• El equipo de El Diario conversó con la autora venezolana sobre su proceso de escritura, su concepción de la literatura y su oficio

“What race are you? (¿Qué raza eres?)”, es la primera frase con la que se enfrenta el lector en Minerva, la última novela de la autora venezolana Keila Vall, publicada en 2022. La pregunta es concisa y directa; quizás, bastante común en el mundo contemporáneo y en el manejo de la otredad, de lo que somos en el encuentro con los demás y, sobre todo, de la forma que tenemos para construir nuestra identidad. La conversación con Keila se alargó con el tono ameno de las conversaciones no parecieran tener final ni despedida.

Keila Vall nació en 1974, en Caracas, el lugar de sus recuerdos, donde su memoria encuentra vitalidad y logra revitalizarse con el menester de la literatura plagada de referencias, de su habla venezolana y su mochila cargada, no de nostalgia, sino de momentos vivos en su propia existencia. Reside en Nueva York desde 2011 y, desde su perspectiva, se ha nutrido de nuevas formas de habitar el español y encontrar en los distintos léxicos que se mezclan en la ciudad una nueva plasticidad de la lengua. En el año 2007 publicó su primer libro de cuentos titulado Ana no duerme, en Caracas. Posteriormente, se reeditó en 2016 con el título Ana no duerme y otros cuentos por Sudaquia Editores y el libro de cuentos Enero es el mes largo que fue publicado en 2021 por la misma editorial.

Keila Vall de la Ville: “Yo siempre voy a escribir con lo que traigo y lo que traigo es venezolano”

En 2016 también publicó Los días animales, el poemario Viaje legado en el mismo año y, luego, su libro de crónicas titulado De cuando Corre Lola Corre dejó sin aire a Murakami, en 2022. Su obra es un camino multidisciplinario entre la novela, el cuento, la poesía, la crónica, el ensayo y la traducción. Keila, como antropóloga graduada por la Universidad Central de Venezuela, como yoguini, escaladora, viajera, madre y migrante ha descubierto en el oficio y la disciplina literaria una vitalidad propia. Por eso mismo, según ella, transita por los distintos géneros a la espera del llamado que el propio relato le exige. En las últimas semanas, las que rodearon los días de esta entrevista, estuvo en España para difundir su nueva novela y, de retruque, reencontrarse con el calor ameno de una cotidianidad contada en español.

Eres una narradora, poeta, ensayista, columnista y cronista. Logras participar de los distintos géneros literarios con libertad. En ese caso, ¿cómo es la sinergia entre los distintos géneros y de qué manera se complementan en tu obra?

—No me propuse escribir en diferentes géneros; se fueron dando, digamos, dependiendo del momento o del tema o del tono que yo sentía que el tema que yo quería tratar requería. Cuando empiezo a pensar en un tema o tengo una imagen frente a mí pienso, digamos por intuición, “Esto es un poema o esto puede ser una historia o un personaje de una novela”. A veces pienso en un personaje que me interesa o en un problema y, claro, dependiendo de qué se trata soy capaz de sentir la forma que se ajusta a lo que quiero contar. Así surgió mi primer libro de poemas. Fui a talleres de poesía y narrativa. Ana no duerme, que es un libro de cuentos publicado por Sudaquia en Estados Unidos, surgió de mis primeros talleres formales de narrativa que tomé en Monte Ávila Editores y en el Celarg (Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos). Ahí comencé a reunir cuentos. En esos casos tuve una mayor claridad, digamos, en la división de géneros por un tema disciplinario de los talleres. 

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Hoy en día me ocurre que en la medida en que voy pensando en un tema o en un problema veo su plasticidad, hasta dónde alcanza, si recibe otros personajes o mayor densidad temporal. Me ha ocurrido que a través de la intuición comienzo con un poema y luego digo que puede ser parte de una historia mayor o viceversa. Mi trabajo es muy poroso en ese sentido; se ha distanciado mucho de mi primera aproximación estudiantil de la escritura. Ahora es una cosa más plástica y libre. Es la misma escritura la que me dice cuál es la forma y el tono que tengo que darle.

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Me pasó con Los Días Animales. La novela salió de un cuento que se llama Las alas de Rafael y, aunque no surge propiamente de un cuento, Minerva tiene un fragmento que parte de un cuento que salió en Enero es el mes más largo. Me encanta hacer esos juegos y que así sea y que, de pronto, alguien sea capaz de descubrir esos cruces. Lo encuentro muy lúdico.

¿En qué momento descubres la escritura, primero, como un medio necesario para la expresión y, segundo, como un oficio viable?

Yo creo que el descubrimiento de la escritura como oficio ocurrió con la publicación de mi primer libro de cuentos titulado Ana no duerme. Al ver el primer libro en papel el llamado se hace más latente y urgente. Dices: “Ya escribí uno. Aquí está. Me gusta lo que hice. Siento que me falta mucho por explorar, por aprender. Me gustó el proceso y siento que este no es el final”. Luego de esa publicación me pregunté, “¿Y ahora qué?” y quise intentar con la escritura de una novela, aunque intuía que escribirla era un compromiso diferente y una complejidad mayor. Además, en ese momento me impresionaba el proceso de darle forma a distintos personajes con sus densidades, con sus propias historias y motivos para existir. Me preguntaba si era capaz de hacer eso y cuando empecé a escribir Los Días Animales, fue como un flechazo, un enamoramiento sin retorno, no solo por la manera que tiene la historia de envolverte, sino también por el día a día. 

