• El animador venezolano, quien confiesa haberse sentido como un kamikaze por renunciar hace más de una década a la conducción de los dos programas más vistos de la televisión nacional para hacer vida y carrera en Estados Unidos y República Dominicana, responde a quien pide que sean confiscados los bienes de las personas que decidieron marcharse

La última vez que salió de Maracaibo, cuenta Daniel Sarcos, tuvo que tragar grueso. Bien grueso.

Dos agentes aeroportuarios se acercaron a él y le pidieron, como siempre, muy amablemente, eso sí,  que los acompañara. “Me dijeron: ‘Mira, Daniel, estamos aquí por dos razones. La primera: porque es el único sitio en el que todavía hay aire acondicionado en el aeropuerto. La segunda: porque queremos advertirte de que en cualquier momento nos dan la orden de que te hagamos pasar un mal rato’. Me mostraron las pruebas de que eso era así y agregaron: ‘Entonces, quédate aquí hasta que nos den la orden de que el avión va a salir. Y sin mediar palabra con nadie, te metes en el avión y te vas’. Y así hice”. 

En ese momento, cuenta, comenzó a sentir nostalgia de su tierra. En ese momento, agrega con lágrimas en los ojos, sintió que alguien lo pateaba de su país. “¿Cómo podré regresar a Maracaibo? ¿Cómo podré hacer el día que no estén estos funcionarios aquí y en su lugar estén otros que quieran ganar indulgencias o ganar estrellas con sus superiores”, se preguntó. 

Él, que brinca semanalmente de Estados Unidos a República Dominicana para grabar los programas Aquí se habla español y La guerra de los sexos, y que acumula miles de millas cada año, se ha visto obligado a administrar sus visitas a Venezuela. Pero su nacionalidad, dejó escrito el pasado 11 de enero en su cuenta oficial de la red social Instagram a manera de mensaje a García –en realidad a la primera vicepresidenta de la Asamblea Nacional (AN) del régimen, Iris Varela, quien propuso confiscar tierras y bienes de venezolanos que emigraron del país, amén de revocar la nacionalidad a quienes sean acusados de traición a la patria- , esa sí que no podrán arrebatársela.

El animador venezolano a los 26 años de edad se convirtió en el sustituto del respetadísimo Gilberto Correa al frente de los dos programas más vistos de la televisión nacional –no otros sino Sábado sensacional y Miss Venezuela-, y a los 49 años fue elegido por las cadenas Telemundo y NBC para recibir 2017 y hacer transmisión en vivo desde la icónica avenida Times Square de Nueva York

“En diciembre de 2009 me fui de vacaciones y no regresé más nunca. A Maracaibo sí fui para visitar a mi familia. Y en un abrir y cerrar de ojos han pasado un montón de años”, respinga Sarcos, quien en Estados Unidos llegó a ser el bateador emergente de Telemundo y, por ende, a conducir durante siete años la revista matutina Un nuevo día, amén de ser el animador de los Latin Billboard y de los premios Tu Mundo. “Con bastante frecuencia me asalta la nostalgia. Inicialmente por Maracaibo, que es la ciudad que considero natal, y también, por supuesto, por  Caracas, que fue mi ciudad por más de 16 años. Así que, ¿cómo no me va a preocupar y cómo no me va a disgustar ese tipo de amenazas? Ese tipo de amenazas le tiene que disgutar a cualquiera, sobre todo porque tú en el exterior te terminas convirtiendo en una especie de embajador de tu nacionalidad, de tu gentilicio. Pero cuando te amenazan con quitarte las cosas sentimentales, las que son del alma, eso sí es un crimen imperdonable”, responde él a las intimidaciones.

—¿Llegó a saber cuál fue el detonante de aquella advertencia que le hicieron en el aeropuerto?

—Eso fue a raíz de la ceremonia del premio Billboard. Recuerdo que saqué el bolígrafo para invitar a los compatriotas venezolanos a firmar aquella famosa recolección de firmas y dije que ‘la tinta de un bolígrafo tiene más fuerza que muchas balas’. Eran declaraciones coherentes, porque mi postura siempre ha sido muy clara con respecto al proceso que está literalmente arruinando a Venezuela.

