• El comediante venezolano, quien formó parte del programa televisivo “Chataing TV”, viene por más. Tras registrar el paso de los migrantes venezolanos en Colombia y documentarlo para el canal estadounidense National Geographic, planea mostrar el 5 de diciembre la travesía que hizo por Estados Unidos y que lo llevó a vivir su mayor pesadilla: dos meses y medio en una cárcel de El Paso, Texas

Fue en la cárcel de Hudspeth, Texas, donde José Rafael Guzmán, el comediante venezolano que formó parte del programa televisivo Chataing TV, se enteró de una de las noticias más importantes de su carrera humorística.

A pocos metros de la celda que, dice, compartía con siete hombres, entre ellos “un sicario que había matado a 25 carajos, otro que había violado a una niña de 12 años, otro que se había robado tres carros, y un carajito chiquitico, pobrecito, que no había hecho nada, pero lo consiguieron con una pipa de marihuana”, fue informado de que el documental Caminantes, que había grabado meses atrás en Colombia para registrar el paso de los migrantes venezolanos de Cúcuta a Bogotá, sería transmitido completo por National Geographic Channel.

“Me enteré en la cárcel. Te lo juro por mi mamá, que está muerta. Yo llamé por teléfono a Silvia Baquero (su productora y acompañante durante todo el trayecto) y me contó. ‘Hay que firmar unos documentos y tú estás preso, ¿cómo hacemos?’, me dijo. ‘¡Fírmalos tú! Di que eres la dueña de todo ese material y listo’, le respondí. Y cuando corté la llamada, pensé: ‘Estoy bendito’”, dijo Guzmán en exclusiva para El Diario

“Y me quedé calladito, no joda. Solo me comuniqué con mi papá y le dije: ‘De la cárcel para NatGeo’. Ya tengo la redención y voy a bajar así, con la capa amarilla del canal puesta… Ha pasado un año de eso”, cuenta Guzmán, pues sí, con el pecho inflado, ahora que los tres episodios han sido difundidos con éxito por el canal estadounidense.

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A Jose Rafael –sin acento en la “e”– poco le importa que no le haya quedado una moneda en el bolsillo. “Toda la plata se fue haciéndole tratamientos a los videos, grabados todos con el celular, para pasarlos a la pantalla”, explica. “Pero es súper emocionante verte ahí. No lo puedes creer”. 

Amén de que le haya permitido demostrar a sus fieles seguidores y haters —que los tiene— que tomar la decisión de marcharse primero de su país, residenciarse en el Distrito Federal mexicano, lanzarse a las calles como un indigente y pasar hambre, recorrer después buena parte de Estados Unidos, y registrarlo todo con su celular, ha valido la pena. No importa que el 12 de octubre de 2019 lo hayan detenido agentes de la patrulla fronteriza en una alcabala de El Paso, Texas, y él haya ido a parar dos meses y medio a prisión luego de que le incautaran unos porros de marihuana en la guantera de su carro. 

Él, que lo que parece querer dejar claro es que no es un “tipo malo”, “un mediocre” o “un drogadicto”, ahora es que tiene material audiovisual para comprobarlo. El 5 de diciembre promete volver al canal estadounidense por suscripción, esta vez para narrar lo que inició como una travesía y terminó por convertirse en su mayor pesadilla.  

—¿Diría que la censura acabó con su carrera en Venezuela? 

—¡Con todo! –se ríe–. Bueno, no con todo, porque la censura nunca llegó al stand up. Al menos a mí nunca fueron a bajarme de la tarima. Una vez me iba presentar en Barinas y no me dejaron presentar por razones obvias, pero…

—¿Qué fue lo que sucedió exactamente con el programa de televisión?

—Yo entré a Chataing TV, el programa de Luis Chataing que era en formato late night al estilo (David) Letterman, como uno de los reporteros junto con Manuel (Silva), Jean Mary (Curró), Alex (Goncalves) y Led (Varela). Fue un proyecto muy bonito porque Venezuela era otro país y Televen botó la casa por la ventana. El estudio era un auditorio hacia arriba, con sillas de cuero. ¡Una locura! Pero como era un late, tenías que hablar de política y del acontecer nacional. En ese momento todavía Chávez estaba vivo, y recuerdo que la primera llamada fue para decirnos: “No pueden nombrar a Chávez”. Y así fue pasando con distintas personas: “No se puede nombrar a Maduro”, “No se puede nombrar a Diosdado”. Y después nos dijeron que no se podía decir la palabra “desabastecimiento”, la palabra “saqueo”… Y nosotros fuimos sorteando poco a poco la ola. 

