un género que —queramos o no— ha marcado nuestra percepción de cómo se representan los sentimientos. Tomando ese género como referencia, yo quería alejarme lo más que pudiera de esa zona para producir un lenguaje contra o anti sentimentalista. Por eso me funcionó la estética de la ausencia de la que te hablaba antes. 

Hay muchas ausencias en este texto y una de ellas es, precisamente, la ausencia de sentimientos empalagosos. Pero, por otro lado, como bien dices, hay una gama de emociones que se expresan de otra manera. El apego podría ser una de esas emociones: la constancia, la terquedad, si se quiere, de mantener una relación a pesar de la distancia y de las circunstancias. 

En ambos personajes podemos notar distintas percepciones del desarraigo y de la despedida. Por eso me gustaría preguntarte, ¿cuál es la diferencia entre la experiencia femenina y la masculina en el exilio? 

—No tengo respuesta para esa pregunta, entre otras cosas porque no estoy segura de que las experiencias que represento en este libro sean generalizables. Estos cuentos narran situaciones que viven dos personajes, que son por casualidad un hombre y una mujer. Pero podrían ser una pareja de dos hombres o dos mujeres. De hecho en algún momento me tentó la idea de borrar los marcadores de género, pero al final me pareció que sería un ejercicio artificial. Lo que sí quedó fue el sonido medio andrógino de los dos nombres: Isa y Eli. Podrían ser Isaías y Elías, o Isabel y Elizabeth. No quise revelar nunca los nombres completos de los personajes porque quería que esa ambigüedad se mantuviera. 

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Sin embargo, y a pesar de mis esfuerzos de borrar las identidades de género, es cierto que en los cuentos hay diferencias claras entre el modo como cada personaje percibe su experiencia, no solo del exilio o del desarraigo, sino de cada experiencia vivida. Si se observa, por ejemplo, el modo como cada uno recorre un museo, en el cuento que se llama “Corazones rotos”, se puede ver que hay dos modos claramente diferenciados de observar, de recorrer, de percibir. Creo que se trata de un asunto de personalidad más que de género, pero no soy yo quien debería determinar eso. Creo que ese es el trabajo que le toca a quienes leen.   

Raquel Rivas Rojas: “La identidad del exiliado se constituye a partir de una exposición a la fragilidad”
Foto cortesía

En la lectura de los relatos es notable una exploración de los sentidos del cuerpo. A veces pareciera que, de alguna manera, los sentidos permiten darle unidad a la experiencia, como el sabor extraño de la leche en “Toro negro” o la adivinanza de las voces ajenas en “Estación de ruegos”. Para ti, tomando esto en cuenta, ¿cuál es la importancia de los sentidos en la construcción de la memoria?

—La memoria está toda hecha de lo que vemos, olemos y escuchamos, de los sabores que se nos quedan pegados en la lengua, de las sensaciones de frío o calor que hemos sentido en la piel en un momento dado. No hay memoria que no pase por los cinco sentidos. Incluso las ideas que recordamos, que parecen tan abstractas, las hemos recibido a través de una materialidad que tuvimos que ver, que tocar o escuchar, sea un libro o una pantalla, un audio o una imagen. En Estación de ruegos me interesaba mucho explorar esa relación de los sentidos con la memoria.

Sobre todo porque cuando estás en el destierro la memoria es un lugar que tienes que cultivar, si quieres preservar algo de lo que fuiste. Está claro que también existe la opción de hacer borrón y cuenta nueva. Pero no creo que esta sea la opción para estos personajes que están siempre recordando, viendo en una calle de Estambul las semejanzas con una calle de Barquisimeto, o imaginando en un barrio de Buenos Aires lo que se podría hacer en una calle de La Pastora. 

Esas superposiciones son típicas de quienes viven el destierro sin desprenderse de lo que fueron. Y esa es la opción que yo quería rescatar en este libro. Pero quería hacerlo sin nostalgia, del mismo modo que quería representar el amor sin sentimentalismo. Estos personajes no sienten nostalgia del pasado, no quieren volver a lo que una vez fue. Pero tampoco quieren negar lo que fueron. En ese filo de la memoria que no es restauradora sino reflexiva, como diría Svetlana Boym en su libro El futuro de la nostalgia, es donde quería que se movieran estos personajes. 

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La vida externa de los personajes es, puramente, una referencia en el relato. Ellos parecieran constituirse en el encuentro. Ahora, ¿podríamos decir que aquello que le da significado al espacio físico, el detonante de la vivencia, es el encuentro con el otro?

—No lo había pensado de esa manera, pero me gusta mucho la idea de personajes que se constituyen en el encuentro. En efecto, así es. Mi idea era iluminar los momentos en los que estos personajes estaban juntos y dejar un poco en la oscuridad los momentos en los que están separados. Pero además dejar claro que vemos apenas unos pocos encuentros de una serie de muchos otros momentos en los que estos personajes se han encontrado o se encontrarán, porque la historia empieza a mitad de camino y no termina con el último de los encuentros que aparece en el libro. Y, claro, debido a la profesión de estos personajes, los encuentros se realizan en ciudades diferentes, que es algo que también quería trabajar desde el principio: esta idea de errancia, de itinerancia que no tiene fin, que no se cierra. Y aquí podríamos volver al tema del destierro, porque un mecanismo para eliminar de algún modo la nostalgia es representar una errancia que no tiene punto de llegada. Y en ese sentido tu propuesta completa muy bien esa idea, porque se trataría entonces de distintos puntos de llegada que se concretan en el encuentro con el otro. Se podría decir que estos personajes están en su lugar cuando se encuentran con el otro. 

Raquel Rivas Rojas: “La identidad del exiliado se constituye a partir de una exposición a la fragilidad”
Foto cortesía

Hace poco, luego de leer Estación de ruegos, me encontré con una selección de tus Crónicas del destierro y vi algunas similitudes con Isa y Eli, que son personajes migrantes, que viajan mucho y parecieran estar constantemente a la deriva. A su vez, en esas crónicas mencionas que “Cuando te quedas sin raíces también te quedas sin razones” y me gustaría preguntarte, partiendo de Isa y Eli, ¿cómo se constituye la identidad en el exilio? 

—Esta es una pregunta que me han hecho antes y no quisiera repetirme, pero la respuesta para mí es que la identidad del exiliado se constituye a partir de una exposición a la fragilidad, a la evanescencia. La única identidad posible que puedes mantener en situación de errancia es aceptar que no tienes una identidad fija y que ni siquiera vale la pena el esfuerzo de consolidarla. Creo que es lo que pasa con estos personajes: llevan tanto tiempo en situación de errancia que no tienen otro apego que sus memorias fragmentarias y la constancia en mantener su relación, que es frágil, intermitente, llena de despedidas y reencuentros. 

Se podría decir que las condiciones mismas de esa relación son una metáfora de la identidad del destierro: llena de huecos, de vacíos, de reescrituras del pasado, de borraduras, renuncias, adioses y regresos. Pero, sobre todo, de una voluntad empecinada de seguir adelante. 

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