• César Cortés es un tachirense que desde hace casi tres años vive en Lima, Perú. Actualmente, con la ola de actos xenófobos, asegura sentir miedo e inseguridad cuando sale a las calles de la capital

César Cortés salió de San Juan de Colón, estado Táchira, el 10 de junio de 2018 con una maleta llena de sueños y ganas de lograr en otro país lo que no pudo en Venezuela. Llegó a Perú con tan solo 40 dólares, pero encontrar trabajo rápidamente fue más difícil de lo que pensó.

La primera parada de su trayecto fue Cali, Colombia. Allí estuvo una semana y aprovechó esos días para conocer a parte de su familia radicada en esa nación.  

Llegó a Perú el 21 de junio con un amigo que viajó con él. Se establecieron en una casa de tres pisos. La vivienda contaba con ocho habitaciones en el tercer piso y un solo baño para todos los que vivían alquilados allí.

Para ese momento, el compañero de César llevaba un poco más de dinero y con eso lograron pagar una de las habitaciones con cama individual, donde ambos dormían.

Como no tenía mucho dinero ni trabajo debía ahorrar al máximo y se limitaba a comer arroz con huevo o pan con huevo todos los días. Tomaba agua del grifo.

“Duré mes y medio aproximadamente con esos 40 dólares. Fue muy duro porque no podía hacer mercado y no podía gastarme ese dinero”, contó César en exclusiva para El Diario.

Su compañero consiguió trabajo primero y hacía mercado para ambos, pero seguían durmiendo en la misma cama y compartiendo el mismo espacio.

Al mes siguiente se desocupó otra de las habitaciones y César habló con el dueño de la vivienda. Le pidió mudarse con el compromiso de cancelarle el mes de alquiler apenas consiguiera empleo. 

El señor me dijo que sí y como no tenía colchón ni nada, me tocó improvisar una cama con cartón, cojines, ropa y la única cobija que traía. Era invierno y cada noche me congelaba con tanto frío”.

Al poco tiempo una prima suya le prestó dinero para comprar un colchón inflable y así estar más cómodo que en el piso. 

César no salió a buscar trabajo ni a repartir currículo como la mayoría de personas que salen del país. Le daba pena y prefirió esperar a conseguir algo por medio de algún conocido.

“Al mes y medio, por medio de un amigo, me consiguieron una entrevista para trabajar en una heladería. Ese día llegué temprano y éramos cuatro personas para iniciar. Todos estábamos en periodo de prueba”, contó.

Al tachirense le costó encontrar trabajo en Perú

Aún era invierno y el uniforme de la heladería no ayudaba a mitigar el frío que sentían, tampoco podían usar chaqueta o suéter. El día de prueba consistió en captar clientes para que se acercaran a comprar en el negocio. Les prometieron un pago de 20 soles por la jornada de trabajo.

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“No nos pagaron nada, solo nos llevaron la comida, que no era la mejor, pero tenía mucha hambre y me la comí, no tenía opción. Los otros muchachos y yo estábamos muy decepcionados, necesitábamos el dinero”.

César solo fue ese día, no volvió porque esperaba un pago a cambio de su servicio y no fue así. Gastó parte del dinero que le quedaba en los pasajes del transporte.

Al final del día se cuestionó si haber salido de Venezuela fue la mejor opción o no. Había pasado más de un mes y solo se estaba gastando el poco dinero que llevaba. 

Yo me quería devolver a Venezuela, nunca me había sentido tan mal, tan humillado como ese día”, enfatizó.

La lucha constante contra la xenofobia 

Tras el asesinato del venezolano Orlando Abreu el pasado 26 de enero a manos de un delincuente de nacionalidad peruana, se desató una ola de violencia y xenofobia entre venezolanos y peruanos. 

César no es ajeno a esa situación y asegura estar muy asustado.

“Aquí hay muchas bandas, por donde yo vivo está la banda de Los Ángeles y hay otra que se llama Las Palmeras, entonces una o dos veces al año se encuentran justo por la calle donde estoy residenciado, se agarran a piedras y si estás por ahí te agarran entre todos”, dijo.

