• Sin ya tantos militares, pero con una paulatina reactivación de sus actividades comerciales, los habitantes de la población aragüeña intentan recuperar la normalidad en sus vidas. Sin embargo, las cicatrices de los edificios demolidos les recuerdan que nada volverá a ser igual. Fotos: José Daniel Ramos

Al llegar a la población de Las Tejerías, en el estado Aragua, ya se puede ver de nuevo el asfalto en la vía. Semanas atrás, el lodo cubría todo: las calles, las casas, las botas de los soldados y rescatistas que corrían de un lado a otro para sacar personas de los escombros. El deslave ocurrido en el cauce de la quebrada Los Patos, un afluente del río Tuy, tomó por sorpresa a las personas que jamás habían visto tanta agua y tierra venir sobre ellos como un tsunami.

La lluvia que cayó la tarde del 8 de octubre de 2022 parecía ser como la de los días anteriores. El paso de varias ondas tropicales consecutivas en las últimas semanas ya había provocado un par de alertas por el desbordamiento de la quebrada, pero nada anticipó la verdadera magnitud de la tragedia. Los testigos dicen que a las 5:00 pm, la lluvia arreció y, de pronto, una avalancha de agua y sedimentos bajó de la montaña arrasando con las viviendas a su paso. 

Recorrido a un mes del deslave de Las Tejerías El Diario Jose Daniel Ramos
Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

Aunque el último reporte oficial indica que el deslave dejó 54 muertos y ocho desaparecidos, entre rumores, los habitantes hablan de más de 100. Por su parte, organizaciones como Cáritas Venezuela calculan más de 750 casas destruidas, más otras cientas con daños parciales o declaradas de alto riesgo. La situación llevó al régimen de Nicolás Maduro a declarar la población como zona de catástrofe. En pocos días, cientos de contingentes de diferentes cuerpos militares y policiales se desplegaron allí, además de bomberos y funcionarios de Protección Civil provenientes de varios estados. Su misión: recuperar del lodo los restos de edificios y vidas que arrastró el río.

Calles despejadas

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Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

30 días después, una de las cosas más notables al volver a Las Tejerías es la ausencia de militares. Aún se ven algunas cuadrillas de overol verde oliva y cascos rojos caminando y cavando, pero nada comparado con la estampa de los primeros días, cuando el pueblo parecía más una zona de guerra que de desastre, entre pelotones de soldados armados, convoyes y tiendas de campaña. La plaza Bolívar, en el casco central, todavía sigue siendo el principal puesto de comando de los funcionarios, pero ahora sus carpas de lona han sido reemplazadas por módulos de fibra de carbono, con bebederos donados por la Organización de Naciones Unidas (ONU). 

Otro cambio significativo se nota con solo entrar a la población, capital del municipio Santos Michelena. Aunque las cuadrillas de limpieza tardaron cuatro días en despejar la carretera Panamericana, hace apenas una semana fue que se restableció la libre circulación de vehículos. En una parada, el colector de un autobús anuncia como un mantra a gritos que van para La Victoria, la ciudad más cercana, a 21 kilómetros de allí. En el mirador de Guayas siguen las alcabalas, pero sus funcionarios apenas si dan una mirada rápida a los vehículos que pasan a su lado. 

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Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

Precisamente una de las mayores críticas de los habitantes y varias organizaciones durante la emergencia fue la intransigencia de los militares, y su orden de impedir el paso de personal no autorizado. Bajo ese régimen, abundaron en su momento las denuncias de envíos de ayuda humanitaria retenidos en las alcabalas. Incluso de bomberos y rescatistas obligados a caminar más de 2,5 kilómetros al no permitirles pasar con sus vehículos.

Volver a la normalidad

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Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

Frente a una frutería, una pizarra tiene inscrito en tiza “Volvimos. (Las) Tejerías renacerá”. Jampier, uno de los trabajadores, afirma que apenas abrieron el 4 de noviembre, luego de tres semanas de limpiar todo el barro que cubrió el local y reponer la mercancía perdida. Ahora, con vegetales traídos desde Valencia, Carabobo, se muestra optimista. Como la mayoría de los comerciantes de la zona, toca seguir adelante.

Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

El casco central de Las Tejerías fue una de las pocas zonas que no resultaron afectadas por el deslave. Alrededor de la plaza Bolívar, el sol brilla fuerte sobre los paraguas de los puestos que, en cada esquina, venden huevos, paquetes de refrescos y hasta manzanas. En los primeros días, ante la contingencia, el comercio quedó paralizado, incluso en las partes no afectadas. Sin embargo, al cabo de cinco días se restableció la electricidad, y paulatinamente otros servicios como la telefonía y el Internet les han permitido reabrir. Panaderías, ferreterías, licorerías y ventas de empanadas. Al menos en ese fragmento del pueblo parece haber regresado a su cotidianidad. 