—Hablemos de su salida del país en 2009. Acababa de despedirse muy despechado de Venevisión. Recuerdo aquella rueda de prensa que ofreció en el Hotel Pestana y dejó escapar algunas frases, digamos, mordaces y altisonantes, por decir lo menos…

—No es que yo estaba despechado con Venevisión, porque, de hecho, fíjate que unos años después la vida me ha unido al Grupo Cisneros. Como cuando, sin ningún tipo de dudas, decidieron venderme la franquicia de La guerra de los sexos.  La verdad es que ese día se dijeron muchas cosas. Yo sentí que era un momento muy bueno para el humor, las miradas estaban sobre mí y aproveché para jugar un poquito con el humor y con el doble sentido de las palabras.

—¿Diría entonces que ese tema está completamente sanado?

—Sí, vale… Está tan sanado que tiempo después me he encontrado con la plana mayor de Venevisión y…  hasta nos abrazamos. Sucedió en una preventa de Telemundo en Nueva York. Y en el fondo yo le tengo mucho aprecio a la mayoría de ellos, además de un gran agradecimiento. ¡De verdaaaad!  Sin algunos de ellos, mi vida no habría sido lo que llegó a ser. Uno de esos ejecutivos me dijo: ‘Oye, Daniel, por más traumática y escandalosa que haya sido la separación entre Venevisión y tú, creo que fue lo mejor que pudo pasar’. Y en el fondo yo se los agradezco. Quizás algunas personas no fueron lo más diligentes para que mi relación con el canal durara un poquito. Si lo que perseguían era hacerme daño, pues lograron todo lo contrario. Me hicieron bien, porque después las cosas cambiaron radicalmente para mí.

—Nadie podrá negar que Venevisión fue para usted un cohete…

—Yo no puedo escribir mi historia sin nombrar a Venevisión. No pretendo hacerlo. Yo le tengo un tremendo agradecimiento, y también a la gente del Canal 8. Es de bienaventurados ser agradecido y yo lo soy con esas personas que me ayudaron a proyectar lo que tenía ganas de ser.

—¿Quién fue la persona que lo llamó para que diera el salto de Frecuencia latina, que hacía en Venezolana de Televisión, al programa Sábado sensacional?

—Esa persona se llama Luzmila Cacique, es una empresaria y publicista tachirense quien para ese entonces llevaba las riendas de (la lotería) Kino Táchira, y quien encendió todo ese proceso que después se convirtió en 14 años de carrera en Venevisión. Ella me llamó por teléfono y todavía le debe doler el oído del grito que pegué cuando me enteré de que el Kino estaba interesado en que yo fuera su nueva imagen. Imagina lo que significa eso para alguien que estaba empezando en el mundo de la televisión. Y me dijo además que la gente de Venevisión quería hacerme también un ofrecimiento. Imagínate tú lo que pasó en ese momento con este pichón de locutor maracucho que tenía que hacer malabares para pagar sus cuentas, que acababa de comprar su primer carrito de agencia, y que estaba empezando a echar las bases de una carrera como locutor en el Zulia y en la televisión de Maracaibo.

—En una entrevista confesó que no se lo creía, sobre todo por su fisonomía güajira. 

—Sí, es verdad. Pero una de las cosas que más agradezco a mi familia es la carga de autoestima que me inyectó todo el tiempo. Yo nunca fui un tipo ni muy tímido ni con complejo de inferioridad, pero sí hubo un impasse en mi vida que durante un tiempo me acomplejó un poco. Cuando era muy chamo tuve un accidente de moto y me partí la ceja derecha. Tuve que pasar seis meses para volver a caminar porque me inmovilizaron la pierna con un yeso completo. Pero después  empecé a trabajar, a salir adelante, y ya. Y sí, en la televisión venezolana se manejaban unos estereotipos en los que quizás mis rasgos, mi fisonomía, no era habitual. Por eso le doy mucho las gracias a quienes confiaron en mí, a los que permitieron que una persona con una ascendencia indígena pudiera llegar a ser una de las caras de uno de los canales más importantes de Venezuela y de América Latina. 

—¿Recuerda cómo fue su primera negociación en Venevisión? 

