• Endmar Lucelen es una joven venezolana radicada en Argentina. En esta crónica para El Diario se relata cómo luchó por sus sueños y hoy en día ejerce el tan extraño, antiguo como multidisciplinario oficio de la taxidermia

Aquel día los espacios del Instituto Superior de Taxidermia y Conservación amanecieron inundados. Una lluvia tenaz y punitiva había alterado el ecosistema convirtiendo aquel territorio campestre en una topografía cenagosa. 

—Cuando salí a comprar algunos alimentos —recuerda Endmar Lucelen—, me conseguí un pato muerto a mitad del camino. Lo agarré y metí en mi bolsa de tela. Fui y regresé con él. En la mesa de disección, lo examiné. Cantidad de plumas promedio. Pico en buen estado. Sin señales de heridas. Probablemente muerte por inmersión. El espécimen, un Cairina Moschata, mejor conocido como pato criollo, adulto y color tornasol, reunía las condiciones ideales para taxidermizarlo.

Taxidermista venezolana
Mesa de disección del ISTC | Foto: ISTC

Sobre la mesa de disección, Endmar Lucelen dejó bocabajo el cadáver del pato y, a un lado, alineó los instrumentos básicos: las hojas de bisturí, las tijeras y pinzas quirúrgicas. Se dispuso a organizar las cosas que había comprado. El pan y los huevos en sus cestas, el pollo en el refrigerador y, en los anaqueles de la cocina, el café y el mate que nunca pueden faltar en el Instituto. Seguidamente, la chica se cubrió con su bata de laboratorio y sus guantes de nitrilo. Cuando regresó, el pato aún estaba allí, pero había cambiado de posición: la cabeza y el pico apuntaban hacia el cielo, quizá señalando el origen de su desgracia.

—Ese fue uno de mis primeros trabajos —afirma Lucelen para El Diario.

Taxidermista
Fachada del ISTC | Foto: ISTC

1. Los años de infancia

En febrero de 2021 esta taxidermista cumplió 26 años de edad. Tiene una hija de 4, lleva 5 en Argentina y trabaja 16 horas al día como taxidermista. Vida Eterna Taxidermia es su página web.

Endmar Lucelen, la taxidermista venezolana que desafía la eternidad de las especies
Página web
Endmar Lucelen, la taxidermista venezolana que desafía la eternidad de las especies
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20 años atrás, cuando Endmar resolvía ejercicios de suma y resta de primer grado que le asignaban en el colegio Campaña Admirable de Los Teques, los paseos culturales se volvieron una costumbre familiar de fin de semana. En el Museo de los Niños, Endmar se adentró en La Molécula, una estructura gigante de fibra de vidrio que representaba la composición atómica de un diamante; en el Parque del Este disfrutó el simulacro del cosmos en el planetario. Pero ninguna de estas excursiones la impresionó más que aquella mañana en el Museo de Ciencias.

—Vi jirafas, cebras, elefantes, ese montón de animales africanos, enormes, inverosímiles. Huí del museo a toda prisa, corrí, y mis padres trataban de darme alcance. ¡No aguantaba el susto! Aquello era algo desconocido. Fue un evento tan aterrador como inolvidable. 

Cuando Endmar ya tenía 9 años de edad su fascinación por los animales se había afianzado. Es hija única y durante los años de infancia la acompañaron fraternalmente tortugas, hámsters y gallinas; patos, loros y perros.

Inevitablemente, sus adoradas mascotas se fueron muriendo con los años. Cada vez que alguna fallecía, Endmar Lucelen recordaba aquel sábado de terror en el Museo de Ciencias. Las bestias mamíferas detenidas, observándola desde lejos, con la indomable solemnidad de quien se sabe ajeno al peligro y a los desgastes biológicos del tiempo. “A mí me gustaría hacer algo así”, se dijo, “conservar el cuerpo de mis mascotas como aquellos leones, tigres y camellos”.

Una mañana apareció tendida en el suelo Elaiza, alias Lili, la gata negra de Endmar. Desconsolada, Endmar sepultó el cuerpo de Lili en el jardín. Siete meses después, mientras su madre andaba haciendo diligencias, una repentina nostalgia la llevó a desenterrar a Lili. 