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Solo los remanentes del comando militar recuerdan que la situación todavía no es del todo normal. Apenas una cuadra más abajo, frente a la frutería de la pizarra, se abre un gran terreno baldío entre los edificios. Ese sector, llamado La Hoyada, era parte del epicentro comercial del casco, y fue arrasado por el deslave. Allí quedaba un reconocido restaurante, más otras tres casas que fueron demolidas por los daños irreparables. A su alrededor, un local vacío solo denota que fue una barbería por los colores blanco, rojo y azul de su fachada. Otro letrero que dice Materiales Rodríguez recuerda que había allí un almacén. Aún luego de 30 días de faena y el apoyo de una excavadora, los trabajadores siguen sacando lodo del edificio.

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Lucía Pereira tiene 43 años viviendo en Las Tejerías. Desde su apartamento frente a la plaza vio cómo el agua se tragó a los comercios de La Hoyada que solía frecuentar. Cuenta que sus problemas de hipertensión casi se complicaron por el nerviosismo cuando vio las antenas de telecomunicaciones de la zona colapsar, seguido por la oscuridad de un apagón. Aclara que en todas sus décadas residiendo allí jamás había visto algo parecido. Aunque la plaza Bolívar no fue afectada, el agua ciertamente llegó cerca.

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Que su casa quede cerca del comando central de operaciones tuvo para Pereira sus ventajas. En pocos días todos los servicios públicos fueron restablecidos, e incluso técnicos de CANTV instalaron una red de fibra óptica en su edificio. Aunque, eso sí, acota que solo les dieron los nuevos módems sin restituir del todo la conexión a Internet, lo que afecta el trabajo de su hija, quien es docente universitaria. Justo en la planta baja de su edificio, recientemente abrió un negocio bastante ecléctico. Afuera hay una venta de manzanas, seguido por un mostrador con diferentes dulces y panes; y adentro, se apilan cajas de hortalizas. Lilia González es la propietaria, y dice que se asoció con otros comerciantes que perdieron sus emprendimientos en la tragedia para establecerse en ese local alquilado con sus ahorros.

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Alquiló el lugar luego de que los sedimentos tapiaron su puesto de vegetales en el mercado municipal de Los Cachos. Ubicado justo al lado de la quebrada, fue uno de los más afectados por el deslave. De hecho, varias personas que se encontraban allí, entre comerciantes y vecinos que pasaban la tarde quedaron sepultados, siendo recuperados casi una decena de cuerpos en los días siguientes. Al igual que La Hoyada, fue demolido y ahora es una llanura que jamás volverá a ser lo que era.

Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

González dice que el mercado no será reconstruido. Sus 22 arrendatarios esperan reunirse pronto con las autoridades municipales para definir el nuevo lugar al que serán reubicados. Desde el día de la tragedia, asegura que no ha vuelto a Los Cachos por nostalgia y no cree que se mude al espacio que les asignen. Como otros comerciantes desplazados, encontró en la seguridad y comodidad del centro el terreno para empezar de nuevo.

Los Palmares

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Duarte Da Silva mira su celular sentado en una de las mesas de madera de su restaurante. Su figura parece envuelta en la oscuridad del local. Detrás de él, el letrero de la barra muestra un catálogo de hamburguesas, parrillas y batidos de todos los sabores. Pero más allá no hay nada. Solo un poderoso olor a humedad y todos los equipos de la cocina amontonados en las paredes, donde se ve trazada la línea de hasta dónde llegó el fango.

Durante 54 años el ciudadano de origen portugués administró Los Palmares, que hasta el día del deslave funcionó como hotel, bar y restaurante. Da Silva no duda en reconocer que una gran parte del pueblo se levantó en torno a su negocio, que por décadas albergó toda clase de fiestas y eventos, desde matrimonios hasta quince años. Adentro, la zona donde quedaban las mesas y el bar luce más intacta. Carátulas de discos de vinilos y placas de reconocimiento de diferentes promociones de los colegios locales para Da Silva dan testimonio de la trayectoria que tuvo.

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Pero el edificio está ubicado justo al lado de la quebrada, y fue donde desembocó toda la ola que bajó desde las calles de El Beisbol. Relata que al inundarse el local, se abrió paso nadando entre el lodo hacia los sótanos, donde estaban las habitaciones. Intentó llegar hasta el cuarto donde vivía con su esposa, Inés, quien no pudo escapar al estar en silla de ruedas. Por más de 20 minutos sus empleados y él lucharon por rescatarla, pero no lo lograron. Su cuerpo fue uno de los primeros recuperados por los bomberos al día siguiente.

