• El productor declaró en entrevista para El Diario que si bien les sorprende que la película dirigida por Diego Vicentini no fuera censurada por el régimen de Nicolás Maduro, están felices con la acogida que tuvo del público y el debate que ha generado. También descarta que, pese a su historia, tenga un mensaje pesimista

Al terminar cada función de la película venezolana Simón, hay dos reacciones posibles del público en las salas de cine. En varias funciones se ha visto a los espectadores aplaudir apenas aparecen los créditos, e incluso gritar consignas políticas; en otras, reina un silencio reflexivo, como un luto por los recuerdos revividos durante su poco más de hora y media de duración. 

En ambos casos, la cinta dirigida por Diego Vicentini se ha convertido en tema de conversación en las redes sociales desde su estreno en cines el 7 de septiembre. Narra la historia de un joven que fue preso político y evoca desde su exilio en Miami (EE UU) los traumas de las torturas sufridas en un calabozo clandestino del régimen de Nicolás Maduro, y la frustración por sentir que su lucha durante el estallido social de 2017 resultó en vano. Por parte de la audiencia, se debaten múltiples interpretaciones sobre su mensaje y su valor como registro de una época turbulenta de la historia reciente.

De hecho, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos, institución que anualmente organiza los Premios Oscar, notificó a Vicentini el 25 de septiembre que el guion de Simón será incluido en la colección permanente de su biblioteca. 

Para Marcel Rasquin, uno de los productores de Simón, ver este proyecto materializado y exhibiéndose en salas de cine de Venezuela y otros países fue un verdadero milagro. No solo por las complicaciones rodar sin contar con recursos suficientes, dependiendo muchas veces de la amabilidad de sus colaboradores, sino también por eludir contra todo pronóstico un potencial veto de los órganos censores del régimen de Maduro.

“Me parece todavía milagroso, y siento que Simón está protegida por todos esos chamos caídos y olvidados a los cuales la película está dedicada, como que nos han cuidado”, cuenta en entrevista para El Diario.

Contra el viento

La reinvención de Marcel Rasquin
Foto: Cortesía

Al ser una historia en la que se habla directamente sobre las denuncias de presos políticos y violaciones de derechos humanos cometidas por el Estado venezolano desde 2014, Rasquin reconoce que no se imaginaba que Simón se pudiera estrenar en las salas de cine comercial del país. Aunque decidieron continuar igual con las gestiones para su distribución en Venezuela, logrando una respuesta afirmativa.

“No digo que jamás hubiéramos imaginado que la película se iba a ver en Venezuela, porque soñábamos con que pudiera estrenarse, pero teníamos serias dudas. Pero en vez de cerrarnos nosotros mismos la puerta, hicimos el trámite para ver si era posible estrenar en Venezuela, y contra todo pronóstico, fuimos lidiando con todas las trabas, toda la burocracia, y finalmente sí la pudimos estrenar”, explica.

En julio de 2023, Simón participó en el Festival de Cine Venezolano, donde se alzó como la gran ganadora de esa edición. Conquistó seis categorías, entre ellas las de Mejor Película, Mejor Guion y Mejor Director. Sin embargo, el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) la omitió en sus redes sociales al publicar la lista de ganadoras. Simplemente hizo como si no existiera. 

Censura

Marcel Rasquin: “Simón no es un grito de guerra, Simón es un abrazo”
Diego Vicentini, director de Simón. Foto: Cortesía

Sin embargo, el temor siguió presente. A dos días de su primera proyección, un abogado afín al oficialismo solicitó al Ministerio Público prohibir la cinta por tener “un discurso cinematográfico explícitamente violento y amenazante”. La demanda no tuvo respuesta de la Fiscalía, y la película siguió proyectándose en las semanas siguientes. Para el productor, todavía es un misterio las razones que llevaron a las autoridades a actuar contra la cinta como ocurrió en 2019 con Infección, de Flavio Pedota.

