- La nutricionista y experta en seguridad alimentaria compartió su historia familiar, sus orígenes y el camino que siguió hasta convertirse en una de las mujeres más influyentes e inspiradoras de acuerdo con la BBC. Foto: Carlos García Indriago
Susana Raffalli carga sobre sus hombros más de 20 años de experiencia en gestión humanitaria. Su trayectoria le da la facultad para enumerar las cualidades que debe tener un trabajador humanitario.
Cuatro son los aspectos que Raffalli considera fundamentales para embarcarse en el desafío de atender emergencias como la venezolana.
El segundo aspecto es aprender a manejar la situación y decidir cuándo es apropiado denunciar y cuándo socorrer. También aceptar que la prioridad en una emergencia es salvar vidas sin importar el bando en el que estén.
El tercer punto es saber que, en ocasiones, el éxito de un programa humanitario debe basarse en los procesos y no en los resultados, porque estos últimos vienen con el tiempo.
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“Lo último y más importante es que en el ámbito humanitario, los protagonismos no sirven de nada. Siento que en Venezuela han usado lo humanitario como plataforma para demostrar que están haciendo algo por el país o para mostrar que son personas importantes en los engranajes políticos. Cuando se es humanitario no hay espacio para esas agendas”, sentenció la nutricionista y asesora de Cáritas de Venezuela.
Mujer influyente e inspiradora
La experticia y credibilidad de Susana Raffalli fue reconocida por la BBC el pasado 23 de noviembre, cuando la incluyeron en la lista de las 100 mujeres más influyentes e inspiradoras del mundo.
Antes de que la lista fuera publicada, Raffalli recibió una llamada de una agencia humanitaria con la que trabaja en Inglaterra. En ese momento le informaron que la BBC preguntó por ella, porque buscaban a una mujer que trabajara en una emergencia humanitaria compleja.
La especialista en gestión humanitaria admitió que se siente parte de la herida que carga el país, pues asegura que ha tenido la oportunidad de estar en el fondo de la crisis con los más afectados. Pese a que su día a día consiste en ayudar a quienes lo necesitan, Raffalli también lidia con las consecuencias de la emergencia humanitaria fuera de su horario de trabajo.
“Creo que eso hace mi labor muy diferente a la de otros trabajadores humanitarios. Es más real, más libre y apegado a la realidad de lo que la gente necesita”, agregó.
En ese sentido, la nutricionista agradeció profundamente el reconocimiento que, a su juicio, visibiliza la situación de Venezuela y el arduo trabajo de las organizaciones humanitarias.
Aunque aprecia la mención en la lista, Raffalli se siente un poco insegura con el veredicto, porque considera que no es tan influyente como para figurar con las otras 99 mujeres.
La experta aseguró que muchos de esos encuentros finalizan en buenos términos, pero que los eventos electorales distorsionan los tiempos y procesos posteriores. Confesó que espera poder concretar nuevas reuniones con estos actores para el año 2021.
“Los actores humanitarios deben coordinar acciones con las personas que tienen el control, no con las que son legítimas, porque las que tienen el control también tienen en sus manos la vida de la gente. Por eso debemos seguir trabajando con el mayor rigor sin apoyar políticamente a nada ni nadie”, sentenció.
Sus orígenes
Al preguntarle por dónde empezaría a contar su historia, Susana Raffalli lo pensó muy bien. Estuvo en silencio por un par de minutos y aclaró que su verdadero relato comenzó hace más de dos siglos atrás.
Tras esa reflexión, Raffalli llegó a la conclusión de que su cuna nacional y de servicio al país es lo que la obliga a mantenerse luchando por Venezuela.
Raffalli nació y creció en Caracas. Su infancia transcurrió entre su hogar de La Florida, el mercado Guaicaipuro y los alrededores del centro de la ciudad, cerca del despacho de su abuelo. También incluyó algunos viajes al estado Sucre.
“Desde pequeña con mi papá aprendí a desayunarme una arepa con chorizo en el mercado de Carúpano y yo creo que de ahí viene tanta venezolanidad”, agregó.
La adolescencia de la ahora nutricionista estuvo marcada por la tensión social de la región y la desigualdad en Venezuela. En sus últimos años de bachillerato, que cursó en el Colegio San José de Tarbes, impartió catequesis en los barrios Los Manolos, en Chapellín; Los Erasos, en San Bernardino y en Carapita.
