• Ante cientos de personas reunidas en Miami, el presidente interino reafirmó su compromiso de liberar a Venezuela del régimen. Confesó que para ello tiene un plan, pero que no puede dar fechas concretas. Sin embargo, expresó su convicción de trabajar en pro de los venezolanos

La señora Susy Cardozo vive a una hora del Miami Airport Convention Center. Para llegar hasta ese lugar debe tomar tres autobuses. A las 7:00 am de este 1° de febrero ya estaba en la puerta del recinto donde Juan Guaidó, el presidente interino, se reunió con la diáspora venezolana residenciada en la afamada ciudad de Florida, lugar donde reside la mitad de los migrantes que han escogido Estados Unidos como su nuevo hogar. 

Foto: El Diario

Susy viste una ruana tricolor. Se prevé lluvia para la tarde. Se acerca a nosotras como si se tratara de viejas amigas que se reúnen después de años sin verse. Nos confiesa que salió sin el consentimiento de su hija, pero no le importa porque Dios ya le había dado permiso. Habla rápido, su respiración se entrecorta, solo exhala emoción.

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En el lugar solo estaba la gente de prensa, que había sido convocada para las 9:00 am. Las cámaras, los teléfonos, la camaradería típica de los medios cuando se reúnen. Resaltaban los periodistas de otras nacionalidades y abundan los venezolanos. La convocatoria fue a gran escala. El despliegue de seguridad es igual al de cualquier visita oficial que realiza un representante diplomático. En este caso es del presidente interino de Venezuela, reconocido por la administración del gobierno de Donald Trump y otros 54 países. 

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Cardozo exclama “mi alma”, cuando ve que se bajan de un vehículo dos militares acompañados de perros pastores alemanes que empiezan a olfatear todo a su paso. Su acento la descubre al momento: es zuliana donde la pongan. Así lo afirma después de comentarnos que lleva 30 años en Miami. “Sin embargo, todos los días pienso en mi amada Venezuela”, exclama. Maracaibo es su ciudad, trabajó en Lagunillas y todavía no ha sentido aquí el calor tan intenso de su tierra, a pesar de que las temperaturas en el sur de la Florida suelen ser bastante elevadas. 

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Escucho en su voz por primera vez la palabra “esperanza”, que luego se convertirá en una de las más repetidas por los asistentes al ser cuestionados sobre su asistencia al evento. De acuerdo con el Diccionario de la lengua española, este es un estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea. La meta en común: una Venezuela libre. De ser solo un sueño, no hubiera “esperanza”. Ahora es algo tangible y está representado en Guaidó. 

Sigue el despliegue de uniformados que entran y salen del edificio. Aún es muy temprano, pero se empieza a ver una que otra persona ajena a la prensa y el protocolo. Entre ellos destaca uno: el señor Julián Camejo, su camisa lleva impresa “Amor por Venezuela” y su gorra “Trump 2020”. Le preguntamos de dónde es y responde “cubano de nacimiento; venezolano de corazón”. Un cuarto de siglo ha vivido aquí. Desde que se hizo ciudadano, apoya al partido republicano. Está solo, no necesitó ninguna compañía. Él solo quería apoyar a Guaidó. 

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Susy sigue eléctrica, de un lado a otro, buscando con quién hablar. Se topa con otra señora vestida de tricolor. Es colombiana, amante de su tierra natal y lo que la rodea. “A Venezuela le debemos mucho y por eso decidí acercarme”. Treinta y dos años han pasado desde que decidió abrirse camino en el norte. La distancia no ha roto su vínculo con el contexto interno de su país. Es firme opositora de los ideales comunistas y lamenta que se hayan esparcido por el continente. “Lo bueno es que todo eso se va a acabar pronto. Guaidó es la esperanza”. Segunda vez que escucho esa palabra, ya después perdí la cuenta. Todos, sin excepción, compartieron ese vocablo.

Me sorprendieron luego los gritos de una señora con un gran cartel. La foto de Nicolás Maduro y Daniel Ortega estaba acompañada por el mensaje: “El comunismo sigue asesinando a nuestros pueblos”. Definitivamente ese fue el lugar perfecto para los que adversan este modelo izquierdista y, por ende, a sus representantes. Esperanza Quant (¿casualidad que se ese fuera su nombre?) vocifera: “El Foro de Sao Paulo se extiende por Sur y Centroamérica. Lo que ocurre en Venezuela es un holocausto y el mundo permanece indiferente. Mi país Nicaragua ya no es noticia; sin embargo, todos los días matan gente solo por el hecho de ser opositora”. 