“No tenemos idea de por qué una película como Simón dejaron que se pasara en Venezuela en estos momentos. Si fue que se les fue un error o si están deliberadamente ignorándola para no hacerle bulla, porque saben que las películas venezolanas pasan dos semanas en cartelera, salen y ya está, no pasa nada. Sea lo que sea la apuesta, yo honestamente lo agradezco, porque nuestro sueño era que la película fuera vista. Es un regalo para la película y para los venezolanos”, expresa.

Marcel Rasquin: “Simón no es un grito de guerra, Simón es un abrazo”
Foto: Cortesía

***

—¿No temen que pudiera haber en el futuro represalias hacia ustedes, o hacia los actores? Quizás el no ser llamados a más en proyectos que tengan que ver con Venezuela, como un veto de la industria.

—Eso no tenemos forma de saberlo, creo que no está en nuestras manos. Ese riesgo lo medimos y la decisión la tomamos todos hace ya mucho tiempo. Ya sea lo que sea que venga para cualquiera de nosotros, bueno o malo, por haber hecho Simón, pues será consecuencia de esa decisión. De decir quiero ayudar a contar esta historia, yo necesito ayudar a Diego a que esta película vea la luz y que la gente la comparta.

Y ojo, pase lo que pase, jamás me voy a arrepentir, y creo que es un sentir generalizado en todo el equipo de Simón. Nuestro chat está más activo que nunca estos días, el sentir de orgullo y de sentido de pertenencia, de que todos trabajamos duro para que fuera una realidad, eso se va a quedar con nosotros por siempre.

Cuesta arriba

Marcel Rasquin: “Simón no es un grito de guerra, Simón es un abrazo”
Vicentini (sueter gris) durante el rodaje de Simón. Foto: Cortesía

Simón nació en 2018 como un cortometraje escrito y dirigido por Vicentini tras egresar de su maestría en dirección en la Escuela de Cine de Nueva York. Luego de su proyección en varias ciudades con una gran acogida por parte de la crítica y de la diáspora venezolana, el cineasta decidió aventurarse a convertirla en un largometraje. Fue en ese momento cuando entró en contacto con Rasquin y con Jorge González, quienes se convirtieron en sus productores.

Rasquin ya había sido antes productor en cintas como La noche de las dos lunas (2008), de Miguel Ferrari; o Punto de quiebre (2015), de Ericson Core. Relata que al conocer el proyecto decidió ayudar a Vicentini, de la misma forma en que, en su juventud, recibió también el apoyo para hacer su ópera prima Hermano (2010), considerada por la crítica como una de las películas más destacadas del cine venezolano contemporáneo. 

“Diego se sentó conmigo y nos tomamos un café en Los Ángeles. De repente yo me vi en sus zapatos, mientras él me contaba su idea. Hace pocos años había estado en ese exacto lugar con un amigo productor, contándole una historia de unos hermanos que jugaban fútbol en un barrio. Sentí que el universo me había puesto en ese lugar a mí ahora, de poder decirle a Diego no sé cómo vamos a hacer, pero te voy a acompañar y vamos a hacer tu primera película”, narra.

El también cineasta recuerda que el proceso de producción de Simón resultó toda una odisea. Sabiendo que por su premisa no recibiría el apoyo de entes venezolanos, decidieron financiarse de forma totalmente privada. Agrega que si bien González hizo grandes esfuerzos para conseguir capital, todavía no era suficiente. “Era una minucia en comparación con lo que se hace una película de bajo presupuesto. Es decir, nuestra película es de ultra low budget”, acota.

Fueron precisamente los contactos de ambos productores y del propio Vicentini, quienes lograron que la película se mantuviera a flote. Rasquin destaca el apoyo de amigos en Miami que prestaron locaciones como oficinas, casas y locales. Incluso un depósito en el que de verdad opera una organización encargada de repartir donaciones a migrantes venezolanos en situación vulnerable. “Simón es como un milagro, ha estado bendecido desde el principio, y lo corroboro todos los días”, reitera el productor.