—Muchos dirán que todos ustedes eran unos mal portados…

—Sí –no lo dice muy convencido y luego agrega– en ese momento todo recaía sobre la cabeza de Chataing, lo bueno y lo malo. Llegamos a herir tanto, o fuimos tan atinados en cuanto a los chistes, que un día nos dijeron: “¡No salen más!”. Eso fue de la noche a la mañana. Y no es que llegó el ejército al canal. Simplemente llamaron y dijeron: “Si no sacas el programa del aire, vamos a cerrar el canal. ¿Tienes algún problema con eso?”. Y tú, como dueño de la televisora, no vas a poner en riesgo todo el esfuerzo de años por un espacio. Ahora entiendo mucho más la decisión que en ese momento.

—Uno supone que habrá sentido mucha incertidumbre, pero al mismo tiempo ¿no le parecía un subidón de adrenalina?

—Bueno, comenzó así: Primero éramos un programa de humor. Después éramos el mejor programa de humor. El espacio que nos ganaba en rating era La hojilla, de Mario Silva. Y nuestra misión, de este lado de la política, era superarlo.

—Dice: “De este lado de la política”. ¿Estaba haciendo política?

—Es que se mezcló todo. Llegó la campaña de (Henrique) Capriles contra Chávez y nosotros hicimos el mensaje que rotó por la Globovisión de ese momento, y fue en tono de comedia. La competencia entre Mario Silva y Chataing fue a muerte. Nosotros nunca lo comentábamos al aire para no darle más peso a él. Como rival fue despiadado, pero igual fue muy sabroso. Solo que él contaba con todas las de ganar porque no tenía a Conatel en el cuello. Pero igualito nosotros le ganábamos el rating. Cuando el chavismo se dio cuenta de eso, metió a (Pedro) Carvajalino, a “La Negra” y a todos ellos; y nosotros nos echamos al pico a Zurda konducta, porque aquello no era entretenimiento sino pura puya de izquierda. Al final la lucha no fue contra programas ni contra canales sino contra el gobierno directo. Llegamos al punto de “Vamos a invitar a Maduro para que nos dé explicaciones de por qué el país está tan mal”.

—¿Llegó entonces a sentirse como una pieza política del país?

—¡Sí, claroooo! ¡Éramos! Los políticos grandes nos buscaban porque teníamos un engagement con la juventud. Además, el chavismo siempre ha tenido una pata floja: no tiene comediantes a su lado. ¿Y cómo va a tenerlos? Los comediantes no pueden estar del lado del poder, porque ¿qué vas a criticar? Carvajalino y su equipo no eran comediantes. Eran más bien jóvenes de izquierda que se habían leído a Marx. Y eso como entretenimiento, es terrible. Y cuando fueron las campañas de Capriles contra Chávez, Capriles contra Maduro, nos dimos duro porque ganábamos en rating. ¿Tú sabes lo que es competir contra la maquinaria de Chávez? La oposición venezolana nunca tuvo una maquinaria propagandística como para ganar, y yo sentí… bueno, sentí no, pasó así, que estaba en nuestras manos. La canción del 7-O de Capriles no la hizo una agencia, la hicimos los comediantes, la hicimos en Chataing TV. Entonces el gobierno tenía que salir de nosotros.

—¿Nunca pensó que su cabeza podía ir a parar a una guillotina? ¿Es cierto que llegó a tener una orden de captura por incitación al odio?

—No sé si es de captura, pero sí sé que tengo una orden por incitación al odio. Pero fue por una encuesta que hice en Twitter y en la que de verdad fui bastante imprudente, porque yo preguntaba: “¿Qué quieren en este momento? ¿Cese de la usurpación, elecciones libres, gobierno de transición, o muerte a los chavistas?”. Y ganó la opción que ya sabes… Votaron como 12 mil personas. Yo solo pregunté, pero… está bien, era una encuesta muy imprudente. Tania Díaz la mostró en televisión y dijo: “Aquí están pidiendo que vengan a matarnos”.

—¿En ese momento decidió marcharse del país?