“La limpié cómo pude”, recuerda, “con un cepillito, agüita, y ya está. La coloqué en el estante de mi cuarto para contemplarla. Cuando mi mamá llegó de sus diligencias y vio a Lili casi le da un infarto”.

—¿Cómo se te ocurre? ¡Saca eso de aquí!, ¡debe tener alguna infección! 

—No, mamá, a mí me gusta, mírala. Se ve liiiiinda. Esa era nuestra gatica —adujo. 

—¡¿Qué cosas estás diciendo, Endmar?!

—Pero, mamá, ¡es una cuchura! ¿No te da ternura?

—¡Hija, estás mal!

Endmar restituyó el cuerpo de Lili a su tumba y se aisló en su habitación. Sintonizó Animal Planet a manera de consuelo catódico. 

Después de los eventos de entierro y exhumación de Lili, Endmar ya encontraba aburrida la televisión, incluso Nickelodeon y MTV. Su idea de entretenimiento se modificó y concibió el jardín de su casa como un safari a pequeña escala. 

—No hacía otra cosa que buscar insectos. Preferiblemente muertos o moribundos. 

Con delicadeza, la pequeña los atrapaba para trasladarlos a una superficie plana donde les diera de lleno el sol. Grillos, escarabajos, mariposas. Allí los tendía. A merced de los rayos ultravioleta. Chicharras, mariquitas, orugas. Una vez secos, los guardaba en un frasquito transparente o alguna vasija donde fuera fácil observarlos. En un rincón de su habitación instaló su propio insectario.

Una tarde de 2008, Endmar Lucelen se tomó un receso en su investigación sobre los egipcios para Historia Universal. Mientras merendaba un sándwich con diablito y Rico Malt, descubrió que sus hobbies se relacionaban directamente con una disciplina milenaria e inquietante. Aquella tarde leyó por primera vez la palabra taxidermia

En la noche, ya en su cama, susurró para sí: “Yo seré una taxidermista”. 

Y desde entonces esa frase fue una idea fija que la acompañó por el resto de su infancia y adolescencia. Se imaginaba disecando jabalíes, rinocerontes, docenas de leopardos, especies en vías de extinción o lejanas en el tiempo y en el espacio que solo se podían ver en libros especializados de zoología o documentales.

2. “¿Qué más voy a esperar?”

Escena típica de quinto año de bachillerato.

—Jóvenes, ya pronto serán bachilleres, sería conveniente que se pregunten qué quieren hacer en la vida. —La profesora guía comenzó a interrogar pupitre por pupitre a sus alumnos hasta llegar a Endmar. A todos les hizo la misma pregunta—. A ver, señorita Sánchez, ¿qué quiere estudiar? ¿Ingeniería en Petróleo como el resto de sus compañeros? Si bien tiene excelentes notas en Biología, Dibujo Técnico e Inglés, debería poner más empeño en Química, Física y Matemáticas. 

—Yo quiero estudiar taxi…

—¿Quiere ser taxista?

—No, no, profe, taxi… No… Quiero ser veterinaria. Sí, eso…

—Ah, ya veo, le gustan los animalitos. 

Para no dar explicaciones a las amistades preocupadas por sus aspiraciones profesionales, la futura taxidermista se acostumbró a responder de ese modo: “Veterinaria”. Así evitaba que no la mirasen rarito. De hecho, ya unos cuantos habían fruncido el ceño, arrugado el rostro y ensayado los gestos más bizarros de extrañeza.

Después de bachillerato, entre incertidumbre y planes de estudios en el exterior, Endmar Lucelen se decidió por una carrera corta. Intuía que no iba a quedarse en el país por mucho más tiempo. Entre 2014 y 2016, estudió Ciencias Audiovisuales y Fotografía en la sede de El Paraíso de Iutirla. 

—La situación estaba complicada con las protestas —recuerda Endmar—. Además de la movilización de Los Teques a El Paraíso. Entonces, vino la debacle. No podía ir a la universidad, no se podía pagar más y no quería seguir. También quedé embarazada. 

