• Lo que creían como un simple malestar se convirtió en una pesadilla para Iskia Rodríguez y su familia. En entrevista para El Diario narró la situación por la que atravesó para encontrar el cuerpo de su padre después de que murió por covid-19 en un hospital de Caracas. Ilustración: Lucas García

El 28 de febrero de 2021 le diagnosticaron covid-19 a Raimundo Rodríguez, padre de Iskia, que días antes había presentado malestar estomacal, pero su familia pensaba que se debía a los dulces que su esposa Marta* había hecho; así que decidieron llevarlo a varios centros de salud para erradicar su aparente indigestión. No obstante, ante tres diagnósticos erróneos, su estado de salud se complicó con dificultades para respirar. 

—Vamos hacerle la prueba del covid-19 para descartar— le indicó el médico. 

El resultado fue positivo.

“Nosotros lo tuvimos en la casa, le contratamos una doctora que lo cuidara, le compramos oxígeno. Él sentía mejoras con el tratamiento que le habían puesto, pero tenía la saturación del oxígeno muy baja y eso era lo que lo estaba afectando más”, dijo para El Diario Iskia Rodríguez, de 23 años de edad. 

—Hay que sacarlo a un hospital donde lo puedan atender porque en la casa ya no lo puedes tener— le advirtió la doctora que lo asistía.

—¿Por qué? Mi papá se niega a salir de la casa. Él no quiere ir para un hospital— respondió Iskia con temor. 

—Su requerimiento de oxígeno es muy alto y en la casa no es posible. Ni siquiera con un concentrador de oxígeno de 10 litros por minuto, porque él necesita aproximadamente 13 litros por minuto— detalló la especialista.

Gracias a un contacto pudo ingresar

Llegó el mes de marzo y la búsqueda de una cama en un hospital público apenas comenzaba para Iskia. Pero ante el colapso que embarga al sistema de salud en Caracas y el resto del país, su familia no lograba que lo internaran ni siquiera en un Centro de Diagnóstico Integral (CDI).

El papá de Iskia, de 67 años de edad, estuvo otra semana más recibiendo su tratamiento en casa. Así fue hasta que el martes 9 de marzo la doctora de guardia les reiteró que debían sacarlo de emergencia a un hospital.

El 10 de marzo lo ingresamos en el Hospital Pérez Carreño. Esto no fue tan fácil. Fue un proceso bastante complicado conseguir un hospital que lo recibiera. Gracias a una amiga que tiene un contacto fue que lograron ingresar a mi papá”, detalló Rodríguez.

La hija explica que ese día el hospital estaba abarrotado de personas y en condiciones deplorables. “De hecho, el día en el que mi papá ingresó había muchísima gente entrando en emergencia por covid-19. Tanto así que nos presionaron para trasladarlo porque tuvimos que contratar una ambulancia privada que nos cobró $300, pues las ambulancias públicas no tenían oxígeno y había que trasladarlo con eso”, señaló.

Cuando llegaron al centro hospitalario, la cama que tenía asignada el padre de Iskia en emergencias estaba siendo ocupada por otra persona; la misma debía ser trasladada a otro sitio. Sin embargo, no lo habían podido solventar justamente porque la ambulancia pública no tenía oxígeno, y sus familiares estaban organizando su salida con otro transporte intrahospitalario.

Ante esta situación, al padre de Iskia estuvo sentado con una bombona de oxígeno por aproximadamente dos días. 

“Aquí me van a matar”

Luego de estar dos días en emergencia, el 12 de marzo decidieron reubicar al papá de Iskia en otro piso del hospital con los pacientes de covid-19. No obstante, la hija asegura que los tratos del personal del centro médico hacia su padre eran denigrantes.

Mi papá nos decía: ‘Yo no quiero quedarme aquí porque me van a matar. Yo estuve dos días en emergencia y no me dejaron ni siquiera ir al baño’. Es decir, él estuvo prácticamente dos días sin poder realizar sus necesidades porque ellos no dejaban que fuese al baño ni que se moviera. No le llevaron nunca un pato (hospitalario) o algún envase para que él hiciera sus necesidades”, reclamó la hija.

Iskia y la esposa de su padre no lo vieron más. El personal del hospital no permitía que ningún familiar se acercara al área donde estaban los pacientes con coronavirus.

Un espía y un grupo de WhatsApp

Por medio de otro contacto que la afectada consiguió dentro del Hospital Pérez Carreño, pudo obtener información sobre el estado de su padre. 

“Esa persona pudo monitorearlo a pesar de que no era del piso de los (pacientes) con covid-19. Es un enfermero que se ofreció a informarme el estado de mi papá. Él nos decía todo. Nos había dicho que hubo un día en que le dio una crisis porque había amanecido colapsado de los pulmones y lo tuvieron que bañar en la cama. Sin embargo, después de eso estaba evolucionando bien, estaba consumiendo comida sólida y mantenía el habla”, comentó la hija con agobio.

