A la memoria de Miguel González Guerra,
maestro en adagios y sentencias

Dichos, aforismos, proverbios. Adagios, máximas, sentencias. Locuciones, apotegmas, refranes. Demasiadas palabras, un derroche de sinónimos, aunque no sean exactamente lo mismo. La lingüística, ciencia apasionante donde las haya, resuelve estas situaciones de “frondosidad” léxica generando un término que aglomera los sentidos de todos los demás: un hiperónimo o archilexema. En este caso, el hiperónimo que agrupa todos los términos mencionados es la paremia: “Una unidad fraseológica constituida por un enunciado breve y sentencioso, que corresponde a una oración simple o compuesta, que se ha fijado en el habla y que forma parte del acervo socio-cultural de una comunidad hablante”, tal y como la define la maestra de este campo en nuestro idioma: la Dra. Julia Sevilla Muñoz, andaluza y “paremióloga” por excelencia. En este breve escrito presentaré algunos aspectos de interés de las paremias, o de los refranes, a secas.

No son estos los mejores tiempos para los refranes. Como profesor, constato cada día que a nuestros jóvenes no se les ha transmitido un conocimiento básico de estas locuciones verbales, ni de las de valor universal, ni de las hispánicas, y mucho menos de las venezolanas, privándolos del acceso a la notable síntesis de sabiduría que constituyen. ¿Quién puede negar la utilidad de un dicho que, brevemente, resume una posición clara respecto a un asunto, sin necesidad de un largo discurso que ofrezca una explicación sobre el mismo? Qué grato es poder apelar a esas líneas maestras de conducta que nos ofrecen los proverbios, sobre todo cuando no vemos claramente a nuestro alrededor, confundidos por una realidad muy compleja o, simplemente, porque no queremos aceptar su dureza —“no hay peor ciego que quien no quiere ver”—. Esto sin sobrevalorar el poder de las paremias, error en el que incurre don Quijote, siempre exagerado, cuando afirma: “No hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas” (Quijote I, Cap. 21). Sirva la cita para recordar que Cervantes coloca mucho más los refranes en boca de Sancho Panza que en la de Alonso Quijano, el bueno.

Ciertamente, las más de las veces, el contenido de un refrán encierra una verdad tan bien establecida, que el adjetivo “proverbial” no significa solamente aquello “relativo al proverbio”, sino también algo “muy notorio, conocido de siempre, consabido de todos”. Pero no hablamos de una verdad absoluta porque también son numerosos los refranes de posturas muy endebles, cuyo mensaje se demuestra falso al someterlo a un análisis no demasiado riguroso. Podemos mencionar el noble “haz bien, sin mirar a quien”, todo un compendio de ingenuidad y de buenas intenciones. ¡Pero por supuesto que se debe mirar antes de hacer el bien! Porque podríamos estar haciéndoselo a un malvado (un delincuente o un forajido al margen de la ley) a quien apenas podría faltarle esa pequeña ayuda nuestra para terminar de cometer alguna fechoría. ¿Y qué decir de “la voz del pueblo es la voz de Dios”, equivalente a “el pueblo nunca se equivoca”? Basta un estudio, incluso somero, de la historia de cualquier país, para concluir que es más bien raro que “el pueblo” se exprese bajo la inspiración divina, y notar que la estadística, esa reina de las ciencias de hoy, deja muy mal parado al soberano, al mostrarnos su alta tasa de errores en momentos cruciales de su evolución histórica. Agreguemos el tan escuchado “cuando el río suena, es porque piedras trae” (o “lleva” en algunas versiones), ¿hay alguna afirmación tan falsa como la que insinúa esta sentencia, escandalosa apología del poder del chisme, que da pie al imperio del rumor sin importar la veracidad de lo que se dice? “Cuando el río suena, piedras trae” asume como cierta cualquier suposición que se propague a partir de la figura y actos de quien sea, sin el obligado estudio previo de la “bola” que se ha echado a rodar para lesionar la imagen pública de la víctima de turno. 

