• Entre restricciones, crisis económicas y el auge del mercado paralelo, el precio de la divisa estadounidense aumenta hasta batir récords históricos, mientras el peso local se devalúa. Los venezolanos, como los argentinos, también sienten estos efectos en su cotidianidad

Es octubre de 2011. Cristina Fernández de Kirchner acaba de ser reelegida como presidenta de Argentina. Está en el pico de su popularidad, que le sirve para imponerse sin necesidad de balotaje. Pero la economía, 10 años después de romperse la convertibilidad de un peso por un dólar, entra en suspenso.

Entre sus primeras medidas, el gobierno de Fernández de Kirchner (CFK) decidió imponer restricciones a la compra de dólares, con el objetivo de evitar una devaluación, frenar el alza de la inflación y una aparente fuga de divisas. Se creó entonces el Programa de Consulta de Operaciones Cambiarias, el cual conlleva que en la práctica quien quiera comprar dólares deba contar con una previa autorización, que puede ser concedida o rechazada, por parte de la Agencia Federal de Ingresos Públicos (Afip), el equivalente a lo que en Venezuela se conoce como Servicio Nacional Integrado de Administración Aduanera y Tributaria (Seniat).

El dólar oficial cotiza a 4,30 pesos, mientras que el paralelo, conocido localmente como blue,  asciende a 4,80. De esta medida son testigos unos 6.000 venezolanos que viven en el país. Todavía faltan algunos años para que presencien de la llegada masiva de miles de sus compatriotas, que en Venezuela son gobernados por un Hugo Chávez enfermo de cáncer pero que también, en octubre de 2011, logra la reelección presidencial. Nicolás Maduro, canciller, todavía ni asoma en la línea de sucesión, quizá ni imagina que en el futuro cercano será acusado de crímenes de lesa humanidad ni tildado de dictador en la tierra de los Kirchner.

La traba a los dólares con la Afip es el puntapié inicial a un cepo cuyas condiciones irán endureciéndose durante el tercer mandato kirchnerista, que con el paso de los años indexa impuestos a las compras con tarjeta de crédito, a los pasajes aéreos y paquetes turísticos al exterior, y finalmente alcanza su clímax cuando eliminó la opción de poder “ahorrar”, puesto que solo se pueden adquirir, formalmente, para la obtención de bienes o viajar fuera del país.

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Llega el año 2014. En las calles de ciudades como Caracas, San Cristóbal, Barquisimeto o Valencia miles de personas protestan en contra de Maduro. La inflación trepa, la escasez de alimentos se manifiesta con colas para adquirir productos básicos a las afueras de supermercados. Con represión, miles de detenidos y 43 muertos, el régimen resiste. Y ahora sí, cada día hay venezolanos que dejan su tierra. La opción de Argentina seduce, sobre todo en 2015 con la llegada al poder de Mauricio Macri y la coalición Cambiemos, que cumple casi inmediatamente con una de las promesas de campaña: levantar todas las restricciones al dólar, para que fluctúe según determine el libre mercado. Otra vez, cualquiera puede entrar en un banco o casa de cambio. Se apuesta por la estabilidad financiera y democrática: “Deben liberar a todos los presos políticos”, “En Venezuela no se respetan los derechos humanos”, “Venezuela vive bajo una dictadura”, son algunos de los dichos del flamante presidente.

“En su momento era un país de oportunidades que se veía sólido en su economía, y que ofrecía un panorama con facilidades para obtener la residencia y tener inserción laboral, cosa que no pasa en otros países”, recuerda sobre esos días, en palabras para El Diario, Roberto Ambrossio*, un joven venezolano, entonces de 23 años de edad, quien llegó a la Ciudad de Buenos Aires en 2018 en búsqueda de estabilidad.

Atrás había dejado San Antonio de los Altos, en el estado Miranda, localidad en la que vivía con su familia. También sus estudios de Ingeniería en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), los cuales no pudo terminar.

Aficionado a cuestiones como la publicidad, el marketing y la comunicación social, en paralelo se desempeñaba como publicista. Lo hacía a distancia y cobraba sus honorarios en dólares, por lo que quedaba “blindado” ante la inflación o una eventual devaluación, sobre todo en un país tan acostumbrado a lidiar con una moneda local inestable.

Pero, aun así, no le sobraba el dinero. “Las cotizaciones eran bastante altas. Un arriendo promediaba los 300 dólares. Con trabajos para clientes en Estados Unidos, a precios razonables, no alcanzaba”, rememoró.

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Dólares
Foto: EFE

“Ahora se ha vuelto factible”

Del gobierno de Cambiemos hoy solo queda el recuerdo. De los dólares a 13 pesos a mediados de 2016, la divisa trepó a 60 a finales de 2019, cuando Cristina Fernández de Kirchner regresó al poder como vicepresidenta de Alberto Fernández. Ambos hablaban de una economía arrasada que requería paliativos urgentes. ¿La receta? Volver al cepo, los impuestos a compras con tarjetas de crédito, a los pasajes al exterior, y limitar la compra a particulares a un máximo de 200 por mes.

Como resultado, el dólar oficial se cotiza a 105 pesos, que se elevan hasta 185 por impuestos que lo encarecen 65 %. A él solo puede acceder un puñado de personas si cumplen con una serie de requisitos. El resto acude, como antes de 2015, al paralelo/blue, que en 2022 no bajó de 200 y superó, en enero, el umbral de los 220. Se trata de récords históricos que implican que dos billetes de 100 dólares equivalgan a 40 billetes de 1000 pesos, la denominación más alta en moneda argentina. Para tener una referencia, el salario mínimo, vital y móvil es de 33.000 pesos desde este febrero.    