—Mi primera negociación fue con Manuel Fraiz Grijalba. Y él tiene una manera de negociar muy particular que seguramente muchos no conocen, pero que yo voy a delatar. Manuel te escribía una cifra en un papel y te lo daba, como diciendo “esa es mi oferta”. Cuando yo vi la cifra, mi pregunta era: “¿Esta cantidad me la están ofreciendo mensual o anualmente? ¡Yo no podía creer que me estuvieran ofreciendo eso mensualmente! Te estoy diciendo que me acababa de comprar mi primer carrito a crédito, que le estaba echando pichón a la vida para salir adelante, y dije: “!Dioooos mío!”.

—¿Qué cifra había anotado? 

—No sé, eran como 600.000 bolívares al mes. ¿Al cambio eran como 10 o 12 mil dólares? ¡No sé! A mí no me gusta hablar de dinero, pero me acuerdo que me escudé bajo la figura de “mira, déjame hablar con mi papá y te doy una respuesta dentro de unos días”, y me imagino que con la voz engolada para pretender ser mayor, porque yo apenas tenía 25 años. 

—El productor de Sábado sensacional era Ricardo Peña, un argentino encantador pero con un carácter que, muchos decían, era del demonio. ¿Por qué peleaba con usted?

—Ricardo y yo nos parecíamos mucho. Él era argentino, yo maracucho. Él ya era mayor, yo un muchacho. Lo llamaba “Mi hado madrino” y a él no le gustaba mucho, pero llegamos a tener un entendimiento muy particular. Nunca fuimos amigos, es decir, yo no recuerdo haberme sentado en un restaurante con Ricardo. No recuerdo haberme bebido un trago con él, y eso que trabajamos 14 años juntos. No recuerdo que haya visitado mi casa, y eso que lo invitaba a todos mis cumpleaños. Peleamos dos o tres veces, y esas peleas fueron, cómo decirlo, bastante escandalosas. Por cualquier tontería. Porque yo estaba atravesado y él me hacía una acotación en su estilo directo y argentino, y entonces yo le respondía en mi estilo maracucho. Terminábamos gritándonos por los micrófonos de Sábado sensacional y la gente quedaba  paralizada. Pero en el fondo nos teníamos mucho aprecio y cariño.

Recuerdo la primera vez que me tocó hacer un programa sin él… y me pongo muy emotivo.  Teníamos una transmisión remota en San Cristóbal o Mérida y esos momentos eran muy especiales porque te despojabas de la protección de la pantalla para realmente enfrentarte a una multitud. Era mi primera vez ante 14.000 personas y si salías al escenario a las 4:00 pm y a usted nadie lo aplaudía, no tenías el escudo de la pantalla para disimular ese fracaso.

Ricardo había tenido un pequeño accidente cardiovascular, tenía una parálisis facial, y cuando yo iba a salir al aire, me llama por teléfono y me dice: “Te tengo una buena noticia y una mala. La buena es que no vas a tener que sufrir mi presencia. La mala es que no voy a estar con vos”. Y él y yo empezamos a llorar porque entre los dos había una grandísima conexión. Yo lo veía y sabía por dónde tenía que orientar el programa. Ese Peña era una vaina tan seria que no eligió otro día para morirse que el de mi cumpleaños. Ese día grabamos La guerra de los sexos, ese día me envió como siempre un ramo de rosas a mi camerino,  y ese día le dije: “Recuerda que un año más te espero en la casa”. Y en medio de la celebración me llamó Viviana (Gibelli) llorando para contarme que había muerto de un infarto.

—Ha hablado muchísimas veces del honor que fue ponerse en los zapatos de Gilberto Correa. Y recientemente dijo: “Pasé mucho tiempo desarmando lo que pensé que era un animador”.

—Ese molde era el del animador formal, el más quieto, el que usaba trajes cruzados. Cuando llegué a Sábado sensacional, la indicación era que usara trajes cruzados, porque los de dos o tres botones, decían,  eran “como informales”. ¡Imagínate tú! Pero a medida que fui aprendiendo, me dieron nuevos segmentos en el programa, me soltaron más la rienda, y yo fui construyendo mi estilo de animar. Un estilo que termina siendo parte del mismo espectáculo. A eso me refiero cuando digo que pasé mucho tiempo de mi vida aprendiendo a comportarme como un animador, y después he pasado otro tanto tratando de dejar de comportarme como tal. Y aún me traiciona, eh. Todavía me entra el señor formal ese. Solo que ese tipo de animación se usa cada vez menos. Y sí… ahora soy más yo. 