Esa idea de abstracción cuando escribes una novela porque te desconectas del mundo es algo que nunca he experimentado porque el mundo sigue andando y uno sigue formando parte del mundo, interactuando con él. Yo no puedo concebir el trabajo literario como una cosa aislada. No me gustaría para nada y me parecería muy triste que así fuese. Yo concibo la literatura como parte de la vida. Entonces, lo que me enamoró de la escritura fue que sentí en ella algo que hacía mi vida más rica, más interesante y más emocionante. Es algo que me hace muy feliz; incluso, cuando hay días en los que te peleas con la misma página una y otra vez. Se fue convirtiendo, sin darme cuenta, en mi razón de ser en términos profesionales.

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Algunas de las grandes obras de los autores venezolanos se han escrito en el extranjero. Partiendo de ello, me gustaría preguntarte sobre las maneras de habitar un lenguaje, con sus variables y dialectos, en el proceso migratorio y de qué manera se ve reflejado en el trabajo de la escritura.

A mí me encanta escribir en español, leer en español y jugar con el español. Siento que la plasticidad del idioma, para mí, es mucho mayor en el español que en el inglés. Una vez escrito al español se me hace mucho más fácil la traducción. Cuando me mudé conocí muchos españoles de distintos lugares. Yo tengo mi español venezolano muy asentado y en mi casa se habla siempre de esa manera. Hay una cantidad expresiones mexicanas, por ejemplo, que me parecen preciosas y lo mismo con el resto de los países latinoamericanos y, entonces, he comenzado a crear personajes argentinos, colombianos, mexicanos. 

En Minerva el novio de ella es mexicano y esto me empuja a investigar sobre las particularidades de cada cultura y preguntarles a mis conocidos sobre su léxico. Al final, también puede ocurrir que yo use en mi día a día estas expresiones ajenas al español venezolano. Sin embargo, yo siempre voy a escribir con lo que traigo y lo que traigo es venezolano. Si estuviera escribiendo en inglés, igual; mi mochila, mi ADN, los lentes que me pongo para ver, todo está impregnado de mi esencia venezolana. Lo que pasa es que poco a poco, con la vida, con los viajes alrededor del mundo como escaladora, adapto una cantidad de recursos que terminan en los cuentos y en las novelas.

¿Es verdad que existe una nostalgia? Bueno, sí, particularmente en personajes que son migrantes. Yo no me siento nostálgica porque yo llevo a Venezuela conmigo siempre, así no esté allá. Yo preparo comida venezolana, trato de mantenerme en contacto con la situación, de reencontrarme con mis amigos venezolanos. Me interesa mucho hablar de la diáspora en mis historias porque habla de una vivencia universal, que hoy vivimos nosotros, pero que en algún momento vivieron los españoles que huyeron de la guerra civil. Yo soy nieta de catalanes que llegaron a Venezuela después de la guerra. Entonces, al hablar de la diáspora, de la dificultad por reconocerse, es imposible no pensar en mis abuelitos y en todo lo que hicieron para adaptarse. Uno escribe con todas estas referencias y recursos.

Ahora, ¿para ti cómo es el trabajo de la traducción y el proceso de darle forma a esa “mochila de referencias”, digamos, cuando parte de otro autor y de otra lengua?

—Yo pienso que lo primero es que traducir siempre supone una negociación entre el sentido, el significado, la emocionalidad, el tono y las referencias contextuales. Esa tensión entre todos los elementos siempre debe mantenerse presente al momento de trabajar en una traducción. Yo trabajo siempre a la par de las personas que me traducen; yo reviso mucho porque cuando no lo hago a satisfacción me doy cuenta que he fallado al darle un trato incorrecto a ciertos detalles. Sí importa el sentido que quieras darle. Si tengo que, en conjunto con el traductor, cambiar por completo ese verso o ese pasaje para que funcione en el contexto cultural de la lengua traducida, yo lo cambio sin ningún problema. 

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La palabra es, apenas, un vehículo y tengo la ventaja de trabajar junto a los traductores. Es un trabajo conjunto que encuentro muy creativo y rico; es como escribir otro libro, digamos. Esa duplicidad es muy emocionante.

—Comentaste anteriormente que se te hacía imposible abstraerse de la realidad al momento de escribir y, al contrario, el afuera es parte del oficio. Entonces, ¿cómo entiendes el equilibrio entre los mecanismos de la ficción para explicar la realidad? Y, por otra parte, ¿cómo ocurre la materialización de la literatura hecha vida?

