• Esta mujer vigilante de 40 años de edad se siente orgullosa de su trabajo y se enfoca siempre en mirar hacia adelante sin rendirse, sin cansarse. Trabaja por darle una buena vida a su hija y anhela que el país mejore

“Señor.. Ah, disculpe, señora”, le dicen a Mileidy Melo algunos conductores desconocidos cuando se dan cuenta de que es mujer, al llegar a su garita de vigilancia en la urbanización Terrazas del Club Hípico, en la ciudad de Caracas.

Una argolla negra cuelga de cada una de sus orejas y unas trenzas en su cabello negro, medio recogido, contrastan con la expresión de seriedad que mantiene en su rostro. Sus ojos nunca dejan de vigilar la entrada, siempre atenta a cualquier sonido que pueda delatar la llegada de algún vehículo.

Foto: Fabiana Rondón

La mayor parte de sus días transcurren en el interior de un pequeño espacio enladrillado, acompañada de un televisor, una silla desgastada y un baño mínimo que puede usar con comodidad cuando el servicio de agua se lo permite. Allí se le van las horas, entreteniéndose con la programación nacional que le ofrece la pantalla chica y una que otra jornada de manualidades, como ella misma le llama.

“Esto lo hice yo misma”, explica Mileidy tomando entre sus dedos un collar plateado  hecho con grapas que sobresale por encima del cuello de su camisa negra de líneas blancas. “Y esto también”, señala moviendo sus muñecas a la vez que hace bailar los brazaletes que lleva en cada una.

Su pantalón negro hace juego con sus zapatos deportivos del mismo color. Cuando habla mueve sus manos al son de cada una de sus palabras, pausadas y siempre pronunciadas con un tanto de retraimiento. “Soy tímida”, admite.

Mileidy vive en una casa pequeña en El Valle, al sur de Caracas, junto a su hija de 10 años. La mujer de 40 años edad trabaja en el ramo de la vigilancia desde que tenía 19 años. Sus experiencias pasadas en el ámbito de la seguridad la llevaron a dedicarse exclusivamente a la vigilancia, un empleo con el que asegura se siente más tranquila. 

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Su día comienza temprano. Después de recorrer gran parte de la ciudad, llega a su puesto de trabajo a las 7:00 am, hora en la que inicia una jornada larga que termina a las 7:00 am del día siguiente. Se ha acostumbrado a su espacio reducido y a sus horas de vigilancia nocturna, en las que ha veces logra conciliar el sueño recostada en el piso de la garita.

“Descanso dos días a la semana”, detalla para explicar cómo sobrelleva un horario de trabajo tan complejo, y más cuando tiene una pequeña en casa que la espera.

Foto: Fabiana Rondón

“Mi hija se queda sola mientras yo trabajo. No le gusta que la cuiden, dicen que la maltratan y la regañan mucho, pero ella es tranquila. Le enseñado a desenvolverse sola”, cuenta Mileidy.

No sonríe mucho, pero le brillan los ojos cuando habla de su hija. “A ella le gusta mi trabajo, porque aquí en la garita podemos estar nosotras dos solas cuando viene conmigo”, detalla.

A Mileidy se le escapa una sonrisa tímida mientras se acaricia con discreción las trenzas que le caen con el cabello por encima de los hombros. “Esta me las hizo la niña, que a veces le gusta peinarme”.

Una profesión que la enorgullece

Mileidy nunca se ha sentido incómoda por ser vigilante. Disfruta estar sola en la garita y saludar a los conductores que entran y salen de la urbanización. Tampoco se ha sentido menos por ser mujer, sabe que cumple con su trabajo y eso es algo que la hace sentir conforme y a gusto con lo que hace.

“Varias mujeres han pasado por aquí”, explica para reafirmar que no es un puesto en el que el género femenino no pueda desenvolverse correctamente. Se ha llegado a sentir preocupada y ansiosa durante algunas noches, como es normal, dice, pero antes de iniciar cada jornada de trabajo se encomienda a Dios y así recibe la noche, siempre lista. 

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“Él me acompaña en las buenas y en las malas”, dice con fervor. 

Nunca se ha tenido que enfrentar a situaciones de gran peligro y agradece por eso. Pero sí ha tenido experiencias incómodas con personas en estado de ebriedad que se acercan a interrumpir sus horas de trabajo y también la paz que ha sabido encontrar entre las 4 paredes de su garita de vigilancia, quizás algo impensable para esa Mileidy de niña que disfrutaba ver a los periodistas en acción en la televisión.

