• El poeta y traductor venezolano publicó con La Poeteca su libro El mar atrás del mar, en el que interviene textos de autores de otras lenguas para explorar sus propias inquietudes sobre el mar como concepto. En entrevista para El Diario, compara estos cuerpos de agua con el lenguaje mismo, fluyendo como un ente inmenso y cambiante, capaz de dar y quitar la vida. Foto principal: Ángel Valenzuela

Frente al escritor Adalber Salas Hernández (Caracas, 1987) se alza un vasto océano. A veces es bravío e intimidante, con fuerte oleaje que se estrella caóticamente sobre las rocas; en otros, es sereno y abierto como un espejo en el que ve los recuerdos más cálidos de su niñez. En todo caso, ese mar, que vive dentro de su literatura, se ha convertido en uno de sus motivos recurrentes al momento de escribir.

Su más reciente libro, El mar atrás del mar, ratifica esta necesidad de sumergirse hasta las profundidades del lenguaje. Se publicó a finales de octubre de 2023 por la editorial de la Fundación La Poeteca, como parte de su colección Contestaciones. Aunque tuvo su presentación formal el 24 de noviembre, ya se puede conseguir en las principales librerías de Caracas.

Desde su residencia en México, el poeta y traductor explica en entrevista para El Diario que su libro surgió de lo que considera una de sus mayores obsesiones: el mar, la navegación, y la literatura creada sobre ellos. Un proceso que lleva ya tiempo desarrollando, y que empezó con su poemario Nuevas cartas náuticas (Editorial Pre-Textos, 2022) y el ibro de ensayo Isolario (Pre-Textos, 2023). En ambos recoge las mismas inquietudes no solo con los fenómenos marítimos, sino también sobre aspectos autobiográficos y filosóficos.

Fui desplegando unas reflexiones en torno a la traducción, y en particular, al modo en el que la navegación y el oficio de la traducción se superponen en mi experiencia, mi manera de pensar”, comenta.

Ficha del autor

Adalber Salas Hernández es considerado actualmente como una de las voces más importantes de la poesía venezolana contemporánea. Estudió Letras en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), además de una maestría en la Universidad de Nueva York. En ese mismo lugar cursa estudios doctorales en lengua y literatura española y portuguesa. También se formó en los talleres de poesía de Miguel Marcotrigiano, Armando Rojas Guardia y Carlos Brito.

Es autor de más de una decena de poemarios, como La arena, el vidrio: Ascenso en tres movimientos (2008), Extranjero (2010-2012), Suturas (2011) y Heredar la tierra (2013). También de Salvoconducto, ganador en 2015 del XXXVI Premio de Poesía Arcipreste de Hita. La ciencia de las despedidas, que resultó finalista en National Translation Award in Poetry por su traducción de Robin Myers.

También posee una amplia trayectoria como ensayista, siendo autor de los volúmenes Clarice Lispector: el lugar de la poesía (Ril Editores, 2019); 23 shots (Dcir Ediciones, 2021); Palabras sin dueño. Variaciones sobre la traducción literaria (Dirección de Literatura UNAM / Periódico de Poesía, 2019), entre otros. Destaca también su faceta como traductor, especializado en textos en inglés, francés y criollo haitiano.

El mar de Babel

Para Salas, El mar detrás del mar es un libro con múltiples orígenes, además de explorar diferentes géneros que difícilmente lo harían encasillar solo como un poemario. Allí convergen verso y prosa, así como pasajes sacados de su propia mente, junto a traducciones de diferentes autores, los cuales interviene hasta apropiarse de sus palabras como una extensión de las suyas mismas.

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Así, sus propias reflexiones, agrupadas en los segmentos El sonido del mundo bajo las olas, se intercalan con textos sacados de Le Voyage, de Chales Baudelaire; Le bateau ivre, de Arthur Rimbaud; Oda marítima, de Álvaro Campos; Sea-Drift, de Walt Whitman; y el Canto XXVI del Infierno, de Dante Alighieri. Cierra las últimas entradas que el explorador británico Robert Scott escribió en su diario antes de morir durante una expedición a la Antártida en 1912.