“Suelo cobrar 150 dólares por cliente. Antes necesitaba tener un mínimo de cuatro y hoy, aun con menos clientes, son ingresos importantes. Con una menor cantidad de dólares se puede subsistir en Argentina. La devaluación lo ha vuelto más factible. Con 300 o 400 dólares se puede tener mejor calidad de vida en comparación con quien se parte el lomo 30 días por la mitad del sueldo en pesos”, comparó Ambrossio.

Como él, argentinos y venezolanos se las ingenian para facturar en divisas para mejorar su poder adquisitivo.

Es el caso de Soledad López*, una venezolana de 51 años que cambió Caracas por Buenos Aires en mayo de 2019. Luego de dedicar su vida al periodismo institucional, hace 15 años cambió de profesión para sumergirse en el coaching, el crecimiento personal y la reflexión espiritual.

Al principio abrió un blog, en el que escribía artículos. A su vez estudiaba, leía, se anotaba en cursos. Luego de más de un año de preparación comenzó a percibir ganancias por sus servicios y su casa se transformó en su oficina, en unos tiempos en los que las redes sociales, el teletrabajo y los servicios de mensajería instantánea todavía no estaban en su apogeo.

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“Fue un salto al vacío, vivía de mi liquidación. Hoy construí una cartera que conservo desde hace 10 años y en un mes promedio puedo tener entre cinco y10 clientes, con ingresos alrededor de 700 dólares”, expresó López para El Diario.

A Argentina vino con su esposo y su perro, un golden retriever que no dejarían abandonado por nada del mundo. Los tres se reunificaron con el hijo de Soledad, un joven de 27 años que se les había adelantado unos meses antes.  

Hoy, viven en un departamento que alquilan en el barrio porteño de Palermo. López, en su caso, se siente contenta con el lugar, la gente y con su rutina personal.

“En Venezuela no estaba mal económicamente pero quería tener calidad de vida”, agregó. En casa el agua solo llegaba por tuberías 15 minutos al día. También vivió los apagones masivos. Y la economía, aun con dólares, le parecía fuera de control: confiesa que en su último mes en Caracas, sin tener que pagar arriendo por tener apartamento propio, ella y su esposo gastaron unos 1.000 dólares para cubrir gastos básicos, sin lujos ni compras rimbombantes.

Actualmente, advierte, pueden gastar una cifra similar, pero con lo que conlleva pagar el alquiler, todos los servicios básicos y lo indispensable para que toda la familia tenga sus necesidades más que cubiertas.

Una brecha entre los dólares y los pesos

Con el peso depreciado como ahora, quienes tienen sueldos en divisas pueden notar algunas diferencias con quienes cobran en moneda local.

Soledad López cobra a sus clientes argentinos en pesos por una cuarta parte de su tarifa internacional: 4.500 pesos en lugar de 90 dólares.

Sabe que una persona con un salario medio de 30.000 pesos difícilmente pueda pagarle. La misma práctica la hacía en Venezuela, cuando a sus coterráneos les facturaba en bolívares.

Esa brecha, cada vez más evidente entre unos y otros, no deja de llamarle la atención. “A veces da un poco de miedo. Si ganara en pesos, con 50.000 o 60.000 mensuales (300 dólares) no viviría donde vivo, estaría muy ajustada”, alertó.

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Otro ejemplo lo puso con quienes, con dinero en pesos, quisieran invertir para capacitarse en coaching, puesto que algunos cursos internacionales pueden tener costos por encima de 1.000 dólares, difíciles de reunir.

Dolarización y reconversión monetaria - Dólares Argentina
Foto: EFE

“Hay una brecha muy grande”.

Pero trabajar como freelancer con clientes del exterior también tiene sus desventajas.

Ambrossio, por su parte, valora los beneficios de contar con un contrato y tener acceso a un seguro médico, vacaciones pagas o aportes jubilatorios. Si bien la salud es pública y gratuita, el servicio en clínicas privadas, señaló, suele ser más rápido y eficiente. 

Y a su vez, con todo y lo sombrío que puede lucir la situación, mantiene la calma y se dice escéptico frente a quienes invitan a comparar la economía argentina con la venezolana.

Para quienes vinieron antes de 2018 lo de ahora es bastante diferente. Pareciera que Argentina se fue al carajo. Hubo una gran recesión, está complicado, pero creo que puede mejorar”, expresó.

Ambrossio se basa en fenómenos históricos e internos del país, con una producción interna de alimentos y distintos rubros que dificultan el desabastecimiento de productos básicos, que además suelen tener precios más bajos en relación a otros países. Y si bien le preocupa el “despilfarro” el Estado en la entrega de planes sociales y fondos para dependencias públicas, no se anima a equipararlo con “el descaro de Venezuela”.

Así, remata con una lectura muy argenta: “Aquí siempre hay un periodo de cuatro o cinco años de recesión que anteceden una bonanza, y luego viene otra caída. Es un ciclo que parece nunca terminar”.

A diferencia de crisis anteriores, por primera vez en Argentina viven casi 200.000 venezolanos, cifra exponencial en comparación con los 6.000 de 2010. Experimentan, in situ, el péndulo económico del que los argentinos, cada cierto tiempo, suelen quejarse.

*Soledad López y Roberto Ambrossio son nombres de referencia. Los entrevistados pidieron reservar sus identidades reales.

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