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Quienes nos desempeñamos como profesionales en el mundo de la psicoterapia no podemos menos que rechazar refranes que podríamos catalogar de “antiterapéuticos”, dado que se utilizan para negar la posibilidad de cambio en el ser humano, sin importar el esfuerzo que se realice o las técnicas que se apliquen en la consecución del mismo: “árbol que nace torcido…”, “genio y figura hasta la sepultura”, “al que nace barrigón, ni que lo fajen chiquito”, “loro viejo no aprende a hablar”, “la cabra siempre tira p’al monte” son ejemplos que ilustran este planteamiento. Es duro aceptarlo, pero la sabiduría popular muchas veces no es tal, y por eso suena tan mal el fracaso de sus buenas intenciones filosofantes. 

Se supone que el refrán debe presentarse en términos de mucha sencillez y claridad, ya que se basa en la tradición oral y su génesis se encuentra en épocas previas a la generalización del alfabetismo. Claramente la intención es resumir una reflexión útil para todos en un lenguaje llano y muy poco sofisticado, lo que aseguraría su transmisión de una generación a otra. Sin embargo, como “toda regla tiene su excepción”, encontramos ejemplos como el antiguo “ojo e’ garza, pie de plomo y vista a la tijereta”, de difícil comprensión en los tiempos actuales. Sí, claro que todo este refrán hace un llamado a estar alerta y a la vez ser prudente en una situación delicada o de peligro, ¿pero qué quieren decir, exactamente, cada uno de sus segmentos?

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“Ojo e’ garza” alude a la particular agudeza visual de esta ave, de la que se vale para capturar sus pequeñas presas o escapar de sus predadores. Lisandro Alvarado, en su Glosario del bajo español en Venezuela, lo interpreta como una invitación a “estar atentos, prevenidos, como la garza en actitud de pescar”. De hecho, en el llano venezolano hay otro dicho que reza: “Ojo e’ garza, que gallina no ve de noche”. 

“Pie de plomo” se refiere a la indicación de hacer las cosas con mucha precaución y sin prisa, y proviene de la jerga del mar, concretamente de los inicios de la práctica del buceo, cuando los buzos llevaban botas recubiertas de plomo para desplazarse con seguridad sobre el fondo marino o hacer trabajos en barcos hundidos, sin perder estabilidad en esa delicada circunstancia. 

“Vista a la tijereta” alude a la práctica del funambulismo (del latín funis, “cuerda”, y ambulare, “caminar”) que hacen los acróbatas sobre la cuerda “tesa” (también llamada “maroma”, y de allí el término “maromero”) o sobre alambre. El calificativo de “teso” viene de “tenso”, una práctica ligeramente distinta a la que se realiza en la cuerda “floja”. El caso es que dicha cuerda se apoya en la tijera o tijereta, una estructura de madera o de metal en forma de X que permite sostener en sus extremos la cuerda o alambre en tensión. Al funámbulo o maromero también se le llama “volatín” y tiene que mantener su vista puesta en la tijereta para no perder el equilibrio. A ver, ¿quién dispone hoy día de un conocimiento tan curioso? Evidentemente, tuve que hacer la investigación pertinente para enterarme de estas cosas, ya que lo más común es interpretar erróneamente el refrán, pensando que se refiere al problemático insecto llamado “tijereta” o al pájaro conocido como la “tijereta sabanera”. Este es un buen ejemplo de la dificultad que pueden generar ciertos refranes para acceder a su verdadero sentido, todo en abierta contradicción con la idea de la simpleza con la que, en principio, debieron construirse.

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Otro rasgo distintivo de estos dichos es la presencia del humor para hacer más divertida su asimilación. En Colombia hay una gran rivalidad entre la capital y otras urbes que la secundan en desarrollo e importancia para la nación. Hay una expresión que ilustra con mucha gracia la tensión entre los naturales o residentes en Bogotá y la gente de Medellín, segunda ciudad del país: “Tan chiquito y ya antioqueño” (Medellín es la capital del departamento de Antioquia). Pero también la emprenden los bogotanos contra los costeños: “Feliz Bolivia que no tiene costa”. La respuesta del resto del país no es menos cáustica: “Cachaco, paloma y gato, tres animales ingratos” (“Cachaco” o “rolo” es la manera coloquial, a veces despectiva, que se utiliza para designar a los bogotanos). 