”En el caso de El mar atrás del mar, tomé algunas de las traducciones más ambiciosas que yo había estado realizando de poemas vinculados al mar, y los hilé de tal forma que insinuaran un arco narrativo”, señala.

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—¿Qué rol juegan los poetas que tradujo para este poemario?¿Hasta qué punto de sus traducciones emergen sus propios versos?

—Son traducciones que yo llamo envenenadas. Son textos que pertenecen, tanto a los poetas traducidos, como a mí. En muchos casos, reorganizo, borro, añado cosas, repito cosas. En el caso de Whitman, por ejemplo, tomé Sea-Drift e hice lo que llamo un remix. O sea, tomé unos fragmentos específicos del texto y los organicé, decidí repetir algunos, borrar otros. En el caso de Dante, está el monólogo de Ulises, perteneciente al Infierno, pero con un intertexto muy fuerte de un poema de Alfred Tennyson que está también escrito en la voz de Ulises. Entonces es una suerte de mezcla de ambos, donde yo también voy añadiendo mucho de mi propia cosecha. 

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En el caso del diario de Robert Scott, es el que tiene menos intervención y apropiaciones, pero igual está modificado de tal forma que se hace un guiño con los otros textos del libro. Entonces son textos híbridos no solamente en su forma, sino también en su autoría. Es un libro de muchas voces donde la mía se confunde con la de los otros, pero también es un libro en el cual ninguna voz está sola, siempre está acompañada.

Una voz dentro de varias

Adalber Salas Hernández: “Toda traducción en el fondo es autobiográfica”
Foto: Ángel Valenzuela

Los puertos han sido, desde la antigüedad, centros de multiculturalismo donde fluían varios acentos e idiomas, algunos incluso curiosos y desconocidos. Quizás allí fue donde cobró fuerza milenios atrás el oficio del traductor, entre mercaderes y marineros de civilizaciones distantes. Y ahora Salas usa esa herencia para intercambiar mundos y saberes a través de diferentes lenguas.

Con un poco más de alquimista que de marinero, ha transmutado al español textos originalmente escritos en inglés, francés, portugués y en criollo haitiano. Se ha encargado de traducir a poetas malditos como Baudelaire, Rimbaud y Antonin Artaud, también obras de Louise Glück, Charles Wright y hasta Marguerite Duras. Como parte de esa magia, Salas comenta que suele dejar un poco de sí mismo en cada traducción. Quizás no intervenciones grandes como en sus poemarios propios, pero sí una interpretación que quede plasmada entre las líneas del escritor. Esto sin perturbar necesariamente su esencia original.

Acota que esto se puede ver en la interpretación que el traductor pueda dar del texto. El elegir qué palabras de su idioma encajan mejor con lo que su autor quiso transmitir, muchas veces respondiendo a criterios personales. También posee un rol importante el ingenio con el que el traductor resuelva aquellos laberintos semánticos que pueden resultar la cadencia, el metalenguaje, los juegos de palabras y demás problemas que debe adaptar para los lectores. Todo esto hace  que esa versión termine perteneciendo tanto a quien la pensó como a quien la reescribió en una nueva lengua.

Pienso que las mejores traducciones son las que involucran a la persona que traduce en cuerpo y alma, que obligan que uno se emplee a fondo y deje algo de sí mismo allí. La idea de la traducción aséptica, y esta noción de la figura del traductor como una suerte de especialista que apenas toca el texto y que no modifica nada es un mito que las editoriales, sobre todo las grandes, insisten en sostener por razones de mercado”, reflexiona.

