• Algunos migrantes han impulsado sus emprendimientos, otros han probado suerte como profesionales y prestadores de servicios, pero también están los que hallaron en la venta en parques y plazas una alternativa para progresar

Vestidos, blusas y suéteres ligeros permanecen tendidos en una mesa que hace de mostrador, con otras prendas colgadas a los costados. Cada tanto, alguna mirada curiosa examina lo que hay, otros se animan a revisar, consultar precios o pedir alguna sugerencia. Enseguida, Violeta Gómez se levanta y los orienta. Está acostumbrada a brindar atención al público: desde hace más de 30 años se dedica al comercio de ropa y en los últimos nueve meses atiende uno de los cientos de puestos que despachan los fines de semana y feriados en el Parque Centenario, uno de los más concurridos de la Ciudad de Buenos Aires.

Violeta tiene 65 años de edad y llegó a Argentina en 2019. Inicialmente visitaría a una de sus hijas por un periodo de seis meses, pero las restricciones por la pandemia cambiaron todos sus planes. Con las fronteras cerradas, no tenía cómo regresar a Maracaibo, su ciudad natal en Venezuela, donde los esquemas de 7+7 también afectaban la actividad de quienes dependían de poder abrir sus negocios.

Las venezolanas que venden en los parques de Buenos Aires para rehacer sus vidas en Argentina
Violeta Gómez

Es sábado y la primavera llegó a la Ciudad de Buenos Aires. Algunos árboles renuevan sus hojas, otros todavía están desnudos, pero el hecho de que ya se pueda andar al aire libre sin abrigo, después de varios meses, anima a la gente a pasear en parques y plazas. El Parque Centenario, donde ahora funciona el negocio de Violeta, es quizá uno de los lugares más concurridos: está ubicado en el centro geográfico del mapa porteño, entre los barrios de Villa Crespo, Almagro y Caballito. Tiene forma de círculo, con unos tres kilómetros de diámetro si se camina a su alrededor. En torno a él, las opciones para distraerse son varias. Cuando la marea de gente le permite una pausa, Violeta narra cómo surgió  este emprendimiento.

El comercio no le es ajeno, pues en su tierra, hace 32 años, abrió su primer negocio junto a su esposo. Desde entonces se dedicó al comercio, por lo que incluso con el cambio de país, atender al público no le es una experiencia desconocida.

“Lo primero fue una fuente de soda. Arepas, perros calientes. No hay mejor negocio que la comida, pero es muy esclavizante. Tuvimos también una tienda de cepillados, con más de 12 sabores como el ron con pasas, chocolate, piña, ciruela, naranjas”, recuerda Violeta en palabras para El Diario.

Las venezolanas que venden en los parques de Buenos Aires para rehacer sus vidas en Argentina

Violeta sonríe mientras rememora su historia personal. Se siente orgullosa de haber comenzado a trabajar desde joven y de no haber parado hasta hoy. Con el paso de los años llegó a tener cinco y su esposo otros tres. Así fue como lograron comprar su casa, y comenta, darles a sus hijos una vida tranquila.

“Cuando arrancamos no nos paró nadie. Era nuestro pequeño emporio”. Conversa tranquila, aunque cada tanto tenga que interrumpir la charla para atender a alguna persona curiosa que pregunta el precio de la blusa que está sobre la mesa o revisa entre los vestidos que están colgados a los costados.

Madrugar para ganarse su espacio

Violeta todavía conserva parte de sus tiendas en Maracaibo. Las atiende uno de sus hijos, que en un principio solo la cubriría por unas pocas semanas. Aunque llegó a Argentina en 2019, hasta finales de 2021 no terminaba de decidir entre quedarse definitivamente o regresar. 

“Vi la posibilidad de trabajar, cosa que aquí en Argentina, cuando la gente quiere, puede hacerlo”, expresó.

Debido a que Vive a unas cuatro cuadras del Parque Centenario, cada vez que pasaba cerca veía los puestos. Para poder integrarse, primero toca llegar en la madrugada, —preferiblemente antes de las 05:00— y esperar para que desde la logística, a cargo del gobierno de la ciudad, confirmen si alguno de los vendedores, que tienen carácter fijo, faltó o avisó que no llegaría ese día. Si ese es el caso, se les avisa que pueden instalarse.

Las venezolanas que venden en los parques de Buenos Aires para rehacer sus vidas en Argentina

Fue lo que hizo Violeta durante semanas cada sábado, domingo y feriado, hasta que notaron que nunca faltaba, que cumplía con los horarios —arrancan a la mañana y despachan hasta las 6:00 o 7:00 pm, según la época del año— y se ganó su espacio.

“Realmente funciona. Si trabajas, escalas. La clave es ingeniárselas, ser creativo y tener actitud. Se logra”, dijo, y a modo de consejo, de alguien que ha desarrollado actividad en Venezuela y Argentina, agregó: “Toca mirar, caminar, salir, observar qué se vende, qué busca la gente, sentarse y hablar con los demás”.

