• Las autoras teatrales parecen nombrarse menos que los hombres. No suelen ser las primeras referencias. ¿Por qué ocurre esto? Quiénes son y de qué hablan, cómo ha influido en ellas la migración o el permanecer en el país, cuáles son sus necesidades, la formación y el estímulo a su oficio a lo largo de los años. Ana Melo, Karin Valecillos, Sara Valero Zelwer, Sara Azócar, Andreina Polidor y Catherine Medina hablan desde su experiencia y análisis. Foto: Paul Márquez

Una de las maravillas del teatro es que no tiene mediaciones. El texto va (a través del actor) directo al espectador como flecha certera, a diferencia del cine o la televisión. Todo ocurre allí y solo en ese momento. En ese proceso, hay un personaje fundamental: el dramaturgo. El hacedor de historias, de circunstancias, de una poética que utiliza el cuerpo del otro para mirarse mirándonos.

En el teatro venezolano hay nombres que son referencia. Incluso en el último tercio del siglo pasado se conoció como la “Santísima Trinidad” al grupo integrado por José Ignacio Cabrujas, Isaac Chocrón y Román Chalbaud. Se pueden enumerar otros tantos: César Rengifo, Néstor Caballero, Gustavo Ott, Ugo Ulive, Elio Palencia… Una lista a la que parece faltarle nombres de mujeres.

Por ejemplo, en la antología titulada Clásicos del teatro venezolano, compilada por el investigador y crítico Leonardo Azparren Giménez y publicada por Bid&Co (2015), de 45 dramaturgos mencionados solo 5 son mujeres. La compilación arranca en 1817 con obras de Gaspar Marcano y finaliza con Rodolfo Santana, en los años noventa. Sobre la selección, Azparren Giménez advierte que respondió a criterios como el lugar histórico del autor y su obra en el sistema teatral del país.

Y entonces, ¿qué ocurre con las voces femeninas?, con las mujeres que hablan desde el teatro: quiénes son, por qué casi no se conocen, cuáles son las primeras referencias, dónde están y qué hacen, qué impacto han dejado en la escena venezolana y extranjera.

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No es que ellas no escriban, es que no se escribe sobre ellas. Ana Melo, dramaturga, actriz y directora venezolana radicada en España recuerda que el inicio de su oficio, de su formación no fueron precisamente trayectos sencillos.

Estrenó su primera obra entre 2013 y 2014, en la segunda edición de Microteatro Venezuela: Sutro, una historia breve que habla del deterioro del país a  partir de un grupo de personas que espera en una larga cola para subirse a uno de los ascensores de Parque Central. Melo finalmente había dado el paso hacia la escena, luego de un comienzo ligado más a la poesía. 

Tuve apoyo de un pequeño grupo de personas, que fueron suficientes como para seguir adelante con entusiasmo. Tuve desde el comienzo muy buena receptividad por parte del público y eso fue y sigue siendo un gran estímulo. También he tenido que lidiar con omisiones, condescendencias y ‘ninguneos’, como todo el mundo y en especial como casi todas las mujeres que asumen una voz propia. En la actualidad, a mis cuarenta años, con veinte de carreara teatral y ocho dedicados a la dramaturgia y a la dirección de escena como actividades principales, todavía escucho por ahí, de vez en cuando, referirse a mí como ‘joven escritora’, una especie de ‘revelación artística’. Estos términos condescendientes que no solo no hacen honor a la experiencia dentro de un campo laboral, sino que también mantienen a las mujeres como eternas aspirantes a un lugar justo”.

A Ana Melo le interesa decir muchas cosas desde el teatro, sobre todo esas que se convierten en obsesiones para ella y que, de no nombrarlas, le resultarían insoportables. La migración, la degradación moral, la idiosincrasia de los venezolanos y las mujeres forman parte de sus tópicos. Su estancia en España ha representado una transformación importantísima en su dramaturgia desde muchos ángulos: “Primero porque cuando tomas distancia de algo ganas en visión, como quien mira por la ventanilla de un avión una ciudad y descubre una forma que le era imposible de contemplar estando dentro. Yo he podido entenderme y redescubrir a Venezuela desde lejos. Y todo esto abre nuevas maneras de abordar el trabajo con cierto desenfado y sin miedo a perder simpatías, porque ya emigrar es en sí mismo un juego de pérdidas y ganancias”.

Las voces ocultas de la dramaturgia venezolana
¡Cuidado! El límite de su seguridad es la raya amarilla. Cortesía: Ana Melo

También desde los años en el oficio, Melo reflexiona sobre la figura de la mujer en la dramaturgia venezolana: “Creo que es un país que da más atención a los caballeros dramaturgos. Las mujeres tenemos que hacer un esfuerzo mayor para hacernos notar y mantenernos en el núcleo teatral de la capital. Pienso que a las dramaturgas se les olvida pronto, se les recuerda poco y se les estudia menos”. 