El comerciante, de 80 años de edad, se quiebra al pensar en qué hará ahora. Dice que todavía no ha podido superar la pérdida de su esposa y todo por lo que trabajaron por más de cinco décadas. Aunque afirma que el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López lo visitó y le prometió un crédito para reparar los daños, considera que a su edad resulta una tarea imposible. Aunque no descarta vender el restaurante, con un suspiro de resignación ve la tenue luz que se filtra por las ventanas y dice: “Tengo que hacerle frente a esto. No me queda de otra”.

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Calles de polvo

Subiendo por la calle Pinto Salinas del barrio El Beisbol, todavía se ve en algunas casas la marca de hasta dónde llegó el agua. Como en un juego de la ruleta rusa, también se ve cómo, mientras algunas casas lograron salir medianamente intactas del deslave, otras quedaron completamente en ruinas. A lo lejos, en el callejón Victoria con Negro Primero, ocho viviendas fueron demolidas tras presentar daños totales. “¿Cómo sigue el señor que trabajaba aquí?”, pregunta un motorizado a un hombre que lava un casco frente a un taller derruido. “Sigue hospitalizado en Maracay”, le responde, encogiéndose de hombros.

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Una de las vecinas a la que le tocó perder todo en el azar de la tragedia fue Elisa Moreno. Señala un espacio vacío que bien podría ser una calle de acceso a las ruinas a la orilla del río. Sin embargo, asegura que allí estaba su casa. Efectivamente, un trozo de pared con un medidor de voltaje y la inscripción Casa N° 30 le dan la razón. Relata que si bien no estaba aquella tarde, su sobrina de 13 años de edad se salvó del deslave al saltar a la terraza del segundo piso de una casa cercana. Cuando Moreno llegó, de su hogar solo quedaba en pie el porche, parte de la sala y un baño. Días después las cuadrillas de limpieza derribaron lo restante.

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Desde entonces, Elisa y su familia se hospedan en un refugio solidario. Con ese nombre llaman a las casas del propio barrio cuyos dueños dan alojamiento a vecinos y conocidos damnificados. De hecho, más que en los albergues de Maracay y La Victoria a los que muchos fueron trasladados en los primeros días, es bajo esta forma de hospitalidad comunitaria que han podido sobrellevar la pérdida. 

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A lo largo de la calle de Elisa, en las puertas de cada casa se ven papeles con nombres, cédulas y otros datos de sus residentes. Una vecina explica que es una manera de que los voluntarios de instituciones gubernamentales u otras organizaciones que pasan haciendo censos y listas para donativos puedan registrarlos cuando no están en casa.

Aunque varios han intentado retomar sus rutinas y trabajos, muchos aún dependen de las bolsas de comida del Estado al no tener dinero para hacer mercado. En ese aspecto, reconoce que diariamente suelen recibir diferentes ayudas, e incluso cuentan con comedores populares donde se sirve comidas tres veces al día. Agrega que cuando no toca a su puerta alguna dependencia gubernamental, viene de cualquier iglesia, ONG o fundación. Justo mientras lo dice, una pick-up se detiene a su lado. Un grupo de personas con camisas de la Misión en Amor Mayor comienza a repartir arepas casa por casa.

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Con su arepa en la mano, otra vecina admite que, si bien la atención social ha sido constante, todavía falta mucho por hacer en la calle. El 10 de octubre de 2022, Nicolás Maduro caminó por la calle Pinto Salinas y prometió no solo recuperar El Beisbol, sino dejarlo mejor a como estaba antes de la avalancha. Delegó la tarea en el general de División Ángel Sulbarán, quien en los días posteriores desplegó cientos de obreros para despejar las vías y remover los destrozos. Desde entonces, aunque ya no hay lodo, una capa de polvo café aún recubre la calle, con el paso de cada moto levantan nubes que terminan en los pulmones de los residentes. Con sarcasmo, comenta que quizás hace falta otro recorrido de Maduro para que los camiones que descargan agua para limpiar la carretera Panamericana hagan lo mismo en su calle.

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De igual modo, la vecina asegura que, en teoría, el servicio de agua potable fue restablecido hace días, pero igual dependen de las cisternas pues todas las tuberías siguen obstruidas. Asevera que esperaban una reunión con Sulbarán y el ministro de Obras Públicas, Raúl Paredes, pero nunca llegaron. Al parecer, dice otra mujer, sería reprogramada para el 8 de noviembre. “Sabemos que hay emergencias en otros estados, pero queremos que venga alguien a decirnos si nuestras casas aún son habitables. Tenemos miedo de volver y que llueva de nuevo”, declara, agitando la arepa en su mano.

Tierra de nadie

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La visita de Maduro, y de la mayoría de los altos funcionarios que vinieron después, ignoró uno de los puntos más importantes de Las Tejerías, el que podría considerarse como la zona cero del desastre. A lo largo de la calle El Matadero, la quebrada reclamó su espacio sobre lo que antes eran casas. De un delgado hilo de agua turbia alimentado por los desagües de las casas, ahora corre libremente, como probablemente lo hacía varias décadas atrás.