A mí la crónica me encanta por eso. ¿Cómo sabe uno que lo que está viendo en la calle es una crónica y no es un cuento? En muchos casos, podría tomarse cualquiera de los dos caminos. Las crónicas para mí son como unas pequeñas cápsulas de realidad y, entonces, si conviertes una situación callejera o una conversación en un pasaje de una novela o de un cuento ahí la plasticidad que le tienes que dar es diferente y lo terminas transformando en algo más. En la crónica, aunque siempre sea un ejercicio creativo y haya algo de ficción para su función narrativa y, sobre todo, porque uno interpreta el mundo de manera subjetiva y eso supone un grado de ficción notable sobre el afuera. 

Hasta la crónica más apegada a la realidad siempre va a tener su dosis de ficción y su dosis de artificio. Sin embargo, yo encuentro las crónicas muy apegadas a la poesía porque siento que son como destellos de la realidad. Yo pienso que tienen sentido si son para abrir los ojos a través de un fogonazo. Luego, al escribirla el objetivo es que el chispazo ocurrido en la calle se vuelva a generar en la lectura y esa cápsula de realidad se vuelva a manifestar. El hecho de entender la literatura como parte de la vida es algo que está muy latente en la crónica.

El lenguaje se puede entender como un medio para encauzar la realidad. En ese caso, ¿para enfrentarte a la escritura se debe tener una educación de la mirada?

Yo creo que, primero que todo, somos cuentacuentos desde que el mundo es mundo. Los seres humanos no hemos hecho otra cosa que contar nuestras historias. Entonces, contarlas supone ese encauzamiento del lenguaje, pero no tienen nada que ver con lo académico, no tiene nada que ver con lo preestablecido, aunque exista un límite de la mirada, porque yo siento que uno no necesita que le digan cómo contar, lo que sí siento que es útil es tener referencias de todo tipo, no necesariamente académicas o literarias. Para mí han sido fundamentales las referencias externas a la literatura como la música, la fotografía, la danza, los viajes, las experiencias personales, la meditación. 

Todo eso forma la escritura y, en términos más formales, se une a las herramientas útiles que se reciben en un salón de clase. Yo creo que es primordial aprender la disciplina y compromiso porque un libro no se escribe solo, un poema no se escribe solo; hay que sentarse y no abandonar la idea y no desmayar en el intento de darle sentido a una página.

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¿Cómo es tu proceso de escritura y de qué manera encuentras el equilibrio entre el “chispazo” y la disciplina?

Por una parte, tengo que decir que, aunque hablamos de la crónica como destello, no es de una inspiración momentánea, sino de buscar la grieta y el detalle de la realidad. El destello ocurre en el proceso de la escritura cuando dices: “Esto es lo que importa. Esto es lo que voy a contar.” Además, para mí la escritura es inseparable de eso que llamamos destello, inspiración, porque eso se da en la vida con todo, pero si solo vivimos en los momentos inspiradores qué nos quedaría para el resto de la vida. Uno sigue estando vivo y hay días en los que no pasa mucho. Yo creo que la escritura es disciplina; hay días que fluye mejor, otros que no tanto; hay días que están marcados por ese chispazo vibrante, pero en los demás días solo queda sentarse y trabajar. Todos los libros van a requerir de ambos procesos: de la inspiración y del esfuerzo disciplinado de sentarse y seguir. Tenemos que normalizar el tedio, la nada y el esfuerzo por sí mismo.

Mi rutina de trabajo empieza muy temprano, a las 5:00 am a más tardar. No uso el despertador; me despierto por las ganas de escribir. No es insomnio; son ganas de estar despierta. Lo primero que hago es tomar un café y trato de que las primeras horas del día, antes de que comience el día de los demás, sean las horas más densas del trabajo. Trato de que lo nuevo nazca en ese momento porque no hay ninguna distracción. Todo el mundo está durmiendo. Ese momento es riquísimo. Me encanta el amanecer; ese momento transitorio, liminar, entre la noche y el día es mi momento preferido. Luego de hacer un poco de yoga, correr, remar, hacer algo afuera, me siento nuevamente para retomar lo que produje en las mañanas para pulir, revisar, editar, investigar y continuar lo que comencé.

Desde tu perspectiva, ¿cómo se puede caracterizar el presente de la literatura venezolana?

La literatura venezolana sigue siendo de altísima calidad. Siento que existe una fuerza global, digamos, que nos unifica a los que estamos afuera o adentro del país porque hay unas referencias en común. Por eso mismo, el que estemos adentro o afuera no afecta que dialoguemos en una lengua común y nos nutramos mutuamente.Me preocupa la circulación del libro en Venezuela porque, por ejemplo, si yo publico afuera siempre me preocupo de que esos libros lleguen al país. Los días animales sí se logró publicar en Venezuela con Oscar Todtmann Editores y se pudo distribuir. Luego, lo que trato de hacer es llevar conmigo varios ejemplares para dejarlos con amigos o en la librería El Buscón para asegurarme que algunos cercanos lo puedan leer. Para mí sí es una gran frustración saber que no llegan los libros o si llegan la crisis se impone en la posibilidad de comprarlos. Se podría decir que la literatura venezolana es una literatura global; todos estamos, de cierta manera, en un mismo barco.

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