El implacable avance del Covid-19 por el mundo ha demostrado lo catastrófico que puede llegar a ser un virus si no se aplican a tiempo los controles necesarios para mitigar su propagación. La pandemia no solo ha generado una crisis sanitaria global sin precedentes, sino también económica. Sus efectos reales aún están por determinarse. 

En un principio el gobierno chino –que ahora busca erigirse como ejemplo de contención de la enfermedad– censuró a los médicos que, entre diciembre y principios de enero, advirtieron que en la ciudad de Wuhan había surgido un tipo de coronavirus similar al Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), una forma grave de neumonía.

Dentro de ese equipo de científicos que alertó sobre el nuevo virus destaca el oftalmólogo Li Wenliang, a quien las autoridades fustigaron para que “dejara de hacer comentarios falsos”. Sin embargo, cuando ya el brote del nuevo coronavirus era un hecho, la policía ofreció disculpas tardías. 

Li Wenliang murió a causa del mismo virus, fue obligado a retractarse y el tiempo luego le dio la razón. La escena, aunque de otra época y concerniente a otro asunto, recuerda a Galileo Galilei, a quien se le atribuye la famosa frase eppur si muove (y, sin embargo, se mueve) expresada luego de ser obligado por la Iglesia católica a retirar su planteamiento del modelo heliocéntrico del universo.

Ahora, a cuatro meses desde que se tuvo conocimiento de los primeros contagios por Covid-19 en China, es evidente la peligrosidad del virus. De hecho, recientemente se descubrió que no solo produce infección respiratoria, sino también infartos, ataques de epilepsia, ictus y fallos renales. 

Cuando estas líneas fueron escritas las cifras de personas contagiadas por coronavirus de Wuhan rondaban los 3.000.000 de las cuales más de 205.000 han muerto, según los datos ofrecidos por la Universidad Johns Hopkins de Estados Unidos; aún no se cuenta con una vacuna y podía pasar hasta más de un año para tener una lista. 

Es también evidente que el número de contagiados y fallecidos fuese muchísimo menor si los gobiernos del mundo hubiesen aplicado a tiempo la cuarentena y el distanciamiento social. Sin embargo, muchos presidentes subestimaron la peligrosidad del virus; algunos a expensas de las personas bajo la excusa de que tener un país detenido por mucho tiempo traería consecuencias catastróficas para la economía.

Sin duda alguna la pandemia por Covid-19 ha dejado de manifiesto lo frágiles que podemos llegar a ser los seres humanos, pese al avance tecnológico, si no existen planes efectivos para el control de enfermedades; no obstante y sin ínfulas de hablar ex cathedra como un alto funcionario de la ONU, existe un riesgo aún más elevado para la vida en el planeta que muchos ignoramos: el calentamiento global. 

Así como en su momento Li Wenliang advirtió sobre el nuevo coronavirus, los científicos llevan años alertando sobre las consecuencias del calentamiento global. De acuerdo con la Organización Metereológica Mundial, en el contexto de la pandemia la temperatura sigue aumentando, los glaciares derritiéndose y aumenta la frecuencia de los desastres naturales.

Lo rescatable para el medioambiente, según el referido organismo, es que el confinamiento ha provocado que exista una reducción transitoria de 6% de los gases de efecto invernadero, aunque esto no puede sustituir a una acción climática continuada. 

A propósito del 50 aniversario del Día Mundial de la Tierra, el 22 de abril, la  Organización Metereológica Mundial recordó que para fines de este 2020 las emisiones globales de carbono deben reducirse un 7,6% y continuar en ese mismo ritmo hasta la próxima década para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5° C. Esto permitiría mantener a raya una catástrofe sin precedentes para el medioambiente, de acuerdo con el Panel Intergubernamental del Cambio Climático.

Esta experiencia de Covid-19 debe servir para tomar en serio las medidas planteadas en el seno de la ONU donde se establece que el gasto del dinero para la recuperación de la pandemia debe acompañarse de la creación de nuevos trabajos y empresas mediante una transición ecológica.

De igual forma, acompañar el rescate de empresas vinculadas a “empleos verdes” y de crecimiento sostenible; invertir los fondos públicos en el futuro y no en el pasado, así como buscar proyectos que sirvan al medioambiente. Es más que claro que son planteamientos orientados a los gobiernos, sobre todo a las principales potencias mundiales que son los principales responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero. 

Lo anterior no invalida, sin embargo, que todos y cada uno nos comprometamos a aplanar –aprovechando el símil de la pandemia– la curva del calentamiento global. ¿Cómo lo hacemos? Entendiendo que las principales causas del fenómeno son los gases de efecto invernadero, la deforestación, el uso excesivo de fertilizantes y la alta producción de residuos fósiles. Una vez asimilado esto, podremos hacer un sano activismo para concientizar a los demás sobre la importancia de buscar energías sustentables.    

En la actualidad, dice la Organización Metereológica Mundial, la concentración de CO2 en el ambiente es 26% superior a los valores que registraba en 1970 y la temperatura global ha subido 0,86°C desde esa fecha. 

Sí podemos tomar conciencia sobre el grave riesgo que constituye dejar que el calentamiento global supere los 1,5° C. Hasta hace poco sabíamos que debíamos lavarnos las manos para evitar los gérmenes, pero no fue sino con la traumática llegada del Covid-19 que entendimos que debemos hacerlo. 

Ojalá y la pandemia sirva como dolorosa experiencia para tomar en serio los temas concernientes a la salud y a la preservación del medioambiente, pues ignorarlos representa consecuencias devastadoras no solo para nosotros, sino para las generaciones que están por venir. 

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