—No. Cuando eso pasó, ya estaba afuera. Yo siempre quise vivir un tiempo en el exterior, desde niño. Y lo iba a hacer así Venezuela fuera lo mejor del mundo. Sin embargo, cuando me fui, ya no tenía a dónde subir más, porque había llegado a lo más arriba de la televisión. Lo natural era que luego me hubiera convertido en la figura principal de un programa de comedia, pero eso no iba a ocurrir. No en Venezuela, porque no hay canales. Sentí que no iba a llegar a ningún lado si me quedaba. Si alguna vez había tenido el incentivo de luchar por el país, ya me lo habían anulado. Por el dinero, me lo anularon. Por la fama, me lo anularon. “Marico, me tengo que ir”, pensé. Y fíjate… tenía que salir, porque nunca hubiera llegado a NatGeo. 

—¿De qué vivió al llegar a México?

—Yo llegué a México y comencé a trabajar en una agencia que me pagaba 500 dólares mensuales. Me puse flaquísimo, en el chasis. La primera vez que me presenté allá en un stand up vendí 42 entradas. Eso no es un coño. Y esa plata te la pagan tres semanas después y no tenía qué comer. Me iba para la oficina, y ahí la gente pedía comida y decía: “Quedé full”, y tiraba lo que había sobrado. Yo buscaba en la basura y eso era lo que comía. La vaina es que yo nunca he visto eso como una tragedia sino como parte de la enseñanza, porque hace muchos años vi una vaina de Schwarzenegger y eso me lo metí en el coco.

Siempre menciona a Arnold Schwarzenegger en sus entrevistas…

—Porque Schwarzenegger ha logrado un poco de vainas a pesar de haber sido un niño de Austria que no tenía plata ni para comer. Le robaba huevos al vecino y hacía planchas porque consiguió un instructivo de Charles Atlas en el que decía que en Londres habría una competencia de fisiculturistas; y se fue para allá y ganó. Cuando ganó, a pura papa, dijo: “Voy a ser presidente de Estados Unidos”. Y no llegó a ser presidente, pero sí gobernador.  Le dijeron: “No vas a poder ser actor porque tienes acento austríaco”. Pero se metió en cursos, se rompió el culo, y ahora la frase más famosa de Hollywood es “I’ll be back”. De él aprendí que tus defectos son tus virtudes. 

—¿Qué hizo con su ego?  Usted tenía el suyo, digamos, bastante bien administrado…

—Me lo metí en el cu… Yo llegué y dije: “Ni de vaina voy a poder entrar en la industria mexicana, así que lo que voy a hacer es comedia latina”. Le pedí a unos amigos que por favor me ayudaran con lo que iba a grabar y, para que tú veas cómo actuamos, esta fue su respuesta: “Aquí ya no hacemos nada por amor, mi pana, porque aquí hay una renta que pagar. Y además… aquí a nadie le va a gustar eso por el acento”. Les di las gracias, me devolví caminando, porque no tenía plata, y pensé: “¡Acento neutro mis bolas!”, Cantinflas nunca tuvo acento neutro. El Chavo nunca tuvo acento neutro. Y tampoco Kiko Botones, que fue a parar a RCTV. Y no voy a cambiar el acento, porque yo soy un comediante de donde sea. Dije: “La vaina no es el acento. La vaina es hacer algo bueno”. 

—¿Qué hizo entonces? 

—Comencé a grabar Comida, calle y comedia. En la primera temporada viví en la calle con los mendigos. En la segunda, me fui con los de la basura. Y para la tercera, como sentí que ya la gente estaba fastidiada, seguí el consejo de un amigo que me dijo: “Vete con los caminantes venezolanos”.  

—¿Qué fue lo que lo impulsó de verdad a emprender el camino que hacen a pie los inmigrantes venezolanos para buscarse una mejor vida? 

—En ningún momento pensé que estaba haciendo eso por Venezuela. Nada de “voy a acompañar a mi pueblo”, como si yo fuera una inspiración. Pudiera caer en el peine sabrosito de que soy un héroe. Pero no. Yo lo que quería era hacer una vaina arrecha. Y el tema siempre fue mostrar lo que a la gente no le gusta ver. La gente tiende a juzgar a los indigentes. Si le das dinero, te dicen: “Seguro lo usa para drogarse”. Si le das comida: “¿Por qué no le diste trabajo?”. Nadie sabe realmente cómo es la vida de estas personas. Y cuando vives como ellos, puedes tener su misma perspectiva. Las mismas carencias. Los mismos dolores. Digamos que eso te hace documentalista… que no soy.  Pero estar de tú a tú con las personas, a mí se me hace fácil. Cuando estudié odontología y me pusieron a escoger el rural, me fui para la vaina más lejos, donde estaban los indios más pela’ bolas… Toda mi vida ha sido así. Y mi sueño es ir a grabar a una guerra. ¡Eso va a ser el Óscar! ¡Acuérdate de mí!

