• Estudió cocina en Centroamérica y años más tarde decidió probar suerte en Europa. Sus habilidades culinarias lo llevaron a aceptar un cargo de chef de una cadena hotelera de lujo en Hungría, en donde el idioma local le es completamente ajeno, pero se comunica a través de los platos que prepara; sirviendo sabores venezolanos en las mesas húngaras

La migración venezolana a Hungría no es del todo extraña. Desde el año 2018 el primer ministro, Viktor Orbán, aprobó un plan para facilitar la entrada de ciudadanos de nacionalidad venezolana con ascendencia húngara. Esta política beneficia directamente a hijos y nietos de húngaros que llegaron a Venezuela huyendo de su país, principalmente tras la Segunda Guerra Mundial.

La Organización Mundial de Turismo (OMT) señaló que Hungría recibe más de 22 millones de viajeros al año. De ellos, se estima que —desde 2019— un aproximado de 300 mil turistas son españoles, razón por la cual, hablar español pudiese representar una ventaja laboral para los migrantes que se desarrollan en el campo de la hostelería. 

De pelar papas a convertirse en chef ejecutivo de un hotel de lujo en Budapest 

Arturo Carpico es uno de los miles de venezolanos que salieron de  Venezuela en 2015 buscando un mejor futuro en el exterior. Emigrar fue una idea que llegó cuando se graduó de bachiller y decidió estudiar cocina en Costa Rica.  Al culminar sus estudios en Centroamérica, pensó en volver a casa de sus padres en el estado Carabobo, pero su familia lo alentó a que desistiera de retornar y que intentara en otras latitudes. Decidió entonces volver a mudarse de país, esta vez a España, atraído por la gastronomía y las nuevas tendencias culinarias de la hostelería. 

Para este joven venezolano sus inicios en los fogones europeos pueden resumirse en una carrera que empezó pelando papas y que finalmente lo catapultó como chef ejecutivo.  “Creo que a todos nos pasa, salimos de la academia pensando que ya somos chef y pisamos la cocina pelando verduras. Ese fue mi caso, llego en 2018 recién graduado y aquí en España era un pela papas más. Aprendí a impulsarme de mis frustraciones, y a reconocer oportunidades de aprendizaje. Pelé papas y cebollas por al menos cuatro meses, para que finalmente me pasaran a cocinero, con una carga de trabajo enorme, sacando cientos de comandas por día durante la pandemia, y de ahí, a los meses, me presentan la propuesta venir a trabajar a Hungría”, comenta el ahora chef del Áurea Ana Palace Hotel en Budapest en entrevista para El Diario.

Carpico es de esos jóvenes que, de niño,  no pensó que tendría que dejar atrás su Venezuela. Aunque descendiente de abuelos italianos, su familia tenía un arraigo en el estado Carabobo, donde sus padres hicieron una vida en una Venezuela distinta a la crisis que vive el país desde hace más de dos décadas. De sus abuelas heredó el cariño por la cocina, recetas y sazón que ahora son parte del lenguaje que le permiten expresarse y labrarse un camino en Hungría, país al que llegó en 2021. 

Una cocina en Budapest donde se sirve raspado de parchita y patacón 

Europa central no es un destino convencional para la migración venezolana, que tiene más nexos culturales con la península Ibérica. De ahí a que el chef Arturo Carpico no pensara en Hungría como un sitio para vivir. 

“Un día cojo el teléfono y era una llamada de la oficina central de la cadena de hotelería para la que trabajaba en España. Me dicen que tienen dos hoteles por abrir: uno de lujo, para abrir en dos semanas, y uno ejecutivo que abriría en seis meses. Solo había un detalle, y es que la vacante era en Hungría, y yo jamás me había planteado venir para acá, pero es que ni a venir de vacaciones”, recuerda el chef, quien ahora tiene año y medio residiendo en Budapest, llevando las riendas de las cocinas de la cadena hotelera Eurostars en Hungría. 

La cocina ha sido el refugio para Carpico en su nuevo país y lo ha logrado a través de lo que aprendió en casa con sus abuelas: mezclar la gastronomía europea con ingredientes tropicales. Por eso define su cocina como casera, pero que asume riesgos en un país muy arraigado con su cultura culinaria. Explica que ha aprendido a trabajar con la paprika, un polvo elaborado a base de pimientos rojos locales, que es el ingrediente principal de las recetas tradicionales de la zona. Además de agarrarle el punto la sopa goulash, que puede considerarse como el plato típico húngaro por excelencia. 

En Pest (dividida por el río Danubio del lado de Buda) trabaja una cocina que varía cada cuatro meses con ingredientes de temporada, mientras realiza cocciones con proteínas como el pato, los mariscos y los embutidos. El chef venezolano ha logrado integrar a su menú frutas criollas venezolanas como el mango, la parchita, el coco, y el plátano. Muchos de estos sabores los presenta en sorbetes granizados, llamados en Venezuela raspados;  e incluso en una mezcla de culturas y sabores, llegó a sugerir, en su cocina en Budapest, unos patacones al estilo maracucho, pero rellenos con vieiras.  De esa forma ha podido incorporar la cocina de donde creció, con la gastronomía del país que actualmente lo alberga. 

La cocina como lenguaje internacional 

El húngaro es considerado un idioma complejo para quienes hablan español, pues lo compone un alfabeto de 45 letras, de las cuales 14 son vocales con diferentes pronunciaciones. Además, es un lenguaje local, que no se habla más allá de sus fronteras. Por estas razones los venezolanos que emigran a estos países, como República Checa y Hungría, se comunican en inglés, y en algunas ocasiones, relacionados principalmente con el turismo, también les funciona el español. En el caso de Arturo, al igual que otros cocineros, usan el lenguaje de los fogones y la mesa. 

Que los propios locales lo feliciten por su sopa goulash le da a entender que puede conectar con su entorno, incluso aunque no entienda el idioma local, tras más de 18 meses viviendo en Hungría. Sobre ese proceso de integración, como venezolano en ese país, Carpico admite de entrada que aún no ha logrado tener amistad con húngaros nativos. Su vida social se basa en los extranjeros que lo rodean, sobre todo la comunidad venezolana, migrantes latinos, y algunos españoles. 

Describe que la adaptación a Hungría y la vida en el exterior no ha sido del todo fácil para él. También le ha tocado lidiar con la lejanía de la migración y comenta con tristeza que no pudo dar el último adiós a sus abuelas fallecidas, por no poder renovar su pasaporte venezolano a tiempo. 

Ambos obstáculos, similares a los que enfrentan muchos venezolanos en el exterior, los ha superado a través de la gastronomía: honrando a sus abuela a través de las recetas que le inculcaron cuando vivía en Los Guayos (Carabobo) y contando historias a través de ingredientes y preparaciones que le permiten enganchar al comensal foráneo. Lo que comenzó como el reto de llevar las riendas de la cocina de un hotel, lo convirtió en un venezolano que lleva la batuta en la cocina de una cadena hotelera que actualmente cuenta con cuatro hoteles en Hungría. 

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