“¿Qué más voy a esperar?” fue una pregunta con la que Endmar Lucelen se arropaba cada noche. “Se me había metido en la cabeza el sueño de ir a estudiar Taxidermia. Emigrar a Argentina era el principio de algo grande”. Por fortuna, el azar fraguó conexiones y alguien le ofreció techo y trabajo en Argentina por cierto tiempo.

This is the way!, como el Mandalorian, y sin plata, preñada y todo, me embarqué. 

3. Yo sé que eso va a pasar

La llegada a la Argentina de Endmar Lucelen fue incómoda. Más bien calificó de traumática. 

—El miedo y la duda planeaban en mi vida. Solo llevaba $20 en la cartera. Tampoco tenía idea alguna de lo que me esperaba en Argentina.

Después de un vuelo de 9 horas en un avión sin ningún asiento disponible, buscó sus maletas y tomó un bus. Endmar descorrió las cortinas de la ventana y, atenta, siguió con la mirada cada esquina, cartel de tránsito y edificio que dejaba atrás. “Alguna de estas calles debe dar hacia el instituto”, murmuró. Meses antes había investigado en la web todo sobre el Instituto Superior de Taxidermia y Conservación y sabía que se localizaba a pocos kilómetros del aeropuerto, en Ezeiza, e, incluso, había escrito un mail solicitando información.

Meses más tarde, ya instalada en Argentina, la prioridad era conseguir un trabajo para mantenerse y estabilizarse. 

—Aquella semana me sentía frustrada de tanto caminar sin conseguir empleo. Los pies me hervían y no contaba con dinero suficiente para comprarme un agua. Desde las 6:00 am hasta las 9:00 pm. Fue rudo. Cuando cruzaba hacia la avenida Ángel Gallardo, una valla me indicó que el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia se encontraba a unas cinco cuadras. 

Era invierno y el frío le provocaba un dolor químico en los huesos. El museo estaba prácticamente solo y significó una pausa, un reencuentro con el sentido de refugio. 

—Este fue el primer lugar que visité en Buenos Aires con intenciones ajenas a lo laboral. Empecé a contemplar las exposiciones, recorrí cada galería, pasillo y sala. Un bebedero fue un oasis salvador. El agua me revitalizó.

El sueño de Endmar Lucelen de convertirse en taxidermista permanecía tan intacto como la reproducción ósea del Neuquensaurus de la Sala de Paleontología. Se trató de un momento de meditación ante las vitrinas que exhibían especies de todo el mundo y todas las eras, una tregua que la ayudó a respirar luego de aquellas caminatas de absoluta vulnerabilidad. 

—Lo necesitaba. Una nueva energía fluyó. El contraste de la calle agitada y la tranquilidad de las exposiciones. Me dije: “Algún día un trabajo mío estará aquí, lo sé. Yo sé que eso va a pasar”.

Al salir del museo, sus pies le ardían menos. 

4. Días de 2017 

En 2017, Endmar desempeñó una serie de trabajos mecánicos.

—Ninguno me proporcionaba nada más allá de la retribución monetaria. Fui cajera en un supermercado, trabajé en un barcito y de niñera. En algunas entrevistas me rechazaban porque tenía una hija pequeña o por considerarme excesivamente joven. 

En uno de esos períodos de desempleo, Endmar entró a una talabartería para pedir un chance. Mientras le enumeraba sus virtudes al hijo del propietario, desvió la mirada hacia un cráneo de cuernos voluminosos colgado de la pared. Como si la materia ósea ejerciera una atracción hipnótica, se deshizo del hilo de la conversación y, de manera abrupta, preguntó:

—¿Es un búfalo?

—¿…Eh? ¡Ah!, así es. Fue un obsequio de un cliente.

—A mí me encantaría hacer ese tipo de trabajos.

—¡Oh!, ¡qué interesante! —exclamó con forzado interés—. Me decías que…

—Ajá, que no tengo mucha experiencia, pero me adapto bien, aprendo rápido, tengo iniciativa, soy responsable, puntual…

—Sí, claro, claro, lo mismo de siempre. Nosotros te llamaremos, feliz día.

La situación económica de Endmar Lucelen no daba señales de mejoría. Fue precisamente en esa época cuando al fin decidió visitar por primera vez el Instituto Superior de Taxidermia y Conservación (ISTC) y recaudar toda la información posible sobre los programas de estudio.

