- La violencia armada adopta muchas formas: desde tiroteos masivos que acaparan los titulares de prensa hasta ataques diarios que reciben poca cobertura. Fotos de Barbara Davidson
Esta es una traducción hecha por El Diario de la nota The Scars of Gun Violence, Seen and Unseen: A Photo Essay, original de The Washington Post.
Deniya Irving tenía 7 años de edad cuando un hombre armado en San Luis (Estados Unidos) le disparó en la cabeza mientras ella intentaba esconderse en el asiento trasero del carro de sus padres en 2017. Se puso sobre su hermana Deaira, de 5 años de edad, para protegerla. El pistolero ya había matado a sus padres y nunca se supo el motivo.
El sargento retirado del Ejército Patrick Zeigler, quien cumplió dos años de servicio en Irak, fue una de las más de 30 personas que resultaron heridas en un tiroteo masivo en Fort Hood cerca de Killeen, Texas, en 2009. 13 personas murieron, lo que lo convirtió en el tiroteo masivo más mortífero en una base militar estadounidense. Zeigler, que ahora tiene 41 años de edad, fue condecorado con un Corazón Púrpura tras sobrevivir a la masacre.
Deserae Turner tenía 14 años de edad cuando un compañero de clase le disparó en la nuca y la dejó tirada en una zanja en Smithfield, Utah, en 2017. A sus 17 años de edad fue honrada como la reina del baile de graduación en su escuela secundaria. Hasta la fecha, Turner, quien ahora tiene 20 años de edad, se ha sometido a más de 25 cirugías.



La violencia armada en Estados Unidos es una creciente epidemia de salud pública, según informan los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC en inglés). Desde tiroteos masivos hasta ataques habituales, esta violencia adopta muchas formas. Los tiroteos masivos, a menudo llevados a cabo con rifles semiautomáticos estilo AR-15, reciben la mayor parte de la atención. En cambio, se suelen dejar de lado las muertes diarias por arma de fuego atribuibles a la violencia doméstica, el fuego cruzado de balas perdidas, los actos delictivos, las guerras de pandillas, las disputas personales y, en muchos casos, los suicidios.
Como una canadiense que vive en Los Ángeles, no puedo entender la violencia armada que hay en este país. Al comienzo de mi carrera, pasé mucho tiempo en el extranjero cubriendo las guerras en Israel, Irak y Afganistán. Puede que Estados Unidos no sea una zona de guerra, pero las historias de violencia armada aquí parecen interminables.



La lista de tiroteos continúa inevitablemente: en 2019, Candice Elease Pinky, una mujer trans, recibió cinco disparos a plena luz del día en una gasolinera de Houston. Sin embargo pudo sobrevivir. El año pasado fue el más mortífero para las personas transgénero en Estados Unidos, pues al menos 57 integrantes de esa comunidad fueron asesinados, según Human Rights Watch.
Sean Reynolds tenía 17 años de edad cuando recibió un disparo en la cadera en 2021. El hecho ocurrió en el vecindario Watts del sur de Los Ángeles. El atacante fue un adolescente de 14 años de edad que quería robarle su PlayStation 5. Este año, también en Watts, una bala perdida le atravesó la mejilla a José Portillo, 25 de edad, recorriendo hasta el borde de su cuello. Los médicos dicen que es demasiado peligroso tratar de sacar la bala de ahí. Su rostro permanece parcialmente paralizado.
“La epidemia actual de la violencia armada en Estados Unidos le dice al resto del mundo que valoramos las armas por encima de la vida humana, incluso la de los niños. Parece como si todos tuvieran un arma”, me comentó Lara Drino, directora de política y prevención de abuso infantil del fiscal de Los Ángeles. “La proliferación de armas en nuestra sociedad ha provocado que personas que alguna vez resolvieron un conflicto con palabras e incluso una discusión a golpes ahora usen armas sin pensar en las consecuencias para la víctima, la familia de la víctima y para sus propios seres queridos”.



Los sobrevivientes que soportan la carga del dolor y las repercusiones inimaginables de recibir un disparo se encuentran a menudo desorientados por los debates sobre la Segunda Enmienda. Son los heridos que caminan entre nosotros. Zeigler dice que el tiroteo en Fort Hood lo dejó aislado: “La gente no quiere escuchar mi historia. Es una decepción para ellos”.
En 2019, obtuve una beca Guggenheim y recorrí Estados Unidos en mi viejo Toyota Matrix para hacer retratos de sobrevivientes de diferentes tipos de violencia armada. Usé una cámara fotográfica Arca-Swiss 8×10. Mi esperanza es que los espectadores se vean reflejados en estas imágenes, o vean a alguien que pueda parecerse a un miembro de la familia, o a un amigo, y entiendan que este tipo de violencia le puede pasar a cualquiera.



“Solo nos importan ciertos tiroteos, los que son de interés periodístico. Los tiroteos que tienen lugar en comunidades pobres y controladas por pandillas son ignorados, en su mayoría, porque existe la sensación de que se espera que esas cosas pasen y es solo una parte de vivir allí”, me dijo Jacob Rice, un oficial de policía comunitario y líder en el desarrollo de viviendas Jordan Downs en Watts.
Deniya Irving ahora tiene 12 años de edad y está en sexto grado. Ella y su hermana, Deaira, están siendo criadas por su abuela. Deserae Turner fue diagnosticada con trastorno de estrés postraumático y está viendo a un consejero para que le ayude a sobrellevar el trauma del disparo. “Incluso anoche tuve una terrible pesadilla, pero elijo la vida y la felicidad”, comenta. “Creo alegría en mi vida. Encuentro lo que me hace feliz y lo hago a menudo”.

Barbara Davidson es una fotógrafa ganadora del premio Pulitzer que reside en Los Ángeles.
Traducido por José Silva.