En esas comunidades tuvo su primer encuentro con una imagen desgarradora que, tanto en ese momento, como ahora produce los mismos sentimientos de rabia y derrota: niu00f1os con desnutriciu00f3n.
La Universidad Central de Venezuela (UCV) le brindó formación académica para convertirse en nutricionista y luego de hacer sus prácticas en el área clínica, fue hasta Estado Unidos para especializarse en Nutrición Pediátrica, en el Hospital Johns Hopkins de Baltimore, Estados Unidos.
Allí conoció a especialistas con los que se fue a estudiar un posgrado en Guatemala, para aprender más sobre seguridad alimentaria y políticas públicas.
Reencuentro con Venezuela
En el año 1990, Raffalli regresó a Venezuela para formular su tesis para el posgrado. Al pisar el Aeropuerto Internacional de Maiquetía “Simón Bolívar” (IAIM) llamó a una amiga con la esperanza de que la ayudara a conseguir lo que buscaba.
“Estoy llegando a Caracas buscando cómo meterme en proyectos de alimentación en barrios marginales”, fue el planteamiento que le hizo a su amiga de la infancia.
Ambas acordaron que su propuesta encajaba perfecto en el Programa de Readecuación del Barrio Catuche, en La Pastora.
Su encuentro con Catuche la impactó. Recuerda que vio mucha pobreza, personas que compraban café y harina en “tetas” (pequeñas bolsas plásticas) y a mujeres haciendo tetero con agua de espagueti. “Y estoy hablando de la Venezuela de los noventa. No te creas que eso es de ahora”, agregó.
Nuevos roles
Al culminar su proyecto regresó a Guatemala y tras recibir su título de posgrado, quedó encargada del Monitoreo Seguridad Alimentaria en Centroamérica. Insistió en que esa experiencia le permitió aprender mejores soluciones a las emergencias alimentarias.
En el año 1999, la experta en seguridad alimentaria vivió varios episodios que marcaron un antes y un después en su vocación.
Uno de sus compañeros fue enviado a África para atender una crisis alimentaria. Cuando el trabajador humanitario iba en camino para llevar alimentos a un campo de refugiados, fue asesinado.
Posteriormente, llegó el huracán Mitch a Centroamérica y arrasó con todo a su paso. Incluyendo los programas de seguridad alimentaria en los que trabajaba Raffalli.
“No solamente me asombraba el nivel de sufrimiento y de pérdida, sino que me asombraba lo poco preparados que estábamos para eso”, comentó.
Finalmente, el 15 de diciembre de ese año ocurrió la tragedia de Vargas. Los días siguientes intentó regresar a Venezuela, pero no lo logró porque el aeropuerto de Maiquetía no recibía vuelos comerciales.
En el año 2002 decidió especializarse en gestión humanitaria en la Universidad Complutense de Madrid, España, con el objetivo de estar más preparada para enfrentar emergencias.
“Después de tener mi certificado como profesional humanitario me enviaron directo a emergencias humanitarias y de ahí en adelante todo ha sido una completa locura. Además yo comencé tarde en esto y me mandaban a emergencias muy complejas que requerían cierta madurez y aplomo”, aseguró.
Segundo reencuentro
En el año 2010, la nutricionista volvió a su país para atender asuntos familiares y desde entonces buscó la forma de ser útil para Venezuela. Durante años intentó armar programas en organizaciones como Fundación Bengoa, pero no tuvo tanto éxito como esperaba.
Recordó que durante el año 2016 comenzó a ser más visible la emergencia en Venezuela. Sin embargo, su mayor preocupación recaía en que voceros de distintos ámbitos hablaran de una hambruna inexistente.
Ese año asistió a un taller para fortalecer capacidades en torno al riesgo de desastres. En esa oportunidad esperaba poder encontrarse con quien le diera una oportunidad de aplicar sus conocimientos para la emergencia venezolana.
Aunque no encontró a quien buscaba, sí fue invitada por una joven locutora a su programa de radio en la emisora de Fe y Alegría. El día de la transmisión, la nutricionista llegó tarde y al entrar al estudio vio que no era la única invitada.