Endmar habló directamente con Pedro Viamonte, maestro taxidermista, restaurador de colecciones científico naturales, escultor, fundador y director del ISTC desde 1975.

—Recuerdo que Pedro Viamonte estaba sorprendido por mi visita sin previo aviso. En ese primer encuentro percibí en él a un señor muy serio, sabio y de carácter inquebrantable, de buen corazón y amable humildad.

Endmar revisó los costos de la matrícula. La taxidermia pasó a ser un sueño improbable.  

—¿Para qué negarlo?, me dije. Todo se derrumbaba. Afligida, regresé a casa. Con los días comprendí que esa visita era el impulso definitivo. Un impulso que necesitaba para darme cuenta que aquel lugar era donde yo tenía que estar.

5. La entrevista

Endmar retomó su rutina con renovada energía: continuó pateando la calle, buscando trabajos provisionales y tigres que la ayudaran a sobrevivir. Siempre con la idea de que si bien eran tareas desagradables, estas serían transitorias.

—Entonces, entendí que ya no debía esperar más, consideraba que mi vida estaba estancada y me urgía tomar una decisión radical cuanto antes. 

A un cuarto para las 5:00 am de principios de 2018, Endmar Lucelen no había logrado dormir. Entonces, se propuso escribirle un correo a Pedro Viamonte.

—Fui sincera. Escribí que yo no tenía dinero para estudiar, que yo estaba aquí, en Argentina, que era de Venezuela, y había venido persiguiendo este sueño. Le detallé mi situación con descarnada sinceridad. 

La respuesta de Pedro Viamonte fue inmediata. El profesor le escribió que la esperaba al día siguiente para conversar en persona y realizarle una prueba de actitud para optar a una beca que el instituto otorga anualmente.

—Se trató de una entrevista. Viamonte me hacía desde preguntas personales, generalmente sobre cómo afrontaba diversas situaciones, hasta relacionadas con técnicas vinculadas con el oficio. Me preguntó si había trabajado previamente en taxidermia o si sabía de Medicina. Con la concentración de quien compone un haiku, Viamonte pensaba y luego anotaba en su libreta.

Al despedirse, Endmar miró al maestro directamente a los ojos.

—Profesor Viamonte, gracias por esta entrevista… 

Viamonte asintió.

—…Déme la oportunidad, quiero intentarlo. Le juro que si fallo, me iré, pero quiero intentarlo. 

El profesor la observó taciturno. En silencio, se rasgó el aire que mediaba entre ambos con su semblante quirúrgico, como si de alguna manera quisiera despellejar cada palabra para ahondar en el hueso de las frases de la chica. Solo se limitó a recomendarle que debía tomar pronto un bus porque eran dos horas y media de camino y ya se hacía tarde. 

Semana y media después, Endmar recibió un correo. Se trataba de una carta de Pedro Viamonte. El maestro le daba la bienvenida y, con una redacción concisa, le enumeraba las pautas a seguir como nueva estudiante del Instituto Superior de Taxidermia y Conservación.

6. El instituto

Esta taxidermista estudió con intensa disciplina. Con su trabajo pagaba la carrera. Prácticamente, vivía en el instituto. De lunes a viernes, excepto los sábados, día libre que aprovechaba para visitar a su hija. 

Endmar Lucelen, la taxidermista venezolana que desafía la eternidad de las especies
Foto: ISTC

El instituto no está conformado por una nómina de profesores como cualquiera puede llegar a pensar, donde cada docente está a cargo de su cátedra o departamento. 

Pedro Viamonte, mi maestro, es el instituto —afirma la taxidermista. En una entrevista radial el maestro comentó: “La palabra taxidermia deriva del griego y es taxi, arreglo, dermis, piel: arreglo de pieles, se fabrica un molde y sobre el molde se monta una piel curtida, a la que previamente se le ha hecho un proceso de curtiembre para que no se descomponga con el tiempo”.

