•  A Venezuela no solo han comenzado a llegar estrellas de la música. Tras cuatro años de ausencia, el periodista cubano, presentador de televisión y conferencista ha elegido a Caracas para dictar la conferencia inaugural de su nuevo y octavo libro: Fluir para no sufrir. Foto principal: CNN

La primera vez que vino a Caracas, dice, fue en 2011. Ismael Cala, el periodista cubano, presentador de televisión, conferencista y “estratega de vida y negocios”, como le gusta ser presentado, recuerda haber sido invitado para formar parte del jurado de la ceremonia de Miss Venezuela. Y más aún: haber recibido aquí por esos días una gran “hemorragia de cariños y afectos”. Así que Venezuela se convirtió durante los cuatro años siguientes en una de las paradas obligadas de su abultado itinerario de viajes profesionales.

“Venezuela me dio muchísimas cosas”, dice ahora a propósito de su regreso. Sucede que al país no solo han comenzado a aterrizar nuevamente las grandes estrellas de la música. Tras cuatro años de ausencia, Cala ha elegido precisamente al Hotel Eurobuilding para dictar la conferencia inaugural de su nuevo y octavo libro, Fluir para no sufrir (2022), que espera convertir en best seller como los siete anteriores: El poder de escuchar (2013), Un buen hijo de p… (2014), El secreto del bambú y Cala o cruz (2015), El alfabeto emocional y La vida es una piñata (2016), así como Despierta con Cala (2017).

Una conferencia “sensorial”, adelanta él, de tres horas de duración aproximadamente, en la que pretende ofrecer ejercicios simples y prácticos, además de “una meditación activa con respiración, mucho humor y muchas anécdotas” con la que pretende “no solo enseñar sino deleitar y emocionar” a los seguidores de su prédica. Porque lo que necesitamos en el mundo, subraya en esta entrevista para El Diario, son “actos de conciencia donde transmitas algo que le haga bien a los otros”. ¿Un ejemplo? Ismael Cala lo tiene en la punta de la lengua: actos como el del cantante puertorriqueño Farruko, quien días atrás decidió no cantar su tema “Pepas”, catalogado por muchos como una oda a la bebida y a las drogas, luego de su “encuentro con Dios”.

—¿Qué significa para usted regresar a Venezuela?

—La verdad es que yo tengo que decir con todo respeto y honestidad que soy profundamente latinoamericano. Sin embargo, hay un país que en mi corazón tiene un lugar muy especial, y es Venezuela. Y la razón es que el éxito del programa de CNN comenzó de una manera tan viral a través de la audiencia venezolana… Nuestros primeros grandes invitados fueron muchísimas figuras venezolanas de todas las industrias y caminos de vida: escritores, artistas, deportistas. Entonces, el tema de Venezuela le dio una relevancia desde el momento que comenzó en octubre de 2010.

Luego yo recuerdo que en 2011 fui por primera vez a Caracas y fue una hemorragia de afectos y cariños que dije: “¡Dios mío!”. A mí me conmovió, me emocionó. Y en 2016 fue mi última visita a la Cumbre del éxito en el Hotel Hesperia, en Valencia. Fui durante cuatro años seguidos a este evento de cuatro mil personas, y ahí conocí a Deepak Chopra, a John Maxwell, a Miguel Ángel Cornejo. Venezuela me dio muchísimas cosas. Es demasiado importante para mí. Y que se produzca esta ventana de oportunidades para poder llevar todas estas herramientas que me parecen muy pertinentes para el momento que estamos viviendo, me hace sentir muy bendecido.

—Han sido dos años muy difíciles. ¿Cómo ha llevado usted la pandemia de coronavirus y cuál diría que es la gran enseñanza?

—Nuestra gran enseñanza es volver a ser más humildes, en convivencia con la naturaleza. Nuestra gran enseñanza es no pensar que la naturaleza es solo proveedora de recursos naturales, sino que nosotros también somos naturaleza. Somos parte de esa gran pachamama, esa madre que nos mantiene con vida y que hace que este planeta sea un ecosistema sostenible maravilloso que hay que respetar mucho más. A mí, la verdad, me impresionó ver las ciudades vacías, ver animalitos sintiéndose con confianza de deambular por las calles, con toda serenidad, porque había mucho menos tráfico. Bajó la contaminación ambiental en todas las partes del mundo.