El muy castizo “allí lo llevan, como buey al matadero”, para expresar la docilidad o sumisión de quien se somete al mandato de otro, con la actitud típica del castrado bovino, en algunos medios es sustituido por el mucho más sarcástico y mordaz: “Allí lo llevan, como prostituta pa’ la pieza”. Precisamente, en referencia al oficio más antiguo de la humanidad, es muy conocida la expresión: “Hay cuatro cosas en las que no se puede creer: lágrima de cocodrilo, amor de ramera, amistad de policía y cojera e’ perro”. Pero ¿de dónde viene la imagen “lágrimas de cocodrilo”? Algunos han planteado que el cocodrilo “llora sobre los huesos de la víctima que ha devorado, por habérsele concluido tan pronto el apetitoso manjar” (Bastús, citado por Iribarren), pero otros ofrecen una explicación muy diferente, porque el cocodrilo, entre varios sonidos que puede emitir, tiene uno muy parecido al aullido de lamento de los perros. De esta forma, engañan al ingenuo que, desconociendo esta facultad del saurio, piensa que es una persona afligida y acude en su auxilio, para enterarse tardíamente de que es una emboscada del temible cazador en busca de su presa.

Los refranes y las frases hechas, en razón de su misma antigüedad, con frecuencia aluden a situaciones rurales y por eso suelen aparecer en ellos gran variedad de animales. Es el caso de la expresión “estar enratonao”, que compara la intoxicación etílica aguda con el caso del gato “ratonado”, situación que confronta el felino al sentirse enfermo por haber comido muchos ratones.

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Con el paso del tiempo, los refranes pueden perder su estructura original y prestarse a confusiones. Es el caso de “ser de colcha y cobija”, transformación del original “ser colcha y cobija”. La primera redacción apuntaría a la persona sobria que tan solo necesita lo esencial; en cambio, la segunda habla de una persona muy diestra o habilidosa (Alvarado), que reúne las funciones de ambos elementos para dormir, es decir, alguien que “sirve para todo”. Algo similar ocurre con la cangrejera que, inicialmente, aludía a “un conducto abierto en la tierra por ciertos cangrejos terrestres, que a veces desvían el agua de las acequias, canales, etc.” (de nuevo Alvarado). En esta entrada, este mismo autor comunica que es una voz de uso común en Chile: “Hay cangrejeras que son bocas de cuevas de ciertos camarones…”. Y ahora sí cobra sentido aquella fórmula tan venezolana para describir a féminas muy particulares, de quienes se dice que “tienen cangrejera”, cuya explicación se adapta mejor a otros espacios. 

La locución “esperar a alguien en la bajaíta” no hace referencia a ninguna calle con pendiente en descenso, sino a la “bajada” de la posición jerárquica que permitió un abuso de poder de esa persona contra algún inocente, quien es el que hace suya la expresión al manifestar sus deseos de venganza o desquite para cuando el abusador ya no disfrute de las ventajas de su condición favorable. Es bien sabido, “todo lo que sube tiene que bajar”.

Muy interesante todo esto de los refranes, pero hay que “arroparse hasta donde llega la cobija” y en El Diario me indican que vaya terminando. Por cierto, ese mismo refrán lo tienen en Filipinas, en su autóctona lengua tagala (“cuando la cobija es corta, aprende a acurrucarte”): Habang maikli ang kumot, matutong mamaluktot. Con razón Aristóteles decía que los refranes son “reliquias de la antigua filosofía”, válidos a lo largo y ancho del mundo. Confío en que haya podido transmitir en esta nota el sentido y la esencia de algunas de esas reliquias y al juicio del lector me someto, sin ninguna garantía, porque sé que “de la mano a la boca se pierde la sopa”, “deseos no empreñan” y “nadie se muere en la víspera”.

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