El 14 de marzo, Monitor Salud informó en su reporte que el Hospital Pérez Carreño solo disponía de 36 camas para casos de covid-19 y que solo 56 personas estaban recluidas.

En la semana del 15 de marzo, en el hospital anunciaron que lo iban a cerrar porque “en el piso 5 había cinco casos de la cepa brasileña”. Afortunadamente, para los familiares, no era el piso donde estaba su padre.

De acuerdo con los comentarios que recibían Iskia y Marta por parte de las enfermeras, alguien de los visitantes estaba contagiado e infectó a cinco personas dentro del hospital. Por esto, los familiares nada más podían ir una vez al día a llevar la comida, los medicamentos o lo que necesitara el paciente.

“En la mañana te decían lo que ibas a hacer, si había que hacerle algún examen, si había que llevarle algún medicamento. Dejabas la comida de los tres días, pero todo era peor porque ahora recibiamos menos información. Todo estuvo bajo un misterio. Cada tres días era que nos daban información de mi papá. No se sabía si le estaban dando la comida fría o caliente. No sabía si lo estaban asistiendo”, explicó Rodríguez. 

La información que suministraban las enfermeras a los familiares lo hacían a través de grupos de WhatsApp. “Por piso creaban esos grupos con los familiares de las personas, es decir, un familiar por persona y por ahí iban informando. Te mandaban el nombre del paciente, lo que había que llevar, cómo salieron sus valores, cómo salieron en el informe, todo ese tipo de cosas”.

“Nadie nos dijo qué pasó”

Los exámenes médicos que le habían realizado al padre de Iskia apuntaban a una evolución segura; sin embargo, el martes 23 de marzo le informaron a los familiares que el paciente había fallecido a tempranas horas de la mañana.

Nos dicen que mi papá falleció a las 7:00 am. Suponemos que pudo ser un ataque de asma, porque en la casa cuando le daban, lo asistíamos y recobraba el aliento otra vez. Suponemos que tal vez le vino un ataque de asma y nadie lo atendió o nadie quiso asistirlo o no había enfermeras de turno y a mi papá le dio un paro respiratorio. Pero como te digo, suponemos, porque nadie del personal del hospital nos dijo exactamente qué fue lo qué pasó”, expuso la hija.

El padre de Iskia estuvo 15 días en el hospital y su acta de defunción solo dice “por complicaciones SARS-CoV confirmado”.

“Al principio pensamos que no era mi papá. Su esposa (Marta) tuvo que identificar el cuerpo. Nos impactó mucho porque nos decían que mi papá estaba mejorando. Él tenía 67 años, era un hombre sano. Lo único es que era fumador, pero hace más de 30 años que no fumaba y todos sus valores estaban bien. Y a pesar de que tenía el pulmón derecho colapsado, ya hablaba”, mencionó la hija con inquietud.

El proceso funerario

Antes de iniciar el procedimiento funerario, la familia intentó identificar el cuerpo para estar seguros de que era él. “La esposa de mi papá (Marta) fue muy temprano ese día y preguntó acerca del proceso para poder retirar el cuerpo. Sin embargo, no recibió mucha información, por lo que asumimos que debíamos hacernos cargo de todo, incluyendo el traslado y cremación”, explicó Iskia. 

“Estuvimos días buscando a mi papá pensando que estaba enterrado en una fosa común”
Ilustración: Lucas García

La única información que recibieron por parte del hospital fue sobre las funerarias que estaban a disposición de la familia para proceder a realizar los trámites pertinentes.

El mismo martes, Iskia y Marta tramitaron el acta de defunción y se dirigieron al cementerio de Jardines del Cercado, en Guarenas (Miranda), para averiguar el presupuesto de la cremación y el traslado, cuyo costo era de 1.500 dólares. Dinero que su familia no tenía. 

Al día siguiente, en horas de la mañana, fueron al Cementerio del Este. El presupuesto que les ofrecieron fue de 520 dólares, así que decidieron tramitarlo en ese lugar. Iskia comentó que entre familiares y amigos pudieron reunir todos los gastos pertinentes.

“Para el día jueves, a las 11:00 am, llamamos al hospital y nos dijeron que mi papá estaba ahí porque especificamos que estábamos procesando todo para llevarlo al cementerio. A las 2:00 pm cuando nos dieron los documentos en la funeraria, fuimos al hospital y cuando llegamos allá nos dijeron que mi papá no estaba y que se lo habían llevado a la Morgue de Bello Monte”, explicó Rodríguez.

Otro contacto en la morgue

“Nosotros la verdad no estábamos muy preocupados porque ya nos habían dicho que era algo que podía pasar. Que si no agilizamos el traslado se lo podían llevar a la morgue, pero que ellos nos iban a avisar. Cosa que no pasó”, continúa explicando la hija.