—También condujo otro programa emblema de la televisión venezolana: Miss Venezuela. Dígame, ¿vio el certamen el año pasado? ¿Es de los que preparan cotufas y se sientan a criticar? 

—Te voy a ser absolutamente franco: Después de que salí de Venevisión, nunca más volví a a ver Sábado sensacional ni Miss Venezuela. Sí, pana, osea, yo soy así con mis trabajos, con mis relaciones, y con mis cosas. ¿La cosa llegó hasta donde llegó? Bueno, ¡qué chévere, mano!  ¡Vamos a otra cosa! La vida es muy rápida y no tengo esa vocación de… Además, si lo viera y dijera “qué mal lo están haciendo”, sería tomado como un ejercicio de vanidad. Y si lo viera, igual podría ser tomado como un ejercicio de autoflagelación. Así que, ¿sabes qué? Dije: “¡Hasta aquí llegó! ¡Pam, chao y hasta luego!”. 

Carmen Victoria Pérez era asidua y, más aún, criticaba o alababa en las redes, según fuera el caso.

—Está bien, pero Carmen Victoria, que en paz descanse, era una institución. Y cada quien enfrenta su cosa como quiere. Mi manera es seguir adelante y ya. Lo contrario me parece que es como estar revisando las redes a la ex novia. Si el tipo está peor que tú, dices: “¡Ay, qué sabroso!”. Pero si está más chévere… uhmmmm, mejor dejas eso así. 

—Estará al tanto de la realidad  de los canales de televisión: Producción casi nula, talentos que se han ido del país, ni una sola telenovela…

—En Venevisión siguen muchos de sus ejecutivos. Otros han cambiado, pero tengo entendido que están haciendo muchos esfuerzos para tratar de llevar el canal adelante en tiempos tan difíciles como estos…

Es demasiado benévolo….

—Bueno, tú me preguntas ahora y no sé qué decirte cuáles (programas) hay en las mañanas, en las tardes o en las noches. El problema es que si estoy en Estados Unidos, mi cablera no tiene a Venevisión. Si estoy en República Dominicana, tampoco. Y si estoy en un hotel… no sé. No he tenido chance de ver la programación de Venevisión.

—Igual se hablará con Maite, con Viviana. ¿O no es así?

—Hablamos con mucha frecuencia, sí, claro. Y no solo hablo con figuras de la animación. También de la actuación. 

—Logró usted lo que muy pocos, triunfar frente al público latino de Estados Unidos. ¿A qué se lo atribuye?

—Es que es raro, fíjate. Yo llego a Estados Unidos porque por fin conseguí mi libertad. Para soltar un compromiso como el de Venevisión había que ser un poco kamikaze y entrarle, como diría mi familia, que es muy taurina, a ese toro. De ahí salto a Ecuador y paso un año y medio trabajando con (El familión) Nestlé.  Luego monto la compañía en República Dominicana y surge la oportunidad en Telemundo. La pasé muy bien en esa primera etapa de Telemundo, porque ya había aprendido que las cosas no son definitivas en la vida. Y eso que me dieron grandes responsabilidades: Llevar las mañanas durante siete años, los (Latin) Billboard, los premios Tu Mundo, hacer la despedida del año en Time Square para la televisión hispana de Estados Unidos. Eso me proyectó mucho en el mercado hispano.

Creo que el trabajo que yo hacía en Venezuela gracias a Venevisión tuvo mucha difusión en Estados Unidos y en toda América Latina. Y gracias a eso, mi imagen ya era familiar. Por eso pude trabajar en Ecuador; pude trabajar en Panamá. Por eso me reconocen en Sudamérica, en Centroamérica, así como los cubanos y los puertorriqueños. La verdad es que en Venevisión no jugábamos a hacer televisión. Era una gran empresa productora de televisión en español para el mundo entero. Y con unas sociedades importantes y ramificaciones en muchos países. Ramificaciones de las que yo, 14 años después, me voy enterando.

Y de verdad yo soy un tipo con mucha suerte. Todo eso me hace sentir orgulloso de lo que he logrado, de ser maracucho, de ser venezolano, y de haber llegado a la conducción del programa más importante de la televisión venezolana con apenas 26 años de edad. Porque cuando la gente de Radio Caracas vio que habían contratado a este muchacho, se dieron cuenta de que había un asunto generacional. Empezaron a surgir carreras de gente contemporánea conmigo. Porque en ese momento eras de la generación de Gilberto (Correa) y Carmen Victoria (Pérez) o de Wanda (D’Isidoro) y Jalimar (Salomón) de El club de los tigritos. La gente siempre dice que yo soy muy easy going, pero la verdad es que no era tan grande mi club de fans entre los ejecutivos de los canales, precisamente por mi formación y por mi forma de ser. Yo tengo mi carácter y mi manera de decir las cosas.