La voz de una generación

Marcel Rasquin: “Simón no es un grito de guerra, Simón es un abrazo”
Foto: Cortesía

Para Rasquin, Simón es la forma en la que Vicentini expresa todo lo que sintió como parte de esa generación de jóvenes que entre 2014 y 2017 participó en las protestas ciudadanas contra el régimen de Nicolás Maduro. Un proceso lleno de episodios de represión y violencia que, de acuerdo a organizaciones como Provea y el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, dejaron un saldo de más de 250 muertos. También 15.804 detenciones por razones políticas, en cifras del Foro Penal.

“Hay una cosa como de culpa en Diego. Él pertenece, por su edad, a la generación que salió en el 2014, en el 2017, pero él no estaba en Venezuela. Estaba viviendo eso a distancia, porque estaba estudiando en la escuela de cine. Eso lo tenía muy removido, angustiado, y con una pregunta enorme: ¿qué puedo hacer yo desde acá? Y bueno, decidió primero hacer el cortometraje de Simón”, indica Rasquin.

Por eso mismo, considera que la clave de la película es servir como homenaje a toda una generación que salió a las calles, luchó y se sacrificó por un futuro mejor. “Más allá de los horrores y las arbitrariedades de un gobierno autoritario, muestra también cómo el país entero le entregó a una generación de estudiantes y de jóvenes una responsabilidad demasiado grande”, resalta.

Pero la cinta no habla solo de aquellos manifestantes del 2014 y 2017. Puede remontarse incluso más atrás, a otras generaciones como la del movimiento estudiantil de 2008, o las protestas de 2002. De allí que destaque la acogida que ha tenido la cinta en las redes sociales por audiencias de todas las edades, pero sobre todo de aquella que vivieron esos acontecimientos en carne propia.

“Es una invitación a que se abra precisamente esa conversación de qué es lo que le corresponde a la juventud hacer. A la juventud le corresponde ir a la universidad, ir a rumbear, emborracharse, enamorarse, bailar, lo que sea que te gusta hacer como joven. Y que una generación entera se haya visto con la responsabilidad de salir a la calle a luchar por el país es al mismo tiempo tan lindo y tan terrorífico”, reflexiona. 

Un abrazo

Marcel Rasquin: “Simón no es un grito de guerra, Simón es un abrazo”
Escena de la película Simón. Foto: Cortesía

En redes sociales se ha mencionado a Simón como una película difícil de procesar emocionalmente. Una herida abierta que evoca un momento histórico, casi traumático, que todavía es tratada de asimilar por el país. Sobre todo cuando instancias como la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y la Corte Penal Internacional investigan muchos de los crímenes de lesa humanidad que se ven recreados en la cinta.

Muchas veces, el silencio y la sensación pesada que impregna las salas de cine al terminar la cinta, se puede asumir como una resignación colectiva. Una prueba de lo que es capaz de hacer el régimen de Maduro, y su victoria al permanecer en el poder, mientras el héroe de la historia termina exiliado en un país lejano. Sin embargo, Rasquin no cree que la película tenga un mensaje pesimista ni derrotero. 

Apunta a que, al ser el registro de un momento de la historia del que aún no se sabe su desenlace, todavía no se sabe cuál será el destino final de ese protagonista en el destierro. Y lejos de tener un discurso violento o amenazante, Rasquin cree que la película es un llamado a reflexionar sobre el papel que tuvo la sociedad venezolana en la lucha por su democracia y la responsabilidad que cada individuo tiene al encarar una causa tan grande y compleja.

Simón es un viaje de perdón a nosotros mismos y lo que pasa al final está también deliberadamente abierto, porque es una invitación a conversar lo que nos ha pasado. Simón jamás ha pretendido enarbolar la bandera de salir a la calle otra vez. No es un molotov o una tanqueta, no. Simón no es un grito de guerra, Simón es un abrazo”, enfatiza.

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