El ISTC fue fundado el 20 de junio de 1970 por Jorge Ismael García, quien luego contactó a Pedro Viamonte para que formara parte de la institución. Viamonte renunció a su trabajo en una constructora para dedicarse completamente al oficio de la taxidermia. En 1977, García publicó los dos tomos del Tratado Científico de la Taxidermia y Conservación, aporte trascendental para la ciencia. Durante medio siglo, el ISTC ha sido la primera y única institución dedicada a la enseñanza de la taxidermia en América Latina, ha formado con mística profesional a más de 13.000 artistas y docentes de Argentina y el mundo, y cada día impulsa la creación, innovación y desarrollo de investigaciones y la preservación de la memoria natural.

Taxidermista
Foto: ISTC

—Pedro Viamonte —agrega Endmar—, además de ser mi maestro, significa una amistad muy valiosa en mi vida. Sin conocerme, tuvo fe en mí. No solamente ha sido mi profesor de taxidermia, ha sido la voz consejera, la experiencia prodigiosa que, con innata sabiduría, me ha guiado a mí y a tantos otros. 

Endmar Lucelen, la taxidermista venezolana que desafía la eternidad de las especies
Endmar Lucelen y Pedro Viamonte, su maestro y amigo

Nueve meses después, Endmar ya se sentía capacitada para abrir su propio taller en casa e independizarse un poco más.

Aún sigo yendo al instituto. Allí realizo algunos trabajos, adelanto mis estudios, y sigo especializándome para subir mi nivel y estar al día con los nuevos avances. 

Para recibir un título de “Profesional Taxidermistas & Preparadora Naturalista” en el ISTC se requieren al menos tres años o más de estudio.

—La carrera de taxidermia no cuenta con calificaciones, créditos, prelaciones y esas cosas habituales en un pensum de estudios convencional, en este oficio no existe eso. Aquí hay otros valores en juego. En definitiva, hay que meterle mucho estudio, inversión, tiempo, hasta que algún día tenga mi diploma en las manos. 

7. Taxidermia, una ciencia multidisciplinaria

La taxidermia existe en su forma más elemental, la conservación de pieles, desde finales del siglo XVI, cuando los viajes colonizadores de imperios europeos era una práctica tan riesgosa como rentable. En el siglo XVII, círculos de aristócratas europeos destinaron pequeños espacios para la exhibición de especímenes de floras y faunas exóticas, así como el estudio científico de animales poco conocidos. Los victorianos impulsaron la difusión de esta práctica ya que fue fama su debilidad por el mundo silvestre como temática decorativa. Los tapiceros hallaron en este gusto una fuente de ingreso y se acreditaron como los primeros taxidermistas, dispuestos a curtir artesanalmente pieles de animales de caza. Sin duda, la historia no les niega su papel pionero en el oficio, su afán laborioso, pero sus piezas carecían de virtudes artísticas, y más bien eran toscas, tiesas, torpes, en comparación con lo que vendría después. 

Hacia finales del XIX, entró en escena el norteamericano Carl Akeley, célebre cazador, recolector, fotógrafo, proteccionista de la fauna y la naturaleza. Como taxidermista cambió el oficio para siempre gracias a sus aportes artísticos. A él debemos la creación del diorama, la instalación que aloja la especie taxidermizada. El escritor venezolano Gustavo Valle glosa una definición ejemplar de diorama: “La recreación de los animales disecados en su hábitat natural. (…) Reconstruir la vida desde la muerte, simular la vida donde ya no existe (…) El animal y su postura, el fondo selvático o desértico, la creación de las palmeras, la distribución de las rocas, las nubes y el cielo pintados, las flores. Y también la acción. Por ejemplo, la simulación del ataque de un tigre a un ciervo, o el momento en que una serpiente está a punto de devorar un ratón. En fin, los dioramas no solo petrificaban al animal sino a la naturaleza toda, y yo sentía que esa petrificación era una forma de devolver al mamífero a las circunstancias de su vida silvestre”.

“Hoy en día”, escribe Rodrigo Ruiz Herrera, taxidermista graduado en el ISTC, “la taxidermia se realiza a partir de matrices de fibra de vidrio de la cual se obtienen moldes de fibra de vidrio o de poliuretano. Estos soportes recrean con gran fidelidad los rasgos anatómicos de cada especie, y son sumamente ligeros y resistentes”.