Fotos: El Diario

Guaidó hizo extensiva la invitación para los ciudadanos de Cuba y Nicaragua, quienes en efecto hicieron acto de presencia, sobre todo estos últimos. Ellos llevaron su bandera, tenían camisas azules y blancas, gorras, entre otras indumentarias. Se identificaban fácilmente. Es interesante resaltar el hecho de que a una convención bastante criolla se unieran otros extranjeros. Manifestaron que lo hacen por solidaridad: saben lo que el pueblo venezolano está sufriendo y es su manera de sumarse a la causa. Tienen todas las ganas de hacerlo. Las distancias en Miami son largas, el transporte público escaso y la gasolina costosa. 

La gente piensa antes de salir de su casa y hace cuentas en su mente para ver si es necesario o no realizar algún viaje, es por ello que cada uno de los presentes buscó la manera de ordenar su día, cuadrar bien el transporte y dirigirse hasta es punto. Al ser ellos de otros países, es aún más loable. 

La mañana sigue pasando y cada vez hay más gorras tricolores. Aún seguimos afuera a la espera de las órdenes de protocolo. “El evento lo planificamos hace un día y medio. Por eso pedimos paciencia y disculpas por la demora”, explica una de las representantes de prensa.

Hay rumores de que Trump pudiese acercarse. Es un secreto a voces, “sino, ¿Por qué habría tanta seguridad?”, se pregunta el matrimonio Hernández. En Venezuela eran dueños de una librería y un quiosco en el Hotel Meliá Caribe, en Caraballeda. El deslave se llevó todo, pero la peor parte fue el robo que sufrieron después. “La tragedia mayor es la gente, no la naturaleza”. 

Ya son las 10:00 am. Todavía faltan unas cuantas horas. No obstante, los Hernández decidieron llegar más temprano por un mensaje que vieron por WhatsApp, donde hablaba uno de los trabajadores de la Embajada de Venezuela en Estados Unidos, precedida por Carlos Vecchio, y hacía precisamente esa recomendación. El señor saca su teléfono inteligente y muestra el video. No logramos terminar de verlo porque ya están entregando las acreditaciones para la prensa. Me disculpo y salgo corriendo hacia un toldo blanco. Hago la cola, verifican mi identificación y me entregan mi pase. 

Falta poco para dar entrada y se empieza a formar una columna con los asistentes que han llegado hasta el momento. Por supuesto que Susy está de primera. “Lo voy a ver cerquitica”, me comenta justo cuando paso a su lado. Ya hizo más amigas, todas señoras como ella. Comienzan a verse caras más conocidas: actores, periodistas, políticos. Saludos por aquí, saludos por allá. Sonrisas, fotos, anécdotas… Parece la entrada a un concierto.

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A nosotros nos llevan a un cuarto donde será la rueda de prensa. Estábamos aislados de la gente. Por suerte no nos dejaron mucho tiempo allí y pronto nos bajaron al salón en sí. Amplio, muy amplio, totalmente iluminado, dos pantallas grandes, la tarima y gradas a los lados. Difícil imaginar que pudiera coparse un espacio de esa magnitud. 

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Van instalando las cámaras, haciendo las primeras transmisiones. Yo decido salir a un salón conjunto donde las personas empezaban a organizarse para entrar. Al principio solo había cuatro columnas. Poco a poco fue subiendo ese número (y el ruido también). Madres acompañadas de sus hijos pequeños, hijos acompañados de sus padres ya ancianos, jóvenes con sus parejas, familias enteras. “Este sábado es de fiesta, por eso me arreglé y me vine bien bonita”, escucho a una de las señoras. 

Foto: El Diario

Camino entre ellos, grabo videos, tomo fotos. Sonríen a las cámaras, les pregunto sus nombres y me responden sin ningún problema. “En Venezuela no podría darte mi nombre porque me daría miedo. ¡Basta de que vivíamos así! ¿Por qué aquí sí y allá no?”. Esa es Evelia Daboin. No tiene mucho de haber llegado, apenas cinco meses. Se vino a EE UU por problemas de salud: se operó de la cadera y le costaba demasiado conseguir los calmantes. Usa bastón. La camisa manga larga oculta que le falta el brazo derecho. Aún así allí estaba, sentadita en una esquina. Conmigo habló de lo que muchos venezolanos conversamos fuera y dentro del país: la hiperinflación, la inseguridad, la falta de transporte, el deterioro de los servicios básicos, la nostalgia de lo que éramos, la aversión a los militares… Sus ojos se cristalizan cuando confiesa: “Yo soy lo que soy por mi país”. Se persigna y continúa. No sé si las lágrimas son por tristeza o por rabia, quizás por algo más o la mezcla de todo.  