Foto: Fabiana Rondón

De pequeña, a esta mujer vigilante le gustaba mucho ver el noticiero y jugar a que era periodista; sin embargo, ya de niña pasaba largos ratos jugando a que era policía o militar. Entre sus dos aficiones la vida terminó llevándola por la segunda.

Desde que era niña siempre me gustó el oficio de la seguridad”, detalla con convicción.

Le emociona ser vigilante porque tiene autoridad, dice, y la gente la respeta también. 

Mileidy era una niña traviesa que se escapa de clases junto a algunos de sus compañeras, disfrutaba del aire libre y de corretear en el parque, sobre todo en horario escolar. Su mamá nunca se enteró.

De adolescente esta mujer vigilante tenía un deseo que todavía rememora y que quisiera cumplir: viajar a Estados Unidos, ir a Hollywood y también a Disney. Era soñadora y le gustaba imaginar que lo lograba.

Ser mamá, un rol lleno de retos

Mileidy disfruta mucho el tiempo que pasa con su hija menor, con quién comparte su casa, su tiempo y toda su vida. Lo que más hace es aconsejarla, para que crezca con metas claras y transite los caminos correctos.

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La llena de paz y también de alegría que a su hija le guste lo que ella hace, que se sienta cómoda y que pueda conversar con ella sin miedos ni preocupaciones.

Pero Mileidy también tiene otra hija, una joven de 18 años de edad que se mudó hace ya algún tiempo con su padre a Maracaibo, en el estado Zulia, y a quien no ve desde hace años. La comunicación entre ellas es casi inexistente y cuando le toca mencionar a su hija mayor a Mileidy se le carga la voz de tristeza y añoranza.

Ella la llama, pero nunca recibe respuesta del otro lado de la línea. Se ha resignado a la incomunicación. Lo poco que sabe de su hija mayor es lo que le cuenta su hermana, con quien de vez en cuando mantiene algunas conversaciones a través de la redes sociales, pero más allá de eso, Mileidy no ha sabido nada de ella y no tiene esperanzas de que ese lazo se vuelva a unir.

Era apenas una bebé cuando el papá se la llevó de su lado y Mileidy recuerda ese hecho como quien ya lo ha contado muchas veces, aunque con cierto coraje que intenta disimular en voz. “La agarró y se la llevó. Así sin más”.

Con él tampoco guarda ya ninguna relación. Con el tiempo se convirtió en el hombre que se llevó a su hija y los dos son para Mileidy como una nube de humo que se va deshaciendo con el paso del tiempo, un recuerdo que le pesa, un peso al que se ha resignado. 

“Yo solo le pido a Dios que esté todo bien con la niña en Maracaibo”, dice, es su único deseo.

Foto: Fabiana Rondón

Mileidy, como millones de venezolanos, se enfrenta a una economía compleja en la que ningún empleo parece pagar suficiente para vivir de forma digna. No ha podido terminar la construcción de su casa en El Valle y eso supone un gran peso para ella. Todo el dinero que consigue lo gasta en alimentos y no queda nada para cubrir ninguna otra necesidad. Por su trabajo percibe menos del salario mínimo propuesto por la ley, por lo que cada día es una lucha constante.

Se angustia ante los días de lluvia, que se cuela a la casa como una invitada a la que no pueden decirle que no. El agua corre por los agujeros que deja la construcción incompleta y la faena de secarlo todo cuando ya las nubes grises han pasado es algo que a Mileidy no le gustaría hacer nunca más.

Algunos días de Mileidy son más largos que otros, a veces le toca redoblar turno en su trabajo y aunque no le pagan más por eso, ello lo hace con responsabilidad y compromiso. La comida que consume durante toda la jornada la prepara en casa antes de salir y se la come allí mismo en su garita, siempre a la hora, pues no hay ningún tipo de nevera que pueda mantener sus alimentos por más tiempo.

Muchas veces le ha ocurrido que cuando redobla turno la comida se le acaba, pero algunos vecinos de la urbanización le regalan a Mileidy algunos platos de comida para que pueda completar su jornada sintiéndose bien, o por lo menos con el estómago lleno.

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Ella agradece por lo que la vida le ha dado y también por lo que le ha quitado. No se rinde, se describe a sí misma como una mujer trabajadora y que siempre busca seguir hacia adelante, sin mirar hacia atrás y sin perder el rumbo. Cuando se despide la seriedad retorna a su rostro, se acomoda en su silla y fija la vista hacia al frente, siempre atenta a cualquier sonido que pueda delatar la llegada de algún vehículo.

Foto: Fabiana Rondón

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