De igual manera, la taxidermia se nutre de la anatomía, ecología, biología, zoología, museología, paleontología, fauna, morfología, taxonomía y etología. 

—Y como ciencia —añade Endmar—, en los últimos años se ha encargado de la preservación de la memoria natural e histórica de las especies, las extintas, las que se encuentran en vías de extinción. Para eso estamos nosotros, para sellar ese legado, esa verdad de nuestro mundo. 

En cuanto al lado artístico, la taxidermista venezolana comenta: 

—Toca pintar y retocar cuando se trata de hacer recreaciones, donde no se usa la piel de un animal, pues se realiza totalmente desde cero. Aquí intervienen otro tipo de materiales y técnicas. Por ejemplo, para un tallado de peces puedes encargar las piezas que necesites. Existen industrias dedicadas a la fabricación de productos y elaboración de químicos para los taxidermistas como McKenzie Taxidermy Suply. Les muestro mi guía a los lectores de El Diario. Seguro les recordará a un catálogo de Avon.

Endmar Lucelen, la taxidermista venezolana que desafía la eternidad de las especies
Foto: Endmar Lucelen
Endmar Lucelen, la taxidermista venezolana que desafía la eternidad de las especies
Foto: Endmar Lucelen

Continúa Endmar Lucelen:

—Si quiero aplicar alguna nueva técnica de mi propia creación, debo, de todas todas, manejar saberes dispersos. Debo conocer de química si quiero aplicar un tratado de las pieles o modelar algún tipo de escultura con resina, la que generalmente se usa ahora. O conocimientos de ingeniería si se trata de una taxidermia animatrónica: en la que el molde está integrado a un sistema robótico. La pieza se activa y actúa con movimientos naturales de ese animal, ya sea la cabeza, la cola, alguna extremidad.

Después de todo, aquella respuesta que solía dar la taxidermista, la que estudiaría veterinaria, no estaba tan lejos de su destino, ya que se asoma entre las ciencias que integran la taxidermia, diluida en forma de conocimientos técnicos de medicina animal. 

—También mi paso por la carrera de Ciencias Audiovisuales me ha servido de mucho. Los aplico con frecuencia tanto en mi vida como en esta profesión. Por ejemplo, las clases de Simbología del color o Fotografía. De hecho, una de las primeras tareas que me asignaron fue ir al zoológico El Pinar a tomar fotos. Ahora suelo tomar fotografías para mostrar mi trabajo en mi página web y redes sociales. Además, como hobbie, ya que me encanta tomarle fotos a la naturaleza.

Life Eternal Taxidermy es la cuenta de Instagram de Endmar Lucelen.

8. Procesos: “Ni huesos, ni carne”

“Cada animal tiene su reto”, explica Endmar Lucelen. “Puede llegarte un gato o un perro que padeció sarna y te toca rehacer esa parte. En ocasiones, son detalles que, si bien no son imposibles, pueden llevarte mucho tiempo y esfuerzo. A cada especie se le aplican procesos diferentes. Las aves, los mamíferos, los peces, cualquier trabajo es distinto. En lo que sí coinciden los reinos animales es en el primer paso: el descarne, método para separar la piel, paso ineludible; el segundo paso es el tratado de las pieles con un baño químico y, por último, el montaje. Aunque entre ellos hay decenas de pasos. Entre el segundo y el tercero, se incluyen los más artesanales: la confección de un molde, después una escultura, bien sea de yeso o resina. Luego viene el montaje de la piel. El molde siempre será el sustituto del cuerpo. ¡Jamás se deja la carne!, como suele pensar mucha gente… Ni huesos ni carne ni nada”. 

Taxidermista
Foto: Endmar Lucelen

La taxidermista Lucelen añade:

—También existe una técnica muy usada y antigua. Consiste en utilizar un molde de maniquí constituido de material de paja, hecho a mano, con toda la forma del cuerpo. Todo el reemplazo de la carne y en la posición que se desee, en reposo, a cuatro patas, de costado.  