“Yo me senté callada y me puse los audífonos, pero había una mujer hablando y me quedé gratamente impresionada por la forma en la que se refería a la situación de Venezuela y lo bien que conocía la crisis. Cuando ella se calla, la locutora la presenta como Janeth Márquez, directora de Caritas de Venezuela. Así conocí a Caritas, metida en un estudio de radio con su directora”, relató la especialista humanitaria.
Cuando fue el momento de Raffalli para hablar, Márquez la veía y asentía en todo momento. Afuera de la emisora la conversación, motivada por curiosidad mutua, fue inevitable.
—Pero tú tienes acento como venezolano —dijo Márquez.
—Es que yo soy de aquí — respondió la nutricionista.
—¿En serio?, pero ¿en dónde estás trabajando? —preguntó.
—No tengo un lugar, estoy buscando dónde ser útil —admitió Raffalli.
—Mañana tenemos un recorrido como Caritas para mostrarle la situación al personal de la oficina para asuntos humanitarios de la Unión Europea. Si nos acompañas puedes ver qué es lo que pasa en las comunidades y escuchar sus recomendaciones —agregó la directora de la organización.
—Pero ¿cómo hacemos? ¿En dónde nos encontramos? —le preguntó.
—Ellos se están hospedando en el hotel Tamanaco —añadió Márquez.
La nutricionista contó que en ese recorrido vio imágenes muy duras. Escuchó cómo los médicos y enfermeras de los ambulatorios les manifestaban que no habían comido en todo el día. Además, en todo el camino el paisaje estuvo opacado por colas para comprar alimentos.
Al finalizar la jornada, las trabajadoras humanitarias se sentaron con los expertos de la Unión Europea a escuchar sus recomendaciones, pero con asombro solo oyeron: “Esto es terrible ¿Qué piensan hacer al respecto?”.
Márquez, con un gesto, le pidió a Raffalli que hablara.
“En ese momento sentí que algo muy del destino caía sobre esa mesa. Una señora que conocí el día anterior me da el chaleco de su organización, además de la autoridad para decir cuál será el primer paso de Caritas. Cuando iba a responder todos pensaron que diría que necesitábamos alimentos, pero dije que lo primordial era tener información y así nació el monitoreo de tiempo real de la desnutrición del país”, relató.
14%
de los niu00f1os menores de cinco au00f1os sufren desnutriciu00f3n agudau00a020%
Estu00e1n en riesgo de sufrir desnutriciu00f3n severa29%
Tienen retraso de crecimiento moderado a severoEse programa es actualmente el Sistema de Alerta, Monitoreo y Asistencia a la Nutrición (Saman) y es uno de los indicadores más importantes de la emergencia humanitaria compleja en Venezuela.
El presente de Susana Raffalli
La pandemia, la migración casi forzada al mundo tecnológico y la emergencia que no cesa en Venezuela han hecho sumamente agotadora la cotidianidad de Raffalli.
Desde el mes de marzo de 2020, cuando inició la cuarentena en el país, debido a la pandemia por covid-19, la nutricionista no ha vuelto a ver la oficina de Caritas de Venezuela. Las culpables son la presencia del coronavirus en las calles y la falta de gasolina.
No obstante, la jornada de la especialista inicia muy temprano. A las 5:00 am comienza a trabajar todo lo que tenga pendiente. Aunque es a las 8:00 am cuando empieza el trabajo más rudo.
Las horas de descanso que logra acumular están reservadas para compartir con su mamá quien, de acuerdo con sus palabras, está muy mayor y delicada de salud. “Espero poder retomar o reciclar horas de descanso, pero la verdad es que me siento bien con lo que hago”, añadió.
Aunque Susana Raffalli se siente parte de la emergencia venezolana y a gusto con su vocación, espera poder vivir y ser parte de la reconstrucción del país. La Venezuela que quiere la activista es una en la que nadie se vaya, ni siquiera los responsables del deterioro.
“Los quiero aquí, quiero a toda Venezuela. Que la gente que se fue que regrese y la que está en control que se quede para restablecer los fundamentos de la reconstrucción del país”, insistió.
La nutricionista sueña con un país con una clase política de altura, en el que funcionen los mecanismos de protección social. Pero lo más importante es que desea que los venezolanos vivan una vida tranquila, próspera y en libertad.