—Ha dicho que al llegar a Cúcuta, le entró terror….

—Estaba aterrado, porque es empezar a caminar a la nada. Yo me fui con Silvia (Baquero) y eso me ayudó muchísimo, pero al mismo tiempo sentía una gran responsabilidad. El primer día estaba muy angustiado. Sentía que nos podían hacer daño, que no íbamos a llegar, pero seguimos. Comenzamos en Cúcuta y el trayecto duró ocho días, porque cuando llegas a Bogotá te das cuenta de que es igual que alcanzar la bajada de Tazón, en la Simón Bolívar, y todavía tienes que echarle mucha bola para llegar al centro de la ciudad. Y yo quería llegar a Lima, pero qué va. Me dio una pañalitis tremenda, porque, claro, son ocho días sin bañarte, caminando con un bóxer que te roza. A la gente le salen ampollas y llegan sin zapatos, a hueso pelado. Mi problema fue en la entrepierna. 

—¿Se puede decir que pasó del humor a la cruda realidad? ¿A registrar el dolor?

—Y me gusta… Porque yo lo que quiero es saber la verdad de la vida, chico. Después que hice Caminantes, no me sentí como Jesucristo, pero sí como uno de sus mejores amigos.

—Querrá decir, como uno de sus apóstoles…

—Como Pedro, que era su partner. Yo me sentía bendito. Dije: “Si no me morí en esa vaina, estoy destinado a hacer unas vainas increíbles”. Y las voy a hacer…

—Y entonces decidió recorrer Estados Unidos.

—Publiqué en Instagram: “Los que estén por Atlanta y que tenga trabajos interesantes, escríbanme”. En Atlanta me escribió una jeva venezolana que me invitó a una planta procesadora de pollo. En Washington visité a unos amigos gays que son odontólogos. Fue un viaje raro, porque no fue únicamente de turismo convencional. De ahí saltamos a Boston, a Filadelfia, donde visité las Rocky steps y me puse a llorar horrible, porque de niño veía Rocky con mi papá y mi mamá en Venevisión y la vaina era todo un evento. Fuimos a Dallas y vimos el paso del ganado por el medio de una ciudad. En Nueva York visitamos Cosme, que es el segundo mejor restaurante de Estados Unidos. Dormimos en la camioneta. Hicimos camping, porque en Estados Unidos hay una cultura gigantesca de camping y solo tienes que llegar, pagar 30 dólares, y te dan hasta la leña para que hagas tu fogata. Después fuimos a la granja de cannabis en California.

—Y comenzó la pesadilla…

—En la granja nos dieron muestras de sus productos y las metí en la guantera del carro. No fue que se me olvidó. El tema es que llegas a California, donde es legal el cultivo de cannabis, y cuando sales piensas: “¿La saco de ahí?”.  “En todo caso me pondrán una multa”, pensé.

José Rafael Guzmán deja que sea Silvia Baquero quien narre lo que sucedió: “Llegamos a una alcabala, es decir, a uno de esos puestos de retención de la policía. Nos pararon y, bueno, pensamos que no iba a pasar nada. Pero los perros olieron la marihuana. ‘¡Por favor, a la izquierda!’. Fue horrible. Te revisan la camioneta. Nuestra intención no era negar nada. Nos entrevistaron. De dónde son, para dónde van y qué están haciendo. ‘¿Esto que encontramos en la camioneta es de ustedes?’. ‘Sí, nosotros venimos de California, visitamos una granja de cannabis para hacer un documental’. ‘Pues van detenidos, porque esto aquí es ilegal’. Tolerancia cero. Y ya uno se desmayó por dentro. Nos sugirieron que podíamos llegar a un acuerdo de culpabilidad para que solo uno de nosotros se hiciera responsable… y Jose dio un paso adelante. Sin chistar. Me dejan ir. Me monto en la camioneta, me paro en una gas station, la más cerca, y comienzo a llorar. Llamo por teléfono y digo: “No pudimos terminar el viaje, porque pusieron preso a Jose”.