He aquí algunas anécdotas de taxidermista:

La dama del perrito

“El embalsamado y la taxidermia no son lo mismo. Hace unas semanas hice el embalsamado de un perrito mestizo, entre blanco y marrón. La cliente me pidió que le guardara el corazón de su mascota en un frasco. A esto se le define como un embalsamado porque el objetivo es que ese órgano, por medio de una serie de procesos químicos determinados, permanezca para siempre. Como dice el maestro Viamonte, ‘el embalsamado directamente ya no se realiza, porque la taxidermia es muy superior. Embalsamado quiere decir conserva en bálsamo, por lo tanto queda carne, músculos, y eso se contrae por la acción de los líquidos conservadores, entonces, se reduce su tamaño cuando se seca’. Eso es lo que diferencia la taxidermia del embalsamado. La taxidermia es el tratado de la piel, y el embalsamado no. El resto del cuerpo en la taxidermia se puede incinerar o se puede enterrar. Todo depende del caso. En ocasiones, los cazadores que quieren exhibir su trofeo de caza, sea la cabeza o el animal entero, la mayoría pide que les entregue la carne, porque ya sería para su consumo. Y más si se trata de la carne de ciervo, que es divina”.

Endmar Lucelen, la taxidermista venezolana que desafía la eternidad de las especies
Foto: Endmar Lucelen
Endmar Lucelen, la taxidermista venezolana que desafía la eternidad de las especies
Foto: Endmar Lucelen

Huesos

“En este oficio es inevitable encontrarse gente con solicitudes extrañas. Una persona me pidió una osteotecnia. Solo quería los huesos. El esqueleto de su mascota en su postura habitual. Algo muy poco común. Encantada, hice el trabajo. Se trataba de un perro pequeñito”, puntualizó la taxidermista.

Endmar Lucelen, la taxidermista venezolana que desafía la eternidad de las especies
Foto: Endmar Lucelen
Endmar Lucelen, la taxidermista venezolana que desafía la eternidad de las especies
Foto: Endmar Lucelen

Pingüino

“Cuando me tocó el primer pingüino, ya acumulaba algo de experiencia con aves. El cuerpo del pingüino fue hallado cerca del océano en Provincia de Tierra del Fuego, en la región patagónica, hacia el extremo sur del país. Lo trasladaron al instituto y me tocó trabajarlo. ¿Qué le habrá pasado a este pingüino?, me pregunté extrañada, ya que lucía sano. Nada de manchas de petróleo o alguna sustancia nociva. Al abrirlo, supe lo que le había ocurrido. Por dentro estaba repleto de basura, plásticos, bolsas, cualquier cantidad de escombros. Por varios días reflexioné sobre asuntos ambientales. Cuántos animales habrán muerto de ese modo.

SARS-CoV-2

“Debido a la cuarentena, no fui al Instituto entre los meses de marzo y noviembre de 2020. Fue un año complicado para mí. Volvió la incertidumbre, esta vez por no saber si continuaría con mis estudios. Una crisis nerviosa. Me vine abajo una noche. En el foso. Me las vi negra porque no podía salir para ningún lado. Ni comprar insumos para trabajar y ningún cliente podía movilizarse. ¿Qué voy a hacer?, me gritaba en silencio. ¿Ahora que estoy cumpliendo mi sueño pasa esto? Estoy en ese camino. Y no deseaba por nada del mundo dejarlo. Volver a un trabajo desagradablemente normal, como mis inicios aquí. Para mantenerme, hice artesanías derivadas de mi trabajo. Adornos, marcalibros, bufandas, prendas de peletería. Las promocioné por las redes. Pero solo cuando se flexibilizaron las restricciones, fue que pude hacer los envíos. Vendí todo. También hice pan y mis vecinos lo disfrutaron mucho”.

9. El porvenir

En tiempos en que la superficie marciana es colonizada por el tránsito masivo de rovers exploradores y en la Tierra se congestionan las comunicaciones 5G, es fácil intuir que el porvenir de la taxidermia experimentará innovaciones. Es probable que tal porvenir no se encuentre en los huevos, como diría Ionesco, pero sí más allá de la carne y los huesos e, incluso, la conciencia de los animales.