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Esta tendencia de relegar del traductor parte de lo que él denomina como el mito de la originalidad. Para las editoriales, lo que importa es vender la obra de Lucia Berlin o Haruki Murakami, por lo que son sus nombres los que acaparan las cubiertas de los libros. Figuras cuya genialidad, se cree, debe mantener pura, alejada de la intervención de terceros. Algo que Salas considera falso, pues a su juicio, los textos no son islas aisladas, sino que pueden mutar, reinterpretar y transformar tanto como el propio lenguaje.

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“Uno no escribe desde un lugar completamente aislado. Todo lo contrario, escribimos atravesados por una cantidad inmensa de voces, que son las lecturas que hemos hecho, las personas con las que hemos dialogado y las experiencias que hemos vivido. Todo eso nos condiciona y nuestra escritura es producto de una mirada de voces ajenas. El traductor lo que hace es tratar de luchar con eso y darle forma, por supuesto, a través también de sus propias lecturas, experiencias y diálogos. Es decir, toda traducción en el fondo es autobiográfica”, agrega.

—Esto hace de la traducción casi un género en sí mismo, ¿no?

—Eso mismo pienso. De hecho, más que un género, diría que la traducción es otra manera de ejercer la literatura, otra manera de quehacer literario. Por eso siempre digo que no sé hacer una distinción real entre mi trabajo como traductor y mi trabajo como escritor. Para mí leer, escribir y traducir forman parte de una especie de continuo, de movimiento perpetuo dentro de mí en mi experiencia.

Aguas tranquilas

Adalber Salas Hernández: “Toda traducción en el fondo es autobiográfica”
Foto: Ángel Valenzuela

De ejercicio casi autobiográfico que Salas realiza en sus traducciones, cada uno de los textos intervenidos para El mar detrás del mar posee una conexión estrecha con su vida. Todas esas reflexiones sobre la grandeza casi abrumadora del océano, que puede ser fuente de creación y muerte, apelan a su propios sentimientos contemplando su vastedad desde las costas de su niñez como La Guaira, Puerto Cabello o la isla de Margarita, o también aquellos mares lejanos que fue conociendo a lo largo de sus viajes. 

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“Trato de entender las raíces de mi propio asombro, cómo se configura en mí eso que me resulta sorprendente. Por eso trato de hacer esa especie de arqueología personal que me lleva a ciertos momentos de mi infancia, y esos encuentros primerizos con el mar. Y también con otras lenguas. Son encuentros que para mí son gemelos. Son asombros que se aúnan, pero no hay nostalgia, hay más bien como un goce a la hora de recrearlo”, indica.

En El sonido del mundo bajo las olas, los poemas de Salas son imágenes intermitentes que llegan como un destello de la memoria. Sensaciones primigenias guardadas en el inconsciente que evocan el primer contacto con el olor del salitre, el agua en los pulmones y la pesadez de los brazos al nadar. La soledad de sentirse pequeño ante un horizonte azul, que se produce con tan solo alejarse unos metros de la orilla.

“La primera vez que viste el mar no te pertenece/ Ese gozo intenso, ese terror te están vedados. Se los han llevado las olas. / lo que da el mar, también lo quita”. 

Próximos viajes

Recientemente, Salas inició la preventa de Crania, autodenominado como un libro-museo en el que “hace el registro del cráneo como una muestra geológica”. Es publicado por el sello independiente Letra Muerta, con diseño editorial de Faride Mereb y Oriana Nuzzi, dibujos de Jesús Hernández Verano y traducción inglés-español de Robin Myers.

Por su parte, a pesar de pertenecer a La Poeteca, el autor considera a El mar atrás del mar como una tercera parte del universo que forma con sus hermanas Nuevas cartas náuticas e Isolario, de la editorial española Pre-Textos. 

Sobre sus proyectos futuros, Salas revela que por primera vez en su carrera incursionará en la narrativa, aunque manteniendo su esencia híbrida de combinar ensayo y poesía con sus textos. “Hay un par de sorpresas y no puedo divulgarlas porque me matan, pero sí puedo decir que estoy trabajando en una novela larga y rara, y que tiene también elementos de voces heterogéneas propias y ajenas”, adelanta.

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