- En las costas venezolanas se encontró el sentimiento de nostalgia de los turistas con la sensación de alivio económico para los trabajadores que les brindó la flexibilización de la cuarentena
Documental por Víctor Salazar
Todo parecía organizado: antes de pagar el pase de entrada, el personal de la playa exigió que se cumpliera con el metro de distancia y el uso del tapabocas. Mientras vertían gel antibacterial en las manos de los turistas, medían la temperatura corporal con un termómetro digital. Detrás de toda esa aparente calma, se oculta una realidad imperceptible.
Franklin Castellanos trabaja como toldero en Vargas y en sus ratos libres laboraba como taxista. Desde marzo no había podido ofrecer sus servicios en las playas debido a la pandemia por covid-19; trabajar de chofer tampoco fue otra opción: la escasez de combustible se lo impidió. “Para poder sobrevivir estos meses tuve que vender el carrito que tenía”.
Fueron siete meses en los que el balneario mantuvo sus puertas cerradas, al menos de forma oficial. Ahora el público tenía la posibilidad de visitar las costas del litoral varguense durante la semana de flexibilización.
Las personas disfrutaban y se mostraban felices por entrar al balneario: “Me hace falta un bañito de playa. Tengo más de un año sin venir”, dice un señor, ansioso por reencontrarse con el agua salada, sin saber que esa persona que le daba la bienvenida tuvo que reducir la ingesta de alimentos durante los últimos meses.
La separación entre cada toldo oscilaba entre dos y tres metros. Una vez en contacto con la arena, la gente tenía permitido quitarse el tapabocas; pero debía ponérselo nuevamente al momento de dirigirse hacia los puestos de comida, ir al baño o salir del recinto. Por parte de los trabajadores, las medidas de bioseguridad trataron de acatarse de la mejor manera posible. Quieren hacer las cosas de la mejor forma para que el Estado los deje seguir trabajando.
“El gobierno no ha dado el apoyo que debió dar en el momento. Había que darle un subsidio a la gente en víspera de esta pandemia, tenemos casi ocho meses sin cobrar, sin recibir ingresos para la alimentación y sin un sin fin de cosas. Los restaurantes que se habían equipado para la temporada de Semana Santa tuvieron que vender los alimentos, se les dañaron, porque no hubo venta ni trabajo”, agregó Soto.
Hoy, los puestos de comida estaban casi vacíos, muy pocas personas se dirigían hacia ellos. Una parte de los grupos familiares solo fue a bañarse, mientras que otro optó por llevar su comida y refrigerio.
“Creí que por ser sábado estarían mucho más movidas las ventas, pero no. Parece que la gente solo vino a echarse su baño de playa”, dijo Carolina Arocha, quien administra un quiosco en el balneario. “El local no lo tengo abastecido porque todo lo que tenía se gastó durante esos siete meses, pero bueno, ahí estamos trabajando fuertemente”.
Algunos precios
Ración de tostones – 1.800.000 bsnFilé de Merluza con tostones- 4.500.000 bolívaresnRación de tequeños – 2.000.000 bsnBotella pequeña de agua mineral – 3000.000 bsnBotella grande de agua mineral – 700.000 bsnMalta de botella retornable – 250.000 bsnCerveza de botella retornable – 350.000 bsn
En horas del mediodía, la capacidad permitida en el balneario ya estaba hasta el tope. Era difícil calcular la cantidad de niños que corría en la orilla o que jugaba con la arena. Parecía que el covid-19 dejaba de ser una preocupación, y es que la gente no respetaba el distanciamiento en el mar. La llovizna y el mar picado no fueron impedimento para disfrutar del movimiento de las olas.
El reloj apuntaba las 2:40 pm. Los salvavidas tocaban sus silbatos de manera insistente para advertirle a los usuarios que ya era momento de retirarse, pues la playa cerraría sus puertas a las 3:00 pm. Otra vez el uso de tapabocas era obligatorio. El público se marchó en sus vehículos con la satisfacción de bañarse con agua salada en tiempos de pandemia.
Detrás de los tapabocas que inundaron las playas de Vargas se escondió el anhelo de los bañistas que lograron desconectarse del estrés y los problemas de la cuarentena. Mientras que los trabajadores turísticos ocultaron, detrás de su optimismo y resiliencia, los estragos que dejaron siete meses sin ingresos como consecuencia de la pandemia.