• Pobreza, desnutrición y distintas enfermedades son parte de las dificultades que deben enfrentar los habitantes del barrio Altos de Milagro Norte, en Maracaibo, estado Zulia. Los constantes apagones y las fallas en los demás servicios básicos agravan su situación

El calor, tan típico del estado Zulia, parece incrementarse en el municipio Coquivacoa de Maracaibo. Una calle ancha y con suelo de tierra le da la bienvenida a quien visite el barrio Altos de Milagro Norte, una zona que parece perdida en el tiempo, olvidada. El sol del mediodía calienta los techos de zinc de las casas que, una tras otra, guardan en su interior las penurias de cientos de familias.

Charcos que dejó una lluvia pasajera y pequeños montones de tierra rodean la casa de la familia Delgado de Pol, una de las primeras de la calle principal. Tras unas paredes de zinc improvisadas se oculta un muro que alguna vez fue amarillo reluciente y en él, una ventana deja ver el interior. Una pequeña niña llena de polvo se asoma y sonríe, sus dientes chuecos y la emoción en sus ojos le saca una sonrisa a varios de los presentes.

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María Trinidad de Pol, de 72 años, permanece sentada en el interior rodeada de tres de sus nietos. El mayor está a su lado, inmóvil en una silla de ruedas. La franela le cuelga de los huesos que sobresalen de sus hombros y con timidez baja la mirada, intenta hablar pero no lo logra.

“Él anda mal del estómago, se me hace pupú a cada rato. Está muy malito”, explica la abuela sobre su nieto mayor. Lo toma de la mano y él sonríe.

María de Pol tiene más de 40 años viviendo en Altos de Milagro Norte. Ha sido testigo del deterioro del país y también de las enfermedades que han golpeado a todos sus “niños” desde su nacimiento: desnutrición y retraso de crecimiento son las principales. Ana Bravo, de 14 años de edad, es la mejor prueba de estos padecimientos.

Con una sonrisa prácticamente imborrable de su rostro, la pequeña Bravo da saltos por la casa, también baila. Es muda, no logra decir ni una sola palabra, pero con el movimiento de sus manos y algunas señas ha aprendido a comunicarse. Es dulce, pequeña y aparenta tener al menos 7 años; sin embargo, está próxima a cumplir 15.

Ana Bravo | Foto: Alejandro Bonilla

La alegría de Ana Bravo es contagiosa y atrae a niños de otras casas. Algunos descalzos dan brincos, otros más tímidos sonríen y entran. Todos conocen a la pequeña Ana y a su familia. Son bienvenidos en el hogar Delgado de Pol.

Niños habitantes de Altos de Milagro Norte | Foto: Alejandro Bonilla

María de Pol sonríe al mirar a sus nietos, pero la alegría no alcanza su mirada. Con tristeza cuenta para El Diario las dificultades que ha tenido que afrontar junto a su familia.

Se me murió un sobrino y empecé a pasar semanas sin poder comer nada, me dolía la garganta, no podía tomar ni agua, nada. Mi hija Maribel del Pol es quien me ayuda, ella es la que me trae el desayuno y la cena”, cuenta.

María de Pol comparte su pequeña vivienda con algunos de sus hijos y nietos; son ocho personas en total conviviendo y luchando día tras día en Altos de Milagro Norte. A todos les ha tocado pedir alimentos y dinero en las calles para poder cubrir sus gastos. Todos en casa la conocen, pero escuchan con atención a la mujer de 72 años que cuenta su historia.

Cocina de la casa de la familia Delgado de Pol | Foto: Alejandro Bonilla

“Yo iba a buscarle comida por ahí a mis nietos, a veces en casa de mis hermanas que viven por allá lejos, porque no tenían nada que comer. Ellos tienen papá, pero su papá no les da nada”, explica entre lágrimas.

María de Pol | Foto: Alejandro Bonilla
Cáritas Venezuela Estudios realizados por la institución revelan que el Zulia es uno de los estados con mayor índice de desnutrición en el país

Para el período octubre-diciembre de 2018, la tasa de desnutrición aguda global en el territorio zuliano fue de 17,6%.

Sin embargo, María de Pol agradece por lo poco que ha tenido. Mira hacia arriba y alza los brazos como dirigiéndose al cielo. “Yo le doy gracias a Dios”, expresa.

La lucha de María siempre ha sido la misma: sus nietos. Todo lo que ella consigue es para compartirlo con ellos, para tratar de aminorar los estragos de sus enfermedades y para cubrir sus necesidades alimenticias. “Su mamá también pide para darle todo a ellos”, explica como excusándose.