—De Telemundo también se marchó, digamos, de manera sorpresiva. Y casi nunca habla de qué fue exactamente lo que ocurrió. ¿Lo botaron?

—¿Qué fue lo que pasó? A ver… Me ofrecieron producir y ser imagen de una lotería en República Dominicana. Y lo único que necesitaba era dejar de trabajar los lunes en Telemundo. Pero eso no fue viable. Y como mi contrato llegaba hasta cierto punto, nos sentamos, llegamos a un acuerdo, y se terminó. Pasé siete años en Telemundo y como siempre recordaba cómo había sido mi separación de Venevisión, pensé: “No voy a cometer los mismos errores. Voy a ser un poco más light”.  Por eso no lancé ninguna frase altisonante. Por eso no hice ningún chiste, porque la verdad es que las cosas empiezan y se terminan. Sobre todo porque las empresas latinas de televisión en Estados Unidos, y también las que son en inglés, no son empresas familiares. Así que ahí no hay esa identificación o relación con un grupo o con un dueño en particular. Simplemente tienes un contrato, lo vas cumpliendo un tiempo, de pronto pides tanto, te dan tanto, y cuando no llegan a un acuerdo…  no sigues. No existe esa pasión que a veces se genera cuando los canales son más personalizados.

—Fue un tema de dinero…

—Siempre hay un tema de dinero. Pero no descarto que en cualquier momento se den condiciones para regresar. 

—Hace poco dijo que la televisión era aún el medio de mayor alcance y repercusión. Solo que ahora vivimos en un mundo dominado por las redes sociales. Después de lo visto en las elecciones de Estados Unidos, ¿sigue pensando lo mismo?

—Sigo pensando que la televisión es la mamá de todos los medios. Sigo pensando que, por más que estemos conectados a 800 millones de fuentes a través de 300 redes sociales, no sé si te pasa pero uno siempre termina encendiendo la televisión como fuente fidedigna de comprobación de la noticia. De modo que yo creo que lo que va a seguir evolucionando es la manera de distribuirla. Netflix es cada vez más un canal de televisión. Y la gente que produce en Netflix es gente de televisión y de cine. De eso se nutre. A mí me encanta el vuelco que dieron las plataformas cuando comenzaron a producir sus propios contenidos, pero pienso que lo único que cambiará es la manera de difundir los contenidos.

—Hablando de redes, no se le ve a usted haciendo mucho Tik Tok. ¿Es un tema generacional?

—Tengo que confesar que apenas la semana pasada entendí que me voy a sumar al Tik Tok desde el punto de vista humorístico. No voy a hacer otra cosa que no sea gracioso, porque soy un tipo de 53 años y tratar de seguir una coreografía, no… no sé.

—Volvamos a hablar de Venezuela. ¿Cómo es su relación con su país? ¿Lee frecuentemente lo que está ocurriendo? ¿Se informa? 

—Es una relación íntima a la distancia. Leo todos los días lo que pasa y estoy pendiente…

—En una entrevista dijo: “Yo tuve que pagar un precio muy alto” por quedarse, pero no quiso explicar a qué se refería. 

—Mis últimos dos años en Venezuela fueron realmente angustiantes. Tuve todo tipo de problemas de seguridad. Robaron la nómina de mis empleados, se metieron en mi casa, rompieron mi carro, tuve que mandar a blindar los vehículos. Fui de esas personas que terminó con un motorizando delante y armado para que me cuidara. La verdad fue realmente desagradable. Y sí…  a mí me hicieron un secuestro exprés en una oportunidad. Es verdad que no me hicieron nada, que el tipo me paseó por la ciudad, que me puso a su hermana para que la saludara por teléfono, y que dejó la camioneta no sé cuántas cuadras de donde me dejaron botado a mí. Pero en Venezuela era cada vez más angosto el camino por el cual transitar.  Poco a poco se fue tendiendo una especie de cerca y  todo eso me fue acortando el camino a la salida. Yo siempre tuve mi postura muy clara y no cedí ante las presiones. Pero sí, hay costos que uno tiene que pagar. 