—¿Cómo se pasa ese trago? Dos meses de cárcel…

—Ese trago no se pasa. Sobre todo porque la cárcel te descuadra mentalmente. Te quitan la luz solar y dejas de ser tú. Cuando llegas te preguntan de dónde eres. “¿No hablas inglés?”. “Ahhh, entonces tienes que estar con el grupo de los mexicanos”. En la cárcel no puedes estar solo, porque hay muchos que te quieren pegar o te quieren coger.  En la celda éramos siete. Es verdad que no estábamos hacinados. Pero éramos siete carajos ahí, comiendo ahí, haciendo sus necesidades ahí. Las cárceles están diseñadas para las peores personas del mundo, para gente con unos códigos distintos, no para un comediante que fuma marihuana como Seth Rogen, con quien la gente me compara porque me parezco, tenemos más o menos la misma edad, los dos fumamos, usamos lentes, y tenemos peos de peso.

—¿Le pusieron una braga naranja al llegar?

—Era Blanca y negra. Y al salir, me llevé el bolsillo y lo enmarqué junto con el papel en el que escribí el stand up, y el lápiz, al que le sacaba punta con el metal de la cama.

—¿Cómo fue que usted comenzó a consumir marihuana?

—Yo tenía 21 años. Me acuerdo que un amigo había llegado de Pittsburgh y me preguntó si la había probado. Mi papá me lo había advertido: “El día que te metas en drogas, te vas de la casa”. Y yo tenía eso en mi moral, en mis principios, pero la probé y fue como amor a primera vista. Dije:  “Este es mi vicio”. Yo no bebo, no me acuesto tarde. Y bueno, sí como… Tengo 18 años fumando marihuana y hay gente que dice: “¡Se nota!”. Pero mi locura no viene por la marihuana. Desde niño he sido así. Una profesora me dijo una vez: “No me veas así, con esa mirada de loco”… Yo en cambio me siento más cuerdo que el carajo.

—¿Recuerda el día exacto cuando comenzó a escribir el stand up?

—Recuerdo que dije: “No puede ser que vaya a perder tanto tiempo acá”. Yo soy un humano hecho en clave de comedia. Y mi sistema de supervivencia está basado en la comedia. No lo puedo evitar, porque, sin saber, fui criado para ser comediante. Y la única manera de aprovechar el tiempo era escribir la vaina que iba a hacer al salir. Pero de ese texto terminó quedando un 30 o 40%. No es fácil terminar toda una rutina que diga exactamente lo que pasó, cómo pasó, y que no se malinterprete, que no se vea como que me quiero quitar culpa, pero que tampoco se vea que soy un drogadicto de mierda, porque tampoco es así.

—Edmundo Dantés salió de prisión y de inmediato comenzó su plan de venganza. ¿Usted?  

—Yo salí más arrecho que El Conde de Montecristo y dije: “¡Me las van a pagar todos!”. ¿Pero quiénes son todos? Nadie. Igual quería cobrarle a alguien esa rabia. A esos que están en contra de uno, quizás. Pero lo más que pude fue enfocarla en el trabajo. Lo de la cárcel era un asunto tan delicado a nivel de imagen, que dije: “Todo va a depender de cómo lo haga”. Y la única manera de manejarlo era con la verdad. Tenía que contar que me agarraron en Texas con unos porros, porque si me ponía a inventar me jodía. Los chavistas dijeron: “Lo agarraron con seis kilos de marihuana”. Pero, mira, si hubiera sido así no te suelta ni Mandrake. Y en el stand up Sin robar a nadie conté que me descuidé. Que me creí el cuento de que la marihuana ya es casi legal en Estados Unidos. Que lo que viví fue muy cabilla, que la cárcel no es un lugar tripa, que no lo hice para vivir una de “las aventuras de Jose”. Le dije a la sicóloga, que me llegó a ver cuatro veces a la semana: “Olvídate de que soy un paciente. Yo tengo una misión y tú me vas a calmar la mariquera mientras escribo”. Hice un stand up para que la gente se cague de la risa con la miseria humana.

—¿Qué era lo que le daba más rabia? 

—Cuando me metieron preso, sentí que la policía de Texas estaba haciendo una vaina injusta, pero cuando salí lo que me daba más arrechera era que cualquier persona pusiera en tela de juicio que yo fuera buena persona. Que dijeran: “Ahí está el mediocre, el drogadicto”. Yo me considero un carajo bueno. Habrá gente que diga que no, como todo. 

—¿Qué viene ahora?

—Mostrar todo el material que rodamos en Estados Unidos. Pero tengo en la cabeza hacer un viaje a África, a Guinea-Bisáu, con un grupo de odontólogos de Sin Frontera. 

—¿Se siente tranquilo?

—Yo siempre soñé con la vida que tengo, pero ahora que la tengo quiero otra. 

Segundos después Jose Rafael Guzmán rectifica: “Bueno, quiero ésta, pero con más plata”.

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