Las lágrimas inundan el rostro de María, quien hace pausas en medio de su relato para recuperar el hilo de la conversación. Sus nietos la observan en silencio casi con devoción. “Yo he sufrido mucho por ellos”, dice de forma casi entrecortada.

Mientras tanto, afuera el cielo maracucho se pinta de gris y comienza a lloviznar. El calor se mantiene, empegosta. Suenan los techos de zinc con el golpear de cada gota, no se oye ningún otro sonido.

Las calles se van volviendo estrechas mientras se avanza hacia las entrañas de Altos de Milagro Norte. Todos se guardan en sus casas para cubrirse de la lluvia que poco a poco empieza a arreciar. Un trueno lejano rompe con el silencio.

Eva Ortega vive con su hijo Miguel Blanco en una casa pequeña del barrio marabino. Para entrar se debe atravesar un pasillo angosto, largo y lleno de tierra. Una vez dentro, un recibidor a cielo abierto da la bienvenida. Las gotas de lluvia golpean las láminas de zinc que descansan en el suelo húmedo.

Casa de Eva Ortega, madre de Miguel Blanco | Foto: Alejandro Bonilla

Más adelante, detrás de una pared azul, se oculta una habitación oscura a la que apenas entra la luz del día. En una cama estrecha llena de pañales descansa Miguel Blanco, de 25 años. Su columna vertebral sobresale bajo la piel delgada, lo mismo ocurre con los huesos de sus brazos y piernas. Se mueve con cuidado sobre el colchón, la fragilidad de su cuerpo se nota a simple vista.

Miguel Blanco en su cama | Foto: Alejandro Bonilla

El cabello color azabache y desordenado le cubre la cabeza, que descuadra proporcionalmente de su cuerpo delgado. Miguel no solo se enfrenta a los estragos de la desnutrición, sino que también presenta hidrocefalia, una condición en la que se registra un aumento anormal de la cantidad de líquido cefalorraquídeo en las cavidades del cerebro.

Blanco apenas se mueve, y cuando lo hace, un olor intenso a heces y orina inunda el cuarto oscuro. Su madre no lo puede mover de la cama, allí mismo lo asea, hace sus necesidades fisiológicas y come.

Miguel Blanco de espaldas | Foto: Alejandro Bonilla

Sin embargo, llevar a cabo cualquiera de estas actividades es una tarea complicada para Eva Ortega, pues las fallas en los servicios básicos ha colapsado por completo la rutina de su familia; perdió su nevera y también el aire acondicionado debido a las constantes fallas eléctricas que se registran en el estado Zulia.

Crisis eléctrica De acuerdo con el informe de la Comisión para los Derechos Humanos del Estado Zulia (Codhez) del año 2018, el territorio zuliano es el estado que ha sido más afectado del país, alterando la cotidianidad, y asimismo, el acceso a otros servicios como la educación, la salud o las telecomunicaciones.

“Hemos pasado hasta dos meses sin agua. Hemos tenido que pedirle a los vecinos, lo hago por Miguel, por sus necesidades”, cuenta Eva para El Diario.

Miguel Blanco tiene varios meses sin poder ir a la consulta médica. La alimentación y los cuidados que recibe son los que su madre puede procurar. Plátanos, arroz y pasta — cuando consiguen y pueden comprar — componen la dieta de Blanco y de su familia.

La vida de la familia de Miguel supone afrontar distintos retos diariamente. Una tarea tan sencilla como cepillarle los dientes a su hijo se ha convertido en todo un desafío para Eva Ortega. “A él le duele, tengo que usar una gasa para limpiarle los dientes”, explica.

Eva Ortega, madre de Miguel Blanco | Foto: Alejandro Bonilla

Miguel cuenta con el apoyo de su madre y también de su papá, quien aunque no vive con ellos, siempre le brinda apoyo a su hijo. Sin embargo, las necesidades del joven aumentan con el paso de los días. Pañales y alimentos son sus principales requerimientos.

La lluvia sigue cayendo sobre la capital marabina. Cada gota helada que cae al suelo parece acentuar la tristeza de los habitantes de Altos de Milagro Norte, quienes entre enfermedades, dificultades y un hambre voraz que de vez en cuando retuerce sus estómagos, se levantan cada día para hacerle frente a la vida y a una serie de carencias impuestas por un Estado autoritario que parece haberlos sepultado en el olvido, una situación que se repite en distintas localidades de todo el país.

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