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De repente todos nos estremecemos cuando irrumpe un sonido estridente. “Bombas, disparos” es lo primero que pasa por lo mente. Alguien gritó: “Ahí vienen los colectivos” y la risa resonó. Aunque estoy segura de que uno que otro se lo creyó. El miedo a la violencia sigue presente sin importar la distancia. Migra. Después se relajan los ánimos y empieza la euforia con cánticos que se corean al mejor estilo de un juego de fútbol: “¡Viva Venezuela libre!” y responden “LI BER TAD, LI BER TAD”. Ya hay 10 columnas y siguen llegando más y más. Por alguna razón rompen filas de la nada y entran al salón principal. “Como se ve que somos venezolanos y no respetamos nada, chica”, exclama una de las mujeres.

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A pesar del desorden, la multitud se organiza a su manera y empieza a entonar el himno nacional de Venezuela. Toman los teléfonos para grabar “ese momento histórico”, afirma Susy, quien aparece a mi lado de nuevo. “Me revisaron la cartera en la entrada y me la quitaron. Fue el servicio secreto. Tú sabes cómo son ellos. A mí no me importa. Igual no había nada de valor; solo dos cremas Estée Lauder. Esas sí eran caras, pensándolo bien”. Entre la muchedumbre se me pierde y no volví a hablar con ella. Solo vi que estaba de primera en la baranda que nos separaba de la tarima y luego le tomé una foto cuando logró abrazar a Guiadó.

Son pasadas las 2 pm y aún no hay señales de nada. “Eso es porque viene Trump. Anótalo”, cuchichea la pareja que está a mi lado. El blanco y el tricolor son la combinación más popular. Entre los accesorios: la gorra, la bufanda, la chaqueta, las camisas, los pantalones, los zarcillos y los collares. En su mayoría, por no decir todos, lucen algo alegórico a Venezuela. Se escucha música llanera: Simón Díaz con su Mercedes y La laguna vieja, también Reinaldo Armas con su Rucio Moro. Sigo caminando por todo el lugar y encuentro a una señora que está a lo lejos con su hija y sus nietos. Ella se diferencia porque baila zapateado. 

La quiero grabar, pero tampoco busco incomodarla. Decido acercarme y preguntarle si no le molestaría que compartiera sus pasos en las redes de El Diario. “Por supuesto que no, hija. Graba lo que quieras”. Se aleja un poco para tener más espacio y moverse a su gusto. Lleva el ritmo como toda una maestra. En eso ve a una amiga que sale corriendo y se une a su coreografía. Por unos minutos ellas fueron el centro de atención. Estaban alegres de haber ido y reunirse con más venezolanos. “A una le hace falta siempre ese calorcito humano”, con esa frase culmina su presentación la señora morena. 

Comienzan los aplausos, la gente se pone ansiosa. Va una hora de retraso. La presión funciona porque empiezan a subir a la tarima las personalidades que iban a respaldar la actuación de Guaidó, desde figuras del entretenimiento (George Harris, Franklin Virgüez y Luis Chataing), ex presos políticos (Iván Simonovis), políticos nacionales (Carlos Vecchio) y políticos de la Florida (Carlos Giménez, alcalde de Miami; Carlos Bermúdez, alcalde del Doral; y Rick Scott, ex gobernador del estado), hasta congresistas (Donna Shalala, Mario Díaz Balart, ​Debbie Wasserman Schultz y Debbie Mucarsel-Powell). Pero todos esperan a Guaidó y gritan al unísono su nombre una y otra vez. 

Antes de su entrada, cada uno de los personajes anteriores dio una breve alocución en apoyo a la población venezolana, la gestión de Guaidó y la figura protagónica de Trump. Por momentos pensaba que estaba en plena campaña de su reelección cuando lo único que escuchaba era “¡U S A!” o “¡Viva Trump!”. El presidente los Estados Unidos no estuvo presente físicamente, pero sí en los discursos de cada uno de los voceros. Incluso el mismo Guaidó agradeció el interés que Donald ha mostrado por el país y la ayuda humanitaria que ha destinado. 