Pero, ¿y por qué? 

Karin Valecillos contesta: “Creo que hay muchas mujeres que tienen ganas de escribir y no se atreven. He dictado talleres y hay más mujeres que hombres. Sin embargo algo sucede entre las ganas y la acción. Supongo que lo que nos sucede a todas, la sensación de que no tenemos derecho a escribir. Es algo inconsciente. Porque cuando el hombre habla de sus asuntos habla de la humanidad, pero cuando nosotras escribimos son ‘cosas de mujeres’. Pensamos que lo nuestro no es ‘tan importante’. Es una narrativa que debemos cambiar y la única manera es escribiendo y llevando a escena lo que escribimos”.

Valecillos no solo es dramaturga, también es una de las responsables del grupo Tumbarrancho Teatro. Es autora de obras como Jazmines en el Lídice, Lo que Kurt Cobain se llevó y Cuentos de guerra para dormir en paz, que han logrado reconocimiento dentro y fuera del país. Actualmente vive en México y forma parte del equipo de guionistas de Luis Miguel, la serie, que transmite Netflix. 

Las voces ocultas de la dramaturgia venezolana
Gladys Prince y Rossana Hernández en Jazmines en el Lídice. Cortesía: Karin Valecillos

Señala que las mujeres siempre han escrito teatro, pero que se privilegia la mirada del hombre: “Hace poco en un taller de Literatura Antirracista, la profesora nos mostraba cómo si hacías una búsqueda sencilla en Google de escritores aparecían en principio solo hombres. La búsqueda tiene que ser más específica para que aparezcan las mujeres”.

Comenzó en el medio teatral en la universidad, a los 16 años, desde donde casi todo el mundo arranca: la actuación. Pero no era lo suyo. Su primer texto salió de un taller de teatro en la Escuela de Letras en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), con Frank Spano. Dice que no solo tiene muchas historias que contar, sino que también escribe para no sentirse sola con sus angustias. 

“En general, te formas como dramaturga haciendo teatro y en talleres. Los estudios en la mayoría de las universidades son teóricos. Solo los talleres te hacen escribir, confrontar lo que escribes, ir trabajando el estilo. Para mí, Mónica Montañés y Elio Palencia han sido fundamentales en mi proceso de formación, no solo como maestros sino como referentes. Es importante estudiar y aprender de gente en la que uno cree”, dice.

Además de Montañés, menciona a mujeres como Xiomara Moreno, Indira Páez y Ana Teresa Sosa. “De cada una me interesa algo en particular, me gusta cómo miran el mundo, a la mujer, al país. Me seduce el humor, la ironía a veces el sarcasmo. Además tengo la dicha de conocerlas, es una fortuna tener referentes que siguen escribiendo”, añade.

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El nombre de una mujer en el texto escénico tiene antecedentes que pueden rastrearse a finales de 1800. La antología La dramaturgia femenina venezolana. Siglos XIX-XX, reunida por Lorena Pino Motilla y publicada por el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT), a mediados de los noventa, deja cuenta de ello.

El estudio contabiliza más de 70 mujeres que han escrito unas 300 piezas teatrales entre los últimos años del XIX y el siglo XX. “A pesar de esto son muy pocas las que se han dado a conocer, pasando muchas veces al olvido”, advierte la compiladora.

Una de las primeras dramaturgas de las que se tiene registro fue Lina López de Aramburu, que durante 1885 publicó María o el Despotismo, bajo el seudónimo de Zulema. Casi una década después, se publicó de forma póstuma la obra de Julia Añez Gabaldón, El premio y el castigo. En la primera década del siglo XX se presentó en Upata (estado Bolívar) la pieza Valentín, escrita por María Cova Fernández. El registro salta entonces a los años cuarenta, tiempo al que pertenecen Orquídeas azules, de Lucila Palacios, y Sangre mestiza, de Leticia de Maneyro. 

Además, ha habido grandes nombres como Ida Gramcko (La Rubiera), Elisa Lerner (La mujer del periódico de la tarde), Elizabeth Schön (Melisa y el yo), Inés Muñoz Aguirre (Satélite y no visión). Y Ana Teresa Sosa ganó en 1993 el Premio Nacional de Dramaturgia Santiago Magariños, por Con los demonios adentro.

Destacan también Mariela Romero con trabajos como El juego (1976) y Xiomara Moreno con más de una veintena de piezas y quien es, además, docente en la Escuela de Artes de la Universidad Central de Venezuela. Sus obras se han publicado en España, Argentina y Estados Unidos. 