—¿Piensa en la vejez? ¿Piensa en el momento en que ya no puede estar bajo los focos?

—La muerte de mi padre me hizo pensar en eso. Pero mientras tenga fuerza y salud para seguir adelante, seguiré. Recuerdo esa frase famosa de El padrino: “Nada cambia, solo varía la intensidad”. Creo que uno no se retira porque le gusta. A uno lo retira su gente. De repente empiezas a ver síntomas de que ya no es lo tuyo y tienes que aprender a evolucionar. En el momento en que no pueda estar brincando tanto, pues haré otro tipo de cosas. Tendré que reflexionar acerca de a qué me voy a dedicar, porque lo otro que me gustaba era el beisbol y…

—¿Cómo maneja la fama? ¿Es para usted un vicio?

—Yo le doy gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de conocer a uno de mis grandes ídolos, que es Don Francisco (Mario Kreutzberger), y al “Tío Mario” le pregunté una vez en su casa:  “¿La televisión es una profesión o una enfermedad?”. Y sin dudarlo me contestó: “Una enfermedad”. Él me dio sus razones, las cuales no voy a repetir por respeto, pero en ese momento yo me vi en el espejo y dije: “Tengo que hacer cosas para que esto no se convierta en una especie de vicio”.  Y no digo que lo tenga controlado, porque eso es un trabajo diario, pero sí creo que me estoy preparando para que, cuando este tema de la televisión se agote o se termine, no me afecte tanto.

—Por cierto, ¿logró despedirse de su padre?

—Sí. La vida me permitió verlo y hablar con él. Mi papá había experimentado un gran deterioro físico en los últimos cinco años. Hicimos todo lo que podíamos para ayudarlo. Pero una de las cosas que me preocupaba de la cuarentena era no poder estar con él cuando se despidiera, y no poder estar con mi mamá, quien se mantuvo a su lado durante 54 años. Pero el destino fue tan benevolente conmigo que levantaron la restricción para viajar y automáticamente pude trasladarme a República Dominicana. Pude además llevar a mi hijo Daniel Sarcos para que conociera a su abuelo Daniel. Y mi papá pudo compartir con su nieto en momentos de lucidez.  La última noche de su vida entré a su cuarto con Daniel Alejandro. Él, que todos los días entraba llorando, en esa oportunidad se quedó tranquilo. Y poco a poco fueron ingresando mi mamá, mi sobrino, y mi mujer, que es una mujer extraordinaria, y me dijo: “¿Por qué no le cantas a tu papá? A él le gustaba tanto que lo hicieras…”. Y entonces le canté un bolero. Todos salieron y yo me quedé viéndolo durante unos cinco o diez minutos, y comencé a hablarle. Le dije: “Papá, todos estamos bien. Todos estamos saludables. Nosotros vamos a cuidar a mi mamá. Tú cumpliste. Así que ya puedes soltar”. Apagué la luz y me quedé con él otros cinco minutos, en la oscuridad, viéndolo. Le dije buenas noches y me fui a mi casa. Al otro día sonó el teléfono. Era mi sobrino, que me dijo: “Arréglate y vente, porque tu papa no amaneció”. En medio del dolor que eso me causó, yo, que siempre he sido muy malcriado con mi padre y mi madre, y que soy un poco incrédulo, ese día la vida me dio otra lección. Creo que no quedó nada pendiente.  

—¿Piensa en el regreso? ¿Piensa en un cambio para el país?

—Edgar Ramírez dijo hace poco una frase que a mí me pareció muy fuerte:   “Cuando te preguntan por Venezuela, es como el que vive con un familiar secuestrado”. No importa el momento más importante que puedas estar viviendo, no importa si es el nacimiento de mi hijo, no importa si estás feliz, siempre tienes en mente a tu gente, que no encuentra el camino hacia la libertad. Sí, claro, mi sueño es regresar a Venezuela y hacer el Sábado sensacional de la libertad con todas esas personas y esos artistas que tienen tantos años sin poder ir. Sería una cosa bellísima, pero necesito que sea algo genuino, no como esos parapetos que a veces se arman. No sabes con cuánta frecuencia fantaseo con eso.

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