Hay tres hechos que los liberales necesitamos comprender y difundir ante los estados de excepción que lógicamente asumen –principalmente porque en demasiados casos han sido tanto tardíos como  mal orientados– los Estados en la  pandemia que sufre hoy el mundo.

La primera y principal es que todo poder gobernante –desde mucho antes del Estado moderno que emerge recientemente en la historia con de paz de Wetsfalia en 1648, y no ha dejado de extenderse fuera de sus límites naturales– únicamente puede enfrentar amenazas extraordinarias y temporales a la paz y seguridad públicas, mediante estados de excepción que restringen parcial y temporalmente ciertas libertades civiles. La guerra, la conmoción civil y las epidemias son los ejemplos más obvios de tan desagradable necesidad.

Pero es un hecho que un Estado limitado, ideal del liberalismo clásico, está tan o más capacitado que cualquier fórmula de gobierno excedida y sobre-exigida desde antes de la emergencia,  de una parte el concentrarse en sus funciones propias, seguridad, defensa y orden público, su capacidad de respuesta es más rápida por sus concentrados recursos y capacidades. De otra parte, porque las sociedades con Estados limitados, son democracias republicanas y economías de mercado, lo que significa un estado de Derecho que garantiza la libertad de prensa, de opinión y en general de información, indispensable en una emergencia sanitaria. Y por que en tales sociedades se crea y ahorra más riqueza –más ampliamente distribuida que en cualquiera otra– y se fomenta la responsabilidad individual, factores indispensable para la rápida respuesta individual responsable y la solidaridad racional.

Los estados de excepción para ser efectivos deben limitarse, única y exclusivamente, a restringir parcialmente las pocas libertades que el tipo de emergencia exija. Si se restringe la información se amplían los rumores y se genera más desconfianza de la información oficial. Si se controlan los precios se generan más escasez y mercados negros.  Entendemos los liberales, que aunque en una guerra puede ser necesario limitar la libertad de información, una epidemia no es una guerra y no sólo no lo requiere, sino que su efectividad exige mantenerla, con todo lo que ello implica.

Seamos claros, el mundo está sufriendo una pandemia porque un Estado totalitario censuró temprana y automáticamente la información sobre el surgimiento de la amenaza. Los médicos que informaron del peligro y pidieron detener la epidemia en su origen, no fueron escuchados, todo lo  contrario, fueron censurados, vilipendiados e incluso encarcelados. La muerte del héroe y símbolo de esta tragedia, el Dr. Li Wenliang, fue una trágica y aleccionadora historia de responsabilidad y heroísmo individual ante la irresponsable arrogancia de un Estado totalitario. Hoy el mundo entero la conoce tal y como fue, excepto por los que se niegan a conocerla. Y los que intentan tergiversarla. Tontos útiles del poder totalitario.

El tercer hecho es que, de una parte, las sociedades con Estados sobredimensionados y sobreexigidos desde antes de la emergencia, además de estar materialmente peor preparadas para enfrentar una emergencia, tienen poblaciones moralmente peor preparadas. Quienes fueron adoctrinados por generaciones en la dependencia del Estado y la renuncia a la responsabilidad individual, los que por generaciones aprendieron que el Estado sería la única fuente de su ilusoria seguridad antes las adversidades, olvidaron que hay adversidades inevitables. Son los hasta ayer exigían su “derecho” a una infancia eterna mediante un Estado que los protegiera de todas las adversidades de la vida, e incluso de la posibilidad misma de sentir angustia. Adoctrinados además en falsamente apocalípticos peligros inexistentes o sobredimensionados, que hoy están chocando con un peligro real sin  preparación material y moral para enfrentarlo. Y en lugar de exigir que sus gobernantes hagan lo que deben hacer, exigen que hagan lo que no deben hacer, tal y como hacen ellos por su lado.

La censura oficial, a la que están tentados siempre los gobernantes, implica desinformación, más y peor desinformación que cualquier información errónea e incluso malintencionada. El grueso de la crítica, especialmente la de los expertos, ha sido la adecuada y necesaria en todo el mundo. La irresponsabilidad de los gobernantes ha sido notoria en demasiados lugares, justo ahí donde hoy piden, en nombre de la emergencia que no se les recuerde. Y que no se les exijan responsabilidades. La responsabilidad individual ha sido más rápida y efectiva en donde las personas están acostumbradas a ser libres y responsables. Y las sociedades con más ahorros, más capital –las más acostumbradas a exigir claras responsabilidades de sus gobernantes en aquello que es función del gobierno, y a asumir las de la sociedad civil en lo que le corresponde– es decir, las sociedades más libres, son las que mejor han respondido a la crisis. Y las que mejor podrán responder a los terribles efectos de la pandemia en la economía.

Tres hechos que nos dicen mucho hoy y nos dirán más en los difíciles tiempos que vienen. Debemos entender que –fuera de malas interpretaciones más o menos desinformadas– toda forma de gobierno posible o imaginable en un sistema de libertad, responsabilidad y Derecho común, incluso el sueño radical del anarco capitalismo –que no sería la ausencia de gobierno sino la extinción del gobierno del Estado moderno y su sustitución por arreglos voluntarios, descentralizados y competitivos de las funciones de gobierno– sería capaz de aplicar estados de excepción razonablemente adecuados, y limitados a lo realmente necesario, para cada tipo de excepcional emergencia, en sociedades que por ser libres y responsables estarían mucho mejor preparadas para enfrentarlas.

Nada nos garantiza que la vida no esté llena de peligros, incluso extraordinarios y terribles, el progreso material y moral no está dado ni es indetenible, depende de las condiciones institucionales y morales de las que surgió y sin las que desaparecería. Y son esas condiciones, esos usos y costumbres, esas instituciones, ese conocimiento, esa responsabilidad y libertad, la que mejor nos prepara para enfrentar los mayores y peores desafíos a todos y cada uno. Y para enfrentar la propaganda y desinformación ideológica que peligrosamente se empeña hoy en aprovechar la ignorancia y el temor para convencer a los ingenuos de lo contrario. Es de vida o muerte.

Artículos relacionados del autor