Las autoras Mariozzi Carmona, Lali Armengol y Gennys Pérez han sido referencia, por ejemplo, para Ana Melo. “Dramaturgas de profesión, las tres han producido y dirigido sus obras, y de las tres se escucha poco. Sé que Mariozzi, por ejemplo, ha sido publicada en México y durante muchos años allí mismo se representó una de sus obras, Mujermente hablando. Las obras de Lali Armengol juegan con el absurdo. Hace poco vi que se estaban presentando en Caracas tres de sus textos en formato de lectura dramatizada y me dio una alegría tremenda. Y a Gennys Pérez le dieron el Premio Actors of the World, por El fantasma de Hiroshima”.

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Sara Valero Zelwer se suma a la lista de referentes de creadoras en el país, quien comienza a experimentar con la dramaturgia desde otra necesidad: la de dirigir. “Para mí es importante la puesta en escena que combina lenguajes de distintas artes. Mi punto de partida no es necesariamente el texto teatral. Mis trabajos más personales: La travesía, El futuro y ahora La persistencia (que se presentó este mes en el Teatro Luis Peraza en Caracas protagonizado por Rossana Hernández) parten del teatro biográfico documental, una escritura a partir del material que me da otro. Entonces, en realidad soy como una dramaturga por consecuencia de querer dirigir y hablar de ciertas cosas. Tuve mis primeros acercamientos a la dramaturgia cuando hice el posgrado en Argentina y más adelante un taller con Mauricio Kartun, un dramaturgo excepcional en la escena latinoamericana”.

Las voces ocultas de la dramaturgia venezolana
La Persistencia. Cortesía: Sara Valero

Ligada al escenario desde antes de nacer, para Valero Zelwer el teatro es su lengua materna. “Mi experiencia en el medio es como decir mi experiencia de vida”, afirma. Una pasión de la que a veces, advierte, necesita distanciarse. “Me formé con Vivi Tellas, en Buenos Aires, es una artista maravillosa que trabajó esto del Biodrama: crear a partir de la biografía de una persona. Ese lenguaje me cautivó en 2015 y desde entonces no lo he soltado. Yo regresé a Venezuela en 2018 y siento que en este contexto es necesario hablar de nuestro presente a través del relato íntimo. Este subgénero toma una cosa emocional. Me interesa valorar la vida humana desde lo teatral”.

Al hablar de las distintas generaciones femeninas en el teatro, cree que las dramaturgas que han venido después de ella están forjando un camino interesante. Habla de Sara Azócar, Patricia Castillo, Juliana Rodríguez, Natasha Martínez, Andreina Polidor, Jennifer Morales y Valentina Garrido. Mujeres que escriben desde la comedia, la poesía, la cultura pop y el universo más íntimo. “Hay trabajos muy personales, como en mi caso, y creo que van sobre lo que estamos viviendo. Un poco de este tiempo postpandemia en el que dijimos: la vida es corta, no sabemos qué puede pasar; hay que hacer las cosas que uno quiere hacer. Y percibo en estas colegas esa necesidad”, expresa.

Andreina Polidor comenzó a escribir “desahogos” a los 13 años. Con el tiempo sus maneras han mutado. Aunque la dramaturgia es el oficio teatral en el que menos se ha formado, dice, la escritura es un lugar al que siempre vuelve: “Es un sitio donde puedo andar con voz propia, escucharme, atender y entender, aceptar a cada personaje tal cual es”.

Las voces ocultas de la dramaturgia venezolana
This is Salem. Cortesía: Andreina Polidor

En 2019 comenzó This is Salem, pieza que iba escribiendo a medida que ensayaba y montaba. La trajo a escena este mes en la Sala Rajatabla, con el Teatro de la Penumbra. Es una propuesta oscura e impactante que se abre en varias dimensiones: la del actor, la del personaje interpretado por el actor, la del personaje que se convierte en un espectro de sí mismo. Habla al espectador, juegan con el cuerpo y los materiales. Hay un asunto muy plástico que sirve para hablarle al otro de la corrupción, la ambición y la violencia del poder mal utilizado. No tiene miedo de nombrar el caos país.

Las voces ocultas de la dramaturgia venezolana
This is Salem. Cortesía: Andreina Polidor

Sobre la mujer habla con cierto optimismo: “Sí escribe, pero con poca demanda; podría ser más. Sin duda, de un tiempo para acá, la mujer ha estado muy presente en el teatro, en todos los ámbitos”.

Pero no solo se trata de generar espacios, sino también de hacer memoria. Y de ello habla Sara Azócar, formada en el Centro de Creación Artística TET, un lugar donde reconoce están sus mayores fuentes de inspiración. Comenzó a escribir hace una década, mientras estudiaba en la universidad, y le emociona saber que los temas que le interesa llevar a escena están en constante renovación. Lo importante es hablar de las personas.