Él dice sentirse inseguro en la calle porque no sabe lo que pueda pasarle. Evitar hablar cuando sale porque al escucharlo inmediatamente saben que es venezolano y todo cambia. Algunos lo miran mal y otros se asustan porque piensan que les va a robar.

He tenido que aguantar comentarios súper feos, a veces a diario. Tengo un amigo a quien lo insultaron y escupieron en una oportunidad. A mí me han dicho ‘si no te gusta como son las cosas aquí, te devuelves a tu país’”.

Incluso en el ejercicio de sus funciones en la empresa donde trabaja actualmente ha sido víctima de comentarios discriminatorios por parte de clientes; o chistes de mal gusto por parte de sus propios compañeros.

“Una vez fui a una obra y los dueños no querían personal venezolano, yo hice mi fila para entrar, cuando vieron mi documento me prohibieron ingresar y me tuve que ir. En otra oportunidad fuimos a un apartamento a hacer una conexión y cuando terminamos la señora llamó a la empresa y dijo que no volvieran a enviar personal venezolano o de lo contrario buscaría otra opción”, relató.

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Foto: Cortesía

César insiste en hacer caso omiso a esos comentarios, pero a veces se hace cuesta arriba. Él cuenta que recién llegado a Perú no sabía bien cómo movilizarse y al tomar unidades de transporte éstas le cobraban el pasaje a un costo muy superior al real, o le decían que no pasaban por el sitio que él preguntaba aunque sí lo hicieran. Lo rechazaban o se aprovechaban de él por ser venezolano.

“Otra cosa que me pasa casi a diario en el trabajo es que los compañeros me dicen a modo de juego ‘mira, venezolano, aquel (señalan a alguien) me está mirando mal, ve y mátalo, anda, pícalo, yo te doy permiso’ y no es gracioso. La primera vez te ríes, pero después no toleras que te traten como un criminal o un asesino”.

Discriminación: el pan de cada día

César a veces se cuestiona si estar en Perú es lo mejor o no. Él sigue adelante aunque los comentarios inapropiados estén a la orden del día.

“Una vez fui a la bodega y pregunté si había azúcar blanca, porque aquí solo se consigue azúcar morena, y me dijeron que no; allí estaba otra persona que me respondió ‘si no te gusta veneco, vete a tu país’ y yo me fui”, indicó.

César evita estar en lugares donde haya gran cantidad de peruanos, siente miedo y prefiere tomar otros caminos para evitar cualquier tipo de problema. 

“Otra vez me pasó que estaba en la ciclo vía camino a mi trabajo y un conductor se metió por ahí sin ver a los lados, me pegó y me caí de la bicicleta. Yo estaba de mal humor ese día, me levanté, me metí por la ventana del chofer y lo agarré de la camisa, luego caí en cuenta de lo que estaba haciendo y lo solté. Él me dijo ‘veneco tenía que ser’, lo golpeé y me fui”.

Según él cuenta es muy frecuente ese tipo de situaciones e indica que se debe estar alerta incluso con la policía. 

“Hay que tener cuidado con la policía de no dejarse revisar el teléfono y ver dónde tienen  las manos porque a un chamo que vive donde yo vivo lo agarraron hace como 15 días y le sembraron marihuana y ahora está pagando una multa grandísima”,  expresó César.

Él deseaba migrar a España, pero la pandemia acabó con esos planes. También la muerte de su abuela lo hizo reflexionar al respecto y cree que quedarse lo más cerca posible de su familia es lo mejor pues “no quiere estar lejos y vivir otra pérdida así”.

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Ha contemplado la idea de irse a Colombia pero el tema económico lo hace flaquear. 

“Quizá no ganaría igual y eso me hace pensar mucho. Regresar a Venezuela tampoco porque no sabría ni qué hacer, así que planeo quedarme un año más aquí y tratar de montar algo pero la pandemia también hace que todo sea incierto”.

Una luz al final del túnel

Casi a los dos meses de llegar a Perú se encontró con un vecino de su sector y le dijo que estaba buscando a alguien para que lo ayudara a hacer unos arreglos en su hogar. César –sin pensarlo– se ofreció y esa semana ganó 125 soles (unos 34 dólares), más las tres comidas del día.