Hubo euforia cuando los congresistas mencionaron los esfuerzos que han hecho para que los venezolanos sean reconocidos por el TPS (estatus de protección temporal) que los acogería como refugiados y facilitaría su legalidad dentro del territorio norteamericano. Esta medida ampara otras nacionalidades, como El Salvador, Haití, Honduras y Nicaragua. Unos cerraron sus palabras pidiendo a Dios que salvara a Venezuela, a lo que la gente respondió “amén” y señalaron que la próxima vez que los veamos “será en Miraflores”.

Ahora sí hace acto de presencia el presidente interino, Juan Guaidó. Está de traje gris, pero se quita rápidamente el saco, lo deja en la silla, saluda a los presentes, se sube las mangas, toma el micrófono y empieza su tan esperada intervención. Se le ve tranquilo y entusiasta. Reconoce estar cansado (y a la vez muy feliz) por toda la gira que ha llevada a cabo en Europa (donde representó a Venezuela en el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza). 

Explica que las sanciones han funcionado y que son la única manera de combatir regímenes como los de Maduro. Hace énfasis en la idea del regreso, donde todos podamos reunirnos en un país seguro. “Venezuela no está divida. Es una. Y está sembrada en nuestros corazones. No estamos solos. Toda Latinoamérica está unida por nuestra causa. No nos vamos a detener. Tenemos un plan. No les puedo dar fechas exactas, pero sí les prometo algo: la victoria”. 

El coro “intervención, intervención, intervención” lo interrumpe por un momento. Se ve obligado a responder. “La intervención ya está y es la de los cubanos. Recuerden que todas las cartas están sobre la mesa, pero, ojo, también debajo de ella. No puedo infligirle más dolor a los venezolanos del que ya viven día a día. Cada vez que voy a la frontera y veo a los niños muriendo de hambre la tristeza es insoportable”. 

Guaidó revivió el grito de libertad en la diáspora de Miami
Foto: El Diario

Reconoció que ha sido muy difícil (y ya no se le escucha su famoso mantra: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres). Felicitó a los diputados que no se vendieron en la Asamblea Nacional y anunció que, a pesar del riesgo, irá a Venezuela. “Aunque no logremos las elecciones libres, seguiremos insistiendo, especialmente para recuperar la normalidad. No podemos banalizar la crisis”. 

“Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para recuperar la libertad de Venezuela. Vienen horas importantes. Dios los bendiga. ¡Sí se puede!”, concluye Guaidó. Los aplausos llenan todo el recinto. Se toma una selfie y luego baja a saludar. La gente se aglomera, se acerca a la baranda, saca sus teléfonos, estira sus manos para que él los toque. Caminan para acompañarlo todo el camino. Suena “no hay mal que dure mil años, ni cuerpo que lo resista, yo me quedo en Venezuela porque yo soy optimista”. Una elección musical un poco irónica, al tratarse de un encuentro con la diáspora. Tengo la oportunidad de tomar buenas fotos por mi ubicación, pero me bajó de esas gradas rápidamente al ver la masa acercándose eufórica. Algunos llevan papeles de asilo con la esperanza de que algún funcionario lo reciba, otros hacen live en sus cuentas de Instagram, la mamá carga a su hija para que vea mejor, la señora Susy busca mantenerse firme para que no le roben la primera fila y otros ya empiezan a salir. Los alrededores del centro de convenciones y el hotel se llenan de venezolanos. Corro con la suerte de tomar un Lyft (transporte) pronto, antes de que cerraran la calle y llegara el caos. La conductora es venezolana. Mi compañera de trabajo le pregunta, un poco indignada, por qué no había ido a ver a Guaidó. Ella no responde al momento. Piensa. Trata de decir algo, pero trastabilla. Al final solo manifiesta: “Soy venezolana, pero prefiero no opinar sobre la política”. Su tono no demuestra desinterés ni descortesía, solo cansancio. Extenuada, quizás, más que de la política, de los políticos. Está allí, trabajando un sábado lluvioso, haciendo carreras, lejos de su país. Estoy yo aquí, pensando en que tengo que llamar a mi mamá para ver cómo va el problema del agua en la casa. No sé cómo compartirle esa “fuerza” que nos pidieron seguir manteniendo después del encuentro. Lo mío tampoco es desinterés o descortesía; es solo cansancio. La aplicación, al finalizar el viaje, me pide que califique mi experiencia: 

—¿Buena charla? 

— Sí.

—¿Dejar propina?

— Sí.

— Gracias, tu conductor lo apreciará.

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