Las voces ocultas de la dramaturgia venezolana
Aladino revisitado. Cortesía: Sara Azócar

“Existen mujeres que escribimos teatro. Existimos muchas mujeres investigadoras. Nos falta impulsar de aquí a Plutón. Nos falta motivar los procesos de escritura y, en general, valorar el quehacer teatral. Se ha estigmatizado mucho la mujer en la dramaturgia y lo cierto es que en el mundo (y en Venezuela, por bastante) son muchas las contadoras, de todas las edades. Tantas que se nos pierden de vista. Hay que promover la memoria. El teatro se recuerda en la medida en que el trabajo sea honesto y profundo”.

A la dramaturgia llegó también Catherine Medina, aunque desde un oficio distinto: el periodismo. El primer estímulo que recibió fue en casa. Cuenta que desde pequeña se sintió cómoda imaginándose historias. Y seres cercanos la impulsaron a escribir para teatro. “Siempre le he tenido respeto a la palabra dramaturgo. Respeto la labor y lo que significa estructurar una historia (…) Mi formación no ha sido específicamente en dramaturgia, sino más bien en guion. Yo hice un curso en la Universidad Monteávila, que te da una buena base de cine en caso de que te quieras dedica al área audiovisual. Y luego hice talleres de narrativa. Personalmente considero que más allá de qué taller hagas o qué aproximación tengas, lo importante es saber contar una historia”.

Las voces ocultas de la dramaturgia venezolana
Muñeca en fuga. Cortesía: Catherine Medina,

Su pieza, Muñeca en fuga (2019), protagonizada por Valentina Garrido, nació a partir de un laboratorio investigativo sobre periodismo performático que impulsaron la revista Anfibia y Cosecha Roja, un medio de comunicación y red de formación de periodistas en América Latina que trabaja sobre la violencia, los derechos humanos y la igualdad de género. El texto teatral surgió de uno de los casos de estudio y contó con el apoyo de El Pitazo. Son estas plataformas con las que —indica Medina— no siempre cuentan los dramaturgos.

Las voces ocultas de la dramaturgia venezolana
Muñeca en fuga. Cortesía: Catherine Medina,

“No hay apoyo de ningún tipo. Hay muchos incentivos para escribir poesía, por ejemplo: hay un Premio de Poesía Joven Rafael Cadenas, hay reconocimientos. No pasa lo mismo con el teatro. De hecho, aquí es muy difícil saber quién está escribiendo qué. Hay estímulos como el Concurso de Dramaturgia del Trasnocho Cultural, que es una buena iniciativa pero no es suficiente. Si bien es cierto que la industria cinematográfica en el país es inexistente, todavía hay ciertas ayudas y becas a las que puedes acudir. Ciertas personas del sector privado. Pero en el teatro no funciona de esa manera, siempre ha sido algo así como el hermano menos querido”.

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¿Qué hace falta aún?

Además de carreras como la de Letras y Artes en la UCV y la UCAB, o la Licenciatura en Teatro de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Unearte), de espacios como la Escuela Juana Sujo, Catherine Medina hace referencia a talleres como los que se dictan La Caja de Fósforos o el Gimnasio de Actores. Pero mucho queda allí, se lamenta: “No formas parte de una compañía estable. Todo está muy sectorizado. Ese ‘qué voy a hacer ahora’ no está resuelto”. 

Karin Valecillos dice que para estimular la dramaturgia hacen falta talleres de formación: “Me ha tocado ser jurado de concursos de dramaturgia y ves que hay buenas ideas pero que falta trabajo y comprensión de la escritura teatral. Y para que haya más dramaturgas es necesario creer y generar las propias oportunidades. No esperar a que alguien lleve a escena tu texto”.

Las voces ocultas de la dramaturgia venezolana
Jazmínes en el Lídice. Foto: Paul Márquez

Sin embargo, no se trata solo de estímulos a la dramaturgia, es urgente establecer una política cultural sólida. Para Ana Melo es fundamental, además, en el caso de las mujeres dar atención y seguimiento a sus trabajos.

“Nombrar e incluir a las dramaturgas es importantísimo, desde mi punto de vista, no solo para el público sino también para otras mujeres que cuando comienzan a escribir pueden sentirse un poco perdidas, un poco impostoras y sin muchas referencias. Es reconfortante saber que esas mujeres existen, que estuvieron primero y que siguen estando ahí. A mí, sin saberlo, me sostuvieron por ahí en el 2013, cuando decidí no dejar inconcluso aquel texto breve. Allí la importancia de las referencias: dan seguridad, hacen que otras personas se animen a iniciar proyectos, sostienen a las generaciones por venir y promueven la evolución”.

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