Entonces yo creo que una de las grandes enseñanzas de la pandemia es que nos han dado demasiados poderes a los seres humanos, y no debemos seguir usándolos para autodestruirnos y para destruir nuestra casa, que es el planeta. Usémoslos para construir una relación ganar-ganar. Hagamos una pausa para salir de tanto ruido exterior y de tantos falsos simbolismos. Para entender que la verdadera felicidad es la salud radiante, el compartir con nuestros afectos. Esa convivencia forzada hizo a muchas personas tener que buscar dentro por primera vez lo que no podía salir a buscar afuera.

Así que para mí la pandemia, aún con todas las pérdidas y las muertes que ha traído al planeta, fue un acto de ponernos en consciencia para un poquito elevar nuestra vibración como seres humanos y la vibración de este planeta. A veces uno ve lo que está sucediendo, lo que se viraliza en las redes sociales, y las letras de estas canciones que se hacen populares, como esta que, gracias a Dios, Farruko acaba de no atreverse a cantar por su encuentro con Dios… Y qué bueno que sea así, porque eso es lo que necesitamos en el mundo: actos de tomas de conciencia donde tú transmitas algo que le haga bien a otros.

—Ha bautizado su conferencia “Fluir para no sufrir”. ¿Qué quiere decir? ¿Dejarse llevar en estos tiempos de coronavirus?

—No, no, no. Al contrario, yo creo que es justamente tomar consciencia de que somos responsables de nuestros destinos, arquitectos de esa ruta de vida, aunque hay muchas circunstancias que cuando uno las niega o las resiste ofrece una fuerza bruta que multiplica la adversidad. Entonces lo que nos ha enseñado esta pandemia es que el ser humano está hecho de energía y sangre, que es fluido. Y tanto la energía como el fluido necesitan estar en constante circulación. El fluir es simplemente no quedarnos estancados en la negación, en la rabia, en la contrariedad, sino decir: “cómo me sereno”. Y desde mi fuerza extrema, yo puedo cambiar lo que no me gusta cambiar, tanto en lo interno como en lo externo.

—Ha dicho que su nueva conferencia gira sobre todo en torno a la figura del líder. Y lo llama usted “líder bambú”? ¿A qué se refiere exactamente?

—El tema del líder bambú vino de lo que se llama bioempatía o biomímesis, que se refiere a cómo uno, observando la naturaleza, puede descubrir sus leyes y cómo funcionan esas leyes y principios. El bambú, que es una planta muy venerada en oriente, y que también nosotros conocemos en occidente por sus mil y un usos,  tiene su propio liderazgo. Porque echa raíces profundas, que es lo que nosotros llamamos nuestros principios y valores. Y luego se convierte en un experto en su crecimiento exponencial, buscando la luz y buscando las alturas.

—¿En qué se parece uno a un bambú?

—Estudiando el bambú, sacamos once principios que a nosotros los seres humanos nos interesaría cultivar. Uno de esos principios es la “flexibilidad”, eso que estamos buscando los seres humanos en los otros. Cuando queremos que alguien haga equipo con nosotros, buscamos flexibilidad en su pensamiento, coeficiente de adaptabilidad a los cambios incesantes que tiene el ambiente. Otro de los principios que tiene el bambú es la “versatilidad”.

Los seres humanos a veces nos creemos “mono talentosos”, es decir, creemos que solo servimos para aquello que estudiamos formalmente, pero la vida nos demuestra que todos tenemos habilidades, hobbies, pasiones, y que podemos desarrollar no un talento sino quizás tres, cuatro o cinco, e incluso hacerlo con algún nivel de maestría. Y otro de los principios es “fuerza serena”, porque sabemos que el bambú danza con el clima, con las tempestades. Y muchas veces nosotros los seres humanos queremos ir en contra de la tempestad en vez de empezar a danzar con ella y ofrecer menos resistencia. Hemos hecho estudios acerca de once principios del líder bambú en donde se incluye conciencia y elevación, gratitud, integridad y colaboración, porque el bambú nunca está solito como una única rama o tallo. Siempre hay un bosque o un conjunto de bambús.

—Se separó usted del periodismo. De la televisión. Y más aún, de lo mediático. ¿No  extraña todo eso?

—La verdad, sí… lo extraño. Porque hacer televisión es un entrenamiento que hice durante muchos años. Hacer radio, medios masivos… lo extraño. Te soy honesto: extraño los medios. No extraño tanto el periodismo. Yo me considero un comunicador que tiene una misión: hacer un poco de contrapeso con el tema de la esencia del mundo de las noticias. Y la verdad me saturé. Me saturé de sentirme a veces como ave de mal agüero que estaba repitiendo algo que desde las 6:00 am, con el primer noticiero del día, dándole a la psiquis del ser humano. Algo que tenía que repetir a las 9:00 pm, antes de irme a la cama. Entendí que todas las habilidades por las que me he preparado durante tantos años para comunicar, tenía que hacerlas desde un nivel de integridad y no desde un nivel de seguir instalando el morbo, lo destructivo… todo eso. Lamentablemente nosotros tenemos un prejuicio a la negatividad.