De acuerdo con lo relatado por la joven, el hospital nunca les informó a sus familiares que el cadáver sería trasladado a la Morgue de Bello Monte. Sin embargo, luego de preguntar de un lado a otro, obtuvo respuesta. Asimismo, ella sentía un alivio a medias porque pudo hallar a una persona en la morgue que le informara el ingreso de su padre al sitio.

Yo hice un contacto en la Morgue de Bello Monte a través de un amigo, él me dijo: ‘Yo estoy aquí, dame el nombre, la cédula. Estoy pendiente para que cuando lo trasladen para acá, no lo vayan a meter en una nevera que no esté funcionando ni que lo vayan a ligar con los muertos comunes. Solo que lo pongan en una cava que esté refrigerada’. Lamentablemente, si no tienes contactos, si no eres alguien importante, meten a tu familiar en la cava que a ellos les da la gana”, denunció la afectada.

De igual forma, aseguró que no están manteniendo un registro de los cuerpos que ingresan o salen de la morgue. 

“Allí nos tuvieron desde las 2:30 pm hasta las 9:00 pm esperando la cava en la que iban a buscar el cuerpo de mi papá, que nunca llegó. Preguntamos si el cuerpo estaba ahí y nos dijeron que sí”, aseguró.

El viernes 26 de marzo las personas encargadas del Cementerio del Este le comunicaron a Iskia que irían a la morgue, pero cuando llegaron al lugar les dijeron que el cuerpo ya no estaba.

Una desorganización atroz

“Entre una cosa y otra, como ellos tampoco llevan un registro, lo más lógico para ellos fue decirnos que probablemente lo habían metido en una fosa común en El Junquito porque, según ellos, nadie se había hecho cargo del cuerpo. Después nos hicieron pagar 400 dólares para poder exhumar el cuerpo en El Junquito. Nos dijeron que ese día no se podía hacer porque ya era muy tarde. Que sería el sábado”, reveló Iskia. 

El sábado en la mañana, la viuda del papá de Iskia se fue con las personas de la morgue al cementerio de El Junquito y buscaron en la fosa en la que ellos habían creído que lo metieron. Pero el cuerpo no estaba.

“Nos devolvieron el dinero. Después, ese mismo día hablamos con el director del Senamecf (Servicio Nacional de Medicina y Ciencias Forenses) que justo estaba en ese lugar y nos juró que al día siguiente iba a aparecer mi papá”, apuntó la afectada.

“No están registrando”

El lunes 29 de marzo la joven pudo entender lo que estaba sucediendo con el proceso funerario de su padre, a pesar de la desorganización que el hospital y la morgue manejaban.

“A mi papá lo habían trasladado a Jardines del Cercado y el servicio de traslado y cremación estaba corriendo por cuenta del Estado. Al parecer, es lo que hacen cuando una persona fallece por covid-19 en una institución pública”, dijo.

Del mismo modo, reiteró que el hospital perdió el informe de su papá y que en la morgue no están registrando los muertos. También señaló que el Senamecf tampoco las llamó. 

Nosotros nos enteramos porque fuimos al cementerio y logramos saber que era mi papá y porque en el cementerio sí tienen los registros de los cuerpos. No el hospital. No la morgue. No el Senamecf. Nadie, solamente el cementerio, porque ellos están llevando un registro”, denunció Iskia.

A pesar de que encontraron los restos de su padre, Iskia comentó que no tienen certeza de que las cenizas entregadas por la funeraria sean de él. También expresó su descontento por la desorganización del sistema ante procesos funerarios tan delicados.

“No puede ser que nosotros estuvimos más de cuatro días buscando a mi papá pensando que estaba enterrado en una fosa común y pagar $520 cuando era un procedimiento que al parecer era gratuito y nadie nos dijo nada”.

“Un hombre carismático”

Raimundo Rodríguez, el padre de Iskia, era ingeniero mecánico. Su hija lo describió como un hombre carismático, extrovertido y con sentido del humor, pues hacía bromas y chistes en toda ocasión.

Le encantaba ayudar a los demás. “No importa si no te conocía, tú podías estar accidentado en la autopista a las 3:00 am y él se iba a parar a ayudarte y te iba a llevar a tu casa”, recordó su hija.

También le gustaba hacer deporte y caminar por el Parque del Este. “De hecho, decía que cuando saliera del hospital teníamos que ir al parque a ejercitarnos para recobrar la resistencia”, añadió Iskia.

Ella señaló que siempre le cantaba la canción “Es mi niña bonita”, de Vicente Fernández, y que el amor por su padre es inquebrantable. “Para mí su partida es solo física, lo llevo siempre conmigo, en mi corazón”, concluyó su hija.

*El nombre Marta fue modificado para preservar su identidad.

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