Destaca que sus  compañeros argentinos la han hecho sentir cómoda, pues a pesar de que proviene de otro país hay una cosa que no se distingue entre nativos y extranjeros: están en el  parque para trabajar y competir sanamente. 

Llegaron las arepas

Violeta Gómez no es la única venezolana que vende sus productos en el Parque Centenario. María Marleny Díaz vende arepas varios días a la semana. Su presencia, enseguida, se hace notar.

Llegaron las arepas

Ricas y sabrosas

Están bien calentitas

Del horno a su boca

No digas que no, si no las has probado

Marleny Díaz

El estribillo lo canta mientras recorre, primero, el círculo donde están los puestos como el de Violeta. La saludan los vendedores, que también la conocen. En eso se encuentra con un tumulto grande de niños y jóvenes, que a las afueras del Museo de Ciencias Naturales, a un costado del parque, intercambian figuritas del álbum del Mundial. Más adelante ocurre lo propio en la Feria de Libreros, donde desde hace años se pueden conseguir desde clásicos literarios hasta textos de ramas como Historia, Filosofía o Derecho. Después camina hacia el centro, donde las personas se juntan alrededor de una pequeña laguna. Aquí, por la variedad de productos que ofrecen los vendedores, empieza la competencia para convencer a los clientes de animarse a variar en lugar de optar por el tradicional choripán o un sándwich de lomito o bondiola.     

“¿De qué tenés las arepas?”, le pregunta un argentino que ya conoce este plato venezolano. Ese día, Marleny preparó de pollo, de jamón y queso, y otra que llama la atención de muchos argentinos: poroto (caraotas) con queso.

Marleny tiene 54 años de edad. Es licenciada en Comunicación Social y técnico superior en Sistemas Administrativos. Llegó a Argentina desde Táchira, aunque vivió en diferentes ciudades como Valera, Maracay o Barquisimeto. Tomó la decisión de emigrar  debido a la crisis económica, política y social. También, frente a la dificultad de conseguir trabajo ante el cierre sistemático de medios de comunicación. Ella, en particular, denunciaba la escasez de alimentos y medicinas.

De diferentes coberturas para medios de comunicación de Táchira, recuerda una en particular: tuvo que esconderse por unas horas ante el temor de que la detuvieran. 

“Había una camioneta de la Guardia Nacional Bolivariana que entró con un camión a un galpón de PDVAL y los vi llevándose la mercadería. La gente, que pasaba por donde ella estaba, escuchó la información”. Rodearon a los militares hasta el día siguiente y no dejaron que sacaran nada. Y había guardias que preguntaban ‘dónde está la periodista’ mientras yo me iba”, rememoró Marleny.

La emisora para la que realizó ese trabajo, Impacto 101, cerró por la crisis económica, que hacía cuesta arriba mantener abierto un medio de comunicación.

Los últimos recuerdos de Marleny en Venezuela, además de lo laboral, son duros. El contrabando de alimentos y gasolina contribuía a la escasez y muchas personas tuvieron que hacer colas durante horas para conseguir productos básicos. Luego se sumó la muerte de su madre, quien a los 90 años tuvo complicaciones con una hepatitis crónica.

“En Táchira se veía mucha corrupción. Muchas cosas que no había se las llevaban por la frontera. Y lo que pasó con mi mamá fue una catástrofe con respecto a la atención médica. No se encontraban medicinas, muchas farmacias estaban cerradas”, agregó.

Para mantenerse ligada al periodismo sube contenido a un blog personal en Facebook titulado “Viajando entre páginas”, en el cual escribe sobre eventos culturales.

De la venta de arepas —que realiza los mediodías varios días a la semana— rescata varios aspectos: uno, que la vida es un sube y baja, y que toca adaptarse a toda clase de escenarios. 

“En Venezuela me criaron para no tener que limpiar sino para estudiar y trabajar. Pero cuando tenía 22 años y me fui de casa comencé a ‘llevar palo’ de la vida. Vi que la gente humilde, honesta y trabajadora, la que vale la pena, es la que está en la calle cada día”, expresó.

Además del periodismo, por un tiempo trabajó como profesora de inglés en un liceo, y durante otro lapso vendió pastelitos y chicha andina en Táchira, por lo que esta no es su primera vez como vendedora gastronómica en las calles. Y agradece, siempre, el haber podido volver a empezar en otro país.

“Me siento en paz, libre, fuerte y bendecida después de tantas experiencias y de cruzarme con tanta gente que siempre te tiende una mano”, reflexionó. Tanto para Marleny como para Violeta, hay dos cosas en las que coinciden, como ocurre con otros venezolanos en Argentina: ya sea que se apueste por emprender, por ofrecer productos en las calles o al aire libre, o por jugárselas como profesional, en la vida hay que empezar desde cero la cantidad de veces que sea necesario, porque con buena disposición e insistencia, se echa pa’ lante.

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