Tras el deslave, en el sector de Barrio Bolívar se abrió una gran explanada de la que solo sobrevivieron las casas que estaban más cercanas a la colina. Ahora, el río parece embaulado por dos grandes montículos de tierra en cada una de sus orillas. Aún tienen frescas las huellas de las excavadoras y maquinaria pesada usadas para retirar toda esa capa de rocas, sedimentos y restos de casas. Al fondo, se ve en las montañas las marcas de los deslizamientos que se acumularon en la quebrada y provocaron el deslave. Son costras marrones que, desde arriba, recuerdan a los sobrevivientes el poder implacable de la naturaleza.

Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

Si bien las autoridades intervinieron para despejar el cauce, el resto del Barrio Bolívar sigue como en el primer día. Un hombre excava en el patio de una casa que todavía luce tapiada. A pesar de que aún hay pequeños taludes que salen de su puerta y ventanas, sobre el marco de la entrada luce como trofeos varias estatuillas de vírgenes y santos recuperados de su interior, sucios por el lodo. Como en el resto de casas, ha sido la propia comunidad la que, con picos y palas, han tenido que ir limpiando sus propios hogares. 

Al lado, una mujer también está en su patio lavando con un tobo varias sillas de madera. Dos casas a la derecha, una reja torcida y una montaña de lodo aún cubren la entrada de otra vivienda de dos pisos. “Los dueños de esa casa piensan irse. Le agarraron miedo a la quebrada”, comenta un hombre sentado sobre un tronco caído. A diferencia de ellos, él no tiene intenciones de mudarse. “Yo no cambio esta tranquilidad por nada. Esto es un paraíso. Dudo que el río vuelva a crecer así de nuevo”, apunta.

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“El Barrio Libertador es territorio de Jesucristo”, señala un letrero atado a un poste. Es uno de los últimos vestigios de la iglesia evangélica Los Guerreros de Dios, la cual se convirtió en una de las anécdotas más conocidas de la Tragedia de Las Tejerías. Aunque el número difiere dependiendo de la versión, se estima que 20 de sus miembros estaban reunidos para orar cuando el deslave destruyó el recinto. 15 de ellos, incluido el pastor Jorge Cartaya y su familia, murieron arrastrados por la corriente. Su casa e iglesia son ahora una de las muchas ruinas dispersas por el camino.

Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

Entrar al Barrio Libertador es como adentrarse en un pueblo fantasma. De los restos de paredes y salones se ven cascarones vacíos, semienterrados. Y en las viviendas que quedaron en pie, parece haberse perdido ya el brillo que diferencia un cajón de ladrillos o zinc de un hogar. Con un pico, Carlos Díaz ya ha logrado desenterrar su carro, la única posesión material que le queda. Reconoce que quizás sea irreparable, pero se aferra a la fe. 

De acuerdo con la jefa de la comunidad, Naileth Aquino, en ese sector 54 casas quedaron destruidas, mientras otras 35 fueron desalojadas por ser de alto riesgo. Señala que luego de la tragedia, las autoridades declararon al Barrio Libertador como una zona inhabitable, por lo que todos serán reubicados. De hecho, la entrada del sector ya quedó aislada del Barrio Bolívar por los montículos del cauce despejado, quizás como una forma de marcar el punto de inicio de una nueva tierra de nadie. La dirigente comunal dice que una vez que el último vecino se vaya, las ruinas de lo que alguna vez fue su comunidad desaparecerán del mapa, absorbidas por la vegetación.

Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

Al igual que en El Beisbol, todos esperan para esa tarde la reunión con las autoridades ministeriales, solo que en su caso, es para saber qué pasará con ellos ahora. En un principio, figuras como la vicepresidenta Delcy Rodríguez indicaron que los damnificados serán asignados a complejos de la Misión Vivienda en estados como Lara, Falcón y Cojedes. El 29 de octubre, el diputado de la Asamblea Nacional afín al oficialismo, José Gregorio Vielma Mora, anunció que 21 familias de Las Tejerías habían sido reubicados en un urbanismo en el municipio Mariño de Nueva Esparta, al oriente del país. Aunque los residentes de El Beisbol y Libertados ya fueron censados, todavía desconocen cuándo serán reubicados ni el lugar donde deberán iniciar su nueva vida.

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El sol parece volver a brillar para los habitantes de Las Tejerías. Poco a poco, la vitalidad del pueblo se recupera como un fénix renacido del lodo en vez de las cenizas. Sin embargo, en los vacíos de los lugares donde alguna vez hubo casas seguirá la marca de que la palabra normalidad no volverá a tener para ellos el mismo significado. Sobre todo en cada tarde lluviosa, cuando sus ojos se tornen expectantes al cerro.

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