—Planeo hacer algo vinculado a la inteligencia artificial —sostiene la taxidermista—. Ese, sin duda, es el futuro que le espera a este oficio. En una década, esto será algo común en el mundo. Y también en la taxidermia. Todo este asunto impulsará el desarrollo de las exposiciones en los museos, serán más realistas. Y sí, desde luego he pensado que muchas personas estarían sumamente interesadas y de acuerdo en tener una mascota que no requiera necesidades fisiológicas, ni alimenticias ni excrementicias, mucho menos, cuidados de higiene y salud.

Esta taxidermista especula que hacia 2060 este tipo de situaciones serán algo común: una mascota traviesa se fractura una extremidad. En lugar de llevarla al veterinario, la trasladan al taller del taxidermista más cercano, que revisará la mascota y sustituirá las piezas afectadas. Los amos decidirán apagarla cuando no la estén usando. Otra situación que imagina es una mascota muerta que, por medio de algoritmos y tecnología avanzada se reproduzca su comportamiento en vida. Pese a que la mascota ha fallecido, en teoría lo único que estará ausente será la carne original, que ha sido sustituida por engranajes mecánicos y circuitos informáticos. Se recupera la piel y se rescata su comportamiento, programado y almacenado en la memoria del software.

—La mascota convencional pasaría a ser algo del pasado —augura la taxidermista—, nos olvidaríamos de la gatarina o los veterinarios y nos preocuparíamos más por un cambio de aceite o la sustitución de alguna pieza dañada, la batería, el disco duro, el gps.

La taxidermista Endmar Lucelen también visualiza su trabajo en el Campeonato Mundial de Taxidermia, evento que se organiza desde 1973 y cada año gana mayor auge.

—Esta una meta a futuro: participar en el campeonato mundial junto a los mejores, mientras, poco a poco, estaré trabajando duro, aprendiendo y dándome a conocer.

Tradicionalmente, las piezas ganadoras del mundial se trasladan a instituciones importantes: un museo, un centro de investigación, como fue el caso de Samson, famoso gorila del Zoo de Milwaukee, originario de Camerún y con sobrepeso. Rasguñaba los 300 kilos y las paredes de plexiglás de su jaula. Murió de cinco infartos. Wendy Christensen, reconocida taxidermista, realizó una recreación de Samson. Reprodujo cada parte del cuerpo del animal con materiales artificiales, partiendo de cientos de archivos gráficos y vídeos. El rostro lo moldeó en silicona. Los huesos los encargó a Bone Clones, empresa dedicada a la fabricación y distribución de prótesis óseas; para el vello corporal, contactó a la National Fiber Technology, compañía que elaboró el pelo de Chewbacca. De este modo, rescató del olvido la esencia de Samson 25 años después de su fallecimiento. Por este trabajo, Christensen ganó el campeonato mundial en 2009. 

—¡El campeonato mundial es la cima de cualquier taxidermista! —exclama Endmar—. Si hago las cosas como tienen que ser, allí estaré. De hecho, ya mi título está impreso, sellado y firmado. Apenas lo reciba, oficialmente seré Profesional Taxidermista & Preparadora Naturalista. Por los momentos, solo tengo la credencial, con mi foto, nombre y número de matrícula.

Endmar Lucelen, la taxidermista venezolana que desafía la eternidad de las especies
Foto: Endmar Lucelen
Endmar Lucelen, la taxidermista venezolana que desafía la eternidad de las especies
Foto: Endmar Lucelen

Hacia finales de 1859, Charles Darwin publicó El origen de las especies, libro primigenio que indagó sobre los misterios de la biología del planeta. Las Islas Galápagos le sirvieron de laboratorio para postular sus teorías científicas sobre la evolución. Décadas después, en una de esas islas, en una fecha imprecisa entre 1903 y 1919, Solitario George rompió su cáscara. Vivió hasta 2012, con él, se extinguió una especie. A su tocayo, George Dante, estrella actual de la taxidermia, se le encomendó la tarea de inmortalizarlo. Endmar Lucelen, taxidermista venezolana, apenas inicia su camino en este arte. Su talento y vocación indiscutibles, proyectan que, siguiendo el título de Darwin, el fin de las especies que diseque se constatará en la permanencia, acaso, en la vida eterna, la taxidermia. 

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