En inglés se dice: “If you bleed, believe”. Es decir, “si sangra… libera el noticiero”. Lo que más sangre tenga, ese es el titular más importante de una primera plana o con lo que comienza un noticiero. Y yo la verdad sentí que no quería ser parte de eso. Si vuelvo a los medios de comunicación, siempre va a ser con una responsabilidad de crear esperanza, de crear futuro. Si me toca hablar de los hechos, es para darle oportunidad a la gente de reflexionar para que viva mejor.

Pero no quiero ser uno más que solo repite y repite y repite lo negativo, lo tóxico, lo destructivo, sin querer aportar algo que sea una alternativa de construcción, de fe y esperanza para el mundo. Y eso me hizo salir y construir unos principios con los que yo quería vivir con coherencia Sí, extraño a los medios. Y estoy en conversaciones con varias cadenas de televisión, pero siempre con el requisito de “vengo a aportar”, “vengo a ser un instrumento de luz”, un instrumento de servicio a la alta conciencia del mundo. No vengo a reportar. Quiero aportar. Es diferente.

—Hablando de liderazgo. En América Latina pareciera que no sabemos elegir muy bien a nuestros líderes. Allí está el caso de México, Perú y obviamente Venezuela.

—El tema del liderazgo sin duda comienza por nosotros mismos. A veces no sabemos elegir bien porque no sabemos lo que queremos, porque no tenemos consciencia de que lo mejor que podemos hacer es prepararnos mejor. Eso es lo máximo que podemos hacer, porque no podemos cambiar a los otros para lograr ese cambio que queremos, como decía Ghandi.

Yo hace mucho tiempo dejé de confiar en que los dirigentes son los que hacen mi destino. Y lo único que me toca hacer como ciudadano es tener independencia, autonomía y ver cómo resueno en el país donde vivo, que es Estados Unidos, y cómo elegir cada vez que me toca hacerlo. Hace mucho tiempo que me despoliticé, que dejé de pertenecer a un partido político, porque sé que eso es una forma de maniatar  en la independencia de poder valorar realmente la propuesta de una persona o un candidato, y no seguir ciegamente la ideología de un partido. Entonces, soy totalmente independiente.

—¿No le preocupa la política?

—Sí, estoy preocupado, pero no solamente por el liderazgo de América latina, sino por el del mundo. Pero siempre me cuido de estar dando opiniones acerca de liderazgos y países donde yo no vivo. A mí me ha tocado viajar como periodista y entonces le pregunto a la gente cómo vive en Venezuela, cómo ve el liderazgo del país. A los mexicanos, cómo ven el gobierno de López Obrador. A los argentinos… Yo nunca fui analista político. Siempre he sido periodista y no me considero editorialista porque no es mi expertise. Más me dedico a preguntar que a exponer opiniones de lugares donde yo no vivo. Hay gente que me pregunta acerca de Cuba y yo respondo: “Por favor, yo salí de Cuba en 1998. Obviamente salí porque no me gustaba el futuro allí, mis oportunidades allí”. Pero no puedo hablar porque no estoy allí. Puedo preguntarle a la gente. Puedo tener opiniones. Pero lo justo es que quien vive en un  país sea el que te diga. De Estados Unidos, que es donde yo vivo, te puedo decir que muchas veces piensas: “Qué decepcionante que alguien diga: ‘Soy la alternativa. Soy íntegro, soy una persona que respeta a los otros y nunca ofendería a otros seres humanos’. Y de pronto se le queda abierto el micrófono y dice acerca de un reportero de Fox: ‘Qué estúpido, es un hijo de pu…’. Ahí es donde yo digo: ‘Wow, ¿y este es el liderazgo que supuestamente te diferencia del otro?’.

Entonces en el mundo hay una crisis de conciencia en temas de liderazgo. Falta integridad. Pero la gente, gracias a las redes sociales, a los micrófonos que se quedan abiertos, detecta esas incoherencias. Lo que pido es que las nuevas generaciones entiendan que sí hacen falta políticos, pero que quieran servir y que no se sirvan del poder. En todas partes veo que se necesita educar desde la niñez. Si educamos conciencia, seremos menos egoístas, tendremos menos avaricias, y los pueblos caerán mucho menos en lo que llamamos apatía o desesperanza aprendida.

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