Él estaba muy feliz. Del dinero con el que llegó al país ya no le quedaba nada y este pago le ayudó a pagar parte del alquiler, comprar comida e incluso envió una cantidad a Venezuela. 

Luego, por medio de otro amigo, le contaron sobre un trabajo donde debía manejar de noche y el pago era de 80 soles por jornada. Él no estaba muy seguro respecto a tomar o no esa oferta laboral, pues sufre de convulsiones y temía que el cansancio le ocasionara algún problema.

“Dije que sí, estaba asustado por mis problemas de salud pero era lo que había y le hice pecho a eso. No me pidieron papeles, pero yo ya estaba haciendo mis trámites para obtener el PTP, que es el permiso de trabajo aquí en Perú”, explicó.

César empezó en ese trabajo, pero no era frecuente. Trabaja una o dos veces cada 15 días y él necesitaba dinero a diario. Un día decidió hablar con el jefe y explicarle su situación, aunque le gustaba el trabajo no podía trabajar dos o tres veces al mes. No era rentable para él.

“Mi jefe dijo que no me preocupara y entonces empecé a trabajar de noche todos los días en la empresa CVF, que se encarga de hacer mantenimiento a tuberías de gas (normalmente a cadenas de comida rápida) y ganaba 80 soles por noche”.

Para ese entonces César cobraba entre 280 soles a 400 soles de manera quincenal (entre 81 dólares a 120 dólares). Para septiembre de 2018, empezó a trabajar alternando entre una semana de noche y una semana de día. 

Al tiempo el jefe le propuso cambiar de área con la condición de buscar a alguien que supliera su puesto como conductor y así lo hizo. La alegría duró poco. La persona que César consiguió tuvo un accidente en el carro de la empresa y él volvió a su antiguo puesto.

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“Para noviembre de 2018 empecé a ganar 1.200 soles y duré como seis meses con ese sueldo trabajando de noche, después me hicieron un aumento a 1.500 soles (unos 450 dólares)”, indicó.

Un vaivén laboral en Perú

Al cabo de un tiempo volvió a trabajar de día y aunque ganaba menos dinero, le aseguraron que la carga laboral sería menor, pero no fue así. Tenía que trabajar mucho más por menos dinero.

“Duraba prácticamente 10 horas manejando y había días que salía hasta las 9:00 pm cuando mi horario era hasta las 6:00 pm y no me reconocían nada. Me estaban explotando”, dijo César.

En enero de 2019 su jefe le ofreció salir de vacaciones 15 días y él aceptó, porque así podría descansar un poco. A las dos semanas, César se reincorporó a su trabajo y, para su sorpresa, le informaron que no le pagarían las vacaciones.

“No me dijeron eso antes, sino hasta que me reincorporé al trabajo. Estaba molesto, triste, de todo, pero como no tenía a donde ir, me tocó quedarme”.

En marzo de 2020 empezó la pandemia y su jefe le pagó tres quincenas a la mitad para que solventaran mientras todo volvía a la normalidad. César asegura que ese dinero lo ayudó mucho, pues estaban encerrados y sin poder trabajar.

A mediados de junio se reactivó la empresa donde él trabajaba y su jefe le ofreció un contrato laboral con la condición de descontarle un 13% “por ser extranjero”.

Poco a poco su situación económica mejoró. En septiembre del año pasado comenzó a ganar 2.000 soles mensuales (aproximadamente 600 dólares) porque lo reubicaron.

Tengo la ventaja de que me buscan y me llevan, es mucho mejor, estoy más cómodo económica y mentalmente. Sigue siendo agotador, pero es mejor que estar en el almacén, puedo ayudar a mi familia y eso me tranquiliza”, puntualizó.

La empresa le ofreció hacer un curso para certificarse en el área en que trabaja y él aceptó. En noviembre inició su formación y a inicios de marzo aprobó el examen final.

“Ahora soy técnico certificado en instalaciones de gas de nivel 1 y puedo aspirar a ganar un poco más porque me pueden ascender de categoría”.

Por un lado César está feliz de que su situación económica haya mejorado notablemente en los últimos meses y por otro, quisiera emprender en algo que le permita ser su propio jefe pero, por ahora, no lo considera viable y prefiere esperar un poco más.

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